domingo, 8 de febrero de 2009

UN DIOS SALVAJE


El viernes por la tarde cayó una buena nevada en Madrid, más en la Comunidad que en la capital. Por un rato temí no poder ir al teatro a ver Un dios salvaje, después de varias semanas de espera. Los pronósticos no se cumplieron y llegamos sin problemas. Mereció la pena, aunque las entradas eran de lo peor. Menos mal que la acústica era buena, porque no veía la mitad del escenario. Una lástima.

La obra muestra las relaciones que se establecen entre dos parejas que deben solucionar un conflicto: el hijo de una de ellas ha agredido al hijo de la otra con un palo y le ha roto varios dientes. Quieren hablar "civilizadamente" y al principio lo consiguen, con unas considerables dosis de hipocresía según mandan los cánones de la "buena educación", pero poco a poco van aflorando las tensiones entre ellos y las situaciones y diálogos de indudable comicidad dan paso a la verdad de las relaciones de pareja y sociales. Nadie es lo que parece al principio: la aparente fortaleza da paso a la inseguridad que da la insatisfacción y las en apariencia parejas perfectas y moderadas se muestran en toda su realidad prosaica y nada idílica. Así somos todos, somos de una manera, nos ven de otra, nos mostramos como desearíamos ser (sin conseguirlo) y adoptamos papeles en función de nuestras aspiraciones. Mantener una actitud impostada e impostora no es fácil y se sostiene poco tiempo. Todos conocemos casos de hipocresía más o menos manifiesta y al cabo del tiempo acabamos "calando" a los que nos rodean. Las relaciones sociales se basan en buena medida en la falsedad, no necesariamente malintencionada. Una cierta dosis de mentira es necesaria, no se puede ir siempre con la verdad absoluta por delante. Casi nadie está dispuesto a asumir su fracaso y su infelicidad, vivimos en la sociedad de los anuncios y nuestra vida ha de ser perfecta como aparece en ellos: dientes blancos, figura esbelta, desayuno equilibrado en familia, casas impecables, coches que dan la felicidad con sólo mirarlos... Basta una situación cualquiera, una conversación de diez minutos o una información confidencial para que se derrumbe ese castillo de naipes. Al menor soplo de viento se derrumba esa imagen que hemos forjado y que llegamos a creernos. Al vernos descubiertos nos sentimos desnudos, por eso estamos siempre alerta, lo que causa un cansancio considerable.

No nos educan para mostrar debilidad ni para asumir los fallos inevitables. La pareja también ha de ser perfecta, y qué decir de los hijos: han de ser los más altos, los más guapos, los más listos, deben ser estupendos tocando el violín o el piano, los mejores futbolistas o nadadores... Les disculpan todos los fallos porque aceptarlos supondría asumir el suyo. En lugar de enseñarles a encajar los reveses cargan las culpas en los demás: el responsable del suspenso es el profesor, o el sistema educativo, o toda la sociedad. Cuando la verdad nos golpea con toda su crudeza nos damos cuenta de la gran mentira, al estilo de lo que le ocurre a Jim Carrey en El show de Truman. Todos tenemos que vivir momentos trágicos para los que nadie nos prepara. Nos esforzamos en vivir como si no pasara nunca nada, como si las palabras no importaran, porque no soportamos la verdad, la nuestra y la de los que nos rodean.

En la obra, una tarta, un hámster, unos tulipanes y una botella de ron desencadenan situaciones tragicómicas cargadas de simbología. Parece que todos están deseando acabar con la forzada situación de una vez y seguir con sus vidas de celofán, pero las tensiones les mantienen anclados en el salón con un sofá morado. El fondo del decorado está inspirado en una escultura que exhiben en el Guggenheim, La serpiente, creo que se llama, por eso me resultaba familiar. Y no os he hablado de los actores: Maribel Verdú con su reciente Goya bajo el brazo, Aitana Sánchez Gijón, muy delgada también, Antonio Molero, ya felizmente liberado de Los Serrano y Pere Ponce todo el rato pendiente del móvil tars su paso por Cuéntame. Él es quien hace referencia a ese "dios salvaje que nos gobierna desde la noche de los tiempos" que da título a la obra. Los cuatro están estupendos. Nunca les había visto sobre un escenario y me han sorprendido gratamente. Todos acaban mostrando sus frustraciones y sus rencores más ocultos sin pretenderlo, evidentemente. El texto presenta infinidad de matices, pero una obra de teatro ha de disfrutarse "encarnada", no basta con leerla. Os la recomiendo. Supongo que irán por otras ciudades después de acabar su tiempo en Madrid. El teatro es caro, pero merece la pena. Quién dijo crisis, las entradas buenas llevaban semanas agotadas.

Feliz semana a todos.

2 comentarios:

Joselu dijo...

¡Ah, el teatro! Llevo un montón de años sin ir a ver obras de teatro, a excepción de alguna infantil con mis hijas, que ya están en la preadolescencia y cada vez es más difícil encontrar un espectáculo adecuado. Durante un tiempo, cuando estaba soltero, iba a ver un par de obras semanales. Vi interpretaciones fabulosas aunque fueran en polaco o en ruso o en francés. El buen teatro llega aunque no se entienda. Vi mucho teatro, pero sólo algunas obras se me quedaron grabadas en mi memoria. Fueron excepcionales y veinte años después es como si todavía las acabara de ver. El teatro de calidad es algo maravilloso. La obra que reseñas parece muy interesante y aborda un tema importante como es la fabulación en nuestra vida, cómo tejemos una red de apariencias para mantenernos en equilibrio aunque sea precario. Sólo falta que alguien o algo lo haga saltar por los aires y nuestro mundo entra en crisis. Un cordial saludo, y buena semana, colega.

Miguel dijo...

¡Hola Yolanda! he leído con interés tu post y me he quedado con ganas de ir a ver la obra. Si la traen a Castellón haré todo lo posible por ir a verla. La interpretación, conociendo el reparto, la intuyo extraordinaria, y el tema me parece muy sugerente.
Un saludo.