Tenía muchas ganas de ver Up in the air, la última aparición de mi admirado George Clooney en la gran pantalla. Huele a Oscar en varios apartados y creo que se llevará alguno. Es más que alta comedia, ese estilo que en Hollywood dominan tan bien cuando se empeñan. El protagonista, Ryan Bingham, vive de aeropuerto en aeropuerto y de hotel en hotel porque su trabajo consiste en viajar allá donde su empresa le mande para comunicar despidos a empleados de todo tipo. Se lo dice con corrección y frialdad, sin sentimientos. No les da motivos ni explicaciones, sólo les dice que sus servicios ya no son necesarios y les ofrece una carpeta llena de supuestas alternativas porque ese final puede suponer un gran comienzo. Y se va, sin más.
Es todo un profesional de los viajes: hace la maleta tamaño cabina para no tener que pasar por facturación rápida y eficazmente, no lleva más de lo necesario y conoce todos los trucos para no perder tiempo. Sabe a qué agencia de alquiler de coches debe llamar, qué compañía ofrece mayores ventajas y qué tarjetas debe utilizar para ser un pasajero privilegiado. Su aspiración es llegar a una desorbitada cifra de millas viajadas para formar parte de un selecto club que hasta el momento sólo cuenta con seis miembros. Todo sin perder su encantadora sonrisa, su porte impecable y sus modales exquisitos, con una eficacia que ya quisieran muchos, yo misma, que soy un desastre haciendo maletas y me perdería en cualquier aeropuerto, seguro.
Es todo un profesional de los viajes: hace la maleta tamaño cabina para no tener que pasar por facturación rápida y eficazmente, no lleva más de lo necesario y conoce todos los trucos para no perder tiempo. Sabe a qué agencia de alquiler de coches debe llamar, qué compañía ofrece mayores ventajas y qué tarjetas debe utilizar para ser un pasajero privilegiado. Su aspiración es llegar a una desorbitada cifra de millas viajadas para formar parte de un selecto club que hasta el momento sólo cuenta con seis miembros. Todo sin perder su encantadora sonrisa, su porte impecable y sus modales exquisitos, con una eficacia que ya quisieran muchos, yo misma, que soy un desastre haciendo maletas y me perdería en cualquier aeropuerto, seguro.
Apenas pisa por su casa, no tiene casi contacto con sus hermanas y mantiene las relaciones que le apetecen sin ningún compromiso. Se siente libre, aséptico, ligero de equipaje en el sentido más literal del término, sin ataduras, sin compromisos. Es un empleado eficaz que vive de despedir a otros. Es un hombre odioso, pero no puedes odiarle porque es George Clooney, la reencarnación de Cary Grant, pulcro, perfecto, caballeroso, siempre en su sitio, sin despeinarse ni perder la sonrisa.
A veces es invitado a dar conferencias y mantiene una curiosa tesis que fue lo que más me hizo pensar de la película. Muestra una mochila al auditorio y les hace pensar en que la llevan sobre sus hombros. Ahora deben imaginar todo con lo que cargan: muebles, libros, la casa, el coche... todos los objetos que poseemos. Pesan, ¿verdad? Y, visto así, tiene razón: nos empeñamos en atesorar demasiados objetos, muchos superfluos. Yo, desde luego, sé que tengo demasiadas cosas, muchas de ellas en perfecto desuso desde hace años, pero ahí siguen, ocupando espacio y acumulando polvo. Creo que somos muchos los que padecemos el Síndrome de Diógenes pero en limpio, aunque es un flaco consuelo.
Luego pasa a las personas: metamos en la mochila a los amigos, hermanos, padres, compañeros, conocidos, cónyuge, hijos... El peso ya llega a ser insoportable. Y ahí es donde no estoy de acuerdo. Las personas no son una carga, no deben serlo. Si se convierten en un peso imposible de soportar es por un problema serio: alguien que nos está haciendo daño, una relación enfermiza... En condiciones normales, las personas a las que queremos nunca son un impedimento, sino todo lo contrario. Es confortador saber que al otro lado del teléfono suena una voz amiga, que en un momento de apuro sabemos que alguien concreto no nos va a fallar, que si necesitamos ayuda o consuelo alguien nos lo va a proporcionar. Todos necesitamos ese calor humano. Cuanto más llena esté nuestra mochila de personas, más acompañados andaremos nuestro camino.
Ryan no lo ve así, por eso no quiere tener pareja, ni hijos, ni siquiera casa propia. No quiere compromisos ni ataduras. Conoce a Alex, una mujer muy semejante a él, interpretada por Vera Farmiga, una mujer fascinante, elegante y gran actriz. Se ven sin ningún problema cuando quieren, cuando sus respectivos trabajos les permiten coincidir en alguna ciudad del vastísimo EEUU. Se sienten bien juntos, se atraen mucho, se divierten. No piden más. Pero, ay, llega una joven que revoluciona la empresa de Ryan con un nuevo método de trabajo: despido por ordenador. Ya no hace falta ver cara a cara al pobre despedido, la pantalla es un escudo que permite realizar la misma función a miles de kilómetros. Una feroz crítica al sistema capitalista, a la deshumanización de las relaciones laborales: Ha sido un buen trabajador durante veinte años, pero ya no le necesitamos. Adiós y muchas gracias. Buena suerte. Y eso es todo. Ryan no siente nada tras haber dicho lo mismo cientos, acaso miles de veces. Pero ahora este nuevo sistema amenaza con cambiar su forma de vida: no más viajes, no más desplazamientos, es hora de asentarse y echar el ancla. Así que se lo plantea seriamente, pero... Y hasta aquí puedo contar para no destripar el final por si vais a verla.
Las escenas del viaje con su joven nueva colega, la eficiente Natalie, son las más divertidas de la película. Yo también me prestaría gustosa para recibir unas cuantas lecciones del médico más apuesto que pasó por Urgencias. Hay un intercambio de opiniones y de formas de actuar, algo que les cambia a los dos.
Su hermana pequeña se va a casar y eso le lleva a su ciudad natal, a su antiguo instituto, a la poca familia que tiene. Surge un contratiempo y él lo soluciona eficazmente. No cree en el matrimonio, pero sabe que su hermana va ser feliz con ese hombre. Esa escena también es memorable.
Up in the air es una pequeña joya, una obra maestra de la acidez envuelta en azúcar, una fábula de nuestro tiempo, marcado por la prisa, la inmediatez, la falta de valores y el capitalismo feroz. Tiene ternura y tristeza, hondura y humor, inteligencia y pesimismo, todo junto pero no revuelto, muy bien dosificado y mejor contado. Yo pasé un rato estupendo viéndola y os la recomiendo. Es mordaz y elegante sin ser en absoluto superficial. George Clooney es un gran actor. Aún recuerdo la última escena de la gran Michael Clayton, ese largo plano de su rostro en el taxi reflejando los terribles sucesos vividos. Aquí compone un personaje complejo, protegido por una coraza para llevar a cabo su trabajo de tiburón frío y eficiente. Elige ser un solitario para no sentir y así no sufrir. Su mundo afectivo es deliberadamente limitado y aséptico. No tiene escrúpulos por el asqueroso trabajo que realiza. Al fin y al cabo, alguien tiene que hacerlo, y mejor estar a este lado de la mesa si pintan bastos. En tiempos de crisis (¿alguna vez no lo hemos estado?) nadie puede permitirse el lujo de ser compasivo y sensible. Y, sin embargo, es más necesario que nunca ser un ángel fieramente humano, como decía Blas de Otero. Siempre estamos al borde del abismo, por eso siempre necesitamos tener cerca una mano amiga que nos salve de la destrucción.
Ya en Juno, original y divertida, su director y guionista, Jason Reitman, dio buena muestra de su talento. Su hábil mezcla de drama y comedia ya ha recibido varios premios, y con razón. Veremos qué nos ofrece la próxima vez.
Feliz semana a todos.