lunes, 10 de mayo de 2010

LOS CHICOS DE HISTORIA

Llevo todo el fin de semana pensando en la obra de teatro que vi el viernes con algunos colegas. Se titula Los chicos de Historia y ya ha terminado su periplo por toda España, así que mucho me temo que si alguien no la repone no vais a poder verla, lamentablemente. Es de Alan Bennett, autor británico poco conocido aquí. La versión española, así como la dirección e interpretación, es de José Mª Pou, un monstruo de la escena, dueño de un físico imponente y de una voz modulada, profunda e inconfundible. Durante bastante tiempo estuvo poniendo el broche final al programa de la SER A vivir, que son dos días, con un poema siempre adecuado y engrandecido por su perfecta dicción. Cómo me gusta el teatro y los buenos actores... En palabras del propio Pou, el teatro es consuelo. Actores y espectadores comparten el mismo aire, el mismo espacio. El teatro no se puede bajar de internet, supone actividad, desplazarse, complicidad con el autor y los intérpretes.
Los chicos de Historia no es la típica historia de un profesor revolucionario que saca adelante a un grupo de alumnos difíciles. Muestra a un grupo de estudiantes de Secundaria a punto de entrar en la Universidad, preferiblemente Oxford o Cambridge, paradigmas de la excelencia británica, guiados por un profesor poco ortodoxo, Héctor (nombre de héroe, encarnado por José Mª Pou), cínico, algo extravagnte, libre, ajeno a los convencionalismos, que prefiere enseñar a sus alumnos a pensar, a vivir y a madurar a través de la música, el cine clásico y la poesía. El saber no está sólo en los libros de texto. Su asignatura se llama, pomposamente, Conocimientos generales, y él hace lo que le da la gana. Sus alumnos le quieren, permitiéndole ciertas licencias impensables en otros.
Habla sin complejos del placer de ser culto y estar bien educado. La enseñanza es el motivo principal de la función, evidentemente, contraponiendo dos estilos bien diferentes: el profesor cuyos métodos están encaminados a lograr el éxito académico, contratado a tal efecto por el Director, que quiere resultados acordes con sus expectativas, y el humanista nada dogmático que lleva a sus alumnos por caminos artísticos, vitales y nada técnicos. Es el profesor que enseña a vivir, el que habla de poesía y de cine clásico y crea una complicidad especial con los adolescentes, desbordantes de energía. Uno guía por el camino hacia el éxito plegándose a las normas establecidas, otro prefiere primar la madurez personal. Todos los jóvenes desean ir a una buena Universidad, pero disfrutan al mismo tiempo de ese tipo de saber que no suele tener cabida en las aulas. Son brillantes y agudos, saben tocar el piano y cantar, recrean escenas de películas inolvidables y recitan versos inmortales, todo con pasión y convencimiento, sin dejar de triunfar en los estudios. Consiguen su propósito, pero al final de la obra sabremos que su vida posterior no tiene nada que ver con el paso por esos templos del saber. Héctor quiere enseñarles a pensar, a actuar en la vida, enfrentándose al sistema educativo tradicional. Oxford y Cambridge no significan nada, a pesar de su fama.
Dice Héctor en un momento dado que "los exámenes no sirven para nada, sólo para aprobar y lograr una meta cueste lo que cueste". Gran verdad, desde luego. Debemos superarlos para obtener un título o un puesto de trabajo, a costa de muchos sacrificios, pero la vida y la formación personal son otra cosa muy distinta. Y no dejo de preguntarme, hace años que lo hago, cómo demonios se puede compaginar el saber con el disfrute, el estudio con el placer, el rigor con la afabilidad... De algún modo, sé la respuesta. Sé que tras muchas horas de estudio he conseguido importantes metas, y que ha merecido la pena. Eso me ha permitido poder dedicarme luego a otras actividades más placenteras y libremente escogidas y disfrutar de un bienestar nada desdeñable. A veces, muchas, odié algunas asignaturas, algunos profesores, algunos exámenes. Otras supe disfrutar del placer de la lectura, del conocimiento, del saber que había llegado hasta mí tras siglos de cultura, y cuanto más aprendía, más podía seguir aprendiendo.
¿Soy capaz de transmitir ese sentimiento a mis alumnos? No siempre, por desgracia. Cuando les veo desmotivados, apáticos, vagos, me pregunto por qué están así y qué parte de culpa tengo yo. Uno por uno tienen explicación y solución, pero yo no puedo aplicarla, tengo las manos atadas por la burocracia, el sistema educativo y los padres, entre otros obstáculos. No es justo cargar sobre los docentes toda la responsabilidad del fracaso escolar, a pesar de ser un recurso muy utilizado por la demagogia barata. Que si no les motivamos, que si las clases deben ser más atractivas, que si debemos aumentar su autoestima... ¿Y quién habla del amor propio, del interés de las familias, de la superación personal, del esfuerzo, del gozo de aprender? Como decía Elvira Lindo hace poco, antaño nos decían que la vida es un valle de lágrimas y que nada es gratis, hay que ganárselo; hoy las nuevas generaciones se creen desde la cuna en un parque de atracciones con entrada libre en el que sólo cuenta divertirse y disfrutar, por eso no soportan el dolor, de cualquier tipo, el sacrificio necesario para conseguir algo, lo quieren todo y lo quieren ya.
Más de un padre me ha dicho que repetir curso sería un golpe terrible para su retoño, que prefieren que pase aun sabiendo que no está preparado. ¿Qué padre en sus cabales puede decir semejante barbaridad? Pues muchos, lo puedo asegurar. Cierto es que la repetición es el último recurso, pero, ¿quién ha hecho caso a las notas, las llamadas, los controles, los trabajos, los boletines trimestrales...? Apenas unos cuantos; el resto prefieren seguir en el limbo: darse por enterados supone hacer frente a una responsabilidad que les resulta incómoda. Tapan los agujeros afectivos con zapatillas Nike, artilugios electrónicos de última generación y caprichos a tutiplén. Nada de un rato de lectura o conversación con ellos, normas en casa, atención de verdad, palabras de elogio hacia el colegio, preocupación por sus cosas... Hay tantos buenos niños malcriados, desatendidos, engañados... Engañados, sí, engañados, porque no les dicen la verdad, no les exigen un mínimo de orden y esfuerzo, no les enseñan que no hay que conseguir un sobresaliente para ser una persona honesta, recta, cumplidora, trabajadora y leal, pero que sin una mínima formación no van a poder aspirar a un puesto de trabajo mínimamente digno.
Los chicos de Historia es inteligente, mordaz, políticamente incorrecta. El texto no tiene desperdicio y, a pesar de algunos momentos cómicos, resulta dramático y profundo. Dice grandes verdades y provoca serias reflexiones. Habla de cuestiones tan cercanas a todos como la educación, la enseñanza (que no es lo mismo), la cultura, los libros o los clásicos del cine. El largo viaje del conocimiento es variopinto y lleno de rincones. No tiene una trayectoria única, lo que no quiere decir que todas las alternativas sean igualmente válidas. Una profesora madura y sensata (quizá no es casual que sea la única mujer de la función) pone siempre el acento en lo importante. Frente a ella, Héctor es demasiado idealista. Ha vivido mucho y está de vuelta de todo. Dice lo que quizá sea lo más bonito de toda la obra (bastante larga, por cierto): Los mejores momentos de la lectura son aquéllos en los que te encuentras con algo -un pensamiento, una sensación, una manera de entender el mundo- que hasta entonces creías que era íntimamente personal, que sólo era tuyo; y ahora, de repente, lo encuentras expresado por alguien, una persona a la que ni siquiera conoces, o que hace tiempo que ha muerto incluso. Y es como si del libro surgiera una mano y cogiera la tuya.
Esta misma idea, sin conocer este texto, se la he transmitido a mis alumnos desde hace años porque es lo que siento cuando leo, sea lo que sea. Rara vez no me parece el texto humano, nacido de lo más profundo del escritor, representando a todos los demás hombres, haciéndoles a la vez partícipes y protagonistas de la historia que ha creado. Todos podemos sentir el amor, enamorarnos, pero sólo a unos pocos les es dado el privilegio de saber expresarlo como Neruda, Machado, Lorca, Hernández, Juan Ramón y tantos otros que han sabido utilizar la palabra, ese instrumento mágico y maravilloso, para contar un sentimiento universal. Mi modelo ideal de enseñanza de la Lengua sería leer muchos libros, muy diferentes entre sí, para poder llegar al conocimiento del sustantivo y de todos los demás conceptos gramaticales. Y lo hacemos al revés: ésta es la definición de oración, ahora escribe tú los ejemplos. Si algo he conseguido ha sido, precisamente, hacer que mis alumnos difruten con la lectura y que levanten la mano cuando saben que hay un texto que se va a leer en alto.

Termina la obra con una gran verdad: la enseñanza consiste en pasar el testigo, en transmitir lo que hemos aprendido y nos ha llegado tras generaciones de ensayos y descubrimientos. El saber no puede estancarse, hay que compartirlo con los demás. Así se ha llegado a cotas muy altas y no hay que parar. Nuestros hijos tienen derecho a conocer todo lo que la Humanidad ha logrado, para bien y para mal, a través de los siglos. Con ese bagaje cultural construirán su mundo, el futuro, que todos deseamos mejor que el actual. Hay que desearlo y esperarlo, pero para ello hay que trabajar. A los maestros, los grandes transmisores de la cultura, nos compete una gran parte de esa labor, pero no somos los únicos. Si contaran más con nosotros, otro gallo nos cantaría.
Los que hemos vivido otras épocas, otros sistemas de enseñanza, sabemos lo afortunados que son los alumnos actuales y lo mal que aprovechan muchos su suerte. De alguna manera, la mayoría de los maestros de hoy compaginamos el saber más académico con actividades al aire libre, representaciones teatrales, visionado de películas, visitas a museos o centros de interés, referencias a la actualidad, juegos y un sinfín de experiencias, que, a buen seguro, harían las delicias de Héctor.
Me resulta difícil parar cuando hablo de enseñanza, como veis. Vivo profundamente mi trabajo, disfruto con él a pesar de los sinsabores y no hay un solo día en el que no me proponga hacerlo mejor que el anterior. Cuento con el apoyo de un grupo de excelentes maestros que comparten mis inquietudes y están siempre ahí cuando los necesito, tanto para compartir un café como para llevar adelante un proyecto. Por ellos, para ellos y para otros muchos que no conozco escribo éstas y otras líneas, con mi eterno agradecimiento y admiración.
Feliz semana a todos.




11 comentarios:

Joselu dijo...

Hermosa y emocionante declaración de principios de una maestra feliz que reflexiona con honradez y sentido crítico sobre sí misma, el sistema educativo y sus alumnos y a la vez es consciente de qué es lo importante y qué no. Uno de tus posts más densos e interesantes (lo que es frecuente en los tuyos).

La imagen del profesor que encarna Pou coincide en un casi cien por cien de lo que yo entendía en un tiempo sobre mi función de profesor: enseñar a pensar, a sentir, a compartir... El programa era secundario. Era la riqueza que éramos capaces de crear en el aula (y a partir de ella)lo que daba dimensión a nuestro intercambio. ¡Qué maravilla ser profesor entonces! Y qué desdicha serlo en una situación en que da la impresión de que los muchachos que están allí están encerrados en una jaula de la que sueñan escapar, en que la burocracia es abrumadora, en que ya no hay tiempo para pensar y llevar proyectos imaginativos adelante, o al menos yo no lo sé hacer.

Muchas gracias por este post lleno de luz y de compromiso.

Un abrazo.

Cabopá dijo...

Yolanda, plas,plas,plas....plas. Aplausos para ti y tu entrada sobre teatro y enseñanza...Enfocas y enlazas los temas de una manera magistral; llena de un especial toque de distinción...Me gusta leerte y admiro tu capacidad de expresión. Estoy de acuerdo totalmetne contigo con la visión de tu ejercicio de maestra..Y pienso como tantos (o nó..) que no es lo mismo enseñar que educar...Ay los padres,que ocupados están que llenan el ocio de ocupaciones y actividades que en vez de servir para disfrutar son un cumulo de nerviosismo y estrés....Me has recordado aquellos poemas que leía, recitaba Pou en "A vivir que son dos días" eran un maravilla...El es un actor como la copa de un pino y no va por ahí alardeando....
Genial como siempre tu entrada, aunque hoy no hayas hablado de cine...Besicos.

Novicia Dalila dijo...

Yolanda, te admiro.
Admiro tu capacidad de análisis de todo lo que te entra por los ojos y los oídos y sobre todo, admiro profundamente tu capacidad para sintetizarlo y transmitirlo. Estoy segura de que tus alumnos están encantados...
Estoy de acuerdo con tu descripción de José Mª Pou. Un mostruo que creo no ha sido siempre valorado como se merece...

Un beso fuerte, Yolanda, y cuídate mucho. El brazo mejor??? Un poquito por lo menos'??

Yolanda dijo...

Joselu, siempre he intentado saltarme la parte más burocrática y fea de la enseñanza, haciendo hincapié en el aspecto personal, ya que al fin y al cabo somos personas y tratamos con otras personas, algo casi nunca fácil. No todos entienden esa intención, me revienta que nos llamen "trabajadores de la enseñanza", no es así como me gusta ser llamada. Habrá quien lo prefiera, allá ellos.
Cierto es que la situación actual es más difícil y complicada. Surgen problemas serios de indisciplina y desgana a edades cada vez más tempranas. Mis alumnos de once años ya apuntan maneras de adolescentes insoportables, convencidos por los medios de comunicación (una colega dice que vaya daño está haciendo el Disney Channel) de que son diosecillos con derecho a todo y sin obligaciones. Es una pena, realmente. Yo me siento moderadamente satisfecha con los resultados de mi trabajo, aunque siempre deseo hacer más. Me ocurre cada año. Cuando, pasado el tiempo, van a verme antiguos alumnos para decirme que tenía razón, me siento contenta.
Un fuerte abrazo, colega.

Yolanda dijo...

Cabopá, gracias por tus elogios. Ya sabes que escribo lo que siento, no sé inventar historias. Me alargo demasiado, debería aprender a resumir, pero ya sabes eso de "no tengo tiempo para ser más breve". Un tema me lleva a otro, la vida no está formada por compartimentos estancos sino por una red intrincada y compleja que nos envuelve y nos lleva de un aspecto a otro sin darnos cuenta. Me gusta mantener viva la curiosidad y aprovechar cuanto veo y oigo, por eso el cine, el teatro, la lectura, los museos... me sugieren tantas líneas.
Espero volver a hablar de cine dentro de unos días.
Un beso.

Yolanda dijo...

Novi, ojalá todos mis alumnos estuvieran tan encantados como tú crees. La mayoría aprecian lo que hago (hacemos, pues no estoy sola) y lo que siento es no tener soluciones para todos.
No me gusta pasar por lo que me rodea sin aprovecharlo y disfrutarlo. Mi defecto es que no sé resumir y que casi todo lo enfoco hacia mi trabajo, aunque eso me permite llevar al aula aspectos bastante insólitos que no aparecen en los libros.
Mis contracturas van mejor, aunque no bien del todo aún. Mi hermana está en casa desde el lunes, así que gran parte de la preocupación desaparece y, sobre todo, las visitas al hospital, que me agotaban.
Un beso, querida Novi.

Miguel dijo...

Como siempre, Yolanda, un post magnífico, donde aúnas sabiduría por el arte escénico y cinematográfico y sabiduría profesional. Da gusto leerte. Es increíble las lecturas que sacas de una película, de una obra de teatro. Te admiro, querida maestra feiz. Igual que admiro esto último, tu felicidad en tu (nuestra) profesión. Cuando acabo de leer un post de los tuyos, me animo. Me dan ganas de superarme mañana cuando me enfrente, bueno, no quería usar esta palabra, pongamos mejor, cuando me encuentre delante de mis alumnos. Y aunque sé que no vamos a cambiar el mundo, voy a regalarles un poco de alegría de vivir. Un poco de mi felicidad que guardo para repartir en estos momentos.

Un beso.

Lola dijo...

Que bueno y que pasión pones al escribir este post. Me ha encantado Yolanda, y aunque yo no pertenezca a vuestro gremio te entiendo muy bien y comprendo lo que dices. Me figuro que ver esta obra habrá sido una gozada para tí. Me alegro que pases buenos ratos. Te abrazo con cariño Lola

Yolanda dijo...

Miguel, es cierto que vivo mi trabajo con entusiasmo y dedicación, a veces con exceso de celo, lo que me lleva a otros problemas. No todo el mundo lo entiende, qué le vamos a hacer. Los padres en general aprecian el seguimiento exhaustivo y el interés, otros lo interpretan como una persecución. Ahora que se acerca el final de curso viene el dilema de si aprobar o no a unos cuantos. No me duele aprobar a los que creo que saldrán beneficiados por su paso al IES, si cuentan con el apoyo de los padres, claro, pero me fastidia muchísimo, porque me parece injusto, tener que aprobar a los vagos de solemnidad que sin dar un palo al agua son capaces de alcanzar los objetivos mínimos (es que son tan mínimos que casi están enterrados) porque son inteligentes, hay que fastidiarse. A la larga fracasan, porque con el tiempo no basta la simple retentiva, hay que dedicar horas y esfuerzo al estudio, pero allá ellos y sus padres, avisados están.
Gracias por tus elogiosas palabras. La semana que viene te diré en qué hotel estaremos, creo que es el Orange, y el móvil del colegio, que será el que utilice, a falta de uno propio.
Un abarzo, colega.

Yolanda dijo...

Lola, ya sabes que suelo disfrutar con lo que veo y procuro sacarle todo el jugo posible. Si el tema me toca tan de cerca como esta vez me resulta difícil abreviar y no contar todo lo que me sugiere. Para los no docentes también es interesante, creo yo. Hay tanto que ver y gozar...
Un beso.

Fernando Manero dijo...

La vi en el Teatro Calderón de Valladolid y me gustó mucho. Un homenaje a la labor, muchas veces ingrata, de enseñar. Con humor y tristeza a la vez, con sentido del compañerismo y con ribetes de individualidad, con pasión y querencia.... todos los matices que caber pueda de la enseñanza en sus multiples perspectivas y dimensiones. Pou inmenso, como siempre. Una joya. Tan grande como tu alegato a favor de la enseñanza. Un abrazo