martes, 1 de marzo de 2011

ESOS NIÑOS DEL CINE...

Apagados ya los ecos de los excesivamente publicitados Óscar de Hollywood (espectáculo llama a espectáculo), lejos de los modelitos lucidos por las estrellas y los discursos casi siempre previsibles, en una gala bastante plúmbea, según los críticos (yo sólo he visto pequeños cortes), sólo cabe alegrarse de los merecidos galardones obtenidos por la magnifica El discurso del Rey (¡no os la perdáis!) y alguno más: Toy Story (emocionante y sensible), Christian Bale (tengo ganas de ver The fighter), el más que cantado de Nathalie Portman (aún no he visto su Cisne Negro) y las muchas desilusiones, inevitables siempre. Pero bueno, todo forma parte del mismo circo, con más o menos fortuna.
Antes del día D fui a ver Valor de Ley, no sin cierta reticencia. No todo lo de los Coen me gusta y el western es un género difícil que ha dado maravillosas películas y terribles bodrios, cómo no. Yo vi la primera versión de ésta allá por 1970, quizá, cuando se estrenó. Con ella ganó el codiciado Óscar John Wayne, el Duque, el ídolo de mi padre. Encarnaba a un alguacil tuerto que ayuda a una insoportable Mattie (Kim Darby, de la que Wayne dijo que era "la peor actriz con la que había trabajado") a vengar la muerte de su padre. En esta nueva adaptación una portentosa Hailee Steinfeld se come a los tres machotes duros y curtidos encarnados por Jeff Bridges (qué bien está siempre este hombre), Matt Damon (nada de chico guapo aquí) y el malvado Josh Brolin. Mattie aquí es valiente, tozuda, intrépida, inteligente y hábil. Gracias a ella el malo paga sus culpas y otros no mejores que pasaban por allí se llevan también lo suyo. Hay cierta socarronería, propia de los Coen, dureza y cinismo. Me parece una película formalmente perfecta, idónea para recrearte en la fotografía, los detalles, los diálogos... Se merecía mejor suerte en el reparto de premios, pero qué se le va a hacer, la estatuilla sólo puede tener un ganador por categoría.
Por cierto, no sé si será debido a la publicidad de estos premios pero las tres últimas semanas he visto los centros que albergan salas de cine abarrotados, hasta los topes, como hacía tiempo que no veía, a pesar de la maldita crisis y del final de un mes siempre difícil. ¿O no será tanto como dicen? No entiendo nada, la verdad, pero me alegro de veras.
Por el contrario, Pa Negre fue la gran sorpresa de los Goya, versión hispana del circo americano. Fui a verla atraída por las críticas más que por el aluvión de premios. Temí que me desilusionara como me ocurrió con La Soledad hace un par de años, creo, pero sentí todo lo contrario: una sacudida desde la brutal escena inicial, un estremecimiento en varias más, una indignación creciente y un encogimiento del alma al ver a unos niños perder la inocencia por la maldad de sus mayores, arrastrados a la vergüenza y la miseria moral y física por la reciente guerra y el odio que germina con demasiada facilidad en el ser humano. Apenas hay bondad en esta historia de crímenes ocultos y venganzas crueles. El mundo rural catalán de la posguerra es mostrado en toda su crudeza. Hay amos ricos y egoístas, amparados por su poder para abusar de los campesinos que cuidan sus tierras, carentes de todo escrúpulo para desposeer de su fortuna al beneficiario legal. Pero no son mejores los perdedores de la contienda, aunque cobijados a veces por sus ideales, sobrepasados por la terrible realidad.
La historia se va desentrañando en sucesivas capas que encierran un misterio tras otro, un pasado oculto no sólo por la guerra sino por el odio, la injusticia y la intolerancia. No es otra película sobre nuestra maldita Guerra Civil, es un relato descarnado sobre la pérdida de la inocencia y la necesidad de expiar las culpas. El sexo ocupa un lugar destacado, es descubrimiento doloroso en los niños (terribles escenas) y opresión en los adultos, incapaces de escapar a su destino, arrastrados por el rencor y la crueldad. Ni los buenos resultan tan puros como parece en un principio ni los malos son tan terribles como en otras ocasiones, y eso que Sergi López da casi tanto miedo como en El laberinto del Fauno. Todos los actores están fabulosos, desde Nora Navas hasta Laia Marull y Eduard Fernández, pero destacan los niños, sobre todo Francesc Colomer, fantástico como el centro donde convergen otros personajes y a través de cuya mirada descubrimos secretos y traiciones, las mentiras que ocultan los adultos, incluso los más idealizados, empezando por su propio padre, al que adora hasta que... El gesto duro que muestra en el cartel anunciador es el perfecto resumen de la película: me habéis robado la inocencia, me habéis mentido, pero voy a construir mi futuro lejos de vosotros, sobre esas cenizas en las que habéis convertido los sueños y aspiraciones de tantos como yo, marcados para siempre.
Hay sordidez en esas casas oscuras y frías con puertas cerradas, fotos que esconden secretos y rincones casi sagrados. Los amos han huido y han dejado a muchos en la obligación de buscarse la vida criando pájaros o trabajando en fábricas. No hay nada idílico, incluso la naturaleza es dura y salvaje, como esos seres obligados a urdir una nueva mentira para tapar la anterior. Son crueles quizá sin posibilidad de escape. Todo parece confabularse para destruir cualquier esperanza, la oscuridad no es una metáfora sino una realidad opresiva de la que nadie puede escapar. Hay dolor y muerte, venganza, todo tan negro como ese pan que envenenaba las entrañas. No es algo exclusivo de la España de 1944, pero sigue siendo algo muy nuestro que a menudo se nos olvida. Y la memoria ha de servir para algo, para aprender y no repetir tan terribles errores. No soy partidaria de idealizar el pasado ni de falsificarlo para justificar equivocaciones antiguas o actuales, creo que por difícil que sea lograr la objetividad hay que saber que ciertos valores son intocables y que perseguir a los homosexuales, asesinar a los judíos, abusar de los más débiles y perseguir a los que piensan de manera diferente siempre está mal, lo haga quien lo haga.
Pa Negre es una película excelente que espero sea vista ahora por mucha gente gracias a la publicidad de los Goya merecidamente ganados. No es agradable de ver ni cómoda ni complaciente, pero resulta fascinante y altamente recomendable. Quizá me anime a leer la novela en la que está basada.
Aprovecho para recomendaros el comentario que he encontrado en www.jmbigas.blogspot.com sobre ella, es excelente y muy bien documentado.
Pasad estos días de frío lo mejor posible. Un saludo a todos.









domingo, 20 de febrero de 2011

CINCO HORAS ENTRE MUJERES

Un sobrio escritorio. Unas sillas. Un ataúd. Una iluminación discreta. Una mujer enlutada que estruja un pañuelo entre las manos, suspira y empieza un largo monólogo en el que da rienda suelta a sus sentimientos y recuerdos porque el difunto es su marido, Mario, fallecido durante la noche por un fulminante infarto. Con estos escasos mimbres Miguel Delibes escribió hace más de cuarenta años una obra estremecedora, novedosa, única. Aprovecha el personaje de Menchu, Carmen Sotillo, la viuda, para dar su visión de la España de aquellos años y los anteriores, los de la guerra y sus consecuencias.
La gran Lola Herrera se empeñó en convertir este texto denso y vigoroso en un monólogo teatral allá por 1979. La representó durante once años, que se dice pronto. En 1981 rodó Función de Noche con Josefina Molina. Alguien dijo de esta película que era el mejor desnudo del cine español. En ella Lola y su exmarido, Daniel Dicenta, conversan sobre su matrimonio, su ruptura, sus mutuos reproches. La vi entonces y me asombra recordar tantos detalles: cómo confiesa que fingía los orgasmos (algo que ofende muchísimo a su marido), su intención de operarse los pechos hasta que su amiga Juana Ginzo (grandísima actriz radiofónica) la disuade, la ilusión por adecentar una casa en un pueblo... Se intercalan algunas escenas de Cinco horas con Mario, obra que entonces interpretaba y que le provocó una profunda crisis personal porque se resistía a aceptar que había en ella más de Carmen Sotillo de lo que estaba dispuesta a admitir.
El libro está entre los más importantes de Delibes, pero la versión teatral quedó dormida durante años hasta que la misma Josefina Molina ha vuelto a ponerla en pie con una nueva intérprete, Natalia Millán, más conocida por sus papeles musicales que por los dramáticos. Su interpretación es maravillosa, perfecta. Presta al personaje una dicción más rápida, mayor inflexión en los pasajes con cierta jocosidad y una soltura envidiable, de todo punto necesaria para sostener en solitario un monólogo que va de lo dramático a lo anecdótico, del dolor al reproche, del conformismo a la confesión. Para el público más joven resultará difícil entender el tipo de mujer que representa Menchu: clasista, tradicional, machista, escandalizada por las ideas más progresistas de su marido, que comprendía a las prostitutas y cuestionaba la autoridad de un guardia civil, por ejemplo, iba al trabajo en bicicleta y renunciaba a prebendas por defender su integridad. Ella no entendía su falta de ambición, le echa en cara haber renunciado a ciertos trabajos por defender sus ideas y no haber cedido a su capricho de tener al menos un seiscientos, que en aquella época lo tenían hasta las porteras. Carmen pertenece a una familia algo venida a menos pero con ciertos delirios de grandeza, como los antiguos hidalgos. Dice en varias ocasiones que dejó pasar la oportunidad de casarse con un hombre de futuro más prometedor al que vuelve a ver casualmente veinticinco años más tarde al volante de un flamante Tiburón rojo. Está a punto d etener un desliz pero asegura que no pasó nada, nada.
Carmen se desahoga en esa noche ante su marido de cuerpo presente. Su matrimonio no ha sido feliz, como tantos otros, sostenido por el inviolable sacramento y la presión social, que en aquella época tenía una fuerza hoy incomprensible. Es una mujer que no ve con buenos ojos que otras estudien, a ver para qué lo necesitan. Con saber andar erguida, mantener un buen aspecto y desenvolverse con soltura en público cumplen de sobra. Se refiere en varias ocasiones a su madre, todavía más tradicional, que la educa en ese modelo de mujer sumisa, descanso del guerrero y ama y señora en ciertas cuestiones, siempre a la sombra del varón. El papel duro es para ellas, ellos descansan cuando les echan las bendiciones: se aseguran tranquilidad en el hogar y fidelidad de por vida. Se queja, sin embargo, de la falta de pasión de Mario, que en la noche de bodas ni siquiera mostró interés carnal por ella. Sabe que otros aún la admiran y piropean, pese a haber tenido cinco hijos.
Justifica la existencia de los pobres porque gracias a ellos existe la caridad. Argumentos como éste resultan hoy realmente chocantes, como otras de sus ideas. No entiende que su hijo mayor no quiera ponerse de luto, una tradición de fuerte arraigo durante siglos. Bien que lo contó Lorca en La casa de Bernarda Alba.
Los largos aplausos premiaron el esfuerzo de Natalia Millán. Es de suponer que se mantenga largo tiempo en cartel para que muchos puedan disfrutar de esta gran obra y comprender o recordar cómo éramos no hace tantos años. Es una buena ocasión para revisar un clásico moderno. Delibes murió sin recibir el Nobel, algo que muchos nunca entenderemos.
Una cena tranquila remató deliciosamente nuestra salida. Éramos cuatro mujeres unidas por nuestra pasión por la enseñanza, preocupadas por los vaivenes del mundo actual y buenos ejemplos de mujeres preparadas y trabajadoras, nada que ver con ese arquetipo que acabábamos de ver. Las mujeres podemos ser las mayores aliadas o las peores enemigas con respecto a otras. Nadie comprende a una mujer mejor que otra mujer, pero por lo mismo llegamos a veces a hacer un daño considerable. No es nuestro caso, afortunadamente. Se siente una tan bien pudiendo ser sincera, hablando de los temas más diversos, desgranando confidencias y recuerdos, proyectos, sin caer en los tópicos que se siguen empeñando en adjudicarnos cortedad de ideas y pobreza de miras. Qué poco nos conocen... Gracias por tan estupenda noche, Blanca, Concha y Charo.




miércoles, 9 de febrero de 2011

AMADO/ODIADO CUERPO

Las mujeres tenemos una relación ambigua con nuestro cuerpo. Lo cuidamos y mimamos hasta el exceso y, sin embargo, nunca nos sentimos satisfechas con él. Muy pocas se quejan de la falta de peso, lo normal es sufrir por su exceso, sea real o no. Siempre he dicho que en la maldición bíblica que condena al hombre a trabajar y a la mujer a parir con dolor tras la expulsión del paraíso falta añadir: "Y te pasarás toda tu vida a régimen". ¿O no es una cruz sufrir desde la infancia la tiranía de los kilos, el vello, las arrugas, la falta de agilidad y elasticidad, la pérdida de atractivo y demás atributos "femeninos"? Nos enseñan desde la cuna a ser atractivas, a pasar horas delante del espejo, a sacrificarnos para mantener un aspecto lozano aun en las situaciones más adversas. Si hay que pasar frío, se pasa, pero lucimos a toda costa ese vestido de tirantes que pensamos nos hará ser el blanco de todas las miradas. No importa el sacrificio de renunciar a nuestros manjares preferidos, somos esclavas de la lechuga y el queso desnatado con tal de seguir poniéndonos esos vaqueros ajustados que significan nuestro poderío físico.

Pasados los cincuenta, incluso antes, es prácticamente imposible estar "divina de la muerte", salvo excepciones que jamás confesarán cómo consiguen ese aspecto envidiable, pero el resto de las mortales sabemos que los músculos pierden elasticidad y fuerza con cada cumpleaños, que la piel se apaga y arruga, que los huesos se vuelven más frágiles y que nuestro amado/odiado cuerpo cambia irremediablemente. Cuesta aceptarlo, y hay quien no lo hace, por eso resulta patético ver mujeres maduras empeñadas en aparentar tener veinte o treinta años menos.

Por si no fuera poca desgracia asumir la caída de la carne, hace falta mucho más dinero para encontrar ropa que nos siente bien. Con veinte años y cincuenta kilos lucimos estupendamente las camisetas baratas de Carrefour y los bikinis tres por dos de las rebajas; dos décadas y varios kilos más tarde hemos de recurrir a buenas hechuras que cuestan bastantes euros para estar guapas. Es cierto que a más edad suele corresponder mayor poder adquisitivo, pero muchas tiendas no se han enterado y siguen poniendo a veinteañeras inexpertas (escuálidas, por supuesto) a despacharnos, por lo que sus miradas despectivas y sus comentarios ("No tenemos tallas mayores") nos sientan como un tiro. Carentes de sensibilidad y no digamos de empatía, nos hacen sentirnos gordas y viejas por no poder embutirnos en una 38. Hay marcas de alta costura y lencería que no fabrican tallas grandes (omito los nombres para no hacerles propaganda), así que, por mí, les pueden ir dando. Ellos se lo pierden. Por eso me alegro de haber encontrado a Isabel, una dependienta encantadora que sabe lo que queremos y necesitamos las mujeres entradas en años y en kilos. Paradójicamente, me ha contado en alguna ocasión que las poseedoras de un cuerpo delgado son más impertinentes y exigentes. La creo, desde luego. Dice que nosotras somos más alegres, estamos más satisfechas, somos más agradecidas. La mayoría trabajamos, lo que significa que no tenemos mucho tiempo para arreglarnos y por eso buscamos ropa práctica y cómoda, amén de bonita, que la hay, por suerte. Hace no muchos años las mujeres de "cierta edad" estaban condenadas a lucir tejidos oscuros y cortes austeros nada favorecedores; hoy la variedad es infinita y podemos llegar al trabajo arregladas y espléndidas sin tener que pasar horas ante el espejo y habiendo empleado un presupuesto moderado.

Hoy nadie duda de la importancia del ejercicio físico para estar bien a cualquier edad. Cuando yo estudiaba Bachillerato la asignatura en cuestión se llamaba Gimnasia y era impartida por profesoras de la Sección Femenina que jamás se pusieron chándal y zapatillas. Daban órdenes sin apenas mover un músculo. Nosotras debíamos llevar unos odiosos pololos bajo la falda, qué ridiculez, por Dios, y qué incomodidad. Nos desplegábamos estilo militar y hacíamos unos ejercicios tontorrones que en nada se parecían a lo que hoy se practica en cualquier clase de Educación Física y no digamos en un gimnasio. Yo pisé uno por primera vez a los treinta y siete años, y sigo acudiendo a él regularmente, aunque tengo épocas de alejamiento y dejadez por diversas circunstancias. Así descubrí que tengo cantidad de músculos cuya existencia desconocía hasta que empezaron a dolerme, y aprendí que se llaman cuádriceps, gemelos, tríceps, abdominales inferiores, y una larga lista que ríete tú de la asignatura de Anatomía. Hay que trabajarlos y estirarlos, moldearlos y sentir cómo se van volviendo más flexibles con el ejercicio continuado. Tras una buena clase (no todas lo son, al menos no para mí) y, si puedes, una ducha, te sientes como nueva, más ágil, más fresca, más joven.
A lo que no consigo acostumbrarme es a la música machacona que muchos monitores adoran, nunca he entendido por qué. La ponen a todo trapo, además, se supone que para animar a la gente, porque su mayor felicidad es sudar como cochinos. Si no, no tienen sensación de estar machacándose. Y claro, venga a dar saltitos, giros, subidas al step, levantamiento de pesas, abdominales inhumanos... A muchos les encanta el spinning, qué suplicio... Yo lo odio. Ahora me gusta el Pilates, que de suave no tiene nada, pero al menos lleva otro ritmo, nada de saltos, y la música es muy agradable. He aprendido a manejar con cierta soltura el fitball, esa pelota enorme que sirve para hacer cantidad de ejercicios como quien no quiere la cosa, pero de inocente no tiene nada. Al final Virginia, la monitora, nos deja unos minutos para relajarnos, una delicia. Me admira su cuerpo, trabajado y flexible, una meta inalcanzable para mí. Claro, nuestros respectivos resultados van en relación directamente proporcional al tiempo que dedicamos al ejercicio, y eso tiene poco remedio, pero bueno, mi meta no es ésa, sino encontrarme razonablemente bien y tratar de paliar mis dolencias. Miro de reojo a mis compañeros de sudores y pienso cómo demonios llegan a doblarse de esa manera, yo cada vez tengo más lejos los pies, y no porque haya crecido precisamente.
Me gusta pasear al aire libre siempre que puedo, correr un poco, hacer algún ejercicio... Según los médicos, eso es suficiente para estar en forma y mantener la tensión en su sitio, que es lo que yo necesito. Pero debo confesar que lo practico poco, sobre todo en invierno, con los días tan cortos. Ahora que van alargándose es más fácil encontrar un rato para salir y disfrutar.
Lo que tengo pendiente, y me temo que nunca haré, es emprender el Camino de Santiago, pero a lo señorito, que ya estoy muy mayor para andar treinta kilómetros al día con una mochila a la espalda y dormir en albergues. Sé que debe hacerse así, pero yo quiero tomármelo con más relajo, como dicen los canarios. Iría con un coche de apoyo para no cargar con toda la impedimenta y poder descansar cada tres o cuatro días, en un hotel, por supuesto, para echar un sueñecito después de comer. No quiero hacer un viaje iniciático, quiero disfrutar sin machacarme más de lo necesario. Algún día... El otro día escuché por la radio la aventura de dos españoles que tras hacer el Camino al estilo clásico se lanzaron a irse nada menos que hasta Jerusalén, hala, a la vuelta de la esquina, como quien dice... Han recogido su aventura de diez meses en un libro, pero no recuerdo el título.
Por cierto, hoy en el suplemento de El País publican un reportaje sobre Sofía Loren en el que aparece espléndida, maravillosa a sus 76 años, lo que me hace sospechar que las fotos han sido muy retocadas y que ha costado horas y horas conseguir ese peinado, el maquillaje, los modelos que luce... Todos sabemos que vistas al natural ninguna de esas diosas supera la prueba del algodón. El mérito está en madrugar, trabajar, llevar a los niños al colegio, ir a la compra, cocinar, limpiar, poner la lavadora, fregar... y estar hecha un pincel, encima. ¡Anda ya! Eso sí, no renuncio a mi hora semanal con Rubén, mi maravilloso fisioterapeuta desde hace años. Moviliza mis maltrechos hombros y brazos, relaja mi contracturada espalda, aplica técnicas cuasi milagrosas allí donde lo necesito sin necesidad de preguntarme porque lo sabe mucho mejor que yo. En su caso juventud y experiencia forman un equipo insuperable.
Querido y odiado cuerpo, el que sostiene nuestros pensamientos tanto como nuestros pasos, el que nos pone en contacto con los demás y nos proporciona deleites relacionados con la comida, la bebida, la música, la pintura, la naturaleza... Intentaré hacerte más caso sin esperar a que protestes y tratarte (tratarme) mejor cada día.
Feliz semana a todos.

lunes, 7 de febrero de 2011

OH, LAS MEIGAS DEL CIBERESPACIO...


Bip, bip, error...error... ¿Qué ha pasado? No lo sé, pero lo que escribí ayer ha aparecido misteriosamente como publicado en noviembre. A ver si soy capaz de daros la forma de encontrarlo (un día de éstos he de aprender a poner enlaces...): http://unamaestrafeliz.blogspot.com/2010/11/amadoodiado-cuerpo.html

lunes, 31 de enero de 2011

EL SENTIMIENTO NOS HACE HUMANOS



La semana pasada asistí por primera vez a una comida en Alcalá de Henares que reunió a unas cincuenta personas que tenían en común (la mayoría, pues había cónyuges) haber estado en el Sáhara Español tiempo atrás (y tanto, alrededor de cuarenta años, casi nada...) Mi hermano Emilio era asiduo a estas reuniones y fui sobre todo por él. Mis motivos para no ir antes son bastante personales. El caso es que vencí mis temores y me reencontré con antiguos compañeros del Instituto "General Alonso", amigos de la infancia, vecinos... Fue muy emotivo. Santo cielo, qué cantidad de recuerdos... Parecen dormidos, pero algunos afloran de la manera más inesperada. Cuántas cosas perviven tras décadas en la sombra, en la trastienda de la memoria... Somos aquellos que fuimos pero también somos los de ahora, con ese bagaje personal a cuestas. Recordamos a antiguos profesores, anécdotas, vivencias, a los ausentes, nos pusimos al día en cuanto a profesiones y familia... Para mí supuso un choque que aún no he terminado de asimilar. Me considero un tanto apátrida, sin una casa familiar ni un pueblo al que ir. Quizá mi hogar siga estando en El Aaiún, entre las dunas, en la playa... Quiero escribir sobre todo ello antes de que se me olvide definitivamente.
Por otro lado, mi hermana sale ¡por fin! mañana del hospital para terminar la recuperación en casa, y yo tengo tres días de baja porque mi garganta llevaba mucho tiempo tranquila y se ha puesto rebelde, me duele y necesita Neobrufén, vahos, gárgaras, descanso y silencio. Así que aquí estoy, encerradita y cuidándome...

Fui a ver Más allá de la vida a pesar de algunas críticas que no perdonan al viejo Clint que no entregue una obra maestra tras otra, como si fuera tan fácil... La verdad es que me gustó mucho, aun reconociendo que está lejos de Mystic River, Million Dollar Baby o Cartas desde Iwo Jima, que por cierto pusieron en la tele doblada (yo la vi en versión original). Lo que me asombra de este gran hombre de cine es que no repite los temas y es capaz de cambiar de registro sin aparente esfuerzo. Lo mismo se pone casi odioso en Gran Torino que aparece insólitamente tierno en Los puentes de Madison. Demuestra una sensibilidad poco común al filmar las historas más diversas, mima a sus personajes, cuida hasta el último detalle y acompaña todo ello con una música suave y sugerente.



El tema de Más allá de la vida es delicado, resbaladizo. Tres personas ven cambiar sus vidas a raíz de experiencias relacionadas con la muerte, con la visión de lo que hay al otro lado. No pretende dar respuestas, sólo muestra su sufrimiento. No da una charla metafísica ni manipula nada. Hay cantidad de charlatanes y embaucadores sin escrúpulos que sacan pingües beneficios del dolor ajeno y timan descaradamente a personas que buscan respuestas porque han perdido a alguien muy querido. En la película, Marie (Cécile de France), una periodista francesa, está a punto de morir en el tsunami de Indonesia. Milagrosamente, vuelve a la vida, no sin haber visto qué hay más allá, lo que transforma su vida. Se dedica a buscar respuestas, sabe que muchas personas han experimentado lo mismo. Su existencia da un vuelco personal y profesional.



En Londres viven Marcus y Jason, gemelos idénticos que deben cuidar de su madre alcohólica con una madurez impropia de su edad. Jason muere trágicamente y Marcus no sabe cómo afrontar la vida sin él. Necesita respuestas, se siente muy solo. Le buscan una familia de acogida mientras su madre se somete a una cura de desintoxicación. Así, tras varios intentos infructuosos, contacta con George (Matt Damon), poseedor de lo que él considera una maldición más que un don: a través de las manos contacta con lo más íntimo de las personas, lo que le proporciona bastante dinero hasta que decide llevar una existencia al margen de todo eso, a pesar de la oposición de su hermano, que sólo ve en ello un buen negocio. Su gran ídolo es Dickens, cuyas obras escucha para ahuyentar esos fantasmas que le atormentan. Su admiración le lleva a Londres, donde visita su casa natal. Y así confluyen las tres historias, tres personas de diferente edad y condición que tienen en común el dolor relacionado con la muerte. Porque no sé de dónde ha salido ese niño con la angustia reflejada en su cara pero es lo que más me emociona de toda la película, y es lo que agradezco al cine, esa capacidad de removerme por dentro. Habrá quien diga que es tramposa y cosas así, pero yo la recomiendo porque es sensible y sin pretensiones. Clint Eastwood sólo quiere contar una historia (tres, en este caso) con sobrado dominio de la cámara (fabulosa la escena inicial del tsunami) y sin pretender dar lecciones de moralidad o aparentar ser un experto parapsicólogo. Nada más... y nada menos.



De dioses y hombres no habla del Más Allá, sino de unos monjes cistercienses que viven en el humilde monasterio de Tibhirine (Argelia) sin hacer proselitismo, conviviendo pacíficamente con los habitantes musulmanes del poblado cercano, participando de sus celebraciones y ayudándoles en todo lo posible, dándoles atención médica y demostrando que la convivencia es posible si se dejan a un lado los fanatismos y la intolerancia. Los ocho monjes, con Christian a la cabeza (magnífico Lambert Wilson), viven de su trabajo, recolectan miel para venderla en el mercado, cuidan el huerto, rezan y entonan cánticos varias veces al día, en suma, dedican su vida a la oración y al trabajo (Ora et labora) y a ayudar al prójimo, sea el que sea. Más de uno ha recordado El gran silencio, documental que no vi. Estos monjes encarnan lo que debería ser siempre la Iglesia Católica: humilde, tolerante, pacífica... Si yo conociera más ejemplos así seguramente cambiaría de opinión respecto a ella, pero...





Desde principios de los 90, todo cambia. El ascenso del radicalismo islámico envuelve al país en una revuelta sangrienta que acaba con el asesinato del presidente Mohamed Boudiaf. En la Nochebuena de 1995, un grupo armado entró en el monasterio. Presentan un ultimátum a los monjes: deben marcharse, abandonar el país. Los monjes se ven obligados a decidir colectivamente. Su elección, sea la que sea, tendrá conscuencias irreversibles. Cuando rechazan la protección del Ejército, el único que puede defenderles de los rebeldes, el gobierno argelino les pide que regresen a Francia. Cada monje deberá decidir de acuerdo con lo que está en juego a nivel humano, político y religioso, además de profundizar en su alma y su conciencia. La tensión dramática acompaña la vida diaria, tanto práctica como mística, de la comunidad: sus fuertes ataduras con los habitantes del pueblo vecino, así como el espíritu de paz y caridad que intentan oponer a la violencia que sacude el país.







De dioses y hombres describe la realidad de la entrega de los monjes, el mensaje de paz que desean compartir al quedarse con sus hermanos musulmanes y la posibilidad de un terreno fraternal y espiritual compartido entre la cristiandad y el Islam. Los monjes llamaban al ejército "los hermanos de la llanura" y a los terroristas "los hermanos de la montaña". No tenían nada de ingenuos, eran conscientes de que pisaban la delgada línea entre dos bandos y que su posición era muy ambigua.
Los monjes cistercienses-trapenses basan su vida monástica en los cantos, los rezos, el trabajo, el silencio, las enseñanzas del abad y los intercambios entre monjes durante los Capítulos. Todo se decide mediante votación precedida por una conversación privada en el despacho del abad. No tienen una misión apostólica de evangelización y no practican el proselitismo. La regla de San Benito exige que alberguen la prójimo y compartan con él lo que tienen, sobre todo con los pobres y los extranjeros y los que sufren. Fomenta el trabajo manual y las relaciones con los vecinos durante periodos de inseguridad y restricciones.






Es una película bellísima, dramática y tremendamente poética a la vez, humana y reflexiva. La escena más emocionante muestra a los monjes escuchando El lago de los cisnes de Tchaikowski en un clímax inigualable, prólogo del terrible final. Es una historia conmovedora. Los monjes son al fin y al cabo humanos y tienen dudas, vacilan sobre la decisión que deben tomar, pero saben que su camino está trazado. Nadie menciona la palabra "martirio", no lo veían así. Vemos sus contradicciones y su coraje, tienen miedo de quedarse pero traicionarán sus principios si huyen a Francia. Quieren vivir pero saben que en buena medida han quemado sus naves y que su futuro, quizá muy corto, está en esa tierra.
Me pregunté una y otra vez en la oscuridad de la sala por qué no es posible la convivencia que predicaban estos monjes con el ejemplo hasta el final, por qué las religiones son una de las principales causantes de guerras, por qué el fanatismo lleva a asesinar al diferente, al que ven como un peligro... Nadie tiene la respuesta, lo sé. Hablamos y hablamos pero al final muchas veces son las armas quienes dicen la última palabra. Oscuros intereses dificultan la paz y el entendimiento en muchas partes del mundo. ¿Qué nos separa? ¿Qué nos une?
Buen cine, una vez más, muy recomendable para algo más que pasar el rato. Feliz semana a todos.



















domingo, 16 de enero de 2011

BUEN CINE, POR FIN

Empiezo el nuevo año con diferentes contratiempos: mi hermana está nuevamente ingresada (y van...), sin diagnóstico claro todavía, el ordenador hizo "puf" y ya me temía lo peor, pero me lo han arreglado en pocos días y por un precio más que razonable y, finalmente, mi tensión me ha dado un buen susto, creo que ya superado, por suerte. Soy hipertensa desde hace años y aunque me controlo, de vez en cuando algo se dispara en no sé dónde y me sube hasta límites casi peligrosos (más de 19/11, una barbaridad). En verano, por el contrario, me baja. Misterios del cuerpo. En fin, creo que ya pasó el susto y sigo con mis cuidados habituales.


Llevaba semanas sin ir al cine y la semana pasada hice doblete. Por fin pude ver La llave de Sarah, una intensa historia que demuestra lo unidos que están el pasado y el presente de la manera más insospechada. En plena Guerra Mundial, en París tuvo lugar unos de los episodios más oscuros de su historia: la policía francesa detuvo a miles de judíos y los encerró en un velódromo en condiciones infrahumanas, con un calor insoportable, sin asistencia, ni siquiera agua. Allá va a parar Sarah con sus padres. Ha dejado a su hermano pequeño encerrado en un armario con la promesa de volver a buscarle tan pronto como le sea posible. Su obsesión es escaparse y volver a por él. Consigue escaparse del campo de concentración y tras ser recogida por un buen matrimonio vuelve a París. Y hasta ahí puedo contar, evidentemente.


Paralelamente se cuenta la historia de Julia, una periodista estadounidense casada con un francés (estupenda Kristin Scott Thomas, como siempre) que vive un momento agridulce: contra todo pronóstico, está embarazada, pero su marido no desea tener el bebé por intereses personales y profesionales. En la revista en la que trabaja le encargan un reportaje sobre el suceso con el que se inicia la película y su exhaustiva investigación la lleva por caminos insospechados hasta dar con la figura de Sarah, su vida, su hijo, su huida a Estados Unidos... Sus historias se entrecruzan en un irónico giro del destino: el piso que su marido recibe de su abuela es el de los padres de Sarah.
La película muestra los dos relatos en paralelo, sin confusión alguna, y mantiene la tensión hasta el final. Todo acaba encajando como en un puzzle perfecto: Julia soluciona su problema tras resolver el misterio que encerraba Sarah, cuyo hijo vive en Italia sin saber la verdad sobre su madre. Al final todo tiene respuesta, aunque sea dolorosa.
Me encantó, de verdad. Me sentí tan cerca de Sarah huyendo campo a través, sola, perdida, en busca de una salida para ir a liberar a su hermano. Y entendí a Julia, enfrentada a una difícil decisión: para salvar su matrimonio debe abortar. Hay sufrimiento y dolor, pero también esperanza e incluso felicidad. Los personajes son creíbles, resultan cercanos, casi se pueden tocar. A lo mejor soy muy impresionable, no sé, pero salí impactada, de verdad, y también satisfecha por haber visto una buena película. Os la recomiendo, por supuesto.



El discurso del Rey es una muestra más del buen hacer del cine británico. Miman hasta el más mínimo detalle de ambientación y vestuario, y qué decir de los actores: Colin Firth seguramente se llevará el Óscar, con total merecimiento (me encantaría verla en versión original), dando vida a Jorge VI, padre de Isabel II, al igual que Geoffrey Rush, fabuloso encarnando a un logopeda nada ortodoxo (en realidad no es un médico, sino un actor con excepcionales dotes terapeutas) y Helena Bonham Carter es la perfecta futura Reina Madre, mujer de gran carácter y decisión que apoya a su marido en todo momento y que resulta decisiva para que supere su terrible problema. Ya conocéis la historia: Jorge VI no estaba destinado a ser Rey. Lo fue su hermano, Eduardo VIII, pero brevemente, pues prefirió la vida tranquila y lujosa junto a Wallis Simpson a desempeñar su "oficio" de Rey en momentos tan delicados. La verdad es que los dos salen bastante malparados en la película, pero tengo entendido que es lo más cercano a la realidad.




El pobre Bertie, inteligente y responsable, arrastra desde los cuatro años un defecto inaceptable en alguien que debe hablar frecuentemente en público: es tartamudo, y ningún médico ha sabido ayudarle. Sufres con él al verle enfrentado a un micrófono, sabiendo que miles de personas esperan sus palabras y no puede pronunciarlas, siente pánico ante su auditorio, la sola visión del texto le provoca una angustia indescriptible.


Así las cosas, su esposa, testaruda y decidida, encuentra a Lionel Logue, un especialista en Shakespeare que tiene dotes impagables como consejero y psiquiatra sin serlo. Sus métodos resultan rompedores y extraños (a los maestros nos encantan estos tipos que consiguen grandes resultados saltándose el guion) y es el hombre que Bertie necesitaba: cercano, hábil, humano, entregado. Entre ambos nace una amistad que durará hasta el fin de sus días. Qué escenas tan bonitas protagonizan ambos, unas divertidas, otras irónicas, otras tiernas. Lionel trata al hombre obligado a ser rey con un problema que parece insalvable. Profundiza en su personalidad, averigua de dónde le viene la tartamudez (era un zurdo contrariado, entre otras cosas), le ayuda a desahogarse (esa escena de los tacos...), se convierte en su consejero y amigo. Y Bertie aprende a hablar en público, no sin gran esfuerzo.
Más allá de la base histórica, sean ciertos o no todos los detalles (podrían haber profundizado más en la terrible época que refleja), la película es excelente en todos los aspectos, como ya he dicho. Se fija en el hombre y no en el rey, le muestra como lo que era, una persona sensible y frágil enfrentado a un destino casi de segunda mano y debiendo superar una tartamudez que parecía incurable. Es la historia de una superación y de una amistad inquebrantable. Es preciosa, preciosa. No os la perdáis.

Y, finalmente, hoy he visto También la lluvia, de Icíar Bollaín, que ojalá se lleve el Óscar, pero me temo que tendrá poco éxito en los USA, o lo contrario, quién sabe. Aviso: no es una película cómoda de ver. A poco que te metas en la historia, te revuelves en la butaca sin remedio. Es cine dentro del cine para establecer un paralelismo entre la conquista de América hace cinco siglos y la situación de Bolivia en 2000, con la Guerra del Agua como telón de fondo, una insurrección popular surgida por la privatización del agua a manos americanas (cómo no...) con el beneplácito del Gobierno de turno, aferrado al poder, corrupto e injusto. Tan injusto que incluso prohibía a los indígenas recoger el agua de lluvia, de ahí el título. Colón y demás conquistaron a sangre y fuego para apropiarse del oro que necesitaban las arcas reales, siempre metidas en guerras y endeudadas hasta las cejas (¿es que no salimos nunca del agujero, cielo santo?) y ahora, cientos de años después, esos pueblos siguen soportando miseria, injusticia y saqueos para que otros vivamos calientes y felices sin preguntarnos de dónde viene ese bienestar.



El rodaje de una película sobre la llegada de Colón sirve para mostrar esas imágenes que muchos negarán: torturas, asesinatos, robos... todo en nombre de la sagrada Fe católica y el poder de Isabel y Fernando. América fue el escenario de terribles sucesos que quizá no lleguen a conocerse en su totalidad. Algunos se muestran en la película, y cabe suponer que fueron una mínima parte de la realidad. Los indígenas ni siquiera tenían alma para los conquistadores, que en una mano llevaban la cruz y en la otra la espada. Fueron sometidos sin su consentimiento y aún hoy arrastran las consecuencias de todo aquello. Sé que el tema es controvertido y largo, pero es bueno sacarlo a relucir de vez en cuando, por si se nos olvida quiénes somos y de dónde venimos. Los indígenas dan continuas lecciones de dignidad, entonces y ahora. Son pobres, pero no tontos ni sumisos, al contrario, defienden hasta la muerte lo que es legítimamente suyo. Humildes y orgullosos a un tiempo, no se dejan pisotear ni avasallar. No quieren caridad, sino vivir de su trabajo libre y dignamente.




Los actores, en su doble papel de ahora y del pasado en la película que están filmando, muestran luces y sombras, dudas, incertidumbre. Por un lado se sienten identificados con la lucha de los bolivianos (unos más que otros) pero por otro temen por su seguridad y no quieren arriesgarse a quedarse atrapados sin salida en una guerra que no es la suya.
Luis Tosar (qué grande es este hombre, siempre está bien, aquí tan distinto del Malamadre de Celda 211) es el productor que debe defender el presupuesto, la pasta, aunque al final es el que más se involucra en la lucha de los indígenas; Gael García Bernal es el director, sobrepasado por las circunstancias aunque empezó con gran entusiasmo su proyecto; Juan Carlos Aduviri es el boliviano que en la película y en la vida real es el cabecilla de la revuelta, el que arrastra a los suyos para defender sus derechos, negándose a ser pisoteado. No es un actor profesional pero nadie podría encarnarlo mejor.

Es una película emotiva, grandiosa, muy bien interpretada y planteada. Me quedo con ganas de saber más sobre aquella época oscura que durante años nos han contado con gran triunfalismo, pero hay material de sobra para investigar. He de leer el discurso de Antonio Montesinos, el fraile que denunció todo aquel horror, más que Bartolomé de las Casas. No sé qué parte de responsabilidad tengo. Yo no nací en el siglo XV, pero, ¿soy inocente? ¿No tengo nada que ver con lo que sucede a miles de kilómetros como consecuencia de una conquista nefasta, avariciosa y sangrienta? Demasiadas preguntas... Si uno de los propósitos del cine es plantear preguntas y despertar conciencias, en este caso lo ha conseguido. No dejéis de verla.
Cada una de estas películas merece una entrada por sí sola, así que me he extendido demasiado. Espero no haberos cansado y hacedme caso: id a verlas. No os arrepentiréis.




































sábado, 1 de enero de 2011

1/I/2011: EL PRIMERO

Ya hemos traspasado la ¿mágica? barrera que separa un año de otro, hemos cumplido los ritos que aseguran salud, amor y prosperidad para los próximos doce meses y sólo nos queda esperar la visita de los Reyes Magos. Madrid sigue siendo un hervidero de gente y de actividades, nunca para. Quería ver la exposición de Renoir y Rubens en El Prado, pero tendré que esperar, así que fui con una amiga muy especial a la Biblioteca Nacional, lugar muy querido que no visitaba hace años y que a sus muchos alicientes para todo amante de la cultura y de los libros añade el de la gratuidad, valor muy en alza en los tiempos obligadamente austeros que vivimos.


Esta vez la estrella es, por un lado, La Cocina en su Tinta, interesante paseo por la gastronomía, curiosidades, objetos, historias, recetas y personajes que han hecho de este ¿arte? un asunto de vital importancia. Hay que comer para vivir, evidentemente, pero de las primeras chuletas crudas en las cavernas prehistóricas al refinamiento de El Bulli, por ejemplo (sitio que no está a mi alcance, obviamente), pasando por los guisos de puchero de toda la vida (mis favoritos), los postres caseros, los pinchos de Donosti y mil delicias más hay un interminable recorrido por las cocinas de todo el mundo que me encanta observar y estudiar. La cocina es un mundo apasionante, rico y variado como pocos. Hay tantos sabores por descubrir, tantas posibles elaboraciones, tantos recuerdos unidos a ellos... Comprendo que los grandes cocineros deben esforzarse por seguir en primera línea, pero de ahí a inventarse cosas como el aire de zanahoria o la tortilla de patata deconstruida va un abismo. Mucho cuento veo en todo eso... No me gustan las recetas innecesariamente complejas, por eso sigo a Arguiñano y me encanta Falsarius Chef, que tiene soluciones de bote para cada situación y además es ingenioso y divertido.



Vimos, cómo no, el Museo de la Biblioteca, un lugar que yo recordaba por haberlo visitado con mis alumnos hace años. Es un recorrido completo por toda la historia de la escritura, desde los primeros restos tallados en piedra hasta el MP3 (faltaba el libro electrónico, la técnica va más deprisa que la propia Historia). Los incunables dormían en sus vitrinas, como los pergaminos, los papiros, los cartularios, las obras de Miguel Hernández, el facsímil del Mio Cid, libros y libros maravillosos, escritos con infinita paciencia por amanuenses escrupulosos y aplicados, guardados siglo tras siglo, conservando casi intactos sus colores vivos de manera casi milagrosa. La Historia late en esas páginas, amorosamente conservadas y cuidadas para alegría de todos. Qué placer pasear por esas salas discretas, con no demasiado público, repasar esas páginas hermosas que contienen todo cuanto ha hecho el hombre, para bien y para mal, a lo largo de miles de años, recordar obras inmortales, apreciar la tremenda importancia de Gütenberg... Una mañana deliciosa, sin duda.


También vi la colección Códices de la Capilla Sixtina, en la que me detuve menos, pero no pude resistir la tentación de copiar algunas frases que adornaban las vitrinas:
El que no sabe escribir piensa que no cuesta nada, pero es un trabajo ímprobo que quita luz a los ojos, encorva el dorso, mortifica el vientre y las costillas, da dolor a los riñones y engendra cansancio en todo el cuerpo. Florencio, ilustrador del siglo X
Iletritis: primer virus digital que infecta a los seres humanos. A los infectados la B y la V les parece la misma letra, se comen letras, piensan que la K es sólo mayúscula y se les agrandan los ojos y sudan al ver un formulario.
Faltan palabras en la lengua para los sentimientos del alma. Fray Luis de León
La belleza artística no consiste en representar una cosa bella, sino en la bella representación de una cosa. Kant
Siempre imaginé que el paraíso sería algún tipo de bibloteca. Borges

Leyendo comprenderás lo que no está escrito.

Y, en fin, inquieto y violento,

por donde quiera que voy.

Soy todo y nada, pues soy

el humano pensamiento.

Mira si bien me describe

variedad tan singular,

pues quien vive sin pensar

no puede decir que vive.

Calderón de la Barca

Lo que la fábula ha inventado a veces lo reproduce la Historia. Víctor Hugo

Siente el pensamiento,

piensa el sentimiento.

Unamuno

Sólo hay un bien: el conocimiento. Sólo hay un mal: la ignorancia. Sócrates

Bajo la lluvia helada llegamos hasta la exposición de CajaMadrid sobre los jardines impresionistas, un hermoso paseo ante lienzos luminosos y coloristas, una auténtica premonición primaveral en pleno otoño. Cuadros que desprenden tranquilidad y sosiego, naturaleza cuidada y espontánea a la vez, promesa de siestas en el jardín, de descanso bajo los árboles, de delicados puentes sobre ríos tranquilos. No puedo permitirme el lujo de comprar un original de Klimt, Monet, Ernst o Sorolla, pero sí adquiriré alguna de esas estupendas reproducciones que venden en los museos para adornar las paredes de mi nueva casa, sin marcos, eso sí, que suelen ocultar el valor de lo pintado.






Me gusta ver cosas bonitas siempre que puedo, recrearme en la magia de las pinceladas que imitan milagrosamente la etérea muselina, la transparencia del agua, los matices del verde, la riqueza multicolor de las flores... Los impresionistas siempre son una buena opción. Parecen sencillos, incluso simples, pero son tan expresivos, tan estimulantes y tranquilizadores a la vez... Ante ellos fluyen con naturalidad las confidencias, esas que compartimos las mujeres de una manera muchas veces incomprensible para los hombres. La amistad es un bien impagable que hay que cuidar con esmero. No hay mejor terapia que una conversación sincera con alguien que nos escucha y nos entiende sin escandalizarse y sin pretender adoctrinarnos.

Tuvimos un dulce final: merienda en la Chocolatería Valor, llena a rebosar. Ante una humeante taza de chocolate caliente (¡buenísimo!) recordamos nuestra estancia, años ha, en Villajoyosa, cuyas calles huelen a ese producto traído de América que encierra curiosas historias. El brownie está de muerte, aviso, es una delicia saborearlo acompañado de chocolate derretido...mmm...



Así que entre libros, pintura, lluvia, dulces y, sobre todo, una buena dosis de amistad voy pasando estas ansiadas vacaciones navideñas. Aún queda una semana para disfrutar de otras experiencias...
Feliz 2011 a todos.