
Quiero saber decir siempre la palabra adecuada.


ESTADOS DE ÁNIMO
Unas veces me siento
como pobre colina,
y otras como montaña
de cumbres repetidas,
unas veces me siento
como un acantilado,
y en otras como un cielo
azul pero lejano,
a veces uno es
manantial entre rocas,
y otras veces un árbol
con las últimas hojas,
pero hoy me siento apenas
como laguna insomne,
con un embarcadero
ya sin embarcaciones,
una laguna verde
inmóvil y paciente
conforme con sus algas
sus musgos y sus peces,
sereno en mi confianza
confiando en que una tarde,
te acerques y te mires,
te mires al mirarme.
Hace un frío polar que supongo todos estáis sintiendo, con mayor o menor intensidad según la zona en que viváis. Es lo normal, después de todo. Siempre se oye en estas situaciones eso de "la mayor nevada desde tal año", "las temperaturas más bajas desde el siglo pasado", y cosas por el estilo. No sé si alguna vez dicen la verdad. Mi madre ya decía hace años que cuando era niña el camino que subía al castillo, en Burgos, donde estaba el colegio de monjas en el que estudiaba, permanecía nevado durante todo el inverno, meses enteros. Ya no pasan esas cosas. Cuando nieva nos alarmamos y protestamos por el retraso de los trenes, los atascos en la carretera, los inconvenientes del hielo... No es la mejor época para viajar, desde luego, pero todos queremos juntarnos con la familia para celebrar las fechas que se aproximan y hacemos caso omiso de las recomendaciones. Luego pasa lo que pasa, qué le vamos a hacer. Los que han viajado por tierras de inviernos realmente crudos dicen que España y sobre todo los españoles afrontan mal estas situaciones.
Tenía muchas ganas de ver Fugadas, aunque tuve que ir sola porque no había más entradas, y además me tocó en la última fila, pero mereció la pena. María Galiana (Carmen), la admirable abuela de Cuéntame, y Rosario Pardo (Marga) son dos mujeres de diferentes edades que coinciden de madrugada en un arcén porque quieren huir de sus respectivas vidas insatisfechas. Una ha escapado de un asilo de ancianos vestida con un camisón horrible y la otra ha dejado a su marido e hija, que ese día ha cumplido dieciocho años, con una sola palabra escrita: "Mierda". Con eso lo resume todo. Y juntas emprenden una huida sin destino, pero lejos de lo que les impide ser felices. Tienen sueños, deseos, anhelos, ganas de vivir.
Me resistía a ver Buscando a Eric, a pesar de estar firmada por Ken Loach, porque el fútbol no es precisamente mi deporte favorito, pero no tenía muchas más opciones interesantes, y la verdad es que me hizo pasar un rato estupendo. Cuenta la historia de Eric, un cartero de Manchester cuya vida es un desastre. Dejó a su primera mujer, Lily, el amor de su vida, apenas nacida su hija, incapaz de soportar las duras críticas de su padre y de afrontar su responsabilidad, y su segunda mujer le abandonó hace siete años dejándole a sus hijastros, dos adolescentes vagos, rebeldes y sucios que llenan su casa de amigotes y trastos sin ningún respeto. Su hija le pide que durante unas horas al día cuide a su bebé, mientras ella termina su tesis univrsitaria. Eso supone ver a su ex-mujer, lo que le causa tal choque que provoca un accidente por conducir en dirección contraria. No sufre heridas graves, pero su situación anímica es angustiosa. Sus amigos carteros tratan inútilmente de animarle. En su habitación tiene un póster de Erica Cantona, antiguo jugador del Manchester, su gran ídolo, y se pregunta qué haría él en su situación. Fumando porros robados a uno de sus hijastros se le aparece el propio Eric, que le da una serie de consejos muy razonables, le anima y se convierte incluso en su entrenador personal. Así se atreve a hablar con Lily , aunque tarda mucho en decirle lo que piensa realmente, cambia de hábitos y de aspecto y con ayuda de sus amigos carteros libra a sus hijastros de la peligrosa influencia de un mafioso que les ha metido en un buen lío. ¿Final feliz? Ah..., quién sabe...
Acaba la semana con frío y lluvia, como debe ser a estas alturas de noviembre. Ya ha durado demasiado el otoño inusualmente cálido que alarma, y con razón, a los preocupados por la evolución del clima de nuestro planeta. El trimestre pesa, ya estamos todos cansados y necesitados de un respiro. Dentro de unos días disfrutaremos de un puente que algunos aprovecharán para hacer un viaje o darse algún capricho. Y el día de la lotería nos despediremos de las aulas hasta el próximo enero. Demasiados días, dicen algunos; una necesidad, pensamos otros que soportamos día a día tensiones y trabajos de todo tipo.
Yo he tenido una semana muy ajetreada. Se aproxima la primera evaluación y hay que afinar mucho para poner las notas. Siempre hay descontentos, pero nadie piensa en lo que supone para lo maestros dar vueltas y más vueltas a las calificaciones, por claros que estén los criterios de evaluación. Intentamos ser justos y buscar el bien de nuestros alumnos, a veces somos demasiado generosos y les damos una oportunidad (yo los llamo "aprobados terapéuticos") y otras es necesaria una llamada de atención. A estas alturas ya está todo dicho: el esfuerzo personal suele brillar por su ausencia, los contenidos cada vez son más penosos, las sucesivas reformas no hacen sino agravar el problema, el alarmante aumento del fracaso escolar no parece tener solución... Pero ahí seguimos, al pie del cañón. He estado viendo en la página www.leer.es algunas actividades para el dichoso Informe PISA y es de llorar. Sé lo que trabajo con mis alumnos y me desanimo cuando veo que no son capaces de entender esos textos ni de solucionar los problemas que les proponen. Lo mismo podría decirse de las Pruebas CDI de la Comunidad de Madrid. Están mal planteadas, contienen preguntas que no se ajustan al currículo actual y nadie sabe cómo se puntúan. Cada año hacemos constar razonadamente en la Memoria nuestras quejas, y no sirve de nada. Ganas nos dan de tirar la toalla, sentimos una terrible impotencia cuando vemos el abismo entre nuestro esfuerzo y nuestros logros. Da igual que protestemos, reneguemos, propongamos o preparemos algo más acorde con nuestras metas:al final hay que hacer lo que nos mandan, presentar unas programaciones inútiles y unas competencias que aún no sabemos para qué sirven, llevar a cabo actividades que consumen un tiempo precioso en las clases, rellenar papeles y más papeles... En mi caso particular de esta semana, he tenido que adelantar 120 euros con mi tarjeta de crédito para reservar una visita al museo de El Prado en marzo, he dedicado casi una hora de la tarde del viernes al acabar mi jornada a un padre angustiado por su situación de separado, he pasado largas horas en mi casa preparando clases y controles... pero todo eso no cuenta absolutamente nada si no entrego a tiempo las malditas competencias o no puedo justificar una ausencia en la hora de exclusiva. Me parece demencial.
Así es la enseñanza, un continuo ajetreo, mil situaciones distintas cada día, ratos agradables, otros no tanto, mucha paciencia, mucho trabajo... Y, sin embargo, entro en las clases a gusto, veo las caritas de mis alumnos sonrientes, intento ser amena sin perder el rigor, atiendo sus demandas a veces un tanto insólitas ("Se me ha atascado la cremallera de la mochila", "Necesito una tirita porque me he cortado", "Fulanito no quiere sentarse conmigo porque en el partido le he sacado tarjeta roja"...), nada importante pero todo vivo, urgente y necesario para ellos. Si consigo el clima adecuado me siento satisfecha: leen a gusto, trabajan concentrados, intervienen levantando la mano... Los resultados, lamentablemente, no son siempre los deseados. ¿Por qué? No lo sé, ojalá lo supiera. Echo un vistazo a los textos de hace años y veo que contenían lecturas del Lazarillo, Cela, Borges, Mark Twain... Hoy la literatura infantil es mucho más abundante pero, salvo excepciones, su lenguaje es paupérrimo y las historias, simples y ramplonas. Les gustan, evidentemente, pero tienen que leer (y entender) textos científicos, divulgativos o simplemente curiosos. El mayor problema de los alumnos actuales, diga lo que diga no sé qué "experto" que ha estado en nuestro país días atrás, es la comprensión lectora. No saben interpretar un texto. Si las preguntas no tienen una respuesta literal y muy sencilla no saben contestarla. En un control de Matemáticas no sabían qué era "producto" y "diferencia". Cielo santo, ¿qué está pasando? ¿Son más torpes que los alumnos de hace años? No lo creo. Tienen más problemas personales (la separación de sus padres es un trauma terrible), están sobrecargados de actividades extraescolares, sufren las consecuencias del desarraigo por traslados que no llegan a asimilar o entender, acusan la prisa del mundo actual, reciben modelos vergonzosos del cine y sobre todo de la televisión (dan ganas de mandar a la hoguera a ciertos personajes que llenan horas de programas sonrojantes)... Y nosotros intentamos suavizar todo eso, aislarles del caos que a veces nos rodea, ayudarles en su camino por la vida recién estrenada. Demasiada tarea, y demasiado dura, con muy pocos apoyos eficaces. A veces, eso sí, vienen madres agradecidas por lo que hemos hecho con sus hijos. Han notado una gran diferencia con respecto a centros anteriores y lamentan tener que irse, pero las circunstancias mandan.
Así que acabé ayer por la tarde con "saturación mental" y me fui a ver Adventureland, una historia de adolescentes afortunadamente fuera de lo común, nada de sandeces ni humor basto y grosero, un relato sencillo e inteligente sobre lo que supone entrar de golpe en el mundo adulto. Un joven recién graduado debe renunciar a su proyectado viaje por Europa porque sus padres atraviesan un bache económico y tiene que pasarse el verano trabajando por un sueldo mísero en un parque de atracciones local donde descubre el amor y otras verdades. Es una película que pasará casi desapercibida, pero es digna y está bien interpretada. Mi hijo lleva varios años trabajando en Caprabo y ahora también en Carrefour, a la espera de poder empezar a ejercer como maestro, y la verdad es que la experiencia laboral en esos sitios es dura, pero provechosa. Ha aprendido mucho sobre el valor del dinero y el trato con jefes y compañeros de todo tipo, que no es poco. Yo recomiendo a todos los chavales que pasen por alguna experiencia similar, pero no todos están dispuestos a "rebajarse" haciendo cierto tipo de trabajos. Peor para ellos.
Joaquín Sabina me acompaña con su último disco. Sólo lo he escuchado una vez. Me parece más tranquilo que en otros anteriores, con letras muy trabajadas, serias y reflexivas. Será que se está haciendo mayor... Me encanta como poeta, aunque sea un juerguista impenitente. Ha empezado una nueva gira y ya están todas las entradas vendidas. Suerte para él.
Feliz semana a todos.
El viernes tocaba teatro. Conseguimos ponernos de acuerdo un grupo de excelentes colegas y amigos y fuimos a ver Toc, Toc, una desternillante sátira sobre los trastornos obsesivo-compulsivos (TOC en el lenguaje psiquiátrico). La oferta teatral madrileña es abundante y variada y permite elegir aquello que más te guste o te apetezca. Esta vez elegimos una obra divertida porque a estas alturas de trimestre necesitamos reírnos y relajarnos y no estamos para dramas. Conseguimos nuestro objetivo con creces. Toc, Toc , del francés Laurent Baffie, asegura casi dos horas de risas continuas, con siete actores estupendos que encarnan a pacientes con distintas patologías que acuden a la consulta de un afamado doctor que garantiza la mejoría de su mal en una sola sesión. El doctor no aparece y ellos montan su propia terapia de grupo. Hay un afectado por el síndrome de Tourette (ST) que involuntariamente insulta y vocifera a quienes le rodean, un taxista obsesiondo por el cálculo (se llama Camilo y en su camiseta pone "K 1.000 O"), genial, ocurrente y bastante tocapelotas (con perdón), una hipocondriaca fanática de la limpieza que cree ver en todas partes microbios y posibles contagios, una joven que repite dos veces cuanto dice y oye, una mujer mayor que se persigna continuamente y cree haber olvidado las llaves, o haber dejado abiertos el gas y los grifos, entre otras obsesiones, y un joven para quien la simetría y el orden lo son todo, junto a su incapacidad enfermiza para pisar las rayas del suelo, lo mismo que le ocurría a Jack Nicholson en Mejor, Imposible , una de las mejores comedias de los últimos años. Los seis conforman un grupo variopinto y curioso que establece unas relaciones muy especiales. Todos están allí porque ningún especialista hasta la fecha ha conseguido encontrar alivio para su TOC, lo que les impide llevar una vida digamos normal. El taxiste dice que ha ido allí por su mujer, que tras veinticinco años no soporta su manía calculadora, porque él, la verdad, no siente que tenga realmente un problema. Primera fase de una enfermedad: la negación. "Yo no tengo un problema, son los demás quienes lo tienen. ¿Cómo pueden vivir con este desorden?", por ejemplo. ¿Cuándo un defecto, o una manía, o una obsesión, llegan a convertirse en una enfermedad? Mi abuelo paterno era hipocondriaco y nunca fue tratado por un psicólogo. Sus obsesiones eran el pan nuestro de cada día. Tomaba treinta y tantas pastillas al día, aparte de jarabes e inyecciones. Si alguien le contaba que tomaba tal medicamento para el hígado, él se lo compraba de inmediato por prevención. Se ponía voluntariamente dolorosas inyecciones de hígado o hierro y la vacuna contra el tétanos cada dos por tres porque temía morir si se pinchaba accidentalmente con un clavo algo oxidado. Dos veces tuvieron que ingresarlo en un hospital porque estaba convencido de que se había infectado. "No tiene nada, pero si no le tratamos como si lo tuviera se muere de verdad", dijo el médico. Gastaba cantidades ingentes en medicamentos, por supuesto, y hacía el pedido por teléfono a la farmacia como si fuera el Hipercor. Todas las noches comprobaba una y mil veces puertas, ventanas, grifos y llaves de paso. Y, sin embargo, nadie consideró que mereciera atención psicológica.
Celda 211 es una película durísima, sobrecogedora, impactante. Iba avisada, pero ya la primera escena me dejó clavada en la butaca. Poco después aparece la nuca rapada de Luis Tosar y sabes que se va a apoderar de las dos horas restantes. Se oyeron comentarios, exclamaciones, más tarde algún insulto dirigido a un personaje especialmente repulsivo, y eso que hay varios acreedores al título. Es una gran película y además es española, que no es poco. Ha triunfado en cuantos festivales se ha proyectado, aunque no sé si ha recibido algún premio o se presentaba fuera de concurso. Es cine carcelario, género que tiene muchos adeptos. Recuerdo especialmente Cadena Perpetua, con Tim Robbins y Morgan Freeman en papeles inolvidables. Anteriores son El hombre de Alcatraz, Fuga de Alcatraz o La leyenda del indomable, entre otras muchas. Quizá tengan tanto interés porque muestran un mundo duro y despiadado en el que nadie desea entrar más que de visita, si acaso. Jesús Quintero presentó con su peculiar estilo una serie de entrevistas con reclusos en Cuerda de presos, y decía que si algo había aprendido era que cualquiera puede encontrarse en esa situación en el momento menos pensado. Entrevistó, por ejemplo, a un hombre ya mayor que, harto de la ludopatía de su mujer, que se gastaba todo cuanto estaba a su alcance y lo que podía sacar malvendiendo las pertenencias familiares, cogió la escopeta, entró en el bingo donde sabía que acudía día tras día y la mató. Una tragedia anunciada que él pagó con largos años de cárcel. La televisión se encarga de airear casos espeluznantes, pero suele tratarlos de manera repulsiva y morbosa, lo que les quita toda credibilidad. En lugar de hacernos odiar el delito se recrea en los detalles más sórdidos, muchas veces sin contrastarlos. Busca testigos no siempre fiables y recurre a cualquier método con tal de hacerse con un trozo del pastel de la audiencia. Miserables.
Hay que reconocer que asistir con regularidad a conciertos, teatro, cine, exposiciones y museos se ha puesto en un pico. Estar al día en lo referente a la cultura supone no sólo interés sino también cierto poder adquisitivo. No hace mucho hablábamos por estos lares cibernéticos de los derechos de autor y las descargas en internet, sin llegar a ninguna conclusión válida para todos, claro está. Yo defendía que la cultura deber ser asequible, pero no gratis. Me encantaría ver a Les Luthiers, por ejemplo, pero las entradas buenas cuestan nada menos que setenta euros, y me parece un abuso, la verdad. Serán muy buenos, pero a qué precio... Los teatros "normales" tienen precios más baratos, dentro de un orden, claro. Una salida a Madrid para asistir a una obra supone no poco desembolso entre el precio de la entrada, el transporte (no digamos si vas en coche y además debes pagar el aparcamiento), el café o la caña que te tomas, la cena o piscolabis... Lo hago de vez en cuando, a pesar de todo, aun reconociendo que algunos precios son abusivos. Por eso aprovecho las giras teatrales que recorren los municipios cercanos, obras nada desdeñables que recalan en Casas de Cultura y Auditorios para acercar a un público más modesto las representaciones que han tenido éxito en la capital. No hace mucho os hablé de La tortuga de Darwin, con una genial Carmen Machi. Ayer le tocó el turno a Trampa para pájaros, del varias veces denostado José Luis Alonso de Santos, muy bien interpretada por Manuel Bandera y un casi desconocido Juan Alberto López, que encarnan perfectamente a dos hermanos muy diferentes enfrentados desde niños y que deben encarar juntos una situación límite provocada por uno de ellos, Mauro, policía en un serio aprieto por no saber afrontar las consecuencias de un grave error.
He tenido una semana muy cargada en todos los sentidos, sobre todo en el colegio. Los padres están acostumbrados a acercarse a nosotros al entrar o al salir, sin esperar a la hora reglamentaria de tutoría: que si mi niño está malito y no puede venir, que tenga usted el papel que mandó, que cómo va mi niña... Si pudiéramos, escribiríamos una novela con cada caso. Nunca sabemos de qué vamos a enterarnos al llegar. Esta semana nuestra sorpresa ha sido mayúscula al comprobar que nos han adjudicdo una alumna nueva en 6º procedente del IES cercano. Sí, habéis leído bien: empezó el curso en 1º de ESO, después de cursar "de aquella manera" 6º en un centro concertado. No aprobó, pero al irse del centro le "regalaron" la promoción. Había estado varios años en el extranjero y su nivel de conocimientos, incluida la lengua española, es penoso. Su madre no estuvo de acuerdo con el cambio de etapa, pero, por cuestiones que aún desconozco, tuvo que remover Roma con Santiago hasta conseguir que el Inspector Jefe autorizara el traslado a nuestro colegio. Así que ahí está la criatura, afrontando por segunda vez en dos meses escasos un nuevo centro, nuevos profesores, nuevos compañeros, nuevo material... Le mandé escribir una redacción sobre ella, sus gustos, sus mascotas... para hacerme una idea de su capacidad de expresión. Escribió diez líneas escasas y le pregunté cuántos años tenía. "Doce", me contestó. "¿Y no escribes ni una línea por año? Anda, cuéntame algo más." Así que a ver qué hacemos con ella. A veces tengo la sensación de que los centros públicos somos la casa de tócame Roque. Si no fuera por nosotros estos casos, y tantos otros, no tendrían solución. ¿Es razonable lo ocurrido con esta niña? Pues no, y lo malo es que a nosotros nos fríen con papeles, programaciones, competencias, estadísticas... y para qué, digo yo, si cada dos por tres hay que modificarlo todo. Qué falta de seriedad... En qué manos estamos...
Tenía muchas ganas de ver Ágora, tan anunciada y promocionada desde meses atrás. Me gusta Amenábar, al menos lo que ha filmado hasta ahora, sobre todo Mar Adentro, que me impresionó profundamente. Los Otros también era muy estimable. Tesis y Abre los ojos eran originales, pero las recuerdo con menor intensidad. No tienen nada en común unas con otras, lo que supone no poco mérito aunque el resultado sea desigual.
Resulta difícil acercarse al tema de las deficiencias, tanto físicas como psíquicas. Desde que estamos inmersos en la llamada "corrección política", llegando a veces a extremos realmente patéticos, no se sabe qué decir ni hacer en ciertas situaciones. Los maestros estamos acostumbrados a tratar con alumnos más o menos dotados intelectualmente, pero hay que tener un tacto exquisito a la hora de tratar con los menos favorecidos y sobre todo con sus padres. Recuerdo que hace muchos años el padre de un alumno muy limitado me dijo tras mis observaciones: "No, si yo no pretendo que sea médico o ingeniero, con que sea maestro me conformo". Sin comentarios.
El viernes, después de la forzosa baja por mi inoportuna afonía, fui a ver la última de Woody Allen, "Si la cosa funciona". Me reí mucho y pasé un rato estupendo. Es el Woody de siempre, no el de "Vicky Cristina Barcelona", por fortuna. No llega a la genialidad de "Match Point", que es una rara avis en su producción, pero es ácida, inteligente, divertida, ocurrente y compleja a pesar de su aparente simplicidad. El cómico Larry David (creador dela exitosa serie Seinfeld) encarna a Boris Yellnikoff, un hombre maduro que dice haber estado a punto de ganar el premio Nobel de Física, divorciado de una mujer bella e inteligente que vive solo en un apartamento descuidado, sobreviviendo a base de dar clases de ajedrez a niños a los que llama "gusanos" y cosas peores y que larga sus discursos irónicos y pesimistas a sus amigos. Sabe que no es una persona con la que guste estar, es desagradable y ha intentado suicidarse, por lo que no espera nada de la vida. Es desaliñado y nada simpático, pero el Destino, ese imprevisible desconocido, se le aparece personificado en Melody, una joven bellísima, encantadoramente ingenua y alegre que cambia por completo su existencia. Ha huido de su casa y espera obtener una vida mejor en Nueva York, escenario favorito de Allen. Le pide asilo y se queda hasta conseguir casarse con él, algo que ni de lejos entraba en sus planes, pero no es una aprovechada ni una timadora, le quiere y le admira de verdad a pesar de sus muchas diferencias. Todo va bien durante un año, hasta que aparece su madre, con la que no se llevaba nada bien. Y empiezan los líos característicos de Woody, los diálogos ingeniosos (siempre ha de haber una referencia a los judíos, faltaría más), las situaciones insólitas, los giros del guión, las situaciones imprevisibles felizmente resueltas hasta llegar a un final redondo. Pocos personajes, diálogos muy trabajados, actores excelentes: ése es nuestro Woody admirado de siempre, el desencantado y sin embargo esperanzado, el que a pesar de su edad, o quizá gracias a ella, sabe que todo es posible, que cualquier cosa puede pasar, que a la vuelta de la esquina te espera el amor y con él (cuando funciona) la felicidad. ¿Y por qué no pensar así? ¿Acaso está todo escrito y decidido? Por supuesto que no. Cualquier detalle puede suponer un giro radical, una cambio vital. La vida es imprevisible, nadie puede predecir el futuro, para bien o para mal. Como suele decirse, espera siempre lo mejor, prepárate para lo peor y acepta lo que te llegue.