domingo, 25 de julio de 2010

DE LONDRES A AFGANISTÁN (COSAS DEL CINE)

En verano no es fácil encontrar películas atrayentes. Fui a ver la última de Shrek y me gustó, aunque no llega a la altura de las dos primeras. Sucumbí a la publicidad que rodea a Knight and day, la de Tom Cruise y Cameron Diaz, que como cine palomitero está bien si no eres muy exigente. Estupenda para los cines de verano. Entretenida, con pocas sorpresas pero eficaz. Eso sí, los puristas se tirarán de los pelos al ver unos sanfermines ambientados en Sevilla. Todo sea por el espectáculo, a Hollywood la verosimilitud nunca le ha quitado el sueño.
Totalmente distinta, por fortuna, es London River, un drama sentido pero no sensiblero que toca varios temas entrelazados. Una viuda de guerra inglesa, Elizabeth Sommers, (maravillosa Brenda Blethyn, que ya lo bordó en El jardín de la alegría, muy divertida) que cuida una granja en una isla del Canal de la Mancha debe ir a Londres cuando no puede ponerse en contacto con su hija, estudiante en Londres, tras los terribles atentados del 7 de julio de 2005. No sabe por dónde empezar porque desconoce qué hace su hija en realidad. Sólo sabe su dirección, y le asombra saber que el dueño del piso es un comerciante musulmán. Pasan los días y su hija sigue sin contestar a sus llamadas. Alguien le sugiere que ponga carteles con su foto, pues aún hay víctimas sin identificar tras los atentados. No quería pensarlo, pero debe empezar a hacerlo. Se encuentra perdida y sola en una ciudad convulsa con millones de desconocidos.


Por casualidad entra en contacto con Ousmane, musulmán africano que lleva quince años trabajando como guarda forestal en Francia. También está buscando a su hijo, a quien dejó cuando tenía seis años. Ni siquiera sabe qué aspecto tiene, si le viera no le reconocería. Es su mujer, que sigue en África, quien le ha pedido que le busque. Elizabeth al principio le mira con recelo, le parece un hombre extraño, de otra religión, de otra raza, pero las circunstancias les obligan a encontrarse una y otra vez y a compartir incluso piso porque sus hijos no sólo se conocían sino que, además, estaban enamorados, eran compañeros de clase de árabe en la mezquita, vivían juntos y tenían pasajes para ir en tren a Francia. Así, Elizabeth y Ousmane entienden que tienen mucho en común, sin saberlo. Les une la relación de sus hijos y la incertidumbre sobre lo que les pueda haber ocurrido. Buscan juntos hasta que llegan a conocer la terrible verdad.
Es una hermosa película sobre las relaciones inesperadas, cómo vencer la desconfianza hacia el diferente, el dolor de las víctimas de un atentado terrorista y, lo que más me llamó la atención, lo poco que los padres sabemos sobre nuestros hijos. Ni Elizabeth ni Ousmane saben cómo viven, qué hacen ni con quién se relacionan sus hijos. ¿Lo sabemos los demás? A duras penas y sin mucho detalle, me temo.
La película no indaga en los atentados en sí, ya bastante conocidos y difundidos. Muestra algunos aspectos de la investigación para identificar a las víctimas sin ser morbosa. Es delicada y profunda, sobria y emotiva. Cuenta mucho sin recurrir a grandes aspavientos, el tipo de cine verdadero que no necesita más que un buen guión y unos intérpretes excelentes para transmitir emociones y hacer pensar. Dos desconocidos, hombre y mujer, dos personas muy diferentes, acaban descubriendo todo lo que les une. El dolor es universal, no distingue razas ni religiones, no importa dónde se haya nacido, siempre es lacerante y terrible. Las alegrías y los temores son parecidos en todas las latitudes. La película puede resumirse en la frase: "Nuestras vidas no son tan diferentes".
Brenda Blethyn podría ser el ama de casa que guarda su turno en la frutería a nuestro lado, no tiene nada destacable salvo una gran expresividad y, sobre todo, unos ojos que lo dicen todo. Sotigui Kouyaté es muy alto, muy delgado, camina muy despacio apoyado en un bastón, parece no tener nunca prisa, está resignado a vivir tan lejos de África. Obtuvo el Oso de Plata en Berlín en 2009 y falleció unos meses después.

En televisión vi Buda explotó por vergüenza, que no pude ver en cine hace dos años. Es una historia terrible sobre una niña afgana, Bakhtay, que a sus seis años desea ir a la escuela para conocer cuentos maravillosos que la ayuden a olvidar su dura realidad cotidiana. Para ello necesita un cuaderno y un lápiz, y conseguirlos es toda una odisea para ella. El cuaderno cuesta diez rupias y debe conseguirlas vendiendo huevos. Tozuda, se enfrenta a problemas inesperados para lograr su objetivo.



En la escuela no la aceptan por ser una niña, un problema añadido en Afganistán. Se encuentra con unos niños que le ponen una bolsa en la cabeza a modo de burka y simulan una lapidación porque juegan a ser talibanes, es lo que han visto y aprendido de sus mayores. Tienen a otras niñas en una cueva, retenidas por haber comido un chicle en cuyo envoltorio figuraba la foto de un futbolista o, simplemente, por tener bonitos ojos. La belleza es pecado y debe ser castigada, es la forma de pensar de los talibanes.








Los mismos niños juegan más tarde a ser americanos y ahora persiguen a Bakhtay con palos imitando armas porque la consideran terrorista. Es la historia de Afganistán en los últimos años: rusos, talibanes y americanos lo han convertido en un escenario de guerra donde todo está destruido. Quién y cómo va a ser capaz de imponer orden y cordura aún está por ver. La pequeña Bakhtay, una niña que enamora a la cámara con su mirada limpia y su aspecto frágil pero decidido, encarna la lucha de ese pueblo y especialmente de sus mujeres, condenadas por el mero hecho de serlo a la ignorancia, la invisibilidad e incluso la muerte, por no hablar de las terribles mutilaciones a manos de sus parientes (hombres, por supuesto) si han violado alguna ley, o sin llegar a hacerlo, pues basta la sospecha para lavar el honor de la familia con sangre.

Un pastor le dice: "¿Buscas la escuela? Pues sigue la luz del sol y la encontrarás. No puedes perderte". Hermosa metáfora entre tanta sinrazón. La película es dura pero poética, cargada de símbolos tras su aparente sencillez. Se muestra el machismo, el fundamentalismo, la intransigencia, lo absurdo de una situación que parece no tener salida tras tantos muertos, mutilados y refugiados.
En la escena final, los niños acosan a Bakhtay simulando disparos, pero ella no se da por vencida hasta que su amigo le dice: "¡Tírate al suelo! Si no mueres no te dejarán en paz, no serás libre." Terrible verdad: ha de morir para lograr la libertad.
La escena inicial muestra la voladura de dos enormes estatuas de Buda talladas en la roca, declaradas Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO, destruidas por los talibanes en 2001 en su ciego afán por eliminar todo cuanto fuera en contra del Corán. Una prueba más de la ceguera fundamentalista, de su locura.
El título hace referencia a una frase del padre de la directora: "Hasta las estatuas se avergüenzan al ver tanto horror." Es un día en la vida de una niña, una entre millones, reprimida por ser mujer y por vivir en un país asolado por las sucesivas ocupaciones. Es Afganistán pero podría ser la India, Indonesia, cualquier país africano. Por desgracia, sobran escenarios para situar una historia tan impactante. Qué injusto contraste con nuestro mundo, que sigue nadando en la abundancia. Bakhtay lucha lo indecible para conseguir un cuaderno, que al final resulta deshojado por unos niños crueles, mientras aquí tiramos material escolar sin ningún miramiento. Cómo me duele ver tanta despreocupación en mis alumnos... Todos los días abandonan sin ningún miramiento cuadernos, folios, rotuladores, lápices, gomas, reglas... No les importa, no lo valoran. Les da lo mismo perderlo. En el mejor de los casos, comprarán más. Es nuestra lucha diaria, con escaso éxito. Ni siquiera en vacaciones me siento alejada de estos temas. Descanso, pero de vez en cuando mi conciencia despierta. Así que, a pesar de todo, os deseo unas felices vacaciones. Si son con buen cine, mejor.













jueves, 8 de julio de 2010

MADRES E HIJAS

Llevo días intentando escribir en el blog, pero no hay manera, la conexión va lentísima, como si se contagiara del tremendo calor que nos acosa, y no me deja insertar las imágenes que deseo. Al final he conseguido poner ésta, que no tiene nada que ver con la película que deseo comentar, Madres e hijas. El panorama cinematográfico veraniego es penoso, como sabéis, y este año más, con la enorme competencia del fútbol. El pasado fin de semana fue para llorar, según los distribuidores. Cuando por fin acabe el Mundial quizá mejoren las cosas.
Fiel a mi costumbre, venciendo la pereza que me da el calor, fui a ver esta maravilla de Rodrigo García, hijo de Gabriel García Márquez. Cuenta la historia de tres mujeres cuyas vidas acaban cruzándose teniendo en común la maternidad vista de modos diferentes. Los actores son sensacionales. Annette Bening está increíble dando vida a Karen, que se vio obligada por su madre a dar en adopción a su hija porque la tuvo con catorce años. Es una mujer difícil, amargada por ese recuerdo. Nunca olvidó a su hija, a la que no conoció. Le escribe cartas, imagina cómo es, cómo se llamará, le guarda regalos de cumpleaños... La relación con su madre, ya mayor y casi impedida, no es fácil. Llega a conocerla mejor cuando muere gracias a la asistenta, a quien contó cosas que ella ignora. Encuentra el amor inesperadamente en Paco (Jimmy Smits), un nuevo compañero de trabajo que le ofrece comprensión, estabilidad y cariño.
Su hija se llama Elizabeth (magnífica Naomi Watts), es una abogada de éxito de 36 años que perdió a su padre adoptivo y apenas tiene contacto con su madre de adopción. No sabe o no puede establecer relaciones personales sólidas y duraderas. Aguanta poco tiempo en cada trabajo, no quiere echar raíces. Inicia una aventura con Paul (sobrio y expresivo Samuel L. Jackson, sensacional), su jefe, viudo y con hijos mayores, pero deciden acabarla por miedo al exceso de compromiso, aunque él está dispuesto a hacerse cargo del hijo que ella espera si es suyo, algo que ella no le aclara porque también ha tenido relaciones con un vecino casado por el simple afán de aventura y placer sexual.
Lucy quiere ser madre a toda costa, pero al no poder serlo por vía natural decide embarcarse en el proceso de adopción con su marido. Van a adoptar al hijo de una muchacha de veinte años, hija de una madre soltera. El marido tiene muchas dudas y finalmente se separan porque él desea un hijo propio, no adoptado, pero ella sigue adelante con su idea. Cuando tiene finalmente al bebé no es el esperado (no cuento más por si la veis) pero aprende que ser madre es difícil, que la criatura absorbe todo su tiempo y no deja espacio para casi nada más, es exigente y acaparador. Cualquier madre sabe lo que es eso.
La película está llena de detalles bonitos y otros duros, no es edulcorada pero es realista y tierna. Se entrecruzan varias vidas de hombres y mujeres, sobre todo mujeres, con el tema común de la maternidad vista desde diferentes ángulos. La sensibilidad del director, también autor del guión, es exquisita. Mima las historias, las entrelaza sin forzarlas, las resuelve con naturalidad. Es un excelente tratado sobre la mujer y sobre la maternidad que interesará también a los hombres.
Se ha escrito y dicho tanto sobre la figura de la madre... La relación materno-filial no suele ser fácil. Todos conocemos casos de madres absorbentes, acaparadoras, dominantes, causantes de no pocos problemas en sus hijos, pero también de lo contrario, madres entregadas, cariñosas, abiertas, que enseñan a los hijos a volar y a crecer en libertad. Las consultas de psicólogos y psiquiatras están llenas de hijos que arrastran serios problemas con sus progenitores. Yo fui (o soy) una de ellas y doy fe de lo difícil que es aclarar esa maraña de sentimientos contradictorios y solucionar la relación amor-odio que se establece entre padres e hijos. Hablar de ello me llevaría muchas páginas. Me costó asistir a varios grupos de terapia, en los que aprendí muchísimo, pero finalmente llegué a la raíz del asunto y pude entender muchas cosas. Y es que la familia, esa institución tan sacralizada por algunos, se convierte en demasiadas ocasiones en un nido de víboras, en una lucha de intereses y de poder, incluso en una tumba porque los sucesos más terribles a veces se desarrollan en el hogar. Ese nudo primigenio no siempre es idílico ni acogedor. Los maestros conocemos cantidad de casos de padres ineptos, desentendidos, malos educadores por exceso o por defecto, y también de lo contrario, claro.
Supongo que siempre se ha dicho que la familia está en crisis, no es nada nuevo. Los partidarios a ultranza de la familia tradicional ven el aborto, el divorcio, el matrimonio entre homosexuales, la reproducción asistida, la píldora, el preservativo, la maternidad o paternidad en soledad y otros hechos "modernos" como enemigos peligrosos que van a acabar con ella. Yo no lo veo así. Conozco casos de familias tradicionales desastrosas y de familias "diferentes" felices y estupendas. Hasta hace no muchos años ser madre soltera, por ejemplo, era un terrible deshonor, aparte de un pecado mortal, y hoy es una opción tan válida como otra cualquiera. Ser buena madre no está garantizado por un papel, un sacramento o un apellido. Requiere cariño y paciencia, sobre todo, buenas dosis de entrega y de sentido común, de generosidad y de alegría. Yo sólo tengo un hijo, estupendo, eso sí; me habría encantado tener más, pero la Naturaleza no estaba por la labor, qué le vamos a hacer. Ya tiene 23 años, que se me han pasado en un vuelo. Disfruté muchísimo de él cuando era bebé, cuando le llevaba al parque, cuando montábamos juntos en bici, en las cabalgatas de Reyes, viendo las películas de Disney, asistiendo a sus progresos en los estudios... No me he perdido nada. Odio a esas madres que tienen dos hijos y dicen que les sobra uno y medio, o las que se lamentan continuamente del tiempo que, según ellas, les roban sus hijos porque no pueden ir al cine, salir por la noche o gastar lo que les apetece. ¿Para qué tienen hijos entonces? Un hijo te cambia la vida, debe cambiártela, pero no es un castigo ni una cruz. Es una obligación, sí, pero no una castración. Compaginar hoy trabajo y maternidad es una heroicidad, pero no significa desentenderse ni abandonar a las criaturas.
El tema, como veis, da para mucho. Cada uno tiene su experiencia y su visión. Yo os recomiendo ver la película porque es cine del bueno y porque hace sentir y pensar. Está llena de detalles que no deben pasar desapercibidos. Al fin y al cabo, todos somos hijos y seguramente padres, así que nada de lo que en ella se refleja nos es ajeno.
Id al cine, siempre hay buenas opciones y las salas están fresquitas (a veces demasiado). Felices vacaciones a todos.