martes, 30 de diciembre de 2008


Acabo de ver en la tele dos películas de dibujos animados, Aladdin y Pocahontas. Qué hacía yo viendo películas infantiles, os preguntaréis. ¿Acaso recordaba mi infancia? ¿O era pereza porque tampoco había nada más apetecible en el horizonte catódico? No lo sé, pero con las primeras imágenes de Aladdin me he trasladado a aquellas Navidades en las que mi hijo tenía cinco años y la vimos juntos al término de la Cabalgata de Reyes. Después cenamos en el Burger. Eso lo hicimos hasta que su edad le quitó esa parte de inocencia y ya no fuimos a más cabalgatas. Qué pena. El tiempo se lleva tanto por delante... Pero, ¿por qué sentir pena? ¿Por qué no alegrarse de la felicidad pasada? Hoy mi hijo es un joven feliz y trabajador a punto de terminar Magisterio. Apenas recuerda esos episodios de su infancia pero yo estuve ahí con él. El tiempo dedicado a los hijos es el mejor empleado del mundo.
Estas Navidades son bien distintas. Miles de niños mucho menos afortunados que mi hijo y tantos otros viven aterrorizados bajo la amenaza de los bombardeos israelíes. Nadie parece realmente interesado en poner fin a tan largo e injusto conflicto. Unos y otros esgrimen sus razones para continuar con la guerra y el resto del mundo se limita a emitir comunicados de condena y bla, bla, bla. Mueren inocentes, la ayuda no puede llegar, los heridos sufren en los hospitales, las madres lloran a sus hijos muertos, y todo mientras celebramos la Navidad en otros lares y nos preparamos para cambiar de año. ¿Tiene sentido todo esto? ¿Qué podemos hacer? No lo sé. Siento una desazón indefinible. Nos hemos acostumbrado a ver imágenes terribles sin conmovernos apenas. Una vergüenza mundial.

sábado, 27 de diciembre de 2008

Actividades navideñas

Ya llevamos una semana de vacaciones, cómo pasa el tiempo... Ya hemos celebrado al Nochebuena y la Navidad y estamos a punto de estrenar un nuevo año, esta vez no bisiesto, que según dicen son "siniestros". Ha habido de todo, como siempre. Cada uno hará su balance personal. Yo no puedo quejarme, desde luego. Tuve la amenaza de una intervención quirúrgica que finalmente se desvaneció y mi vida ha seguido más o menos igual, sin alteraciones importantes. Ya lo dicen los ingleses: "No news, good news". Siempre queda la ilusión de alguna novedad, algún cambio, si es para bien, pero el día a día ya es de por sí un reto, aunque parezca monótono e igual a tantos otros.
Termino el año como lo empecé, o casi: yendo al cine. He visto El Intercambio, la última de Clint Eastwood como director. La prota es Angelina Jolie, que está bastante bien, nada de mujer espectacular ni heroína de cómic. Es una mujer luchadora, desesperada porque pretenden engañarla dándole un niño que no es su hijo para tapar un error policial. Ella no se conforma y planta cara al poder. No puedo contaros más sin estropear la intriga. La sala estaba casi llena y algunos aplaudieron al final. Me encanta cómo dibuja el viejo Clint sus personajes, nada estereotipados, sin caer nunca en el tópico o la cursilería. Aquí la ambientación es perfecta aunque el argumento recuerde a otras películas en ciertos momentos. Todo lo que tiene que ver con la infancia me atrae de modo especial, a pesar de que con demasiada frecuencia me revuelva las entrañas por lo que cuenta. Las noticias que son protagonizadas por niños suelen ser trágicas y terribles, casi tanto, o en ocasiones más, que las relacionadas con mujeres maltratadas o asesinadas. La crueldad se ceba en los más débiles, y la mujer y el niño lo son. Vaya tema navideño... En cualquier caso, os la recomiendo y ya me contaréis.
Y ayer por fin vi Gomorra, muy recomendada por Carlos Boyero. Trata de la Camorra napolitana y el autor de la novela en que se basa está amenazado por ella. No tiene nada de la elegancia de El Padrino, aquí toda la violencia es dura y explícita, los personajes son sucios y no hay ningún fotograma bello. Tiene el realismo característico del cine italiano. Da miedo pensar que los créditos finales dicen la verdad: ahí fuera el crimen organizado lava sus trapos sucios mientras nosotros pagamos impuestos confiadamente sin plantearnos el qué, el cómo ni el quién. Otra película que no pega mucho en estas fechas, pero muy recomendable.
Lo que me tiene muy enganchada es el segundo libro de Stieg Larsson, La chica que soñaba con una cerilla y un bidón de gasolina. Un título largo que encierra una historia apasionante. No suelen gustarme las traducciones, pero ésta es perfecta. Eso sí, hay que leer antes la primera parte. Lástima que el autor muriera sin conocer el éxito alcanzado por su obra y que ya no pueda ofrecernos más muestras de su talento. Ahora que puedo permitirme el lujo de leer durante horas espero darle un buen empujón. Leer con calma bajo una buena manta es placer de dioses.
Feliz domingo a todos.

sábado, 20 de diciembre de 2008

NAVIDAD, OTRA VEZ
"Treinta y ocho mil noventa y cuatro", "Veinticinco mil euros"... Es el soniquete de cada 22 de diciembre, el sonido inconfundible de la Navidad. Es el día de las vacaciones recién comenzadas, ya hemos disfrutado de las comidas con los compañeros, hemos llevado a cabo otro festival agotador, ya hemos expresado nuestros buenos deseos y tantas otras cosas agradables. Sin embrago, no sé por qué, yo me emociono de manera inexplicable con esta cantinela de la lotería. Jamás pienso que voy a ser agraciada con el gordo ni nada por el estilo, pero me alegra saber que otros muchos más necesitados que yo sí lo serán. Pero no, mi emoción no se debe a ese sentimiento tan altruista. Supongo que en el fondo de la memoria, en lo más recóndito de mi ser, están guardadas mi infancia y mi adolescencia, pasadas en parte en el Sáhara, esos reinos perdidos en los que seguramente no fui tan feliz como mi nostalgia me hace creer, pero que, convenientemente lavados y purificados por un elemental mecanismo inconsciente de defensa, representan para mí un refugio seguro, cálido e inalterable. Nada puede ya modificar el pasado. No se ve, no puede ser tocado, pero está ahí. Lo que yo soy ahora es en buena parte resultado de lo que fui entonces. De aquella época viene mi recuerdo de mi infantil e inocente creencia en los Reyes Magos, el olor del puchero caliente que preparaba mi madre (el hogar lo parece más en invierno, cuando acoge a los ateridos y hambrientos miembros de la familia con un humeante plato capaz de reconfortar al más desalentado), la sensación de que todo estaba bien entonces porque mis necesidades, pocas o muchas, estaban satisfechas, y tantas otras cosas que resultan agridulces en el recuerdo. ¿Por qué esa nostalgia nunca es dulce y placentera? ¿Qué tiene esa etapa de especial? No lo sé. Sólo sé que los Niños de San Ildefonso son ajenos a lo que sus infantiles voces despiertan en mí, pero acuden puntuales a su cita, cada 22 de diciembre.
En otro lugar, días atrás, niños y niñas, profesores, padres y madres, abuelos y abuelas, curiosos de toda condición llenaron un polideportivo que acogió cómodamente a semejante multitud. Abundaron los disfraces de pastores, de ángeles, de mil cosas distintas, cualquier excusa es válida para representar ese misterio que es la Navidad. Año tras año nos esforzamos por aportar algo distinto, pero la historia es siempre la misma, la pongamos como la pongamos, y yo siempre pienso lo mismo: "Qué hermoso sería si fuese cierto." Qué hermoso sería que hubiera nacido de verdad un niño especial al que unos magos llevaban ricos presentes guiados por una estrella mágica, un niño al que adoraron unos humildes pastores despertados por un ángel, un niño que traía un mensaje de esperanza para todos los que quisieran escucharle... Porque, indudablemente, los hechos narrados siglo tras siglo no se corresponden con lo que realmente ocurrió. Eso que llamamos tradición se ha ido forjando con el paso del tiempo entre leyendas, buenos sentimientos y mucho cuento por parte de algunos, pero todos, en mayor o menor medida, nos dejamos llevar por el ambiente del brillo artificial del derroche de luces, el dulzor empalagoso de los polvorones, la oleada de buenos deseos incluso de personas que habitualmente casi ni te saludan, las prisas, el afán por comprar más y más... Es una vorágine que nada tiene que ver con aquel ser que nació no se sabe bien dónde ni cuándo. Estoy convencida de que hemos inventado la Navidad porque la necesitamos. Es la mejor excusa para explotar a conciencia los buenos sentimientos, para intentar sacar de cada uno de nosotros lo más noble y bonito que tenemos. Es la mejor época para sacudir los bolsillos y las conciencias. Si hay que afiliarse a Médicos sin Fronteras, ahora es la ocasión. Nos empacharemos de turrón y caros manjares sin sentirnos culpables de la muerte por inanición de millones de niños inocentes gracias a un oportuno donativo más o menos generoso. Cielo santo, qué imponente circo hemos montado con la mejor (?) de las intenciones. Cómo soportamos (nunca mejor dicho) la presencia de ese cuñado inaguantable con la excusa de estas "entrañables" fechas. Las reuniones familiares, impuestas por una mal entendida costumbre de juntar a unos seres queridos (al menos en teoría), a veces acaban ocupando un espacio en la página de sucesos. Toma Navidad...
Por eso, para seguir creyendo en la bondad del ser humano (en alguna parte la tenemos todos, seguro), contemplo emocionada la función que preparan estos niños aún no demasiado contaminados por nuestro afán mercantilista, falso y superficial, de celebrar a todo lujo algo que en su origen fue humilde y sencillo. Ya sé que ellos también son consumistas, les hemos hecho así, y que cada vez pierden antes la inocencia, pero para mí representan esa infancia mía pasada pero no olvidada que es acaso mi "jardín secreto" más confesable. Qué más da su intención: yo veo lo que quiero ver, como todos, y en la amplitud del polideportivo revive aquella niña que fui, está ahí, a mi lado, porque nunca participó en una función semejante. Esa misma niña será la que se emocione cualquier noche de éstas viendo ¡Qué bello es vivir!, por enésima vez, con James Stewart haciendo de hombre bueno y sencillo. El cine es pura mentira, pero nos hace vibrar, soñar, reír, llorar... Acaso buena parte de lo que nos despierta sentimientos sinceros y auténticos sea mentira. ¿Necesitamos esas mentiras para ser como realmente queremos ser? La realidad es tan dura y tan prosaica a veces que buscamos cualquier excusa para no enfrentarnos a ella. ¿Y si lo que soñamos es tan fuerte que se convierte en realidad? Ojalá los buenos deseos no se debiliten tan rápidamente como las burbujas del champán. Ojalá no perdamos nunca la limpieza de la mirada infantil. Ojalá encontremos la paz y el sosiego que tanto necesitamos. Ojalá las personas que queremos estén siempre ahí, a nuestro lado. Ojalá sepamos descubrir la manera de hacer el bien sin buscar una medalla. Ojalá acertemos a descubrir el misterio que todos llevamos dentro. Ojalá...
Y para terminar...
Creímos que todo estaba
roto, perdido, manchado...
-Pero, dentro, sonreía
lo verdadero, esperando.-
¡Lágrimas rojas, calientes,
en los cristales helados...!
-Pero, dentro, sonreía
lo verdadero, esperando.-
Se acababa el día negro
revuelto en frío mojado...
- Pero, dentro, sonreía
lo verdadero, esperando.-
J.R. JIMÉNEZ

viernes, 12 de diciembre de 2008

HOY PUEDE SER UN GRAN DÍA, QUE DIRÍA SERRAT


Hoy he visto una película muy agradable, Un gran día para ellas. Es inteligente, elegante y entretenida. Necesitaba algo así después de la semana que he tenido, breve pero intensa. Es una coproducción USA-UK y tiene el aroma de las viejas comedias inglesas, refinadas y muy bien ambientadas. Los actores son muy buenos, empezando por Frances McDormand, que siempre está estupenda, y Amy Adams, de quien alguien ha dicho que incluso recuerda a la inefable Marilyn. Quizá no sea para tanto, pero desde luego tiene dotes sobradas para la comedia. Las situaciones de enredo provocan la sonrisa casi continua, sin asomo de mal gusto o desagrado tan abundante en las comedias típicas de USA, sobre todo las dirigidas al mundo adolescente. Bajo su apariencia ligera esconde grandes verdades: hay que aprovechar las oportunidades cuando se presentan. La acción transcurre en un solo día, de ahí el título, y es que realmente hay días que pueden cambiar toda una vida. La aparentemente tontita y superficial protagonista resulta no serlo y la insignificante y casi indigente asistente personal acaba transformando la existencia de varias personas con bondad y sinceridad en un mundo frívolo y superficial, a punto de cambiar radicalmente por la amenaza inminente de la 2ª Guerra Mundial. Ella sabe lo que vale el amor porque perdió al suyo en las trincheras de la Gran Guerra y sin pretenderlo conquista a un hombre del que muchas se enamorarían sin esfuerzo. Qué buen rato he pasado, de verdad. Cómo agradezco estas obras que arrancan sonrisas y despiertan buenos sentimientos. Parecen obras menores, pero es muy difícil realizar una buena comedia. Las situaciones más cómicas son las más trabajadas. Conseguir contar con fluidez una historia sin grandes acontecimientos es todo un arte. Ya empiezo a estar algo cansada de las superproducciones millonarias tan llamativas como huecas, pero me temo que es lo que se avecina en las fechas navideñas. Tendré que seleccionar lo que veré en las próximas semanas.
No sé si estáis al tanto de la famosa prueba de nivel que realiza la Comunidad de Madrid a los alumnos de 6º. Se supone que es para comprobar los conocimientos de los alumnos, objetivo ya de por sí bastante discutible, pero en relaidad es un motivo más de guerra sucia entre unos centros y otros porque publican la puntuación obtenida. Después de hacerlo un par de veces hubo tantas protestas que lo dejaron, pero han vuelto a las andadas. Todos los centros (públicos, privados y concertados) realizan la prueba el mismo día, con unas condiciones que recuerdan a un examen a Notaría o algo así. La hacen todos los alumnos, sean de NEE, Compensatoria, repetidores o escolarizados en su nivel. Si un alumno no la hace, por el motivo que sea, le ponen un cero redondo y, evidentemente, baja radicalmente la media de su centro. Cada vez son más las voces que se alzan en contra de este tipo de pruebas, pero la Administración es implacable. Tendría sentido variando las condiciones y escuchando las propuestas de los centros, pero eso es soñar con imposibles. Volvemos a lo de siempre: nuestros jefes no tienen ni idea de lo que realmente ocurre en las aulas. Si los resultados son malos (no son buenos en general) nos piden más proyectos y más planes de mejora, pero sin aumentar los recursos, faltaría más. Y así nos va. Siempre en la picota, siempre expuestos a las críticas de propios y extraños, sin apenas defensa. Todos los docentes estamos hartos de estas situaciones. Se nota, además, que el final de este trimestre es muy estresante y estamos deseando olvidarnos durante unos días de los problemas educativos. ¿Lo conseguiremos? Ojalá. Hay que poner distancia entre el trabajo y la vida personal sin que ello signifique perder interés. La mayoría nos implicamos demasiado en los problemas de los alumnos y acabamos sufriendo de veras. Estoy pensando cómo acabar cuatro meses juntos de una manera bonita, más allá de los regalos del "amigo invisible" y cosas así. Ya pensaré algo. Hay actividades preciosas que no necesitan un céntimo y son las que de verdad se recuerdan. Estamos acostumbrados a echar mano de lo material para celebrar cualquier acontecimiento y nos olvidamos del valor del calor personal, de la amistad, de las palabras de aliento, de esos detalles en apariencia insignficantes que conforman realmente los lazos más agradables con nuestros semejantes. Hay tantas cosas que nos pueden hacer sonreír cada día... Basta tener los ojos y los oídos bien abiertos, o simplemente estar en disposición de disfrutar. Hoy a mediodía me han saludado antiguos alumnos que estaban en el patio del IES y me han anunciado una próxima visita. Una de las niñas me ha escrito una carta preciosa, escrita con mimo y cariño, que me ha emocionado de veras. En medio de tanto ajetreo y tanta aparente ingratitud siempre hay un rayito de luz. Así que, qué más da si recibimos reconocimiento oficial a nuestra labor o no. Hoy me han bastado esos dos detalles para sentirme una vez más MAESTRA FELIZ.

viernes, 5 de diciembre de 2008

Negrita
Acabo de ver La Ola, fantástica película sobre la posibilidad del renacimientoNegrita del fascismo en la sociedad actual tomando como referencia una experiencia real en un centro de enseñanza estadounidense allá por los 60, si no me he informado mal. Es interesantísima, os la recomiendo vivamente. Está realizada con la seriedad que caracteriza al cine alemán (por lo menos, lo que yo sé de él), en la línea de La vida de los otros o Good Bye, Lenin!, estupendas las dos. Tengo que conseguir la novela en que está basada porque quiero recuperar algunos diálogos que merecen un largo comentario por sí solos. Os transcribo la sinopsis según el folleto que he recogido en el cine:
"Alemania hoy. Durante una semana de estudio de proyectos, al proCursivafesor de instituto Rainer Wenger se le ocurre un experimento que explique a sus alumnos cuál es el funcionamiento de los gobiernos totalitarios. En apenas unos días, lo que comienza con una serie de ideas inocuas como la disciplina y el sentimiento de comunidad se va convirtiendo en un movimiento real: La Ola. Al tercer día, los alumnos comienzan a amenazarse entre sí. Cuando estalla la violencia durante un partido de waterpolo, el profesor decide no seguir con el experimento, pero para entonces es demasiado tarde. La Ola se ha descontrolado."
Al director, Dennis Gansel, le interesaba el tema de la Alemania nazi, las preguntas de si el fascimo puede ocurrir de nuevo, de cómo funciona el sistema fascista, de cómo la gente puede dejarse llevar. Tiene algo que ver con su propia historia familiar, pues su abuelo fue oficial del Tercer Reich. ¿Cómo engañaron los nazis a la gente? ¿Cómo se nos podría engañar de nuevo hoy? Demasiadas preguntas con múltiples respuestas. Yo también he vivido en ese ambiente y sé lo que significa todo eso, aunque no hasta esos extremos, pero mi padre era militar y sé lo que digo. Sé lo que significa pertenecer a un grupo y comulgar con unas ideas que hoy considero erróneas y peligrosas simplemente por el hecho de haberlas respirado y mamado desde pequeña, sin tener que plantearme nada porque todo me lo daban pensado y decidido. Cuando empecé a darme cuenta de que todo aquello era injusto, irracional y rayano en la locura e incluso en el delito (pues qué sino es condenar a una parte de la Humanidad simplemente por ser "diferente", llegando a justificar su exterminio) comencé a salir de aquel ambiente, pero figuraos el problema que se me planteaba: era mi familia, eran los de mi sangre los que pensaban así y yo era la "traidora" por renegar de esas ideas. Podéis imaginaros lo difícil que fue, y aún no ha terminado, claro, aunque mis padres ya han muerto. Cuando el corazón y la cabeza van por distintos caminos el conflicto (serio) está servido. Mi corazón y mi cabeza ahora están en el mismo sitio, aunque los lazos familiares están ahí y digamos que lo llevamos razonablemente bien... sin entrar en detalles.
Por eso me he sentido tan identificada con esos adolescentes que casi sin darse cuenta abrazan una causa totalitaria sólo por sentir la seguridad que da la pertenencia a un grupo fuerte y unido (su fortaleza viene de su unidad), con un uniforme y un saludo en apariencia inocuos pero que encierran una gran atrocidad. La espiral de violencia crece y alcanza unos límites insospechados en pocos días. Y me he puesto también en la piel de un profesor que intenta que sus alumnos experimenten por sí mismos una teoría que ha llenado miles de páginas, ha inspirado no sé cuántas obras de teatro y películas y sigue enfrentando a muchas personas. Lo malo es que aquella teoría, aquella esperanza que significó el nazismo en la Alemania de los años 30 se convirtió en un monstruo cuyo alcance nadie fue capaz de prever. ¿Cómo contener a una masa cuando está enardecida por un discurso, una bandera o incluso un partido de fútbol? Es muy fácil dar rienda suelta a la bestia que llevamos dentro, lo difícil es controlarla. Se puede encontrar justificación para cualquier barbaridad: has mirado a mi chica, me has rayado el coche, eres diferente... y yo puedo hacerte esto o lo otro, incluso matarte porque estoy en mi derecho. Soy superior a ti y eso me legitima para decidir sobre tu vida. Puedo invadirte porque eres un país atrasado y salvaje, puedo expoliarte porque soy más fuerte que tú, puedo masacrarte porque sólo me interesa tu riqueza, tu vida vale una mierda. Señalad cualquier punto del mapamundi y encontraréis hechos como éstos en cientos de países y en cada año de nuestra historia. Demasiadas ideas mezcladas, pero todo se reduce a lo mismo: hay que estar alerta ante la violencia latente en cada uno de nosotros, no se puede permanecer de brazos cruzados ante la injusticia, hay que enseñar (y aprender) a compartir y a convivir con todos los que comparten el ancho mundo con nosotros... Tareas demasiado importantes y ambiciosas como para ignorarlas o mirarlas con desprecio. En las aulas dedicamos mucho tiempo a esta faceta de la educación (la más importante) y por ello cada vez estoy más convencida de la importancia de nuestro trabajo. No desmayéis, compañeros, no bajéis la guardia: nos va en ello el futuro.
Y hablando de nuestro trabajo, ¿no habéis notado que hoy, víspera del mal llamado puente de la Constitución, han faltado muchos alumnos a clase? En mi colegio la media ha sido de cuatro por clase, que se dice pronto. Me parece muy bien que una familia decida irse de viaje en fecha tan especial, pero que luego no nos digan a nosotros que tenemos muchas vacaciones. Si ellos tienen derecho a ausentarse cuando les conviene, que respeten nuestro calendario laboral también. ¿O no?
Con tres maravillosos días de fiesta por delante mis planes se reducen a tres cosas: manta, libro y sofá (cuando mis obligaciones me lo permitan, claro, pero ahora mismo no me preocupan). Ya he terminado Un asesinato piadoso, que me ha tenido enganchada varias semanas, y voy a empezar la nueva obra de Lorenzo Silva, El blog del inquisidor, prometedor título del que os mantendré informados.
Feliz descanso a todos.

miércoles, 3 de diciembre de 2008


Hace unos días fui a ver Quantum of solace, la última de James Bond. Después de la semana que había pasado me apetecía distraerme un poco y ver algo que no me hiciera pensar mucho. Y qué queréis que os diga, es una buena película de acción, desde luego, pero demasiado enrevesada, o será que no recordaba los suficientes detalles de Casino Royale, tendré que volver a verla. Las escenas de persecuciones, tiros y demás son espectaculares, muy bien hechas, sin dar tiempo a pensar lo que está ocurriendo. Daniel Craig está estupendo, me encanta este actor. Como novedad, no utiliza gadgets y parece más humano y vulnerable que nunca sin perder su gesto duro de agente (asesino) implacable. Me gusta este giro del personaje, alejado del estereotipo de los tebeos de otras películas que forjaron la leyenda de espía con licencia para matar. Habrá quien piense que ha traicionado al Bond de más de veinte pelis anteriores, yo creo que es un cambio necesario y que ya era hora de mostrar otra cara más humana del héroe (?). Sigue estando al servicio de Su Majestad, por supuesto, pero con matices. No me gustan los personajes planos, previsibles. Quiero ver en la cara del actor las luces y las dudas de un hombre metido a espía pero que conserva su faceta humana, y Daniel Craig lo consigue. Me gustó, y es que, como dicen en alguna parte, voy predispuesta a pasarlo bien y siempre encuentro algo positivo en lo que veo. Luego hago la crítica, claro, pero de momento disfruto de ese tiempo a oscuras en el cine metida en una historia cuyo tema elijo en función de mi apetencia de ese día. Procuro ir informada porque así capto mejor los detalles. El cine sigue siendo magia, aunque cada vez cuesta más encontrar buenas obras. Hace años que perdió ese halo maravilloso que caracterizaba a los grandes clásicos y ahora es cada vez más un producto más del consumo rápido de usar y tirar. Javier Marías lo contaba muy bien hace un par de domingos. Parece que lo importante es decir "he visto tal película" y tacharla de la lista para ir enseguida a por la siguiente en lugar de paladearla despacio y volver a verla con más detalle, o recordarla tranquilamente y con calma buscando en tal o cual escena esa chispa que hace disfrutar de lo bien hecho. La televisión se encarga de pasar una y otra vez películas ya vistas, pero a veces es un placer que lo haga, como el ciclo recientemente dedicado al inmenso Paul Newman o la revisión de la trilogía de El Padrino. Parece mentira que tengan más de treinta años, están impecables, son maravillosas ahora y lo seguirán siendo pase el tiempo que pase.
Tenía pensado ir a ver La ola, que según dicen algunos es muy recomendable para jóvenes y adolescentes porque muestra lo fácilmente manipulables que pueden llegar a ser y lo sencillo que puede resultar hacer renacer el fascismo si se dan las circunstancias adecuadas y se ofrece el mensaje oportuno. Es un tema que da para mucho, desde luego. Provoca pánico pensar que pueda resurgir semejante monstruo, pero quizá no lo tengamos tan lejos. Continuamente nos llegan mensajes del peligro que supone la inmigración, los puestos de trabajo que quitan, lo que se benefician de nuestro sistema sanitario... Los que trabajamos en la enseñanza pública y tratamos con ellos sabemos que la realidad es muy distinta. No son, ni de lejos, los que más problemas dan pero sí son los más agradecidos. Vienen en unas condiciones penosas y tienen siempre el viento en contra, digan lo que digan algunos que protestan porque les quitan becas o plazas de guardería. En muchos casos se juegan la vida intentando encontrar un futuro mejor que el que les esperaría a miles de kilómetros y sólo encuentran desprecio y odio. En el pueblo donde yo trabajo abrieron un Aula de Enlace el curso pasado, pero los muy genios la pusieron en un centro concertado y los inmigrantes no podían pagar la cuota que les exigían, así que se han tenido que marchar a mi colegio, por ejemplo, donde tenemos un profesor de Compensatoria sólo dos días a la semana. Viva la política educativa del PP... Eso sí, han cedido suelo público en Alcorcón para levantar un colegio concertado religioso que separa a los niños de las niñas en toda la etapa educativa amparándose en el derecho de los padres a elegir la educación que más les plazca. Que en estos tiempos alguien ampare semejante barbaridad da para pensar... e indignarse.
Y para seguir en la línea social que me reclama mi colega Miguel, cómo no hacer mención a la última barbarie terrorista. Esto acabará algún día, sin duda, pero no de la forma deseada. Yo creí posible durante mucho tiempo un diálogo, largo y duro, sin duda, pero fructífero al fin y al cabo para acabar con esta pesadilla, pero ahora nos están demostrando que ya no puede ser. Qué final tan amargo para un post que sólo quería hablar de la proximidad de las vacaciones, de la Navidad quizá más austera pero no menos dichosa si se sabe aprovechar bien y del ajetreo que vivimos en los colegios en estos días. Yo, como todos mis compañeros, me siento literalmente saturada de trabajo, no doy abasto para hacer controles, poner notas, asistir a reuniones, levantar actas, preparar el festival, atender a los padres... ah, y dar clase, claro, que a veces parece que es lo de menos. En fin, paciencia, llevaremos todo adelante, como siempre, aunque sea a costa de muchas horas extra y mucho esfuerzo añadido.
Y ya que parece que estamos en la semana de la poesía gracias a Joselu quiero terminar con unos versos de Gloria Fuertes, siempre atinada.

Llevando de la mano a la ternura

se espanta la razón y no me alcanza

y si queréis saber

ahora os describo el sabor de la felicidad.

Es quedarse dormido

con los brazos abiertos

y los labios atados

libres y entrelazados.