martes, 30 de marzo de 2010

CUIDADOS INTENSIVOS


Llevo casi una semana yendo diariamente a la UCI a ver a mi hermana. Se recupera bien, mejora día a día. Ya está sentada a ratos en el sillón y ha tomado cuatro vasos de ese asqueroso preparado necesario para hacer un TAC con contraste. Es una buena paciente, no se queja y colabora todo lo que puede. Quizá mañana la lleven a la habitación, con lo que se acabarán las engorrosas visitas a determinadas horas y evitaremos molestar a otros enfermos. En la UCI sólo hay enfermos graves, evidentemente. En los mejores casos, se recuperan tras una intervención; en otros muchos, es la antesala del final.
Junto a mi hermana hay otros pacientes que parecen estar mucho peor. Quién más, quién menos, todos hemos estado cerca de enfermedades nada benignas, así que os ahorraré los detalles. Por un lado nos atrae el morbo de accidentes y casos clínicos, somos muy mirones, de ahí el éxito de las series o películas de médicos. Ahora, por ejemplo, estoy viendo House, que reúne varios elementos interesantes, a mi juicio y al de otros muchos, según los índices de audiencia. También hay quien no soporta estas historias, con razón.
Nadie va al hospital por placer, salvo excepciones. Un mínimo cuidado de la propia salud exige visitas periódicas al médico, pruebas, análisis... Nunca son agradables, aunque, afortunadamente, la medicina ha avanzado bastante y muchas pruebas resultan hoy mucho más llevaderas e indoloras que antaño. La lucha contra la enfermedad y la muerte es incesante gracias a grandes inversiones (la madre del cordero) y a la dedicación de muchos profesionales que tratan a los pacientes con interés y eficacia, como si cada caso fuera único. Cuentan con un gran inconveniente: los pacientes no suelen ser fáciles de tratar porque la enfermedad conlleva incomodidad, malestar y malhumor. A nadie le agrada estar malo y los demás han de soportar su dolor físico y su rebeldía ante él. Me pregunto si el término "paciente" está siempre bien empleado o es un sarcasmo. En mis muchas visitas ya a hospitales he visto y oído casos variados: resignación, protestas, gritos, quejas, altercados... Los médicos y enfermeras no son infalibles, no son dioses, son seres humanos que a veces se equivocan , pero toleramos muy mal sus errores porque a veces resultan mortales.
Yo he pasado por dos intervenciones y cada cierto tiempo he de ir al médico, como todo el mundo, y debo decir que, salvo excepciones, he recibido un trato excelente. Decidí ser atendida en la Seguridad Social, aunque puedo elegir entre varias privadas, a pesar de la incomprensión de muchos de mis colegas, y nunca me he arrepentido. Hay que conocer las reglas del juego, contar con las listas de espera, reclamar cuando es necesario y asumir que una consulta no tiene por qué estar en un despacho de muchos metros cuadrados con alfombras y cuadros caros para ser atendido con garantías. Os contaré un caso que parece increíble: un tío mío murió diez días antes que mi madre por un extraño cáncer de hígado. Se pasó meses de consulta en consulta (todas privadas, por su seguro tras haber trabajado decenas de años en la Coca-Cola) y estuvo internado en una clínica del barrio de Salamanca hasta que le dijeron que lo sentían mucho pero que su póliza no daba para más y le mandaron a casa. Pocas horas después mi tía lo llevó al Hospital Clínico San Carlos, público, claro, donde poco pudieron hacer ya por él, pero fue dignamente atendido al menos. Así funcionan las cosas, para quien no lo sepa. Por eso me indigno tanto cuando critican el sistema público de salud o de educación en España, porque los partidarios de la privatización a toda costa no saben a lo que conduce ver cualquier servicio como un negocio, lucrativo, claro. Espero que no lleguemos a ello, pero en Madrid estamos a un paso gracias a la ... ésa, sí, ésa misma. Es que sólo nombrarla o verla me pongo enferma.
La profesión de enfermería me parece digna de todo elogio. Los cirujanos se llevan la parte del león del éxito contra la enfermedad, pero son las enfermeras quienes hacen el trabajo más engorroso: curas, pinchazos, limpieza, administración de medicamentos... Retiran las bolsas y sondas llenas de líquidos asquerosos, todo eso que tenemos dentro pero no vemos ni sentimos en condiciones normales. Limpian heridas y llagas sin rechistar. Manejan con soltura jeringuillas y aparatos de todo tipo, ésos que al resto de los mortales nos producen un respeto casi reverencial. Cuesta verles un mal gesto o una palabra de protesta, aunque es de suponer que no es fácil mantener la compostura tras largas horas de duro trabajo. Soportan las quejas de pacientes y allegados porque son el primer contacto entre el hospital y el enfermo. La línea que separa la vida de la muerte a veces es muy delgada y puede depender de una dosis inadecuada o de un medicamento mal administrado. Por eso admiro tanto a estos profesionales eficientes y prudentes, siempre en su sitio y atentos a su trabajo. Quizá sus manos sean las últimas que toquen a muchos enfermos y su rostro sea la imagen postrera que recuerden. Son especiales. Cada uno elige su profesión según sus gustos y aptitudes. De los maestros suele decirse que lo nuestro es sobre todo vocacional, y lo mismo opino yo de los enfermeros. Vaya desde aquí mi agradecimiento hacia todas esas personas que hacen las dolencias más soportables y la estancia en los hospitales llevadera e incluso agradable. Gracias, gracias, gracias.

domingo, 21 de marzo de 2010

CINE, CINE, CINE, MÁS CINE, POR FAVOR... QUE DIRÍA AUTE

Por variadas razones que no voy a relataros para no cansaros he visto cuatro películas en el cine en estas dos últimas semanas. Os las voy a comentar de menos a más, según mi criterio, aunque dos de ellas tienen un cierto empate.
Ir al cine me relaja, me gusta estar un par de horas en una sala a oscuras frente a una gran pantalla que me cuenta historias de todo tipo, comiendo palomitas, eso sí. Me resulta fácil sumergirme en las películas, me dejo llevar y luego saco mis conclusiones. Unas veces más que otras disfruto con lo que veo.

Vi por fin la última de la trilogía Millenium, La reina en el palacio de las corrientes de aire, quizá la más floja y más lenta de las tres. Si la habéis leído ya sabréis por qué. Me entretuvo, sin más. Es correcta, como las otras, con la frialdad y la precisión de los nórdicos. Creo que la hicieron bastante deprisa para no coincidir con la versión americana, que es de suponer será más trepidante y más costosa. Termina la historia, se resuelven todos los enigmas. Lisbeth Salander por fin es libre y podrá disfrutar de su fortuna, pero sigue siendo incapaz de demostrar sus emociones, si es que las tiene. Con todo, es el personaje más fascinante de las novelas, que aparte del enorme éxito cosechado siguen rodeadas de elucubraciones de todo tipo sobre una supuesta cuarta parte y los líos legales que levantó la herencia. ¿Fin de la historia? Ya veremos.


Quise ver En tierra hostil antes de los Óscar, pero no pude. No me gusta ver una película sólo por haber recibido un premio, ésta ya tenía buenas críticas anteriores. Y las merece, desde luego. Está muy bien rodada, aunque algunos entendidos dicen que contiene errores estratégicos que no voy a desvelar por si acaso alguien no va avisado. Cuenta el día a día de un grupo de desactivadores de bombas en Irak, la guerra interminable, la mayor sinrazón de los últimos tiempos. Al principio se lee que la guerra es una droga, que genera tal cantidad de adrenalina que resulta adictiva, y viendo al protagonista se llega a creer que tal afirmación es cierta.



Para quienes no hemos cogido un arma, no hemos vestido uniforme y no hemos pisado un escenario bélico resulta incomprensible que alguien sienta atracción por las bombas, la destrucción, la muerte, y sin embargo parece que es así, como testimonian no pocos y se ha visto en otras películas. Recordad que en Apocalyse now el coronel pirado dice que le encanta el olor del napalm por las mañanas. Aquí los marines despiden testosterona a placer y buscan y desarman bombas allá donde es necesario. No se plantean lo que hacen, simplemente realizan su misión y ya está. Obedecen órdenes, acuden donde les llaman, realizan su trabajo y se van, suponiendo que la misión tenga éxito. Se pelean a puño limpio para descargar tensiones y uno de ellos colecciona restos de los artefactos que ha desactivado, restos de lo que pudo haberle matado en más de una ocasión. En el mismo lote mete su anillo de casado porque también resultó una trampa para él. Y, pudiendo quedarse en su casa, elige volver a Irak. Está enganchado. Para él es lo único que da sentido a su vida. Todos desean marcharse de ese infierno excepto él.




Aparece Ralph Fiennes en un breve papel. La guerra marca a todos. Hay largas esperas vigilando una casa en ruinas, esperando el ataque de un momento a otro. Las escenas son tensas, creíbles. Nada de almíbar ni de concesiones, no se adorna la dureza del conflicto, pero en ningún momento es cuestionado. Cero críticas. Es lo que hay y punto. Es la guerra en estado puro. Bombas traicioneras, enemigos inesperados, aliados sospechosos. La directora, Kathryn Bigelow, es la primera mujer que recibe un Óscar a la mejor dirección, ganándole la partida a su ex, el todopoderoso James Cameron. Claro que con lo que éste está ganando con Avatar lo de menos es la estatuilla, digo yo.

Algo anterior a ésta, muy publicitada también, Green Zone es otro punto de vista sobre el mismo conflicto (menudo eufemismo...) Aquí el brigada Miller (estupendo Matt Damon, como siempre) se pregunta por qué buscan una y otra vez armas de destrucción masiva en Irak siguiendo supuestos informes fidedignos y sólo encuentran fábricas de inodoros y cosas así. Y empieza a investigar. A estas alturas ya sabemos de sobra que las tales armas no existían, pero fueron la excusa que USA necesitaba para iniciar una guerra que les convenía y les conviene. Como ya sabéis del asunto tanto como yo, quizá mucho más, no insistiré.

El director es Paul Greengrass, que ya movió la cámara lo suyo en dos entregas de la saga Bourne. Eso es lo que domina: planos rápidos, buenas secuencias de acción, persecuciones, intriga, dos bandos en el mismo lado y enfrente Irak con graves problemas de subsistencia. Los soldados están supuestamente para ayudar, pero no son bien mirados y deben tener mucho cuidado. En la zona privilegiada que da nombre a la película contemplan atónitos cómo viven sus jefes, los políticos, CIA y demás, mientras ellos se juegan la vida ahí fuera. Greg Kinnear es el malo perfecto. Otros se cuestionan la veracidad de las informacones, pero la crítica es demasiado tibia, para mi gusto. El bueno hace su parte, pero no es suficiente. Siete años después de aquello todo sigue igual. USA puso como presidente a un títere que sirviera a sus intereses y allí siguen, muriendo y matando. Recordemos que, hasta la fecha, sólo ellos lanzaron bombas atómicas contra ciudades enemigas. ¿A quién hay que temer entonces?

Green Zone es una buena película de acción, cargada de buenas intenciones pero corta de resultados si buscas crítica a los motivos que desencadenaron la guerra. La realidad supera a la ficción, ahora y siempre. ¿Algún día acabará esto? Miles de artículos y estudios profundizan más en este espinoso tema, pero es más comercial una película bien rodada y con caras conocidas. A veces pedimos demasiado al cine, y nos olvidamos de que es, cada vez más, una industria al servicio del entretenimiento. Algunas películas del llamado cine independiente se permiten el lujo de meter el dedo en algunas llagas, pero son excepciones.
Por cierto, en La 1 están poniendo En el valle de Elah, que muestra un aspecto mucho más humano y dolorido de esta maldita guerra. Es buena de verdad.



Y dejo para el final la que de verdad os recomiendo: El Concierto, bonita, emotiva, divertida y con una música de altura. Es una fábula bienintencionada sobre el empeño de lograr hacer realidad un sueño. El mejor director del Bolshoi es destituido en pleno concierto por negarse a aceptar que sean expulsados sus músicos judíos, víctimas de Breznev. Le relegan a un puesto de limpiador, pero en su interior sigue vivo el deseo de terminar ese concierto de Tchaikovsky que para él representa lo más sublime de su vida, su razón de ser.


Y como la ocasión la pintan calva, ve llegado el momento de su venganza cuando treinta años después lee un fax del teatro del Chatelet de París solicitando una actuación de la orquesta del Bolshoi para dentro de dos semanas. Ni corto ni perezoso se lo cuenta a su amigo Sacha, desposeído de su puesto de violonchelista y ahora conductor de ambulancias. Aunque le dice que es una locura acaba sucumbiendo a la disparatada idea de montar una orquesta que suplante en la mismísima Francia al buque insignia de la música rusa. Así empieza la comedia, las situaciones equívocas se suceden y la crítica política se mezcla con la risa. Se ven mítines del Partido Comunista con figurantes contratados, judíos haciendo negocio en cuanto se presenta la ocasión, gitanos falsificando sobre la marcha pasaportes en el aeropuerto ante las narices de la policía... Todo amable y simpático, con sátira bastante tópica aunque en el fondo subyace el desmoronamiento de lo que fue una gran potencia que ha dejado pobreza y desencanto en millones de personas, amén de nuevos ricos muy sospechosos y una mafia de lo más temible.


Para Andreï, el concierto es mucho más que la culminación de un deseo y el resarcimiento de una injusticia. Pide que actúe como solista la bella Anne-Marie (Mélanie Laurent, la judía de Malditos Bastardos, toda ojos, con un vestido precioso, por cierto) por motivos que se desvelan al final, en la escena cumbre de la película, en la que se escucha íntegro el concierto de Tchaikovsky, una auténtica delicia. Toda la banda sonora es un lujo, tengo que comprarla (porque debo aclarar que yo sigo comprando los discos que me interesan).



Según el director, el rumano Radu Milhaileanu, la película se basa en la suplantación de la personalidad para mostrar esa nueva cara de Rusia, con los comunistas nostálgicos por un lado y los nuevos capitalistas por otros, y en medio una gran cantidad de gente perdida y desorientada. Ese contraste es trágico y cómico a la vez.
En el concierto se palpa la relación entre el individuo y la colectividad: la solista se convierte en el alma de la orquesta y todos vibran al unísono en una interpretación sublime. Todos queremos mantener nuestra singularidad aunque deseemos vivir en un mundo más solidario, que respete nuestros derechos fundamentales sin renunciar al bien de todos. El concierto es una metáfora de la realidad: si el violín no toca bien la orquesta tampoco lo hace, y viceversa. Si no están compenetrados de nada sirve la maravillosa armonía que escribió Tchaikovsky.
En El Concierto el humor da respuesta al sufrimiento y las dificultades. Más allá de su tragedia, los protagonistas logran su sueño gracias al humor, la manifestación más hermosa de la energía vital.
La sala estaba llena y algunos aplaudimos al final. Fue como asistir a un concierto de verdad en un ambiente diferente. En los títulos de crédito vi que el concierto estaba interpretado por la Orquesta de Budapest, la misma que me deleitó en el Kursaal de San Sebastián en agosto, casualidades de la vida.
Os recomiendo ir a ver El Concierto si queréis pasar un rato estupendo entre bromas y veras con una música fantástica de fondo. Seguro que os emocionáis como yo. Es muy bonita, no os arrepentiréis.
Para terminar, dos notas amargas: el miércoles operan a mi hermana y la recuperación se prevé larga y penosa. Su historial médico es muy complicado, lo que no le ha impedido tener tres hijos sanos y fuertes. Ojalá salga bien también de este trance.
Menos optimista es el diagnóstico de una buena colega, gran amiga y excelente maestra, aunque no aprobó las oposiciones. Varios tumores inoperables hacen presagiar un final no lejano y nada agradable. Ayer fui a verla y me acordé terriblemente de mi madre. Salí fatal del hospital y por eso fui al cine, en busca de algo de evasión. Maldita vida, maldita muerte...
A pesar de todo, feliz semana a todos, ya casi de vacaciones.














martes, 16 de marzo de 2010

¿CUÁNTO DURA EL DOLOR?

Llevo más de veintitrés años, que se dice pronto, pasando por la misma carretera para ir al colegio. Ha experimentado alguna mejora en su trazado, pero básicamente es la misma. No tiene demasiado tráfico, pero es engañosamente segura. Resulta difícil adelantar en ella y de vez en cuando ocurren accidentes. No sé cuándo, pero sí sé que han pasado muchos años, me fijé en una cruz colocada bajo una de las encinas que jalonan su recorrido. No sé qué pone en ella, nunca me he parado, sólo sé que siempre tiene flores frescas. Alguien las repone periódicamente, y no tiene un solo ramo, sino dos o tres. Día tras día me fijo en esas flores y en esa cruz. En otro punto han colocado otra cruz, más grande, de color rojo, también con flores de vez en cuando, y durante un tiempo vi flores amarillas atadas en uno de los quitamiedos que hay a la entrada de una curva. Cada vez que veo esa cruz bajo la encina me pregunto qué vida quedó segada allí, quién era, cuántos años tenía, cómo se llamaba, qué ocurrió, y, sobre todo, quién mantiene vivo su recuerdo año tras año, semana tras semana, renovando esa ofrenda silenciosa y elocuente. Pienso que tras esas flores hay una mujer, una madre o una viuda, que no olvida a esa víctima a pesar del tiempo transcurrido. Las mujeres somos más tenaces para esas cosas, y que me perdonen los hombres, no pretendo establecer diferencias ofensivas.

Pensé escribir esto el 11M, tan emotivo y tan lleno aún de reproches y de incógnitas para algunos. Seis años después algunos siguen hurgando en la herida buscando una justificación que no existe, como si no fuera suficiente con el dolor de los familiares de las casi doscientas víctimas y los miles de heridos. Fue tan duro, tan terrible, que no cabe sino indignarse ante el recuerdo de aquellas sesiones en las que Pilar Manjón tuvo que soportar las risas de algunos parlamentarios. "¿De qué se ríen sus señorías?", les preguntó en una ocasión. No sé si todo aquello, lo que se dijo, se especuló y mintió durante los meses que duró el juicio resulta más vergonzoso que indignante o viceversa. Parece que hay heridas que nunca pueden cerrarse porque siempre queda alguien empeñado en sacar partido del dolor ajeno y en hace prevalecer su opinión por encima incluso de la ley. Nunca quedarán conformes si no se les da la razón, "su" razón. Qué puede extrañarnos, al fin y al cabo tampoco les parece bien recuperar la memoria y los restos de miles de desaparecidos durante la Guerra Civil y años posteriores. Dolor y más dolor. Algunos piensan que todo eso acabará cuando no quede nadie superviviente o descendiente directo de aquellas víctimas. Yo no estoy tan segura. Dejar que sea el tiempo quien cierre las heridas es cruzarse de brazos, no hacer nada. Las ideas sobreviven pasados los años, y a algunas sí que hay que temerlas porque ya sabemos en qué se convierten llevadas a la práctica.


Apenas superado el aniversario del terrible atentado se nos fue el gran Miguel Delibes. Fue una fría mañana invernal. Pocas horas antes ya se sabía que el desenlace era inminente. Llevaba años sin escribir debido a su enfermedad, pero empezó a morir, a dejarse ir, en 1974, cuando murió Ángeles, su mujer, su amor, su fuerza. Dijo de ella que "se ha ido mi mejor mitad", antes de escribir Señora de rojo sobre fondo gris, su novela quizá más personal, aunque no la más difundida. ¿Qué puedo añadir a todo lo dicho y escrito sobre él en estos últimos días? Mucho bla, bla, bla, muchos tópicos, pero también bellos recuerdos, emotivas anécdotas, sentidas palabras. Era tan austero, tan castellano, que nadie podrá sacar sucio provecho de su memoria, al contrario de lo que ha ocurrido con otros escritores, carne de cañón para especuladores y cotillas. Delibes era grande, pero callado, modesto, frugal. Nunca le gustó la vida pública ni el brillo de las entrevistas o los premios. El Nobel no le contará entre los suyos, lo que dice muy poco en su favor . No le hizo falta para escribir en el castellano más puro obras inmortales como El camino, la que más he releído. Nos quedan todas sus palabras, sus historias, sus personajes, la ternura y la dureza condensadas, inseparables. Su última novela, El hereje, es un alegato contra la intolerancia. Parece que quieren llevarla al cine, esperemos que la cuiden para tratarla como se merece.



¿Cuánto dura el dolor? ¿Hasta cuándo perdura el recuerdo? ¿Desde cuándo alguien cuida esa cruz bajo la encina? ¿Hasta cuándo lo hará? ¿Cuándo dejaremos de hablar del 11M como de un asunto pendiente? ¿Cuándo dejamos de recordar a los que se han ido? ¿Siguen ahí, a nuestro lado, mientras les recordamos? Yo creo que sí. Pasado el duelo queda aún cierto dolor durante un tiempo indefinido, y luego el vacío, y después la memoria se va diluyendo hasta casi perderse. Seguimos viviendo, y nuestra propia vida nos impulsa a olvidar porque no podemos sobrevivir con ese sufrimiento durante tiempo y tiempo. Hay quienes no conocen el descanso porque ni siquiera tienen constancia de la muerte de los desaparecidos, supongo que es la peor de las incertidumbres. ¿Se puede pedir esperanza, serenidad, normalidad, en esas circunstancias? Me temo que no.



Estamos en vísperas de la deseada primavera, pero yo sentía la necesidad de reflexionar sobre esto, sin un motivo concreto. Los días nos atropellan con sus mil quehaceres, andamos siempre ocupados y presurosos con la sensación de hacer menos de lo que deberíamos a pesar de nuestra incesante actividad. Nos quejamos de falta de tiempo para quedar con los amigos, dar un paseo relajante, leer con calma... Pasamos sin ver, sin disfrutar. Termina de repente otro trimestre y nos preguntamos en qué hemos empleado tantos días, tantas horas, más allá del trabajo ineludible. Siempre estamos posponiendo tareas que no consideramos urgentes. ¿Qué es "urgente", más allá de comer y beber y cuatro cosas más? La vida no se detiene, pero nosotros deberíamos parar un poco con más frecuencia.






Uno de los Machado, Manuel, también escribió un poema titulado
EL CAMINO
Es el camino de la muerte.
Es el camino de la vida...
En la frescura de las rosas
ve reparando. Y en las lindas
adolescentes. Y en los suaves
aromas de las tardes tibias.
Abraza los talles esbeltos
y besa las caras bonitas.
De los sabores y colores
gusta. Y de la embriaguez divina.
Escucha las músicas dulces.
Goza de la melancolía
de no saber, de no creer, de
soñar un poco. Ama y olvida,
y atrás no mires. Y no creas
que tiene raíces la dicha.
No habrás llegado hasta que todo
lo hayas perdido. Ve, camina...
Es el camino de la muerte.
Es el camino de la vida.


















lunes, 8 de marzo de 2010

DE MUJERES Y DE PREMIOS

Me temo que me va a salir un post algo caótico. La actualidad presenta tantas posibilidades que resulta difícil elegir sólo una para hablar de ella. Hoy es inevitable comentar los Óscar, (perdonad que sea tan poco original) qué menos, con la propaganda que les hacen y la audiencia que han tenido, aunque, según dicen todos, ha sido una ceremonia muy aburrida. Yo sólo he visto las fotos (pura curiosidad cotilla, lo reconozco) y he escuchado las reseñas de quienes me parecen voces autorizadas. Con lo que se gastan en este autobombo se podría hacer más de una buena película, supongo, pero así son los USA, todo a lo grande y viva la patria. Ellos sí que saben. Lo hagan bien o mal, se esté de acuerdo o no, dominan el mundo del espectáculo, de eso no hay duda. Detrás del brillo artificial, de las mentiras, de los manejos y de los escándalos hay buenas películas, que es lo que buscamos cuando vamos al cine. Las películas las hacen personas, no ángeles ni divinidades, con sus cualidades y sus defectos, y aunque endiosarles forma parte del espectáculo no hay que perder de vista su condición humana. El cine es arte, imaginación, buena factura, pero por bueno que sea el resultado no hay que elevarlo a la categoría de celestial. Convertir a sus realizadores en modelos de otra cosa es un error. Nadie sensato confunde la realidad con lo que ve en la pantalla, ni a los actores con seres excelsos y sublimes. Yo agradezco esas horas que tanto me hacen disfrutar, soñar, pensar, reír... Si cumplen su misión me doy por satisfecha, no pido más. Soy una espectadora agradecida sin dejar de ser crítica.

A veces ofrecen productos buenos, incluso excelentes, y otras no tanto. 2009 fue un buen año para los cinéfilos y se ha notado en los premios. Ya os he tenido al corriente de mis opiniones sobre lo que he visto, y por eso me alegro del merecidísimo galardón de Up, una de las películas más bonitas y emotivas de todos los tiempos. Debería haberla visto en 3D, si hubiera sabido de qué iba. Con esa tecnología vi Avatar, que también me gustó, pero es otra cosa, claro. Ha sido la gran derrotada, para alegría de muchos.
No he podido ver aún En tierrra hostil, la indiscutible ganadora en dos de las máximas categorías, pero supongo que le darán otra oportunidad en algunas salas tras su triunfo. Es lo bueno de los premios, ayudan a reverdecer laureles.
Estaba cantado que el mejor secundario era Christopher Waltz, encarnó a un nazi implacable y cruel a las órdenes de Tarantino y se erigió en lo mejor de la película, por encima de mi querido Brad Pitt, ay, qué pena...

Me ha alegrado infinito el justísimo premio a El secreto de sus ojos, una de las mejores películas del año pasado, sin duda, lejos de Hollywood pero con una calidad incuestionable. Todo en ella es perfecto, desde los inmejorables actores hasta el impecable guión, una obra maestra con secuencias inolvidables, como la del estadio, digna heredera del mejor cine de suspense y acción. Hay otra vida y otro cine más allá de EEUU, por fortuna. Podría haber ganado La cinta blanca con igual merecimiento, o Un profeta, que vi el otro día, perfecta muestra del buen hacer francés. Cine carcelario del bueno, pero nada que ver con Celda 211. Es una película dura e impactante. Si os gusta el cine de este tipo id a verla. Tiene mucho en común con El padrino o Uno de los nuestros, por ejemplo, ahí es nada. La historia de cómo un simple joven de origen musulmán y corso a la vez, encarcelado por algo poco importante, llega a convertirse en toda una figura de la delincuencia es digna de ser vista y comentada. Hay secundarios excelentes, algunos totalmente desconocidos. El cine francés es así, detallista y pulcro, por eso llega a ser pedante y pesado, pero no es el caso.
También estaba claro el premio de Mo´nique haciendo de madre abominable en Precious. Cuesta creer que sea sólo un papel, toda la historia rezuma realismo del duro hasta el final, lo único esperanzador de la película.


Recordatorio necesario: hoy es el Día Internacional de la Mujer Trabajadora. No me gustan en general este tipo de efemérides, pero las mujeres seguimos siendo la parte perdedora de la humanidad, junto con los niños y los desvalidos. Todavía no está todo ganado, las leyes aún no son del todo justas con nosotras y nos queda mucho por conseguir, pero vamos por buen camino. Quiero aclarar que, así como muchas medidas adoptadas por las autoridades me parecen acertadas, otras son francamente absurdas. Por ejemplo, qué manía de decir violencia de género, pero, hombre, las personas tenemos sexo, no género, que es un accidente gramatical. Ya sé que no soy la única en aclararlo, pero muchos siguen sin enterarse.
Por lo mismo, hay que volver a aclarar lo innecesario de la redundancia compañeros y compañeras, maestros y maestras, obreros y obreras... Muchos se empeñan en feminizar el nombre de todos los cargos y profesiones, pero me temo que no siempre es posible. Quizá la RAE algún día dé ese paso, pero hoy por hoy el sufijo -ente, por ejemplo, designa por igual al hombre y a la mujer. Dignificar la figura de la mujer no puede significar cargarse el diccionario y la gramática, a pesar de muchos desmanes cometidos contra nosotras a lo largo de los siglos. Tiene que haber otra forma de hacernos valer. Quizá todo va tan deprisa que no nos haya dado tiempo a reflexionar sobre ello y a encontrar una solución satisfactoria que nos haga justicia sin llegar a caer en el ridículo. Sigue habiendo machistas asquerosos, por supuesto, que aprovechan cualquier ocasión para hacer burla de cuanto nos concierne, pero también es cierto que cada vez hay más hombres que van a nuestro lado, a la par, sin falsos paternalismos ni exceso de galantería, que muchos confunden con la buena educación. Por eso me sienta fatal escuchar tópicos mil veces repetidos que no hacen justicia ni a hombres ni a mujeres. Yo conozco hombres maravillosos que no tienen nada que ver con esos chistes de mal gusto de fácil propagación, igual que conozco mujeres que hacen un flaco favor a esas otras, auténtica legión, que sacan adelante a sus hijos sin ayuda, trabajan doble o triple jornada, se ocupan de mil detalles que muchas veces pasan inadvertidos, son eficientes tanto en su casa como en su trabajo, soportan condiciones humillantes, siguen siendo la parte más machacada de no pocas sociedades, sufren injusticias sin cuento, son ignoradas o vilipendiadas incluso por la justicia, y así hasta el infinito. Muchos países en vías de desarrollo (menudo eufemismo) deben gran parte de sus progresos a las mujeres, valientes y decididas, que administran y aprovechan los microcréditos para llevar a cabo proyectos vitales para la supervivencia y el bienestar de pueblos enteros. Todas ellas merecen no sólo premios y homenajes, sino el mayor de los respetos y el reconocimiento más sincero. Yo soy mujer, aunque no he vivido las duras condiciones que deben soportar millones cada día en todo el mundo, pero sé lo que es el abuso, la manipulación, el desprecio, por eso comparto su lucha y entiendo su sufrimiento. Vaya para todas mi humilde apoyo y mi solidaridad.
El genial Forges, con quien estuve hace años compartiendo estrado en un homenaje a Gloria Fuertes ( gran ejemplo de mujer), ha dedicado atinadas viñetas a nuestra figura con motivo de este día. Siempre inteligente y directo, refleja con trazos simples y pocas palabras nuestra situación. El humor sirve para decir grandes verdades, y él es un maestro en este difícil arte. Cada día ofrece una reflexión nueva y jugosa, siempre pegado a la realidad. Gracias, Forges.


Cambiando otra vez de tercio, y sin querer resultar ya pesada, debo hacer referencia a la gran interpretación de Jeff Bridges en Corazón rebelde que le ha valido el Óscar al mejor actor, por fin, después de varios intentos. Es una película relajante, ideal para pasar una tarde tranquila. La historia no es nueva (vieja gloria del country, alcoholizado y amargado, que se redime gracias a la aparición de un nuevo amor, pero...), lo que merece la pena son las interpretaciones. Aparece Robert Duvall, ajustado como siempre, Colin Farrell cantando y Maggie Gyllenhaal haciendo de chica buena. En la web de la película se resume su contenido: The harder the life, the sweeter the song (Cuanto más dura es la vida más dulce es la canción). Canción que también ha sido bendecida con un Óscar. Los personajes perdedores, redimidos o no, tienen un irresistible encanto. Todos somos alguna vez así, nos hemos paseado junto al precipicio y hemos llegado a caer en lo impensable, pero si sabemos salir de ello logramos erguirnos y recuperar la dignidad que quizá perdimos. Jeff Bridges no disimula sus arrugas, su edad, su vida llena de altibajos, como todas. Lleva grabado en el rostro todo su pasado, el glorioso y el otro, un hijo al que abandonó y no volverá a ver, su éxito que conocerá nuevos laureles, su esperanza renovada. La vida, en definitiva, que siempre deja huella.


Así que, ya veis, voy de un tema a otro sin solución de continuidad. Y me dejo en el tintero el impresentable artículo del señor Martín Ferrand arremetiendo contra los funcionarios, que concitamos ahora todas las iras de quienes nos hacen casi responsables de la crisis, hay que fastidiarse...
A pesar de todo, feliz semana. Y abrigaos, que hace un frío que pela y hay que cuidarse.


















lunes, 1 de marzo de 2010

¡ESA LENGUA...!

Los que nos dedicamos al noble oficio de enseñar al que no sabe tenemos una especial preocupación por todo lo relacionado con la lengua que utilizamos, sea cual sea nuestra especialidad docente. No conozco a ningún maestro que permanezca indiferente ante las muchas patadas al diccionario propinadas a diario a nuestro alrededor, especialmente en los medios de comunicación, acusados, y con razón, de maltratar nuestra lengua y dar ejemplos continuos de lo que no se debe decir, en vez de ser modelos dignos de ser imitados. Desaparecido Lázaro Carreter, pocas voces quedan que hayan recogido su testigo. A menos que uno sea ciego y sordo tropieza continuamente con auténticas barbaridades. Personajes y personajillos de todo tipo sueltan por su boca improperios, insultos y vulgaridades sin ningún pudor ni recato. A nadie parece preocuparle el griterío de programas de bastante audiencia, más bien al contrario: cuanto más gritan, más aparecerán después en otros espacios, por lo que la espiral crece y crece sin parar.
Últimamente el grado de insultos y signos de mala educación ha aumentado de forma considerable. Si nos esforzamos un poco, cada día podemos encontrar nuevos ejemplos de lo que no se debe hacer o decir, al menos las personas que hemos recibido lo que antes se llamaba buena educación o buenos modales, sin necesidad de ir a colegios de pago, como se decía antes. Esa educación la aprendíamos en casa. Cuando íbamos al colegio sabíamos llamar a la puerta antes de entrar, decir Buenos días, pedir las cosas por favor, dar las gracias, sentarnos correctamente a la mesa, manejar los cubiertos, comer con la boca cerrada, en fin, todo ese conjunto de correcciones formales que hacen que la vida en sociedad sea agradable y no un cúmulo de groserías que hacen torcer el gesto y mirar hacia otro lado. Los buenos modales se aprenden, indudablemente, como se aprende a pronunciar correctamente, a escribir sin faltas, a expresarse coherentemente y a tantas otras cosas indispensables para relacionarnos con los demás.

En contra de lo que algunos ignorantes defienden, urbanidad (palabra en lamentable desuso) y dinero no van siempre de la mano. Casi me atrevería a decir que en no pocas ocasiones sufren un llamativo desencuentro. Me llama la atención, por ejemplo, que los inmigrantes procedentes de Sudamérica, que suelen vivir en condiciones penosas y tienen un nivel académico muy bajo, hacen gala de unos modales que para nosotros quisiéramos en muchos casos. Salvo excepciones, son humildes y respetuosos. Me emociona que me llamen maestra y de usted, que hablen con mesura, que empleen términos tan precisos para nombrar lo más cotidiano y que utilicen un acento dulce y nada estridente. Hablo de mis alumnos de Primaria y de sus padres, ya sé que en otros ámbitos no es así.


Estas personas se han visto obligadas a viajar miles de kilómetros para buscar una vida mejor, no lo han hecho por gusto. Por contra, hay quien ha viajado más que ellos y ha frecuentado la compañía de personas muy poderosas, cultas y famosas, se ha alojado en lujosos hoteles y palacios, ha pronunciado y escuchado discursos importantes y no parece haber aprendido nada de todo ello porque en un momento de adversidad, ante un auditorio nada complaciente, haciendo gala de una chulería impresentable, ha hecho un soez gesto que le ha valido aparecer en todos los medios de comunicación. Sí, ése en el que estáis pensando, el mismo que viste y calza (con alzas artificiales, según las malas lenguas). Entenderéis que no escriba su nombre, ¿verdad? Ese prohombre que nos representó a lo largo y ancho del mundo acaba de pasar a la posteridad por su dedo, un dedo levantado sin perder la sonrisa lobuna que siempre le ha acompañado. Tanto esfuerzo para llegar a esto, lo que hay que ver...
Lo peor no ha sido el gesto en sí, ya suficientemente grosero y vulgar, sino las declaraciones de sus partidarios y simpatizantes: tenía toda la razón, se habían metido con él, fue un desahogo lógico, le hicieron perder la paciencia... No perdió la paciencia, sino la buena educación que se le suponía. Claro que en ocasiones anteriores ya había demostrado ser zafio y petulante, señorito de los de antaño y resentido contumaz. No le dolieron prendas para faltar al respeto a personas muy dignas de él ni para mentir cuando le convino. Sigue soltando sapos y culebras contra quien le ha sucedido en el cargo a sabiendas de que muchos le escuchan y le siguen. Nunca nos libraremos de ellos, pero no nos callarán.



Más ejemplos: un político valenciano, de la misma cuerda que el anterior, se permite el lujo de interpelar a una contrincante política sobre su origen, porque a lo mejor no sabe quién es su padre. Y se quedó tan fresco. Casi peor fue su excusa posterior. Genio y figura. A estos señores es a quienes pagamos generosamente con nuestros impuestos, ésos que nos quitan supuestamente para gestionar el bien común. Ganas dan de declararse en rebeldía... si pudiéramos.

Todos sabemos que Eurovisión ya es sólo un... ¿qué es? Ni se sabe. Un reducto de cantantes desconocidos, una farsa inútil, un despilfarro sin sentido... Antaño tuvo su fama y su público, fueron años gloriosos de la televisión, ahora tan desprestigiada. Covocan un concurso para elegir a nuestro representante en Oslo y ¿qué vemos? Lo que ha pasado a la posteridad han sido los minutos de gloria que nos brindó un individuo agresivo, vulgar y grosero hasta decir basta. Sus insultos y gestos obscenos se han paseado por todas las emisoras. Eso sí, nadie le ha justificado, sólo faltaría, pero han criticado mucho, y con razón, un sistema de selección que permite a fulanos así llegar a ocupar un rato de máxima audiencia.


Estamos rodeados, pues, de no pocos ejemplos de zafiedad. Más cercanos, dos vividos por una colega en mi colegio la semana pasada. Una madre le dijo, muy enfadada, que para qué coño (perdón, es cita literal) le servía a su hija aprenderse una poesía, semejante tontería, vaya pérdida de tiempo... Y un padre de la misma clase no se cortó un pelo al decir que se la suda lo que manden a su hijo, tal cual, oye, y se quedó tan fresco. Mi colega les respondió con toda la firmeza que pudo, lejos de achantarse, menuda es, pero los susodichos se fueron rezongando y sin pedir disculpas, por supuesto. En este caso a la mala educación hay que sumar la osadía de quienes se creen con derecho a opinar sobre nuestro trabajo, a cuestionar las leyes y los programas o los sistemas de evaluación y a criticar cuanto suponga un mínimo esfuerzo de comprensión, tolerancia y esfuerzo. Luego nos extrañamos del lenguaje de nuestros alumnos y nos quejamos de su falta de respeto, qué otra cosa cabe esperar con estos ejemplos... Una amiga mía, que no se corta por nada ni por nadie, cuando alguna mari, como ella dice, le va con inconveniencias así, le pregunta, por ejemplo: "¿Cómo haces las lentejas?" o: "¿Cuándo cambias las sábanas?" Ante la mirada de estupor de la otra, le aclara: "Si yo no te digo qué tienes que hacer en tu casa, no vengas a decirme cómo tengo que hacer yo mi trabajo. Estoy sobradamente preparada para desempeñarlo."


Pero lo que más me ha molestado a este respecto estos últimos días, y mira que he puesto ejemplos, ha sido el estúpido debate que escuché por casualidad en un programa famoso por la inmundicia en la que se maneja con soltura entrevistando (previo pago) a famosos y famosetes de todo tipo y condición. El debate en cuestión enfrentaba a tres pijos bastante reaccionarios con tres supuestos representantes del pueblo llano, el ex marido de una nieta del dictador y dos jovenzuelas de suelta lengua. Éstos defendían (es un decir) el lenguaje claro y sin adornos para decir la verdad sin tapujos, con abundantes ejemplos verbales y gestuales. Para ellos todo vale: los tacos, las palabras malsonantes, los insultos... Los del lado contrario de la mesa, muy correctos ellos, muy creídos de su status de personas educadas y cultas, se horrorizaban de tales argumentos. Unos se identificaban con la tendencia política de izquierdas y los otros con la de derechas, y ahí fue cuando casi salté del sofá. Pero bueno, ¿aún seguimos así? ¿Aún identificamos corrección lingüística y buenos modales con la derecha política? ¿Todavía pensamos que la gente de izquierdas huele a sudor y es manifiestamente grosera y maleducada? ¿Alguien cree de verdad a estas alturas de siglo que la cultura es patrimonio exclusivo de cierta ideología conservadora y que los demás somos incultos y medio analfabetos porque no participamos de esa elite ancestral? Flaco favor hicieron los unos y los otros a sus respectivas causas. Recordé, como contraste, la precisa crónica hecha esa misma mañana desde Chile en la SER por Víctor García de la Concha, improvisado corresponsal que narraba con exactitud y total claridad el reciente terremoto. Benditos sean él y cuantos saben utilizar el lenguaje con propiedad y amor tanto en el fondo como en la forma, con educación y con sabiduría, siguiendo el sensato consejo de Cervantes: "Llaneza, muchacho, no te encumbres, que toda afectación es mala".

Podría seguir, pero ya me he extendido demasiado. Seguro que vuestros comentarios serán jugosos y atinados porque me he dejado mucho en el tintero.
Feliz semana a todos.