miércoles, 31 de diciembre de 2014

NO TE HAGAS UN ESGUINCE/ PISA CON CUIDADO/ ¡LLEGA 2015!

                                    
                                   SÉ TODOS LOS CUENTOS
Yo no sé muchas cosas, es verdad.
Digo tan sólo lo que he visto.
Y he visto:
que la cuna del hombre la mecen con cuentos,
que los gritos de angustia del hombre los ahogan con cuentos,
que el llanto del hombre lo taponan con cuentos,
que los huesos del hombre los entierran con cuentos,
y que el miedo del hombre...
ha inventado todos los cuentos.
Yo sé muy pocas cosas, es verdad,
pero me han dormido con todos los cuentos...
y sé todos los cuentos. 

                                                           LEÓN FELIPE

                    Cuánta razón tiene el poeta... Nos cuentan demasiados cuentos para adormecer nuestra conciencia, pero ya se los creen cada vez menos personas, por fortuna. 
                     Una canción de Sabina dice algo así como que las mentiras parezcan mentiras, que ser valiente no salga tan caro, que ser cobarde no valga la pena... Eso queremos y eso necesitamos, que paguen los que nos han robado el futuro, la salud, la esperanza y la alegría. Que los malvados, los ladrones, los sinvergüenzas, los prepotentes y los mentirosos den la cara sin falsas excusas y expíen todos sus delitos. Que podamos creer en la justicia, la honradez, la responsabilidad y el buen hacer, esas cositas que parece que sólo existen para los humildes peones mientras los jefazos dictan sus propias normas para seguir mandando a su antojo sin que les alcance la nunca demasiado larga mano de la ley. Pido la paz y la palabra, como Blas de Otero. Ah, los poetas, qué grandes son... Volemos alto al menos con las palabras... 

miércoles, 15 de octubre de 2014

LA MIRADA

                    Tanto tiempo sin atreverme a asomarme por aquí y se me ocurre hacerlo hoy para volcar una amarga reflexión provocada por una entrevista que me ha alterado profundamente. Un alumno de diez años ha cometido una falta grave y ante la madre ha mantenido una y otra vez que yo miento, que no dijo lo que yo digo, que él no ha hecho lo que ha hecho. Se ha echado a llorar, supongo que por miedo al saberse descubierto, pero ha mantenido mi mirada con total descaro durante largo rato sin apearse un milímetro de su versión. Diez años y miente con total frialdad, impávido ante mi castigo y sabedor de que su madre no le va a privar del sacrosanto fútbol, faltaría más. Poco me ha faltado para darle un buen cachete, en vista de que los razonamientos no han servido para nada. Me habría buscado un buen lío, desde luego, pero un sabor amargo me ha acompañado durante toda la tarde. 
                     No es la primera vez que paso por algo así, ni será la última, supongo, pero hoy, al hilo de todo lo que está pasando, la desesperanza se ha adueñado de mí. En esa mirada he visto la niñez de esos personajes que nos llenan de vergüenza e indignación a diario, he visto a alguien capaz de mentir, robar y defraudar con total descaro, de incumplir promesas, de recortar derechos, de hurtar el futuro, de usar impunemente fondos públicos o privados para fines privados... Alguien que mira así a los diez años es capaz de cualquier cosa a los veinte, treinta o cincuenta. Me ha dado miedo imaginar su futuro y el nuestro. ¿Qué estamos haciendo mal? ¿Por qué nuestros mensajes son tan mal interpretados? ¿Por qué se tergiversan nuestras palabras y obras? ¿Por qué no somos capaces de transmitir los valores que defendemos? Un niño miente y no pasa nada, como tampoco pasa nada cuando miente un gobernante elegido por nosotros. Ésa es la amarga realidad. Mi futuro profesional tiene, previsiblemente, los días contados, pero, ¿y los que se quedan? ¿Y los niños? ¿Qué pasará con ellos? Me he sentido derrotada, inerme, vencida. Ese niño no va a aprender a ser leal, honesto, responsable, a menos que reflexione seriamente sobre lo ocurrido. Yo, de momento, ni siquiera voy a intentar enseñárselo de nuevo. Me lo decía con su mirada retadora: paso de ti, no me des más la charla. Eso es lo que he conseguido con mi interés: desprecio absoluto.
                      A cambio, la última clase ha sido radicalmente distinta. Otros alumnos, normalmente revoltosos, han estado leyendo en silencio durante más de media hora. Sin amenazas, sin castigos, sin gritos. Cómo he agradecido esa quietud impensada, ese respeto tras la tormenta. Así es nuestro  trabajo, lleno de luces y sombras. 
                     Intentaré hacerlo mejor mañana. Ése es mi propósito diario desde que pisé un aula como maestra. Y lo será hasta el último.
 

jueves, 13 de febrero de 2014

ESCRIBIR EN EL AGUA




                  Ser maestro nunca ha sido fácil pero desde hace unos años exige un esfuerzo cotinuo de adaptación a nuevas tecnologías, nuevas leyes (a cuál peor) y nuevos problemas tanto de alumnos como de padres, compañeros o de la Administración. Con menos medios, menos sueldo y menos consideración social hemos de conseguir que nuestros alumnos no sólo aprendan sino que, sobre todo, aprueben, que no es lo mismo, ni mucho menos. Les preparamos exhaustivamente para el PET o el KET, la CDI, la Selectividad, PISA o cualquier prueba que sirve, básicamente, para adscribirles a un grupo u otro, colocarles en un puesto del ranking o seleccionarles para tal o cual universidad. Todos sufrimos esta presión, tan antipedagógica como inútil en muchos casos. Nunca he sido partidaria de regalar notas, me parece un engaño manifiesto al alumno, pero reconozco haber otorgado numerosos aprobados terapeúticos para evitar males mayores: denuncias, protestas sin fin, inútiles quebraderos de cabeza. En muchos casos los alumnos aprovecharon la puerta que se les abría con no poca generosidad. Los que la echaron a perder saben que fue responsabilidad suya, no mía. Hace un par de días una madre me pedía llorando que fuera menos estricta, que levantara la mano para que su hijo, más que probable repetidor, pasara al IES. Considera una deshonra que su hijo suspenda porque eso nunca ha ocurrido en su familia. Si se estrella en la ESO, ya verán qué hacer. Como dicen ahora, ya si eso... El chaval también llora con una facilidad pasmosa. ¿No habría sido más lógico que la madre le dijera: Espabila, ponte las pilas y a trabajar, nada de excusas? Pero no, es preferible que el niño siga en los mundos de Yupi y crea que con cuatro cuentas y el presente de indicativo merece el aprobado.
                      Siento con tremenda desolación que escribo en el agua, que mi trabajo es estéril, que no sirve para nada. Constato cada día que el desinterés general va en aumento, que estamos desencantados, desanimados y cabreados, que defendemos unos valores obsoletos y ridículos. ¿Por qué trabajar el cálculo mental si en el IES desde el primer día utilizan la calculadora? ¿Por qué y para qué enseñar ortografía si no van a escribir ni una postal (muchos ni saben lo que es)? ¿Por qué intentar inculcar el amor por el orden, la limpieza, los buenos modales, la sinceridad, la honradez, si cada día conocemos nuevos casos de desfachatez impune, de robos descarados, de comportamientos insultantes y prepotentes por parte de quienes cobran sueldos millonarios pagados por nosotros y que, encima, nos representan  y deben defendernos? La indignación crece sin cesar pero nosotros no podemos parar, no podemos dejarnos llevar por esa ola peor que las que azotan nuestras costas por las sucesivas ciclogénesis explosivas. ¿Cómo lo hacemos? Como podemos, cada cual a su modo, pero el desorden y el alboroto van en aumento. Cada día hay más griterío, más conflictos, algunos de una crueldad inusitada, más pérdida de tiempo en poner orden que en dar clase. No veo interés verdadero por solucionar estas situaciones, nos hemos dado por vencidos. Me da muchísima pena comprobar que muchos compañeros ansían la jubilación como única salida, es como abandonar el barco sin pensar en una posible reparación. ¿Y luego qué? No hablo de las soluciones personales, sé que la jubilación es más que merecida, pero, ¿no hay nada más que hacer? ¿No hay salida a esta debacle? Me niego a darme por vencida, a aburrirme con tareas rutinarias. Todos los días llego al colegio sabiendo que debo enfrentarme a un nuevo reto. Tantos años haciendo lo mismo y sin embargo sé que cada día es diferente. Sigo sufriendo por mis errores y ni un solo día dejo de decirme mañana lo haré mejor.
                         De vez en cuando antiguos alumnos me dan grandes e inesperadas alegrías. Recuerdan sus años en el colegio, tal o cual excursión, aquel compañero, aquel profesor especial... Más de veinte años después me hablan con cariño y me dicen que ojalá dé clase también a sus hijos (cada vez más llevan a sus herederos a mi colegio). Es gratificante comprobar que tanto esfuerzo dio su fruto. Somos una gota en el océano pero, como decía un pesonaje de El atlas de las nubes , al fin y al cabo el océano está formado por millones de gotas y cada una cumple su función. Eso soy yo, una humilde gota empeñada en ayudar a otras gotitas a encontrar su camino.
                         Os recomiendo ver, si no lo habéis hecho ya, Vivir es fácil con los ojos cerrados. Los merecidos Goya han propiciado una segunda vida en las salas a esta película bonita, sencilla, emotiva y tierna sin ser en absoluto cursi. La epopeya de un humilde maestro para entrevistarse con su admirado John Lennon (lo consiguió, como atestigua el auténtico profesor, casi nonagenario ya, presente en la gala) es todo un símbolo para los actuales: contra viento y marea luchamos por aquello en lo que creemos. Como dice Almudena Grandes en Atlas de geografía humana, cuya fantástica adaptación teatral vi el otro día, aunque parezca increíble, a veces las cosas cambian. Se pueden cambiar. Y eso hemos de hacer todos: seguir luchando sin resignarnos a perder el futuro.     







domingo, 5 de enero de 2014

QUÉ GRANDE ES SER LIBRE

                Cuando era una adolescente ávida de lecturas cayó en mis manos uno de los muchos libros de la Colección Historias que me impresionó profundamente: La cabaña del Tío Tom. Fue mi primer contacto con el mundo de la esclavitud. Aún recuerdo pasajes de aquel libro que no he vuelto a leer. Mucho tiempo después vi en televisión la famosa serie Raíces, que narraba con estremecedora verosimilitud la historia de Kunta Kinte, el negro arrancado de su África natal para ser vendido como esclavo en algún Estado sureño, una historia muy alejada de Lo que el viento se llevó, en la que los negros eran cariñosos sirvientes bien tratados por sus amos. La realidad fue bien distinta, como sabemos. Habría, seguramente, amos razonables y justos, pero el punto de partida de la esclavitud no tiene nada de humanitario. Sus defensores, aunque cueste creerlo, basaban sus creencias en la Biblia, y muchos siglos antes ya los romanos,como bien narró magistralmente Stanley Kubrick en Espartaco , eran dueños y señores absolutos de la vida y la muerte de sus esclavos, a quienes trataban como a meros instrumentos de trabajo y entretenimiento. No tenían nada propio, ni siquiera familia, pues podían ser vendidos sin tener en cuenta su situación personal. Eran objetos sin voluntad, sentimientos  o alma, como un jarrón o una túnica.
                        No puedo hacer una relación exhaustiva de las civilizaciones que han empleado la esclavitud como parte integrante de su historia. Hoy día sigue existiendo, de manera más refinada, pero real, y dudo mucho de la eficacia de los esfuerzos para erradicarla. Quizá esté tan extendida y arraigada porque en la raíz del ser humano tiene gran fuerza la idea de la sumisión y la posesión del otro, de la manera que sea. ¿Cómo se puede justificar la anulación como persona de un semejante? ¿Qué nos lleva a desdeñar y maltratar a un negro por el simple hecho de serlo? La relación de las barbaridades cometidas contra ellos es interminable. Lo asombroso es que, lejos de ser un fenómeno aislado, creo que incluso va en aumento. La reciente muerte de Mandela nos ha hecho recordar la brutalidad del apartheid, la no resuelta marginalidad de la población negra en Estados Unidos, las muchas injusticias de triste actualidad... Aprovecho para recomendar otra película ya merecidamente premiada, Criadas y Señoras, por si alguien ha olvidado que en los 60 aún los negros estaban lejos de disfrutar de privilegios tan elementales como utilizar el mismo servicio que los blancos, por ejemplo. 
                                 El cine no ha profundizado demasiado en este tema, que yo sepa. Recientemente Quentin Tarantino nos ha brindado su particular visión de la esclavitud en la estupenda Django Desencadenado. Contiene todos los elementos de su obra: violencia (en algunos momentos casi se siente salpicar la sangre fuera de la pantalla), humor, ironía, inteligencia, venganza, justicia... Quizá lo más desafortunado sea la elección de Jamie Foxx como protagonista; en cambio, Christoph Waltz (merecidísimo Óscar por Malditos Bastardos, también de Tarantino) está sobresaliente haciendo de justiciero y Leonardo DiCaprio no le va a la zaga en su papel de malo malísimo. No sé por qué quienes critican el exceso de realismo de Doce años de esclavitud en escenas terriblemente crueles y dolorosas olvidan que en Django Desencadenado hay otras no menos duras, quizá con más elipsis, como la muerte de un esclavo devorado por feroces perros, pero igualmente atroces. 
                                 Doce años de esclavitud es la historia real de un hombre que vivió libre como músico de cierta reputación, con amigos y familia, hasta que dos desaprensivos ávidos de riqueza le engañan y le venden como esclavo en el Sur. Tiene que amoldarse a la fuerza a su nueva condición. Aprende a ser sumiso y a disimular su condición de hombre instruido: los amos no quieren que un esclavo sepa más que ellos. Dueños y señores de los negros que han comprado, disponen a su antojo del cuerpo de las jóvenes y de los hijos que engendran. Michael Fassbender es aquí el malo y Brad Pitt, también productor, es el bueno. Muchos pronostican que Chiwetel Ejiofor se llevará el Óscar, y no creo que anden desencaminados.
                                    Vi esta película hace ya algunas semanas y sigo sintiendo un estremecimiento al recordar la dureza de la historia, las llagas producidas por los latigazos, la desesperanza de quienes no pueden huir de su condición, la humillación de los considerados inferiores, la crueldad de quienes se creen superiores a otros seres humanos... Delante de mí había cinco jóvenes que, aparte de mirar compulsivamente sus móviles y hablar entre ellos sin parar, no se enteraron de la misa la media, lógicamente. Confundieron a la esclava con la mujer del protagonista y no entendieron por qué no intenta escapar más veces, como si se tratara de un Rambo cualquiera. De pena... Eso demuestra, una vez más, que andamos algo cortos de entendederas y sobre todo de sensibilidad. Y que, lo más grave, no comprendemos que el cine es más que un producto mercantil, un mero pasatiempo, un negocio bastante lucrativo y un vehículo de lucimiento para más de uno. Yo voy al cine rabiosa por el precio de las entradas, pero sabiendo que tras esas imágenes, del tipo que sean, hay un sinnúmero de profesionales que viven de eso, de hacer películas, desde los guionistas hasta los músicos, pasando por electricistas, cámaras, decoradores... qué sé yo, y que, digan lo que digan los incultos y mercaderes, muchas son un necesario testimonio de nuestra historia o nuestra vida. Pueden servir para divertir, entretener, hacer pensar, indignar... pero, si queremos, podemos sacar de ellas mucha materia de conversación o de reflexión. Yo al menos intento no quedarme con la apariencia, siempre me gusta ir más allá. Cada película que veo encierra la posibilidad de hablar sobre ella, por eso quisiera dedicar otros espacios a la emotiva Vivir es fácil con los ojos cerrados, especialmente significativa para quienes vivimos aquella época, o a la controvertida La vida de Adèle, tres horas que narran el despertar a la vida de una adolescente, como Mud, radicalmente distinta pero que también cuenta el final de la niñez. Tres bodas de más, La gran familia española, La gran belleza, Blue Jasmine, Prisioneros, Gravity, La mejor oferta, Antes del anochecer... todas elas, y más que no cito por no cansar, me han dejado huella, cada una en su estilo. Bendito sea el cine... todavía.