domingo, 19 de febrero de 2012

TEATRO, TEATRO...


Según parece, el teatro, pese a la que está cayendo, se mantiene en niveles óptimos de afluencia de público. Es una estupenda noticia para todos, pero sobre todo para quienes acudimos a él con la esperanza de ver algo diferente a la mediocridad televisiva y cinematográfica, salvo excepciones. 
No comenté en su momento la estupenda Burundanga, una apuesta arriesgada. ¿De qué va? Es una comedia con el trasfondo de la disoución de ETA. Tema delicado. Teatro casi lleno, escenario pequeño, cinco personajes. Enredo, engaño, trampa, falsas apariencias. ¿Nos fiamos de quienes amamos? ¿Sabemos todo sobre ellos? ¿Nos dicen siempre la verdad? La fidelidad y la sinceridad puestas a prueba han dado mucho juego en la literatura y en el cine. A veces hay que recurrir al artificio para saber la verdad. Con frecuencia resulta tan dura que nos arrepentimos de haber dado el paso. ¿Es preferible la ignorancia? Quizá, según los casos. En esta ocasión el desenlace es positivo: chico de doble vida decide arriesgarse y quedarse con su novia embarazada aun a costa de pasar un tiempo en la cárcel por su pertenencia a la terrible banda armada. Una amiga hace de Pepito Grillo y obliga a la indecisa enamorada a dar el paso que la saque de dudas: unas gotas de una misteriosa sustancia y el susodicho cantará hasta La Traviata , como decían en las pelis de policías y ladrones. Dicho y hecho: se descubre el pastel y todo se complica. Gorka, el misterioso compañero de Manel, es un patoso activista que arrastra el complejo de ser despreciado por su padre e infravalorado en la banda, que le encomendaba tareas tan arriesgadas como ir a comprar pizzas. Si no fuera tan divertido resultaría patético, o, más propiamente, terrorífico. Quizá la realidad se parezca más de lo que creemos a la ficción teatral. Envuelta en un halo de vodevil, con escenas inverosímiles, diálogos disparatados, situaciones muy cómicas, los actores, todos estupendos, bien enrenados y dotados para la comedia, género difícil donde los haya, ponen en pie una ficción quizáno muy lejos de la realidad que todos llevábamos años esperando. Cuando un hecho tan serio aguanta la broma es buena señal. Las risas y los aplausos certificaron la gran acogida del público.


Ayer la opción fue bien distinta: Antes te gustaba la lluvia, en un recinto modesto y cercano. Ya conté la emoción que me produjo Por el placer de volver a verla, con los inefables Blanca Oteyza y su marido Miguel Ángel Solá. En esta ocasión él se ha pasado a la dirección y ocupa su lugar en el escenario Sergio Otegui, hijo de otro estupendo actor de los llamados secundarios de lujo. Una pareja se reencuentra tras doce años sin saber el uno del otro. Es un encuentro difícil, tenso. Qué decir, qué hacer tras tantos años... Deben decidir qué hacer con la  tumba del hijo muerto en trágicas circunstancias. Ella no olvida, no ha superado el drama a pesar del tiempo transcurrido, de los psicólogos y psiquiatras, de las pastillas, de los cambios de trabajo y de amigos. Él se marchó la tarde de Nochevieja con dos maletas, incapaz de soportar el hundimiento de su mujer en el dolor. Quiere seguir  adelante, ella revive una y otra vez todo lo relacionado con el hijo muerto. El dolor tiene un tremendo poder adictivo, no es fácil escapar de sus garras, te atrapa y no te suelta a menos que realices un esfuerzo titánico. Todos hemos experimentado el dolor alguna vez, aunque me parece inimaginable el que supone perder a un hijo, pero lo que sí sé es que es fundamental la voluntad, el deseo de superarlo, para salir de él. No olvidar, que es distinto, sino seguir viviendo con esa carga. 
Él y ella, sin nombres, se sinceran, se enojan, incluso se gritan, pero también se abrazan, se miran, recuerdan hechos pasados agradables y tristes, aún se quieren, pero no pueden superar lo que les separa. Me acordé de la maravillosa Tal como éramos, en la que un espléndido Robert Redford se mostraba rendido ante el ímpetu y el valor de Barbra Streisand. Su amor no puede superar las barreras ideológicas y deben separarse. Me gustan las historias con final feliz, pero he de reconocer que algunas de las mejores no lo tienen, no pueden tenerlo. La tragedia va unida al amor en demasiadas ocasiones.
Blanca Oteyza es una maravillosa actriz capaz de hacer contener la respiración a todo un auditorio  con la única ayuda de su expresivo rostro. En él se refleja el dolor, la soledad, la impotencia. Sola en un sobrio escenario, sostiene la función cuando es necesario. Hace falta una madera especial para aguantar ese peso bajo los focos. Es la magia del teatro, del arte sin trampas.
Me emocioné con el intenso diálogo entre estos personajes sufrientes, frágiles, tan humanos. En un momento dado se dan cuenta de lo que les pasó: perdieron al hijo, después a sí mismos y luego el uno al otro. Él se ve abrumado por emociones que escapan a su manejo, ella bucea en el dolor hasta profundidades de las que ya es casi imposible emerger. Alguien huirá hacia el futuro, alguien hacia el pasado. El sufrimiento de ayer nos quita el hoy, la posibilidad de ser felices otra vez. Él y ella son incapaces de vivir juntos tras la tragedia. Es la lucha entre el miedo y el amor, el instinto de conservación y la imposibilidad de hallar una alternativa cuando el proyecto común inicial se desmorona. Aunque no estemos programados para ser todo lo felices que pretendemos, esta vida, la nuestra, es todo lo que tenemos para intentarlo. El equilibrio entre la luz y la oscuridad es  necesario para seguir viviendo, sin instalarnos en ninguna de ellas porque son las dos caras de la misma moneda.