domingo, 24 de marzo de 2013

EL VIAJE DEFINITIVO


EL VIAJE DEFINITIVO

...Y yo me iré. Y se quedarán los pájaros
cantando;
y se quedará mi huerto, con su verde árbol,
y con su pozo blanco.

Todas las tardes, el cielo será azul y plácido;
y tocarán, como esta tarde están tocando,
las campanas del campanario.

Se morirán aquellos que me amaron;
y el pueblo se hará nuevo cada año;
y en el rincón aquel de mi huerto florido y encalado,
mi espíritu errará, nostálgico...

Y yo me iré; y estaré solo, sin hogar, sin árbol
verde, sin pozo blanco,
sin cielo azul y plácido...
Y se quedarán los pájaros cantando.

                   JUAN RAMÓN JIMÉNEZ  

                                  Si la muerte pisa mi huerto... Es el comienzo de una canción de Serrat, tan apropiada hoy para contar que hace unas horas hemos enterrado a mi hermana Elena. Murió anoche, derrotada por una sucesión de malditas lesiones que comenzaron hace años con un terrible Hodgkin y han terminado con la inútil resistencia de su sufrido corazón, pasando por meningitis, una operación a vida o muerte hace justo tres años e incontables ingresos hospitalarios. Ya no podía más. Yo no llegué a verla consciente pero vi cómo fue perdiendo el último aliento. Una UCI es un lugar aséptico y frío pero increíblemente humano gracias a la labor de los excelentes profesionales que consiguen hacer más llevadero tan duro trance.
                          Marido, tres hijos, hermanos, cuñados, tíos, innumerables amigos y vecinos, fabulosos compañeros míos, todos nos hemos congregado en torno a su cuerpo ya derrotado para decirle adiós, un terrible adiós en una tarde fría y lluviosa a los pies de La Maliciosa, en el pueblo donde pasó gran parte de su vida. Creo que fue feliz. No fue nunca exigente, caprichosa ni ambiciosa. Tenía buen carácter, soportó sin quejarse las mil perrerías que le hicieron una y otra vez. Cada vez que estuvo ingresada me decía con resignación "otra vez aquí", en lo que se convirtió en una tremenda casi rutina periódica. Ya hemos dicho eso tan repetido eso de "por fin ha descansado", fórmula de dudoso consuelo, pero qué otra cosa se puede decir. Relatar una y otra vez el rápido final no supone ningún alivio, no aparta el dolor, ni siquiera es una explicación de lo ocurrido. Se acabó, se ha apagado otra vida en mi familia, y son ya tantos los que se han ido... Una tía mía decía amargamente que no es normal que haya visto irse a tres sobrinos, los tres más jóvenes que yo. Pero cómo rebelarse ante la muerte inmisericode, el destino trágico, el adiós temprano y siempre doloroso. 
                         La liturgia establecida ha impedido celebrar una misa de funeral, ignoro los motivos. El responso me ha parecido frío e impersonal. Yo pensaba en las palabras tristes y tremendamente realistas de Juan Ramón, pero no he podido leerlas. Y es así como nos vamos, dejando atrás a los que nos quieren y nos recordarán. La vida seguirá, de otro modo, pero seguirá. Creo que el cariño no desaparece con ese adiós. No sabemos cómo llenaremos ese hueco, cómo sentirán su presencia Juan Pedro, su marido, Juanma, Silvia y Fernando, sus hijos, en su casa. Una madre deja un vacío irrellenable. No sé cómo evitar que se me escape alguna vez preguntar por ella, como aún pregunto por mi hermano Emilio o me sobresalto al ver a algún hombre que me recuerda a mi padre o al vislumbrar una cabeza totalmente cana como la de mi madre. Demasiadas ausencias, demasiados recuerdos. Haber visto la muerte tan de cerca no me impide recordar la vitalidad de los que se fueron, su sonrisa, su voz. He estado con ellos tantas veces por esas calles... No sé si la ausencia llega a ser soportable alguna vez, quizá simplemente nos acostumbremos a ella y aprendamos a vivir con ese hueco dentro de nosotros.
                            Ya descansáis juntos, papá, mamá, Elena. Allá donde estéis, velad por nosotros.