sábado, 28 de febrero de 2009

THE READER

Después de una semana de hospital en hospital por cuestiones familiares (malas épocas las tenemos todos y de casi todas se sale con bien) por fin pude ir a ver The Reader, coincidiendo con el flamante Oscar concedido por fin, muy merecidamente, a Kate Winslet. Es una historia de amor intensa, trágica y hermosa. No sé hasta dónde contaros para no estropearos la intriga, aunque no es lo más importante de la película. Un adolescente (maravilloso David Kross) conoce por azar a una mujer madura con la que vive un romance apasionado durante unos pocos meses. No esperéis nada escabroso porque no lo hay. Las escenas de amor son delicadas y emotivas. A ella le gusta escuchar de los labios de él historias como La Odisea, El amante de Lady Chatterley, Las aventuras de Huckelberry Finn, Tintín..., que las lee con pasión. De ahí el título de la película. Más adelante sabremos por qué. Ella, Hannah, esconde un terrible secreto que él descubre por azar años después, cuando está estudiando Derecho. Hannah desaparece sin dejar rastro por temor a hacerle daño. La mayor prueba de amor es renunciar al ser amado por su bien. Como preguntaba alguien en Un toque de distinción: "¿La quieres lo suficiente como para dejarla?" Pasan los años y no se olvidan, pero sus vidas siguen caminos muy distintos. No sé quién dijo que hay amores eternos que sólo duran una noche. Hay experiencias que marcan toda una vida. Y ya no debo contaros más si no habéis visto la película.
Me enamoré de Ralph Fiennes en El paciente inglés, otra historia de amor bella y desgraciada. Su elegancia inglesa llena la pantalla. En La lista de Schindler, por el contrario, daba vida a un nazi odioso que echaba fuego por la mirada. En El jardinero fiel es capaz del mayor sacrificio por la memoria de su mujer asesinada. En cualquier caso, es un gran actor. Maduro, aristocrático y atractivo, parece destinado a encarnar personajes intensos. Aquí es un hombre inteligente, educado y sensible hasta el final. Qué historia tan bonita, de verdad. Qué gusto por los detalles, los decorados, la luz... Me gusta fijarme en los decorados, el vestuario, los escenarios en los que transcurre la acción. Por cierto, algunos critican la lentitud de la película, pero ni caso. La historia no puede ser contada de otra manera, así está perfecta. No se hace larga ni pesada en absoluto. Yo la disfruté muchísimo.
Surge el tema del nazismo, otra vez. Mientras unos alemanes cometían las mayores atrocidades muchos miraban para otro lado y otros decían después haberlo ignorado. Tantos años después siguen pagando un precio por todo aquello, pero por lo que sé lo recuerdan como lo que fue y sólo algunos siguen pensando que estuvo bien y pretenden revivirlo. Un profesor de Derecho en la película habla de lo que es legal, lo que rige nuestras vidas, que no siempre se ajusta a lo moral. ¿Es lícito juzgar desde la perspectiva actual hechos del pasado? ¿No hemos aprendido nada de nuestros antepasados? Una generación cometió errores terribles para que las siguientes no lo hicieran. Mucho me temo que seguimos sin aprender. Seguimos cometiendo atrocidades en nombre de la religión, el dinero o las creencias. Vemos todos los días noticias tan horribles que ya casi nada nos impresiona, acostumbrados como estamos a vivir en una burbuja que nos mantiene aparentemente a salvo de las guerras, el hambre, las invasiones...
Pero no es esto lo más importante de la película. Lo importante es la perdurabilidad del amor, la fuerza de la atracción, más allá del tiempo y de las circunstancias. La generosidad que brota del cariño es la gran lección de estas dos horas de buen cine. Id a verla y ya me contaréis.

domingo, 22 de febrero de 2009

ARTE

Arte es todo un ejercicio de estilo, ingenio e interpretación. El texto de Yasmina Reza, muchas veces representado desde hace más de diez años, es rico en matices e intención. Siempre me maravilla el dominio de los buenos actores del gesto y de la palabra, cómo utilizan el espacio, la entonación y la expresión corporal para poner en pie una obra que sobre el papel no suele decir mucho, salvo excepciones. La genialidad de Iñaki Miramón (totalmente vasco), Alex O´Dogherty y sobre todo Luis Merlo arranca aplausos sobradamente merecidos en varias ocasiones.
El punto de partida de la obra es simple: Sergio (Iñaki Miramón) compra por cincuenta mil euros un lienzo totalmente blanco, obra cumbre, según él, de un importantísimo artista contemporáneo. Marcos (Alex O´Dogherty) se burla de él por tamaño despropósito. Iván (Luis Merlo), pusilánime, conformista y conciliador, intenta mediar entre ambos. Se suceden los diálogos llenos de reproches y cargados de intención. Parece que se va a ir a pique su amistad de veinte años porque a lo mejor en realidad no son tan amigos. Son muy distintos, desde luego, pero así ocurre en la realidad. Iván está a punto de casarse, más por conveniencia que por amor, y sus amigos casi deciden plantarle. En un largo monólogo digno de figurar en las antologías del género Luis Merlo descarga todas sus frustraciones y la debilidad que le lleva a buscar apoyo dos veces a la semana en la consulta de un psiquiatra. Le pasa como a los países neutrales: por intentar mediar entre zonas en conflicto acaba siendo invadido por las fuerzas hostiles. Sergio y Marcos siguen en sus trece: Sergio piensa que ha adquirido una obra maestra y tilda a Marcos de ignorante y bruto. Éste, muy pragmático, no entiende semejante despilfarro ni cómo se puede llamar "arte" a algo tan simple. Le parece una tomadura de pelo. De la discusión inicial pasan a viejos reproches, antiguas situaciones no aclaradas en su momento y los inevitables roces entre amigos, ésos que se obvian para no herir al otro y poder mantener la amistad. En un momento dado parecen dispuestos a separarse. Iván no soporta la idea de la ruptura, bastante tiene con aguantar un empleo de susbsistencia y un próximo matrimonio que no le convence en absoluto. Exagera algunas cuestiones para quitar hierro a la situación. El final es un canto a la amistad no exento de amargura y realismo.
Mucho se ha hablado y escrito sobre el arte contemporáneo. Yo no soy una entendida en absoluto, ni siquiera me gusta, soy demasiado convencional y no comprendo las nuevas corrientes artísticas. Muchas veces me parecen una broma de mal gusto, aunque no dejo de reconocer el ingenio y la creatividad de algunos artistas. Pagar millonadas por un lienzo emborronado suele ser un alarde de esnobismo. Es como la historia del traje nuevo del emperador: nadie se atreve a decir la verdad. Lo cierto es que no me interesa demasiado este mundillo. Sí me interesa, en cambio, todo lo referente a la amistad. Los amigos se eligen y hay que cuidarlos. Una amistad de años puede irse al traste por un detalle nimio o por una seria desavenencia. A un amigo le cuentas hasta lo más inconfesable y sabes que te apoyará en todo lo que pueda, te cubrirá en situaciones comprometidas y te tratará con indulgencia o con dureza llegado el momento si te quiere de verdad. Los lazos familiares imponen muchas ataduras y compromisos no siempre deseados, en cambio los amigos conllevan aires de libertad y expansión. Algún latino llamaba al amigo "protectio fortis", y no le faltaba razón. Dicen que buena parte de nuestro éxito como personas se debe a nuestros amigos. Hay quien los mantiene desde la infancia , otros van surgiendo según andamos el trecho de nuestra vida. En momentos bajos son una ayuda inestimable y cuando de buenos ratos se trata nada vale tanto como su compañía y su risa. Apreciamos su sinceridad y su apoyo y buscamos su aprobación en cuestiones delicadas. Yo tengo grandes amigos a los que debo mucho y cuya compañía me resulta grata y necesaria. Me gusta estar en contacto con ellos a pesar de la distancia. Un viejo proverbio dice que no hay que dejar crecer la hierba en el camino de la amistad. Resulta muy grato reencontrarse con viejos amigos y poder entablar una conversación como si no hubiera pasado el tiempo. Nuestra vida va unida a la de ellos más allá de los convencionalismos y las diferentes épocas que nos toca vivir. En la obra, la sinceridad desata la polémica. Habría sido más fácil seguir la corriente y admitir que el lienzo en blanco vale una fortuna, pero eso sería mentir y un amigo nunca miente. La generosidad vuelve las aguas a su cauce. Gran lección.

domingo, 15 de febrero de 2009

EL CURIOSO CASO DE BENJAMIN BUTTON


¡Es una película preciosa! Dura más de dos horas y media, pero se pasan volando. Es una fábula sobre el amor y el paso del tiempo, en el sentido que conocemos o a la inversa, que es el original planteamiento de la historia, basada en un relato corto de F. Scott Fitgerald. Brad Pitt está genial, no sólo guapo, que ya es difícil. Cate Blanchett revalida su papel de gran actriz sobradamente demostrado.
Supongo que sabéis de qué va la historia: Benjamin Button nace ya anciano y va rejuveneciendo según avanza la película. Su madre muere al dar a luz y su padre le abandona, horrorizado. Una humilde cuidadora de un asilo le acoge y le cuida como si fuera suyo. Así Benjamin convive con la muerte desde el principio y no se diferencia mucho de esos viejos que son físicamente como él, pero que ya han vivido lo que él aún desconoce. Según va rejuveneciendo se convierte en marinero, combatiente en la Segunda Guerra Mundial, motero, navegante, aventurero, hippy... Se enamora de Daisy nada más verla cuando ninguno de los dos tiene la edad apropiada para ello. Sus vidas se cruzan varias veces hasta que coinciden en el momento adecuado y su historia de amor es maravillosa.
Toda la película es bonita, llena de detalles y de momentos emotivos. La labor de producción y de maquillaje es sensacional. Tiene efectos especiales fantásticos pero que no apabullan. La historia transcurre sin sobresaltos, de manera natural, y eso es algo que a algunos no les ha parecido bien. Muchos querrían más conflictos en lugar de la aceptación natural de algo que no lo es. La han comparado con Forrest Gump y Eduardo Manostijeras, y en cierto modo sí se parecen en cuanto muestran unos personajes alejados de lo real, pero nada más. Lo diferente siempre da miedo, o risa, o provoca desconcierto. ¿Y acaso no somos todos diferentes? La paradoja de llegar a tener la misma edad de nuestros padres, ¿no se asemeja a la realidad? ¿No nos convertimos en cuidadores, llegada cierta etapa, de aquéllos que nos cuidaron? El amor es intemporal: queremos a otros en la infancia, juventud y madurez, no nos importan las arrugas ni la decrepitud, queremos a los hijos cuando son bebés y lo seguimos haciendo cuando se convierten en adultos. A veces hay que renunciar al ser amado para no hacerle daño, pero el cariño sigue ahí. Qué escenas tan bonitas las del final... Hacía mucho que no me emocionaba tanto en el cine.
El tiempo no puede detenerse, pero sí podemos elegir cómo queremos vivirlo. Un momento maravilloso puede durar eternamente en la memoria y cada nuevo día es un reto diferente. ¿Quién sabe dónde está el final? Nada está garantizado, nada es eterno, sólo el amor y la bondad perduran . Hay sentimientos que no tienen edad, la unión de dos personas que se aman no tiene duración precisa, puede ser intemporal y traspasar toda lógica. Aceptar la propia vida con sus limitaciones y posibilidades es la gran lección que todos debemos aprender. Benjamin es el resultado, como todos nosotros, del roce y el trato con todas las personas que conoce. Todas dejan su huella. Yo vi esta película, cosa insólita, con tres maravillosos colegas que comparten y han compartido conmigo momentos estupendos, alegres, así como otros difíciles y duros. La compañía que elegimos o que nos es dada es a veces decisiva en nuestras vidas. Un paisaje no es el mismo según quién nos acompaña. Ninguna vida es insignificante. La gran lección de ¡Qué bello es vivir! es que una persona puede ser decisiva en la vida de muchas otras. Un alumno en manos de cierto profesor puede orientarse de modo adecuado o todo lo contrario. Muchas carreras se eligen en función del interés que despertó un profesor determinado por cierta asignatura. Acaso no somos conscientes de nuestro propio poder. En la película, cinco minutos son determinantes para el desarrollo de la historia. En la vida real, quizá a veces menos: un cruce inesperado, la asistencia o no a un evento, una llamada a tiempo... Si lo viéramos con la suficiente perspectiva nos daríamos cuenta de lo importantes que son los detalles.
Feliz semana a todos.

domingo, 8 de febrero de 2009

UN DIOS SALVAJE


El viernes por la tarde cayó una buena nevada en Madrid, más en la Comunidad que en la capital. Por un rato temí no poder ir al teatro a ver Un dios salvaje, después de varias semanas de espera. Los pronósticos no se cumplieron y llegamos sin problemas. Mereció la pena, aunque las entradas eran de lo peor. Menos mal que la acústica era buena, porque no veía la mitad del escenario. Una lástima.

La obra muestra las relaciones que se establecen entre dos parejas que deben solucionar un conflicto: el hijo de una de ellas ha agredido al hijo de la otra con un palo y le ha roto varios dientes. Quieren hablar "civilizadamente" y al principio lo consiguen, con unas considerables dosis de hipocresía según mandan los cánones de la "buena educación", pero poco a poco van aflorando las tensiones entre ellos y las situaciones y diálogos de indudable comicidad dan paso a la verdad de las relaciones de pareja y sociales. Nadie es lo que parece al principio: la aparente fortaleza da paso a la inseguridad que da la insatisfacción y las en apariencia parejas perfectas y moderadas se muestran en toda su realidad prosaica y nada idílica. Así somos todos, somos de una manera, nos ven de otra, nos mostramos como desearíamos ser (sin conseguirlo) y adoptamos papeles en función de nuestras aspiraciones. Mantener una actitud impostada e impostora no es fácil y se sostiene poco tiempo. Todos conocemos casos de hipocresía más o menos manifiesta y al cabo del tiempo acabamos "calando" a los que nos rodean. Las relaciones sociales se basan en buena medida en la falsedad, no necesariamente malintencionada. Una cierta dosis de mentira es necesaria, no se puede ir siempre con la verdad absoluta por delante. Casi nadie está dispuesto a asumir su fracaso y su infelicidad, vivimos en la sociedad de los anuncios y nuestra vida ha de ser perfecta como aparece en ellos: dientes blancos, figura esbelta, desayuno equilibrado en familia, casas impecables, coches que dan la felicidad con sólo mirarlos... Basta una situación cualquiera, una conversación de diez minutos o una información confidencial para que se derrumbe ese castillo de naipes. Al menor soplo de viento se derrumba esa imagen que hemos forjado y que llegamos a creernos. Al vernos descubiertos nos sentimos desnudos, por eso estamos siempre alerta, lo que causa un cansancio considerable.

No nos educan para mostrar debilidad ni para asumir los fallos inevitables. La pareja también ha de ser perfecta, y qué decir de los hijos: han de ser los más altos, los más guapos, los más listos, deben ser estupendos tocando el violín o el piano, los mejores futbolistas o nadadores... Les disculpan todos los fallos porque aceptarlos supondría asumir el suyo. En lugar de enseñarles a encajar los reveses cargan las culpas en los demás: el responsable del suspenso es el profesor, o el sistema educativo, o toda la sociedad. Cuando la verdad nos golpea con toda su crudeza nos damos cuenta de la gran mentira, al estilo de lo que le ocurre a Jim Carrey en El show de Truman. Todos tenemos que vivir momentos trágicos para los que nadie nos prepara. Nos esforzamos en vivir como si no pasara nunca nada, como si las palabras no importaran, porque no soportamos la verdad, la nuestra y la de los que nos rodean.

En la obra, una tarta, un hámster, unos tulipanes y una botella de ron desencadenan situaciones tragicómicas cargadas de simbología. Parece que todos están deseando acabar con la forzada situación de una vez y seguir con sus vidas de celofán, pero las tensiones les mantienen anclados en el salón con un sofá morado. El fondo del decorado está inspirado en una escultura que exhiben en el Guggenheim, La serpiente, creo que se llama, por eso me resultaba familiar. Y no os he hablado de los actores: Maribel Verdú con su reciente Goya bajo el brazo, Aitana Sánchez Gijón, muy delgada también, Antonio Molero, ya felizmente liberado de Los Serrano y Pere Ponce todo el rato pendiente del móvil tars su paso por Cuéntame. Él es quien hace referencia a ese "dios salvaje que nos gobierna desde la noche de los tiempos" que da título a la obra. Los cuatro están estupendos. Nunca les había visto sobre un escenario y me han sorprendido gratamente. Todos acaban mostrando sus frustraciones y sus rencores más ocultos sin pretenderlo, evidentemente. El texto presenta infinidad de matices, pero una obra de teatro ha de disfrutarse "encarnada", no basta con leerla. Os la recomiendo. Supongo que irán por otras ciudades después de acabar su tiempo en Madrid. El teatro es caro, pero merece la pena. Quién dijo crisis, las entradas buenas llevaban semanas agotadas.

Feliz semana a todos.

jueves, 5 de febrero de 2009

PLACERES COTIDIANOS

El invierno sigue su curso, frío y lluvioso como no recordábamos hace años. Nada como un café a media mañana para calentar un poco los ánimos y los cuerpos. Hoy además hemos tenido empanada y pasteles, cortesía de Pablo, nuestro secretario, por su cumpleaños. En este colegio no hay manera de guardar la línea. Ayer, chocolate con churros; otro día, torrijas, bizcocho, tarta... Se agradecen estos detalles que crean buen ambiente.
Mientras desayuno echo un vistazo al periódico. Hoy hablan (qué raro) otra vez de la enseñanza.
Esta vez se refieren al calendario escolar. A ver si luego lo leo más despacio. Así por encima dicen, cómo no, que tenemos pocos días lectivos y las vacaciones mal repartidas. Ya sabemos que en el resto de Europa no es así, pero hay que contar con el clima de cada lugar. En Suiza pueden empezar las clases el 15 de agosto, aquí es impensable. Ya veremos en qué queda el debate. Si preguntan a los padres, la respuesta está clara: más días de clase y más horas cada día. Conciliar la vida familiar y laboral es cada vez más difícil, pero no creo que la solución sea tener a los niños doce horas en el colegio, como ocurre en algunos centros privados.
Las clases no son conflictivas, pero sí laboriosas. Hay pocos momentos de relax y cuando puedo les pongo música clásica para trabajar. Tengo alumnos majos y cariñosos en general, aunque su rendimiento académico no siempre es óptimo. Hay que ver lo que cuesta hacerles entender algunos conceptos. Intento trabajar mucho la expresión, la presentación de los trabajos y sobre todo la ortografía, que les cuesta mucho. Les gusta leer, especialmente en voz alta. Les encantan las dramatizaciones.
Durante los recreos juegan una liga de fútbol que a veces ocasiona algún problema por desacuerdo con los árbitros (qué raro, ¿verdad?) o por no aceptar perder. Son muy competitivos y se toman esta actividad poco menos que si fueran los Mundiales. Ya quisieran muchos futbolistas profesionales jugar con tanto interés.
A mediodía, reuniones, entrevistas con padres, claustros... Se nos acumulan los proyectos y los papeles. Tenemos una hora para comer, a veces ni eso. Nuestras cocineras son estupendas. Un café, algo de charla y otra vez a clase. Las tardes cunden muy poco. Son dos clases cortas a la hora de la siesta y se nota.
Los viernes solemos salir a comer a algún restaurante de la zona. Es un pequeño lujo que nos merecemos y aprovechamos para conversar con compañeros con los que a veces apenas coincidimos.
Cuando llego a casa necesito descansar un rato. Salgo agotada del colegio. Me gusta mi trabajo, pero los niños consumen una cantidad considerable de energía. Me quedo dormida sin mucho esfuerzo. Meriendo y me dedico a "mis labores". Cuando no hay que poner la lavadora hay que fregar el baño, o recoger la ropa, o comprar, hacer la cena (los días que libra mi marido se encarga él; ayer, revuelto de champiñones con salmón) y limpiar la cocina. Dos días a la semana me toca gimnasio, si no me vence la pereza. Los jueves tengo sesión de fisioterapia con Rubén, cuyas manos expertas movilizan mi hombro y distienden mis músculos. Es una gozada, un lujo necesario que recomiendo a todo el mundo (quien lo prueba, repite, fijo). Los viernes toca cine, como sabéis los que me seguís con cierta regularidad. Mañana no, esta vez voy al teatro con unos buenos colegas. Ya os contaré.
Me gusta ver alguna serie en televisión, sobre todo las policiacas (me encanta CSI), aunque admito que la calidad no es una constante. Siento perderme Los Soprano, por ejemplo, pero no tengo canales de pago. Me entretienen mucho El Hormiguero y Buenafuente, aunque rara vez me quedo hasta el final. El ordenador me consume mucho tiempo. Me gusta visitar otros blogs y escribir algún comentario. Es un mundo apasionante. Me acuesto demasiado tarde (malas costumbres) pero no lo hago sin practicar mis abluciones nocturnas. Disfruto con la cosmética, todo lo relativo a cremas, leches, tónicos, geles... me parece un placer. Más allá de la mera higiene hay un mundo (a veces demasiado caro y muchas veces excesivo) que invita a cuidarse y mimarse un poco. Hay buenos productos muy asequibles.
El día que consigo resolver un crucigrama es un auténtico extra. Me sirve para relajarme, mantener activas mis neuronas y repasar mi vocabulario. Normalmente empleamos un número bastante limitado de palabras y hay que dar un repaso de vez en cuando al archivo olvidado de la memoria. Antes de apagar la luz, un rato de lectura. Me gustaría que fuera más largo, pero me rinde el sueño y siempre duermo como un cesto. Será que tengo la conciencia tranquila.
Y así, más o menos, transcurre mi semana. Sábado y domingo son para el descanso, salvo excepciones. Creo que soy razonablemente feliz. Mi vida es tranquila, como veis. Procuro aprovechar los momentos de tranquilidad y disfrutar de esos pequeños placeres que suelen pasar inadvertidos. Deberíamos fijarnos más en ese paisaje que nos acompaña al trabajo, o saborear más el café, o deleitarnos con ese rayo de sol que estos días lucha por abrirse camino entre las nubes. Vivimos demasiado deprisa, quizá demasiado preocupados (a veces con razón, desde luego), sin apreciar todo lo bueno que nos rodea. Hay palabras hermosas que no utilizamos, personas a las que no dedicamos el tiempo necesario, libros que no leemos, placeres que nos negamos por falta de decisión... Quizá nos falte (todavía) aprender a vivir.