martes, 25 de diciembre de 2012

BUENAS REFLEXIONES






UNO NO ESCOGE

Uno no escoge el país donde nace,
pero ama el país donde ha nacido.

Uno no escoge el tiempo para venir al mundo,
pero debe dejar huella de su tiempo.

Nadie puede evadir su responsabilidad.

Nadie puede taparse los ojos, los oídos,
enmudecer y cortarse las manos.

Todos tenemos un deber de amor que cumplir,
una historia que hacer,
una meta que alcanzar.

No escogimos el momento para venir al mundo.
Ahora podemos hacer el mundo
en que nace y crecerá
la semilla que trajimos con nosotros.

GIOCONDA BELLI




MENSAJE AL FINAL DEL AÑO 2001

Las campanas doblaron tantas veces este año
que preguntamos -retóricamente- por quién doblaban,
sabiendo demasiado bien la respuesta.
Ha llovidofuego sobre Nueva York, Tora-Bora, Gaza, Tel-Aviv.
Uno busca plumas y abanicos para espantar el humo de los incendios
y abrirle el ojo a la claridad por donde mirar más allá
de cráteres y ruinas.
Pero los bordes de la ciudad de los días por venir
son como espejismos que se alzan y se difuminan.
En la polvareda desaparecen las certidumbres,
igual que los perfiles de los rascacielos
que hace tan poco parecían llamados a sobrevivirnos.
En este paisaje quebrado donde las vidas quedan sobre la tierra
como caña de azúcar cortada antes de la miel o del ron,
los que permanecemos corremos a refugiarnos
en la roja palpitación de la única certidumbre segura y cálida:
el abrazo, el pecho de los que amamos.

GIOCONDA BELLI
 

                           Me ha costado mucho este año decidirme a escribir algo para estas fechas. No me parecía adecuado sucumbir a la ola que exige seguir como si nada (la realidad en cualquier calle, en cualquier centro comercial, en las familias es muy diferente), pero me parecía más oportuno que nunca reflexionar sobre lo que está ocurriendo precisamente estos días. No me apetecía hablar de las costumbres navideñas, ni en serio ni en broma. Todo me parece gris, deslucido, de plástico malo. Al final he recurrido a dos de mis refugios seguros: la poesía de Giconda Belli y la lúcida acidez de Mafalda.
                   No me atrevo a desear Feliz Año a nadie, ya lo hicimos hace doce meses y qué decir del resultado... Buenos deseos sí, los que hagan falta; la realidad y las posibilidades y empeño de cada uno dirán el resto.


  
         

miércoles, 14 de noviembre de 2012

YO ESTUVE ALLÍ


Algún día,  cuando alguien recuerde el día de hoy, 14 de noviembre de 2012, quizá pueda decir que fue un día clave en nuestra historia, un día que marcó un antes y un después en el desastroso y miserable rumbo que marca a fuego nuestras vidas desde hace tiempo. Ojalá sea el último en el que las calles de toda España se llenen de personas doloridas, indignadas, cabreadas, avergonzadas de nuestros políticos, hartas de tanto sacrificio que sólo beneficia a unos pocos con el pretexto mil veces repetido de hemos vivido por encima de nuestras posibilidades, hemos vivido muy bien sin merecerlo, hay que reducir el déficit a toda costa, no podemos mantener a tanto vago... No ha sido el primero, pero sería un gran triunfo de todos que no hubiera más. Me gustaría ser optimista y creerlo, pero, ay, nada invita a la alegría, al contrario. He visto, como en la manifestación de julio, miles de personas (qué más da la cifra, éramos muchos, muchísimos, incontables) de toda clase y condición reclamando sus derechos, recordando a nuestros dirigentes que no somos sus lacayos, que no somos unos vagos, que se nutren de nuestro esfuerzo y viven muy bien gracias a nosotros, a lo que nos quitan vía unos ¿razonables? impuestos pero, sobre todo, a lo que nos roban de forma descarada. Gente que sufre el desempleo, el desahucio, el desamparo, la falta de oportunidades, el abandono de las instituciones, el desmantelamiento de unos servicios hasta hace nada modélicos y ejemplares, el empobrecimiento físico y moral de nuestra sociedad, la certidumbre de que el futuro de nuestros herederos (y el nuestro) será una mierda... Lo peor, con ser mala la situación económica, es la ideología que se esconde tras estas medidas que pretenden justificar como dolorosas pero necesarias. No me insulten más, por favor. ¿Dolorosas para quién? ¿Para los que disfrutan de unas dietas escandalosas aunque no vayan a su puesto de trabajo, cuando a mí me descuentan hasta la hora que empleo en ir al médico, me bajan el sueldo un mes sí y otro también y no sólo me quitan la paga mal llamada extra  (a la que ellos, mis jefes, se comprometieron por ley) sino que además me obligan a cotizar por ella como si la cobrara? ¿Para los que viajan en coche oficial mientras yo sigo llenando las arcas estatales con los escandalosos impuestos de los combustibles? ¿Para los que se hacen la foto con los  mandamases mundiales con sonrisa profidén mientras yo debo pagar aún más por las medicinas y la asistencia médica que ya he pagado? Estoy harta de oír es lo que hay, es una forma de justificar lo injustificable, de rendirse sin luchar, de resignarse. Yo cobraré menos en enero por haber hecho huelga hoy. Me dolerá, pero al menos nadie podrá decirme que no lo intenté, que no uní mi presencia a la de muchos miles que abarrotaron las calles en defensa de sus derechos, que no luché, que miré hacia otro lado cuando pintaban unos bastos así de gordos. Yo estuve allí, y volveré a estar si es necesario, junto a los médicos y los bomberos, los maestros y los albañiles, los carteros y los camareros, los estudiantes y los enfermeros... todos unidos, todos dispuestos a no dejarse pisar más. Tengo miedo, más que nunca en mi vida, y un pueblo acojonado es muy fácil de gobernar. Si algún ingenuo cree aún que éste es el camino de la recuperación, va listo. O luchamos o nos cortarán en cachitos, sin anestesia ni nada. A este paso, pronto no quedará nada que defender. Al tiempo...

miércoles, 24 de octubre de 2012

DE VIAJE POR EUROPA

                      En estos tiempos inciertos, dominados por esa omnipresente odiosa palabra que me niego a repetir, los maestros seguimos luchando por una enseñanza pública de calidad, al alcance de todos, sin limitaciones políticas o ideológicas, abierta y plural, con menos medios cada vez pero sin desfallecer ni dejar de intentar cumplir con nuestros objetivos. Se equivocan quienes piensan que somos acomodaticios y remolones, desganados, desmotivados o poco cumplidores. Nada más lejos de la realidad. Basta con darse una vuelta por nuestro colegio, el Santiago Apóstol, para comprobar nuestra intensa actividad, apenas mermada por las duras condiciones impuestas por las autoridades competentes. No podemos privar a nuestros alumnos (muchos, cada vez más, y más complicados en muchos casos) de experiencias que les enriquecen y ayudan a formarse. Hay un mundo ancho y diverso a su alcance más allá  de los libros y nosotros consideramos indispensable este aspecto para configurar una enseñanza completa e imprescindible.
 
                      Las salidas extraescolares resultan siempre excitantes y atractivas, pero conllevan un trabajo de organización por parte de los profesores que pocos conocen. Conseguir realizar una excursión, por sencillo que parezca, exige llamadas telefónicas, envío de correos, búsqueda de información, elaboración de circulares, recogida de dinero y autorizaciones... Pero ahí estamos, ¡por fin!, los alumnos y profesores de 5º sentados en los autocares, un luminoso día de octubre, para visitar el Parque Europa en Torrejón de Ardoz, una idea fascinante. Consiste en ver de cerca reproducciones a escala de monumentos representativos de nuestra vieja Europa, cuna de la civilización occidental.El cine y la televisión nos muestran a menudo imágenes de la Torre Eiffel, la Puerta de Brandenburgo, la figura de La Sirenita, la Fontana de Trevi o incluso nuestra archiconocida Puerta del Sol, pero pocos saben la historia de tales lugares, los secretos que ocultan o lo que representan. Puedes pasar cien veces por la Puerta de Alcalá sin reparar en la inscripción en latín que figura en ella o sin saber qué significan los leones o el cuerno de la abundancia que la rematan. Pues bien, nosotros ya lo sabemos gracias a Zoraida y Consuelo, dos estupendas guías que nos han llevado por gran parte de Europa de un modo atractivo y claro, contándonos el porqué de la forma de un teatro griego o cómo los vikingos, los auténticos descubridores de América, trasladaban sus famosos drakkars cuando finalizaban la travesía sin necesidad de grúas o poleas.
 
 
 
                         Somos poco conscientes de la historia que encierran estos monumentos. Cada uno merece ser contemplado y admirado como valores intemporales y en muchos casos hermosos. La parte del muro de Berlín, de trágico recuerdo para tantas personas que dejaron en él su vida y sus ansias de libertad (Nino Bravo lo cantó en su famosa canción Libre) poco tiene que ver con el magnífico David de Miguel Ángel, una de las más bellas esculturas de todos los tiempos, o con la Victoria de Samotracia, cuyas alas inspiraron el logotipo de una famosa marca deportiva. Y qué decir de la archifamosa Torre Eiffel, hoy símbolo indudable de París pero que  a punto estuvo de ser derribada tras la Exposición Universal de 1889 porque algunos la consideraron poco estética. Y quién resiste la tentación de arrojar unas monedas a la Fontana de Trevi, la más visitada de Roma y escenario de una célebre película que muchos recordamos.
 
                         La pequeña Sirenita mira nostálgica hacia el mar, su casa, y recibe  a los viajeros que llegan a Copenhague desde su roca. Buen momento para releer lo que sobre ella escribió Andersen... En otro país abierto también al mar, una curiosa figurita infantil encierra una historia poco conocida: es el Manneken Pis, símbolo de Bruselas junto con el Atomium, tan diferentes los dos y sin embargo unidos por un destino común. Y sin salir de los Países Bajos, los molinos holandeses encierran en sus aspas un eficaz medio de comunicación sin necesidad de satélites, teclas ni baterías, pero, eso sí, ¡con contraseña!
 
 
 
                         El puente de Van Gogh nos recuerda sus originales cuadros, tan bellos y tan apreciados hoy a pesar de que él murió en la miseria y sin conocer la gloria que merecía. Otro puente, el de la Torre de Londres, es una de las mejores muestras del espíritu británico: práctico, sólido y eficaz. Las construcciones centenarias parecen resistir mejor el paso del tiempo que las obras actuales. Aí están los teatros griegos y romanos, por ejemplo, cuya perfecta acústica nada tiene que envidiar a los modernos auditorios. O la torre de Belem, que sigue presidiendo la entrada a Lisboa tras siglos de impávida vigilancia.
 
                         La segunda parte de la visita, tras un necesario refrigerio, ha consistido en desplazarse por puentes tibetanos, tablas de surf y otros excitantes obstáculos que han puesto a prueba la habilidad y forma física de los chavales. Los arneses dan seguridad, pero resulta complicadillo aprender el buen uso de los mosquetones. Prueba superada sin problemas hasta llegar al plato fuerte: ¡la tirolina! ¡Yupi, qué divertido lanzarse por un cable  a toda velocidad suspendidos en el aire! La llegada es algo brusca, pero emocionante.
 
                         Comer, jugar, divertirse, compartir, aprender, convivir en un entorno diferente... eso es lo que hemos hecho hoy. Ha sido una experiencia inolvidable que muchos querrán repetir. Estupenda idea para pasar un día en familia sin prisa y sin agobios. Animamos  a todos a ponerla en práctica, seguro que les encanta.
 
                        En el autobús reina el alboroto. Quién dijo cansancio... Sería deseable algo más de tranquilidad, pero parece misión imposible. La excitación continúa. ¿Ha merecido la pena? Por supuesto que sí, para chicos y grandes. Ahora queda recordar y asimilar lo visto y oído, aprovechar la experiencia y valorarla.
 
                        ¡Hasta la próxima!   
 
     

lunes, 10 de septiembre de 2012

LA VIDA, PESE A TODO, NO SE DETIENE

Nuevo curso, nuevos alumnos, nuevos retos... Llevo sintiendo la misma inquietud, la misma expectación, quizá menos inseguridad y la misma fuerza que en septiembre de 1977 (santo cielo, cuánto tiempo...), cuando empecé mi andadura como maestra en Móstoles. Cada año es diferente, y éste pinta en principio muy difícil, no me atrevo a decir negro pero sí poco atractivo. Los nefastos recortes nos ahogan e indignan, digan lo que digan nuestros ínclitos dirigentes. Todos saldremos perdiendo y muchos profesores ni siquiera podrán pisar un aula, siendo tan necesarios. ¿Hay lugar para la esperanza? ¿Y qué otra cosa nos queda? Nos apoyaremos en los compañeros, intentaremos trabajar con menos medios sin perder la sonrisa (¿hasta cuándo?) y solventaremos como podamos los mil escollos administrativos (qué mal llevo la acumulación innecesaria de papeles, el exceso de justificantes, estadísticas, proyectos...) Para empezar este curso hemos elegido el tema del bosque, y ésta es mi humilde aportación literaria. Espero que os guste.

EL BOSQUE Y LA VIDA

En nuestra casa, la Tierra,
del agua nació la vida,
albergó seres y plantas,
aves, flores, encinas,
todo bello, tan variado,
lleno de paz y armonía.

El aire y el agua,
las rocas y el fuego
fueron formando paisajes
como en un mágico juego,
de los hielos al desierto,
de los valles al azul cielo.

Todos los colores
surgieron cual paleta de pintor,
del amarillo al naranja,
del blanco al bermellón,
de la mañana a la noche
todos hacían su función. 

Para que todo viva su ciclo
sólo algo no puede faltar:
las plantas, los bosques,
los prados, la selva triunfal,
de los fresnos a los arces,
de los pinos al nogal.

Renuevan el aire,
atrapan la luz del sol,
transforman en alimento
sin cansancio y sin error
lo que era materia inerte
cumpliendo su gran misión.

Troncos firmes, fuertes raíces,
ramas como brazos,
hojas laboriosas,
la savia arriba y abajo,
siempre en marcha
en incesante trabajo.

En los bosques nunca falta
el suave rumor del viento
acompañando a la luz,
arrullando con su acento
a las mil criaturas
siempre en vivo movimiento.

Del roble sacamos madera,
del naranjo la dulce fruta,
del nogal las duras nueces,
del pino la sombra pura,
de las hayas disfrutamos
su fantástica hermosura.

Según cuentan las leyendas,
en los bosques viven gnomos y hadas,
seres mágicos, misteriosos,
ocultos entre sus ramas,
rompiendo con sus susurros
el silencio de tantas almas.

Dorado, rojizo, verde,
cuantos tonos imagines
podrás disfrutar a gusto
como en todos los jardines
sintiendo latir la vida
como los pájaros libres.

Aprende del árbol,
niño que llegas con ilusión
a empezar un nuevo curso
sabiendo, de corazón,
que tu esfuerzo dará el fruto
que merece tu tesón.

Siéntete abrazado por el bosque,
no temas perderte en él,
es un refugio seguro
porque de él sale el papel
que llega en forma de libro
para que puedas leer.

Mantén los ojos abiertos,
la vida es un rico manantial
que esconde grandes tesoros
y fluye y fluye sin parar
para ayudarte a descubrir
maravillas, novedades y sorpresas sin final.
 


 

jueves, 12 de julio de 2012

NO ESPERES

            
¡No podemos esperar más! ¡Van a acabar con todo! ¿Qué será lo siguiente? ¿El aire que respiramos, como dice Serrat? No sé qué podemos hacer que resulte eficaz, pero lo peor es resignarse. Ya hemos aguantado demasiado. Habrá que estar atentos a las movilizaciones o medidas que propongan quienes tienen poder de convocatoria, solos no conseguiremos nada.

sábado, 7 de julio de 2012

LOS NIÑOS SALVAJES

Por fin pude ver ayer Los niños salvajes, la última película de Patricia Ferreira, premiada en el último festival de Málaga. Hace unos meses escuché la entrevista que le hicieron en A vivir que son dos días (qué pena que Montserrat Domínguez haya cambiado de aires...) y decidí que iría a verla. Me temo que ha tenido poca difusión y que la taquilla no ha acompañado los buenos augurios de la crítica, lamentablemente. Quizá muchos estén ya cansados del cine español que aborda problemas sociales, o de la Guerra Civil, o de la mala situación de la enseñanza pública, o de lo incomprendidos que están los adolescentes (aborrescentes, dice una colega mía)... El caso es que ni en las recién estrenadas vacaciones veraniegas consigo alejarme de lo que me atrae irremediablemente por mi profesión y por mis inquietudes e intereses.
Me dio pena ver el cine prácticamente vacío, aunque en estas fechas sólo los (sub)productos juveniles e infantiles, tan penosos generalmente, consiguen atraer a muchos espectadores. Qué lástima... Yo fui con una buena amiga y su hijo adolescente, de edad muy cercana a Gabi, Álex y Oki, los protagonistas de la película, y me asombró que no les gustara demasiado. Debería ser al contrario, dada su mayor cercanía al tema tratado. Mi hijo ya no es adolescente ni yo soy profesora de Secundaria, pero me sentí más implicada y conmocionada que ellos ante las imágenes que narran la historia de estos y otros chavales que pasan su vida entre las aulas cada vez más abarrotadas y problemáticas, los amigos, el ¿inevitable? botellón, la tecnología omnipresente y, desde luego, la familia, la verdadera piedra de toque de su existencia.
Confieso sentirme incapaz de dar clase a chavales de esta edad. Durante muchos años fui profesora de la extinta 2ª Etapa de EGB, lo que me proporcionó grandes satisfacciones, no pocos disgustos y, sobre todo, muchísimo trabajo cuyos frutos he recogido tiempo después al comprobar que aquellos alumnos casi nunca fáciles acabaron reconociendo y agradeciendo lo que hicimos por ellos. El resultado de esta labor nuestra se come no sé si frío, como la venganza, pero sí muy madurado, por lo tardío.
Hoy no sabría cómo empezar una clase dirigida a chicos más altos que yo, muchos malencarados, insolentes, críticos, aburridos por unas asignaturas en absoluto relacionadas con sus intereses, y al mismo tiempo inseguros, frágiles, temerosos sin dejar de ser osados y audaces, con ganas de cambiar el mundo, ese mundo que encarnan sus padres y profesores, injusto, duro y cruel. 
El comentario más generalizado a la hora de hablar de adolescentes es que no hay quien los entienda. Se toma como una enfermedad inevitable pero afortunadamente pasajera (esa Edad Prohibida tan célebre en mi juventud, no sé ahora). En la película, los profesores representan los estereotipos intemporales: el hueso (Bacterio, típico mote, que provoca con su actitud una desafortunada respuesta de Álex), el tradicional (la mayoría, entre resignados e impotentes pero partidarios de la línea dura), y la única discordante, una joven orientadora que busca ayudar a los  alumnos que llaman a su puerta, cada uno con varios problemas y con una acuciante necesidad de ser escuchados. Creo que ésa es la clave de la película: falta diálogo para comprender a los demás, sea adolescente o adulto, alumno o padre. Compartimos espacios, pero no nos comunicamos, sea por la prisa, el egoísmo, las diferencias particulares o la intransigencia. Excusa muy manida, lo sé, pero siempre actual y verídica.
La directora nos conduce a sentir simpatía por estos jóvenes, no especialmente problemáticos: no son drogadictos, no viven en barrios marginales, sus familias son normales... ¿Qué les lleva a intentar huir de todo eso, de sus hogares cómodos y aparentemente felices? La madre de Oki le prepara ensaladas de espinacas y tofu, pero ella se pirra por la pizza. Los padres de Álex intentan, sin éxito, sacar adelante un bar sin comprender que él siente pasión por los graffitis, que además se le dan francamente bien. El padre de Gabi es dueño de un gimnasio, chulo, prepotente y adúltero, muy exigente con su preparación física pero nulo como estimulante entrenador. Todos, cada uno a su estilo, les transmiten el mismo mensaje: la vida es dura, hay que trabajar mucho para forjarse un porvenir, déjate de tonterías y estudia, que es tu única obligación, a mí tampoco me apetece nada madrugar para ir cada día a ganar dinero... Paren el mundo que me bajo, piensan los chavales. No me gusta vuestro mundo, el tinglado que habéis montado, odio vuestra hipocresía, quiero otro ambiente, quiero viajar, irme lejos, huir de vuestras estúpidas exigencias... Lo que han pensado todos los adolescentes desde el principio de los tiempos, a buen seguro, pero hoy lo piensan cada vez más temprano y son más radicales. Seguramente tienen razón al cuestionar todo cuanto los adultos queremos inculcarles a toda costa. Yo tampoco estoy conforme con el dramático circo que hemos montado entre todos, y menos aún con la situación actual, errática e injusta como pocas, pero, ¿qué hago? ¿Qué puedo hacer? No puedo renunciar a mi trabajo fijo, aunque mi sueldo y mi prestigio estén por los suelos, ni a mi coche, ni a mi casa, ni a los caprichos que aún me puedo permitir, ni  a los derechos que intentan arrebatarme en pocos meses tras años y años de lucha por conseguirlos... ¿Qué podemos enseñar a los adolescentes actuales? ¿Qué valores les transmitimos: que el dinero es el único dios, que el poder es lo que importa, que hay que cerrar puertas y fronteras para salvaguardar lo que nos queda, que ser bueno es ser tonto...? Lo más repetido hoy es esto es lo que hay y tal como están las cosas, y seguimos como si no pasara nada enseñando a Calderón, o ecuaciones de segundo grado o las leyes de Méndel. Que nuestro sistema educativo hace aguas por todas partes es evidente, pero no lo es menos que todos estamos acojonados, desorientados y cabreados, sea cual sea nuestra situación o trabajo. ¿O no?
Los quinceañeros de la película buscan otra cosa, otra vida, pero les cierran todas las salidas. Álex pierde la beca para estudiar dibujo en Ámsterdam, Gabi no puede participar en el campeonato de kickboxing y Oki toma una dramática decisión que cambiará su vida para siempre. El sistema los engulle, los aniquila, como a todos. No hay salida, o, si la hay, no está a su alcance.
Es una película nada complaciente, no busca sonrisas ni alabanzas gratuitas. Quiere despertar conciencias, mostrar una realidad que casi nadie quiere ver, alertar del peligro que corren los adolescentes incómodos. Lo de menos es que irrumpan en un centro comercial en plena noche para hacer una gamberrada o que se aburran en clase, como nos ha ocurrido a todos más veces de las que estamos dispuestos a reconocer. Lo realmente importante es  cómo quieren vivir su vida, cómo quieren que sea el mundo que les rodea. Protestar por el apresurado contenido de un examen de Matemáticas es casi la obligación no escrita de cualquier estudiante, como lo es reclamar la independencia y el derecho a disponer del dinero de la cuenta bancaria para ayudar a un amigo. Que levante la mano quien no se sintió incomprendido en esos años (y es mucho suponer que lo sea ahora), quien no fue  obediente y sumiso por obligación, quien no ha perpetuado los modelos familiares y sociales aprendidos desde la cuna... No sé si salvajes es el adjetivo más adecuado para definir a estos aborrescentes, pero tienen algo nuestro, algo de lo que fuimos y tal vez seguimos siendo. En absoluto quiero disculparles ni ser condescendiente. No son del todo inocentes, pero sí víctimas en gran medida. Son, desde luego, complejos, y no siguen un patrón único. Intentar generalizar siempre es peligroso e injusto. 
Buscad la película y ya me contaréis si merece la pena o no. Felices vacaciones, en cualquier caso.

domingo, 3 de junio de 2012

¿PETARDA O ENCANTADORA?

Entre los múltiples libros de autoayuda que pueblan los estantes de librerías y grandes almacenes supongo que hay más de uno dedicado a intentar conseguir caer bien a todo el mundo, algo así como Sea encantador en diez pasos o El arte de gustar a todos. Desde pequeños nos dicen que hay que hacer lo posible por agradar a los demás, ser el más simpático, el más elegido en el patio o como delegado de la clase, el más dispuesto para hacer recados, el mejor hijo (implica no causar disgustos a los padres, por supuesto)... Yo crecí con esa idea marcada a fuego, pero no es el momento de profundizar en ello.  Dicen que en el caso de gemelos o mellizos uno siempre es mayor que el otro, se hace un hueco en el vientre materno a costa de su hermano, vamos, que se ve venir a Caín haciendo la puñeta al pobre Abel desde antes de nacer.
 
¿Por qué estamos programados para ser del agrado de todos cuantos nos rodean? ¿Por qué nos sentimos tan mal cuando nos ningunean o nos critican? ¿Es lícito actuar como los otros esperan de nosotros? ¿Son los demás realmente un espejo en el que debemos mirarnos o simplemente una referencia? Hace años leí Hombre mendigo, hombre ladrón, la continuación de la famosa serie (para los de cierta edad, claro está) Hombre rico, hombre pobre. En la segunda novela, el hijo del malogrado Tom Jordache, muerto a manos del malvado Falconetti, decide conocer más sobre su padre a través de las personas que lo trataron. Cada una le aporta una visión diferente. Para unos fue un héroe, para otros un insensato, marido desastroso, encantador, valiente, inconsciente... Seguramente lo fue todo a la vez y nada en definitiva, como cada uno de nosotros. Todos tenemos el Ying y el Yang impreso de serie, nadie cae bien a todo el mundo, vamos, ¡ni al chocolate le faltan detractores ni desagradecidos! Somos contradictorios, cambiantes, diferentes en cada situación, humanos, en definitiva. 
 Si preguntáramos a cuantos conocemos qué piensan de nosotros, ¿qué responderían? Para empezar, ¿serían sinceros? Me temo que no. Algunas personas son crueles hasta lo indecible, otros pueden ser indulgentes, o asépticos... Ahora que hace furor la expresión políticamente correcto para encubrir no pocas mentiras e hipocresías, la sinceridad tiene mala prensa, la pobre. Hemos aprendido eufemismos incomprensibles para evitar decir la verdad pura y simple. ¿Por qué nos importa tanto la opinión de los demás? Yo tengo comprobado un hecho curioso: la mayoría de la gente que me trata una sola vez suele quedarse con una idea bastante penosa sobre mí, no sé si porque soy cortante, o demasiado directa, o simplemente antipática. En cambio, los que me conocen más a fondo suelen opinar justamente lo contrario, con las inevitables excepciones. Es imposible coincidir con todas las personas que conozco, incluso dentro de mi familia o compañeros de trabajo. Y qué decir de los padres de mis alumnos... Cada vez son más exigentes, qué os voy a contar a los colegas, menos colaboradores, se entrometen más en  asuntos que  no son de su competencia, se creen con derecho no sólo  a opinar sino a decidir sobre programaciones, evaluaciones, castigos... mientras, y esto es lo peor, cada vez cumplen menos con sus obligaciones paternas, son más dejados, más permisivos, no ponen límites a sus hijos, les conceden todos los caprichos para quitárselos de encima... Estoy generalizando, lo sé, pero es una marea no sólo imparable sino en aumento, por desgracia. Así que ante un mismo hecho (un castigo sin la mayor importancia) unos padres deciden denunciarme ante la Inspección y otros, por el contrario, me escriben una larga nota de agradecimiento por el interés que demuestro por su hijo y me piden disculpas. ¿Obré mal en uno de los casos? ¿Obré bien en los dos? ¿Por qué unos lo entienden y otros cargan con furia contra mí, que sólo intenté cumplir con mi deber? ¿Tan distinta soy según con quién trato? No lo creo. Si alguien me pide ayuda, se la doy sin pensar en la recompensa. Siempre intento dar soluciones a los padres preocupados o angustiados. Si una madre se echa a llorar trato de ayudarla a buscar una salida, otra cosa es que la acepte si ello supone un gran esfuerzo. ¿Soy yo la responsable del fracaso de algunos alumnos? Es fácil matar al mensajero, lo difícil es aceptar las propias responsabilidades. Así que para unos soy una petarda, exigente, borde, intransigente y antipática y para otros soy encantadora, cumplidora, responsable, rigurosa , amable y generosa. Si reparto caramelos o galletas doy a todos por igual, faltaría más, pero, al igual que en la parábola bíblica, unos lo agradecen y otros lo tiran al suelo. 
Si decido no acudir a un evento que no me apetece, me llaman desagradecida. Si insisto mucho para lo contrario, soy una pesada. Si colaboro en la organización de un festejo, me llaman entrometida. Si no hago nada, soy una pasota. Es como el chiste de la familia que iba con un burro: hagas lo que hagas, a unos les parecerá bien y a otros lo contrario. No se trata de ser hipócrita ni egoísta, sino de ser coherente y responsable con las propias ideas y convicciones. Alguna frase famosa creo que lo resume, pero no la recuerdo. Qué más da... El gran Serrat ya lo ha dicho alguna vez: Me preocuparía gustar a ciertas personas. Pues sí, es cierto. Mejor que algunos no estén de acuerdo conmigo: no quiero ser como ellos. 
¿Os pasa lo mismo? ¿Qué opináis?
Feliz semana a todos.

domingo, 20 de mayo de 2012

PROFESOR LAZHAR






Las aulas, la educación, la enseñanza, los niños, los conflictos escolares y cuanto se nos ocurra al respecto han sido tema recurrente en cantidad de películas, con más o menos fortuna. Quizá la más famosa, aunque no la mejor, sea El club de los poetas muertos. El club de los emperadores, Mentes peligrosas, Monna Lisa, Rebelión en las aulas, Adiós, Míster Chips, Adiós, muchachos, Los chicos del coro y muchas más se han acercado con más o menos fortuna a este mundo que contiene mucho más de lo que se ve a primera vista. Por deformación profesional, supongo, procuro verlas todas, y eso supone que unas veces me indigno, otras me emociono y siempre, siempre, siento que esta profesión es imprescindible, sea como sea su reflejo en la pantalla.
De las más recientes, son impresionantes las francesas Hoy empieza todo , Ser y tener , La clase y la alemana La ola. Unas son más documentales y otras más noveladas, pero todas son realistas y nada maniqueas ni manipuladoras. Por eso no podía perderme Profesor Lazhar, canadiense, premiada en varios festivales, alabada por la crítica y espero que sea bien recibida por el público.
Arranca con un principio impactante: en un colegio de Primaria de Montreal una maestra se ahorca en su clase justo antes de que entren sus alumnos. Nadie se lo explica, nadie pudo presagiarlo. Algunos compañeros sabían que tenía desórdenes psicológicos, pero no hasta ese punto. Resulta más incomprensible aún que decida poner fin a su vida en su clase. ¿Qué encierra esa tremenda decisión? ¿Quería vengarse de alguien? ¿Quería dar una última y desesperada llamada de atención? Casi al final de la película un alumno quizá tenga la clave y lo cuenta entre lágrimas.
La directora decide pintar el aula y darle otro aspecto, pero los niños no pueden olvidar el terrible suceso. Están conmocionados, estupefactos, dolidos. Se hace cargo de la clase un profesor argelino, el señor Lazhar. Él también ha vivido una experiencia muy dolorosa en Argelia y se ha visto obligado a buscar refugio como inmigrante perseguido en Canadá, aunque legalizar su situación no es nada fácil. Según el director, Philippe Falardeau, Canadá era una nación receptiva, amable con el extranjero, hasta el 11-S, que se cerraron las puertas. Y ahora vamos hacia atrás, con un aire retrógrado que yo no apoyo. Y ése es uno de los temas de la película, nada larga pero densa: la inmigración, el desarraigo, el miedo, la huida. No conocemos a la gente con la que convivimos: el protagonista puede ser deportado a Argelia en cualquier momento pero nadie lo sabe. Vive con miedo y con dolor. El terrorismo no conoce fronteras, ni la incomprensión, la incomunicación, la muerte: son problemas universales que nos rodean y a los que no sabemos hacer frente de manera unánime. Vivimos encerrados en nuestra burbuja por desconocimiento y temor hacia los demás. Nos da miedo tocarnos, tocarnos de manera natural, apretar el brazo del compañero, saludarnos efusivamente, quizá por influjo anglosajón, no sé. Eso se ha trasladado de una manera brutal a la escuela: no podemos tocar a los niños, qué decir de abrazarles o besarles, los hemos convertido en seres asépticos, plastificados. Un profesor dice en la película: Trabajar con niños es como tratar con material radiactivo: no los puedes tocar. Otro dice: Cuando mi hijo fue a un campamento escolar de dos semanas volvió con quemaduras de segundo grado en la espalda porque el monitor no podía aplicarle crema solar con las manos. El de EF añade: ¿Cómo puedes enseñar a un niño a saltar el potro sin tocarle? Así que les hago dar vueltas alrededor del patio como gilipollas y ellos piensan que yo también lo soy.
Un padre dice al profesor durante una tutoría: Queremos que enseñe a nuestra hija, no que la eduque.Ésa es la clave: ¿educar o simplemente enseñar? Hace años que los docentes sabemos, porque lo comprobamos a diario, que en la mochila nuestros alumnos traen de todo menos educación, esos buenos modales que antaño nos inculcaban de manera natural en casa: sabíamos saludar al entrar, llamar de usted a los mayores, portarnos correctamente en la mesa, ceder el asiento en el autobús, no gritar en público... Fuéramos buenos o malos estudiantes, la educación la llevábamos de serie. Por supuesto, el maestro era respetado y admirado: personificaba el saber (hace poco vi en televisión la española Historias de la radio, que contiene un emocionado homenaje al maestro rural), era humilde pero ocupaba un puesto de honor en la sociedad. Hoy es un mindundi, un pringao. Los conocimientos se buscan en internet, cualquiera con un cacharro electrónico de última generación puede buscar qué fue de Troya o cuál es la capital de Finlandia, así que, ¿para qué memorizar todo eso? Almacenar datos y fechas sólo sirve para ganar concursos, o ni eso. Contaba un profesor de Secundaria en un reportaje televisivo que en una entrevista con un alumno y su padre éste se dirigió al chaval diciéndole: ¿Pero tú qué quieres, ser un cualquiera y un muerto de hambre como éste (el profesor) o tener éxito en la vida? Algo similar me dijo un padre en mis primeros años de docencia refiriéndose a su hijo, poco dotado: No, si yo no quiero que sea médico ni abogado, con que sea maestro me conformo.
Me llamó la atención que los niños de la película, todos, no ríen, no corren, no juegan, ni siquiera en el patio. Son serios y tristes, fantásticos actores, eso sí, pero apagados, contenidos. En mi colegio reina la algarabía, hay incluso un alboroto excesivo, los niños están en permanente actividad, sobre todo en el recreo. Los de Profesor Lazhar están desorientados, reciben ayuda de una psicóloga pero de una manera fría. Nadie quiere hablar con ellos de la muerte, dejarles expresar lo que sienten, salvo su profesor argelino, que les dicta a Balzac y les anima a contar sus experiencias. Hay un amor latente entre él y los alumnos, algunos procedentes de la inmigración, como él: uno de origen chileno sabe qué quiere decir defenestrar porque su abuelo se tiró por una ventana al ser detenido tras el golpe de Estado. Y es que los colegios, cada día más, son un especie de ONU, mal que les pese a algunos. En mis clases hay ecuatorianos, dominicanos, turcos, marroquíes, rusos, rumanos... Lo que unos ven como amenaza no es sino una realidad imparable. Los tremendos recortes se cebarán sobre todo en ellos, como en los niños con problemas, necesitados de una atención especial. Como dice Falardeau, hay que tomar decisiones, alterar la letra, luchar por el espíritu. Me han contado los recortes en España y son idénticos a los canadienses. En mi país el gobierno ha incrementado las tasas universitarias un 75%. Estamos lastrando a las generaciones venideras, incluso hundiendo nuestra vejez. Los políticos son todos de corto recorrido, sólo piensan en el hoy. ¿Y después, qué?
Algo hemos hecho mal, muy mal, para llegar a situaciones tan sangrantes como vemos en la película. Si un profesor no puede dar un abrazo a un alumno (tampoco una colleja, por supuesto), apelando a un respeto muy mal entendido que encierra una frialdad de iceberg, una distancia más que púdica, algo falla, no tanto en el castigo como en el abrigo moral, el cariño, la cercanía, el mimo que los niños necesitan desde la cuna. La culpa es de todos: políticos, pedagogos, padres, inspectores... Los menos responsables, los maestros, desde luego, que seguimos peleando día tras día para defender nuestros ideales (qué palabra tan poco utilizada hoy). No nos dejan educar, no nos dejan aplicar medidas razonables, a veces duras, para inculcar responsabilidad y esfuerzo en nuestros alumnos, tan necesitados de atención y tan sobrados de caprichos. 
Como bien dice Lazhar, tenemos que limitarnos a enseñar el programa, no podemos salirnos de él. No estamos de acuerdo con el sistema pero es lo que hay, tenemos que acatarlo. Como él, nos sentimos encorsetados, asfixiados por unas leyes prolijas y absurdas que parecen diseñadas por alguien que no ha visto un niño de carne y hueso en su vida. Tenemos miedo (y con razón) a las críticas y denuncias de los padres, a las sanciones por hacer lo que nos dictan el sentido común y nuestra vocación. ¿Qué hacer? Apenas nada. Con un poco de suerte, conseguir que nuestras aulas sean un espacio cálido y acogedor, un lugar en el que todos nos sintamos seguros y libres. Por eso resulta tan incomprensible la decisión de la maestra. A los alumnos que yo conozco hay que frenarles, moderarles, tranquilizarles, encauzarles, dar respuesta a sus preguntas, suscitarles inquietudes que no aparecen en las pantallitas que les tienen abducidos. La mayoría están solos, muy solos, y demandan un cariño que no tienen a pesar de necesitarlo desesperadamente.
Bachir Lazhar es un hombre inteligente, culto y sensible que se acerca a sus alumnos, traumatizados por lo ocurrido  y desamparados por una maldita corrección política, con afecto y comprensión. Fuerte y digno, algo común en los inmigrantes, intenta consolarles sin paños calientes innecesarios. Son más maduros de lo que corresponde a su edad, sobre todo Alice y Simon. Necesitan ayuda para entrar con buen pie en la madurez, pero lo han hecho de golpe viendo la muerte en su propia clase. El profesor reclama respeto con firmeza, en un mundo que ya no le aprecia ni valora. Acaso los maestros ya no sepamos cuál es nuestro papel, cuáles son nuestros límites, porque, desde luego, nuestros recursos y armas son cada vez más limitados. ¿Debemos limitarnos a enseñar o debemos aspirar a educar, como dice Lazhar? En todo caso, la película es una preciosa y magnífica reflexión sobre la educación, la inmigración, la muerte, el cariño, el miedo, la comprensión... Todo eso, y más, me espera mañana, otra vez, cuando entre en clase.
Feliz semana.
 

sábado, 21 de abril de 2012

VER, OÍR, DISFRUTAR...

A veces creo que soy una espectadora fácil, que me conformo con cualquier cosa. Rara es la vez que salgo del cine insatisfecha o que el teatro me decepciona. Quizá es que voy predispuesta para disfrutar de lo que me ofrecen, aunque lo cierto es que procuro informarme para elegir algo fiable. Me considero una gran "disfrutadora", paladeo una bebida lo mismo que un humilde bocadillo, una gran película o una modesta si tiene algún significado especial para mí. Me río con la misma facilidad que me emociono o me indigno, no suelo controlar mis emociones y quizá por eso empatizo sin dificultad con quien tengo delante. Cuando voy al cine me meto en la película con el fin de cambiar mi escenario habitual por uno diferente. En la oscuridad del cine, a ser posible aislada y siempre con palomitas (mi pequeño pecado semanal) descubro historias, personajes, dramas, romances, humor, envidias, traiciones, intrigas... Cada semana selecciono una película cuyo tema me atraiga de algún modo. Me gusta leer las críticas para ir sobre aviso, aunque no todas son fiables. Por ir de lo más alejado a lo más reciente, empezaré por Grupo 7, sobre la que pensé escribir con el título ¿Poli bueno, poli malo?, pero a la española. 
                             Me gustan las historias policiacas y ésta, además, es nuestra, española cien por cien, con todos sus defectos y virtudes. Fuera tópicos: se acerca la Expo de Sevilla y hay que limpiar la ciudad de traficantes. No hay apenas límites, lo que importa es cumplir la misión. Ni una vista de la Sevilla más bonita y turística, sólo imágenes de la construcción del evento y barrios marginales, bares nada lujosos, casas de vecinos feas y humildes, rincones ruinosos... Los policías encargados de tan peculiar trabajo son tan nuestros como los actores que los encarnan. A la cabeza del reparto, un Antonio de la Torre magnífico, parco en palabras pero tremendamente expresivo, un policía curtido y descreído que ha perdido a un hermano por culpa de la droga y decide salvar a una muchacha que arrastra el mismo mal. Conoce el terreno en el que se mueve y las personas con las que trata. 
                            Mario Casas es el guapo del grupo, sacado de las series para adolescentes (yo no he visto ninguna) y aún le queda bastante por aprender, pero tiene cualidades, sin duda. Casado con una guapísima Inma Cuesta a la que podrían haber dado más enjundia y padre de un chaval, compagina mal su vida personal y profesional. Se salta los límites cuando persigue un fin que le parece loable: si hay que quedarse con droga para pagar a los chivatos, se coge y punto. Yo crecí con la imagen ideal de la policía: buenos, honestos, honrados a carta cabal, insobornables, sacrificados, heroicos, siempre al servicio del ciudadano... Pero, ay, la realidad  es muy diferente. No he tenido grandes tropiezos con ellos, pero sé de sobra que muchos se acercan más a los corruptos que intentan matar a Serpico que a los eficaces Bevilacqua y Chamorro creados por Lorenzo Silva. La trastienda de la labor policial no es limpia ni glamurosa. El delito siempre es sucio y condenable, pero, ¿están siempre en el mismo bando quienes lo cometen? ¿Es tan clara la línea definitoria entre el bien y el mal? En El Padrino, obra maestra donde las haya, Al Pacino se lo deja muy claro a su mujer, una Diane Keaton que vive creyendo que los políticos son honrados y que sólo los mafiosos asesinan a quemarropa. 
                         Grupo 7 es una gran película, en la línea de Celda 211 o No habrá paz para los malvados. Grandes actores para un gran guion, con escenas trepidantes unas (la persecución inicial por las azoteas) y asombrosas otras (el baile entre el poli entrado en años y en kilos y la prostituta de dientes mellados resulta de un erotismo inusual). No hay lirismo ni romanticismo, todo es tan realista como cualquier escena cotidiana en cualquiera de nuestras ciudades, con personas, más que personajes, con quienes nos cruzamos a diario sin reparar en ellas. Por películas como ésta doy siempre la cara por el cine español, a sabiendas de que a veces no lo merece, pero qué le vamos a hacer, una tiene su corazoncito...
                             Otro producto español son la cantidad de buenos monologuistas que llenan pantallas y teatros. Hace poco vi a Dani Delacámara, ocurrente, divertido, encantador, sacando punta a cuanto tema se le ocurriera bajo el título Dios es una mujer. La sala estaba llena y nos hizo reír sin respiro. Admiro el ingenio, sobre todo si es en directo, con el riesgo que conlleva. Todo puede tener su lado cómico y alguien inteligente sabe verlo y sacarlo a la luz bajo la aparentemente inocente capa del humor.
                               De la misma cantera es Eduardo Aldán, que nos toca la fibra más nostálgica con Espinete no existe. Los más maduros vivimos esos recuerdos de un modo algo extraño, porque no pertenecen exactamente a nuestra infancia. Cuando empezaron en la tele los payasos de la familia Aragón (Gaby, Fofó, Miliki...) yo ya estudiaba Magisterio, y sin embargo los considero parte inseparable de mis primeros recuerdos. El inefable Un, Dos, Tres nos congregaba ante el televisor cada viernes por la noche, y con la perspectiva que dan los años parece mucho mejor, más ingenioso y dinámico que los infames programas actuales, llenos de gritones zafios y maleducados. El bolígrafo Bic nos acompañó durante toda nuestra vida escolar, D'Artacan nos introdujo en el mundo de Dumas,  el Cola-Cao se disuelve tan mal como entonces (eso sí, su fantástico anuncio es inolvidable: Yo soy aquel negrito- del África tropical...), la Primera Comunión sigue siendo una celebración paródica, y, sin embargo, todo ha cambiado tanto, tanto... Muchos tenemos la impresión de que aquella infancia nuestra fue más feliz que la actual, más inocente, desde luego, con menos lujos pero más ilusión. Hoy los niños lo tienen todo apenas nacen y se inician en la adolescencia mucho antes de lo que manda su reloj biológico, se saltan a velocidad de vértigo la etapa de los juegos tradicionales (apenas los conocen, por desgracia) y adquieren rápidamente modales de series americanas. Mis alumnas de once años se pintan como una top model mucho antes de su primera regla. Nuestro reto ahora como educadores es adaptarnos a estos niños y adolescentes tan diferentes a como éramos nosotros. Ya no valen aquellos métodos en los que el maestro era el único depositario del saber, hoy hay que hacer partícipes a los alumnos de su aprendizaje o estamos perdidos. Es mucho más laborioso, sin duda, y yo reconozco mi dificultad para engancharme a este carro. Esos valores que aprendimos y defendimos durante años han cambiado, mejor dicho, hay que inculcarlos de otro modo. Por eso volvemos a nuestra infancia y adolescencia con añoranza, es un territorio seguro porque es intocable, ya no podemos cambiarlo. ¿De verdad aquella época fue mejor que la actual? ¿Qué quiere decir mejor o peor? Cantamos aquellas canciones sin necesidad de karaoke, están grabadas en nuestro disco duro a perpetuidad. Reivindico todo aquello, lo bueno y lo malo, las carencias, la tele en blanco y negro, el pan con chocolate para merendar, los recortables, las calcomanías, el maravilloso estuche de dos pisos... Forma parte de mí y eso es lo que cuenta.
Dejo para otro día hablar de El exótico hotel Marigold, una especie de Pasaje a la India amable y optimista para jubilados animosos y La pesca del salmón en Yemen, una comedia con sabor clásico, estupendo guion y grandes interpretaciones. 
Feliz semana.

lunes, 16 de abril de 2012

TODO SE EXPLICA

TODO SE EXPLICA

La esperanza -antes tan diligente-
no viene a visitarnos hace tiempo.

Últimamente estaba distraída.
Llegaba siempre tarde, y nos llamaba
con nombres de parientes ya enterrados.
Nos miraba con ojos que le transparentaban,
igual que esos espejos que pierden el azogue.
Nos tocaba con manos realmente imperceptibles,
y amanecíamos llenos de arañazos.
También daba monedas que luego no servían.

Pero ahora, ni eso.
Hace ya tanto tiempo que no viene,
que hasta llegué a pensar:
¿Se habrá muerto?

Después caí en la cuenta
de que los muertos éramos nosotros.

ÁNGEL GONZÁLEZ