martes, 21 de diciembre de 2010

SILENCIO, ES NAVIDAD



ARTE POÉTICA

Más que decir palabras, quisiera dar la mano

a un niño, hundir el pecho contra la espuma viva,

y estar callado, llena la frente de océano,

bajo un pino silente, palpitando hacia arriba.

Más que decir palabras, navegar en un llano

de espigas empujadas, ondeadas, donde liba

la inmensidad su jugo de noche de verano,

y en vez de soñar nombres que el viento los escriba.

Más que juntar canciones cogidas en la infancia,

quisiera mis mejillas como un nido robado,

y el sabor de mis labios húmedos de ignorancia,

y la primer delicia del que nunca ha besado:

más que decir palabras ser su propia fragancia,

y estar callado, dentro del verso, estar callado...

LEOPOLDO PANERO



lunes, 6 de diciembre de 2010

AYER Y HOY

Vivimos en la era de la abundancia, sin duda ninguna. Compramos, usamos, tiramos, desechamos... Las cosas ya no tienen el valor de antaño. Hasta hace bien poco, los muebles eran casi eternos, se cuidaban con mimo, pasaban de padres a hijos como un bien inestimable. Se guardaban los trajes de novia de madres y abuelas, los viejos juguetes, los libros escolares, aquellos juegos de cama bordados para el ajuar y quizá ni estrenados (qué paciencia y qué tiempo planchar aquellas sábanas de hilo...), las cartas más personales, las fotos en blanco y negro, las vajillas de una loza hoy inimaginable, las lámparas enormes de lágrimas, hoy imposibles de colgar en unos techos cada vez más bajos...


Cambiamos de casa y apenas nos sirve algo de lo anterior. Lo queremos todo nuevo, más moderno. Lógico. Dicen que las mudanzas vienen bien para deshacernos de todo lo inservible. Ya lo dice el refrán: Parientes y trastos viejos, pocos y lejos. Yo he de hacer una próximamente y no sé si estoy preparada, al menos mentalmente, porque el esfuerzo físico en sí no quiero ni pensarlo. Santo cielo, la cantidad de cacharros, ropa, utensilios, sábanas, toallas, libros, discos... que he podido acumular en veinticinco años... La mayoría está en el sótano, convertido en un totum revolutum en el que cada vez me cuesta más no sólo poner orden (ni de lejos lo consigo) sino incluso recordar siquiera qué demonios tengo. Más de una vez he comprado libros que ya tenía sin acordarme, y otras he comprado una edición de más fácil lectura, caso de "La Regenta", por ejemplo, que leí en mis años universitarios en la edición de Alianza y que ahora se me antoja imposible por el tamaño de la letra. Como él, otros muchos libros están condenados a vivir el sueño de los justos, no sé dónde. Las bibliotecas no los quieren, los anticuarios tampoco... ¿Qué hacer con ellos? Supongo que los querrán en alguna ONG, al igual que al ropa y otras cosas. Soy consciente de que en buena parte del mundo el problema es bien distinto: necesitan desesperadamente ropa, comida, material escolar... En esta época proliferan las campañas para recoger este tipo de bienes. Tengo mis dudas sobre su destino, pero bueno, lo doy confiando en el buen uso que tendrán en manos más necesitadas que las mías.

Estos días he tenido que enfrentarme otra vez al desmantelamiento de una casa familiar, una tía en este caso. Ya lo pasé fatal cuando hicimos lo mismo con la casa de mi madre tras su muerte hace cinco años. Me parecía que estábamos profanando una tumba. Hurgamos en sus cajones, saqueamos sus armarios, repartimos sus posesiones... Había que hacerlo, sin duda, pero me resultó extremadamente doloroso. ¿Qué derecho teníamos a entrar a saco en todo aquello que ella había dsifrutado con tanta ilusión? Si hubiera tenido secretos, los habríamos descubierto. Su espíritu parecía flotar sobre la labor inacabada, el crucigrama que dejó a medias sobre la mesilla, los pañuelos con su perfume... Era imposible mantener todo aquello porque había que vender la casa. Yo habría querido quedarme con muchas cosas, no las de más valor, que me importaban bien poco. Participar en aquella liquidación suponía para mí desprenderme de una parte de mi vida que ya no volverá jamás. Ya no tengo una casa familiar a la que acudir por Navidad. Cada hijo tiene la suya, como mis tías, pero falta ese nexo de tantos años. En poco tiempo he visto desaparecer aquello que recordaba como objetos de mi infancia y juventud. Las vajillas están repartidas, como los manteles o las sábanas. Ha cambiado el escenario, el recuerdo sigue vivo.




Uno compra algo por algún motivo, lo disfruta y luego lo desecha. Al cambiar de manos, cambia también totalmente su valor. Qué diferentes somos... Para mi madre, mi padre, mi tía, un cuadro tenía un valor inestimable; para mí es un recuerdo que no sé dónde colocar. Ahora mi casa guarda parte de sus vidas, no sé por cuánto tiempo, si es que la puedo colocar en la mía. Porque en el fondo creo que ésa es la cuestión: qué hacemos con el legado de nuestros antepasados. Me duele ver en mercadillos fotos antiguas que los herederos no se molestaron en guardar o en quemar, como final más piadoso. Todo parece caduco, inservible pasado un tiempo. Me duele pensar en esa inexorable ley de vida que obliga a renovar el menaje, el vestuario, la biblioteca, desechando lo antiguo y pasado de moda. La alternativa es convertir las casas en museos, pero al ser cada vez más reducidas resulta una solución impensable, y no digamos si en lugar de propias son alquiladas. En eso parece que los norteamericanos son mucho más prácticos: acostumbrados a cambiar frecuentemente de domicilio, se deshacen sin pena de gran parte de sus posesiones y las ponen a la venta frente a su casa para aligerar el traslado. Claro que, por otra parte, envidian el patrimonio de la vieja Europa y se mueren por tener un auténtico castillo escocés en Texas. Paradojas de la vida.



Echo en falta no haber podido conservar mis cuadernos escolares, por ejemplo, abandonados precipitadamente el El Aaiún, o los juguetes de mi infancia, o los libros de aquella Colección Historias que recuerdo con tanto cariño. Me siento nómada y un poco huérfana sin todo aquello que me rodeaba de pequeña. ¿Tan importante es el pasado? ¿Por qué tiramos lo que ya no nos resulta útil en sentido material? Creo que queremos conservarlo todo para negar el paso del teimpo, para aferrarnos a un tiempo que no queremos dejar escapar porque si se va envejecemos y morimos. Queremos ser eternos.





Tuve que preguntar a mi tía cómo se llamaba mi bisabuela. La recordaba perfectamente, menos su nombre. Qué extraña es la memoria... Me contó episodios familiares que pronto nadie recordará ni contará ya. Yo puedo escribirlos y guardarlos, pero, ¿a quién interesarán? La historia sigue, el hilo se rompe. Se habla de la Guerra Civil, pero dentro de pocos años no quedará nadie vivo ni descendiente directo de aquella época. Aquellas cartas, las fotos, las terribles imágenes irán cayendo poco a poco en el olvido. Igual que ya no se llevan esos pañitos de ganchillo sobre las mesas o los sofás irán desapareciendo los recuerdos, diluidos por el paso del tiempo.

Las mesas camilla son hoy raras, excepcionales en las ciudades, desde luego, como las mecedoras o las colchas tejidas durante horas y horas, cuando el tiempo tenía otro valor y otro sentido. Épocas pasadas, años idos, nosotros ayer y hoy, como puente o como separación. Los objetos y las personas, los sentimientos y los recuerdos. Todo forma parte de la misma vida, aunque la veamos compartimentada. Somos un todo indisoluble, estemos donde estemos y seamos como seamos. Llevamos el pasado a cuestas porque somos también parte de él.




Una recomendación que también sirve como viaje en el tiempo, en este caso personal y literario: leed el discuso de Vargas Llosa con motivo de la entrega del Nobel. Es una auténtica delicia, una maravilla en prosa, sentida, vivida e incluso llorada.
Feliz vuelta de puente a todos.


















jueves, 25 de noviembre de 2010

ÉL NO ES MALO

Él no es malo, entiéndelo. Sólo necesita mucho cariño. Sí, ya sé que tiene un modo muy raro de demostrarlo, pero, qué quieres, yo soy así. ¿Es que tú nunca has estado enamorada, Inés? ¿Y has puesto condiciones alguna vez? Entonces eso no es amor. No pongas esa cara, tú eres tan racional que no comprendo cómo puedes llevar tantos años con Alberto, que se desvive por ti, y tú sólo piensas en que su sueldo y el tuyo juntos os dan para pagar la hipoteca, tener dos coches y marcharos de vacaciones un par de veces al año. Vale, eso es importante, sí, pero no lo es todo. Ay, Inés, si tú supieras... ¿Que te lo cuente? ¿Y qué más quieres saber? Cada vez que te hablo de Juan pones mala cara y empiezas a reñirme. ¿Que no me riñes? Bueno, quizá no sea ésa tu intención, pero lo haces, por eso no te cuento más cosas. Me dices que tengo ojos de cordero degollado. ¿De dónde sacas esas comparaciones? Yo no estoy degollada, quizá un poco triste, pero el amor no es un camino de rosas. Qué le voy a hacer, cuando me llama y me dice "Ven" no puedo hacer otra cosa. ¿Que no vaya? ¿Y quedarme pensando qué hará y qué no hará, con quién andará, qué comerá, si es que come? ¿Que ya es mayorcito para comer solo? Tú no lo entiendes. No te rías o me iré. Ya sé que no te estás burlando, que eres mi amiga y que sólo a ti puedo contarte todo esto. No puedo decírselo a nadie más. Una vez leí que las relaciones extremas y difíciles son las que más enganchan, pero yo no me siento enganchada por eso. Tú crees que me gusta sufrir, y que por eso estoy tan colgada de Juan, pero no es eso. Uno no elige el amor, es el amor quien nos elige, y a mí me ha tocado éste, que no es tan malo como tú piensas. ¿Que te lo demuestre? ¿Y cómo se demuestra el amor si no eres tú quien lo siente? Tú no puedes entender lo que siento cuando se abraza a mí llorando a veces cuando llego, parece un crío, con lo alto y fuerte que es. Luego se le pasa y empieza a contarme mil cosas, todo lo que ha hecho, con quién ha estado, cuántos temas lleva ya estudiados... Es que tú no sabes lo duras que son esas oposiciones, si no se desahoga conmigo, ¿con quién va a hacerlo? ¿Quién va a ayudarle mejor que yo? No, no me estoy engañando, yo sé que me necesita tanto como yo a él, aunque seamos una pareja tan poco convencional. ¿Que no somos una pareja? ¿Y qué somos entonces? No, no estoy loca. ¿Por qué me dices eso? Qué sabrás tú... Perdona, sé que lo sabes, no quería decir eso. Es que somos muy distintas. Yo soy capaz de estar horas enteras viendo cómo estudia Juan, casi sin hacer nada, ni limpiar, por no hacer ruido que le moleste. Muchas mujeres han sacrificado su carrera y su vida por ayudar a sus maridos si eran importantes y necesitaban todo su apoyo. ¿Que son machistas? Qué cosas tienes. Y yo no lo soy tampoco, ni Juan, sólo es... especial. Mira, anoche preparó él la cena. No seas tan sarcástica, lo hace más veces. ¿Pero por qué te empeñas en ver sólo lo negativo? ¿Acaso tú estás siempre como unas castañuelas? Pues yo tampoco. ¿Que qué pasó hace tres días? Ah, eso... Bueno, fue una noche especial. No me hagas repetírtelo. Cuando llegué él estaba fatal. Sin decirme nada me arrastró hasta la cama. Hacía mucho que no le veía tan... eufórico. ¿Que si fue violento? No, qué va. Bueno, tampoco fue muy mimoso que digamos, pero yo ya estoy acostumbrada a sus desahogos. Hicimos el amor (a él no le gusta que lo diga así, es mucho más claro, no sabes qué cosas dice cuando está excitado, pero yo todavía me pongo colorada, no te rías) y luego... Luego me dijo que necesitaba estar solo y me fui a dormir al sofá. Me eché a llorar, claro, pero no insistí. Me levanté un par de veces para ver cómo estaba y allí seguía, durmiendo como un bebé. ¿Que por qué no le desperté a bofetadas? Pero qué bruta eres. Cuando conseguí dormirme ya era casi de día. A eso de las ocho se levantó, me dio un beso, me acarició la mejilla y me dijo que tenía que irse, que yo hiciera lo que quisiera y que ya me llamaría. Sí, como siempre, aunque te enfade tanto saberlo. ¿Que hasta cuándo voy a aguantar así? ¿Sabes tú cuánto tiempo vas a querer a Alberto? El amor no e suna inversión a plazo fijo, o te lo trabajas día a día o lo pierdes, y yo lucho por él cada hora, cada minuto. Porque yo le quiero, ¿sabes? Yo le quiero.

lunes, 8 de noviembre de 2010

UN LUNES CUALQUIERA




Lunes, ocho menos cuarto de la mañana. Suena el despertador. Sé que si no me levanto enseguida llegaré tarde, pero me vence la pereza. Me preparo el desayuno, recojo el periódico y el pan. Echo un vistazo a las noticias, que también suenan en la radio. Ecos y repercusiones de la visita del Papa (siempre la misma cantinela, con la Iglesia no puede ni Dios) y las mismas cansinas tertulias, la corrupción que no cesa, la crisis interminable, los ataques de unos contra otros repetidos, monótonos, vergonzosos, la gente normal y corriente harta de tanta ineptitud, de tanta mentira. Me ducho deprisa, me arreglo y salgo pitando, como siempre. Hoy hace frío, más de lo previsto. Nos habíamos acostumbrado a la primavera en otoño y el cielo gris nos recuerda que ya estamos en noviembre.
A la entrada del colegio se repite el atasco diario, coches mal aparcados que impiden el paso de los autocares. Una madre me habla brevemente de su hijo: si vuelve a portarse mal no va a la semana de la nieve. Subimos más o menos en fila. Deseo fervientemente encontrar la pizarra colgada y la estantería clavada a la pared. El miércoles instalaron una pizarra digital en mi clase y estuvimos dos días con la ancestral pizarra verde en el suelo, con el consiguiente riesgo, pues pesa lo indecible. Un alumno muy trasto se acercó a la estantería tambaleante y se le cayó encima toda la RAE en forma de diccionarios, sin consecuencias, por fortuna. Hoy ya han colocado ambas cosas, pero mi clase está hecha un desastre y sé que no tendré ni un minuto libre para colocarla.
Lengua a primera hora. Les reparto las redacciones corregidas y les escribo refranes sobre noviembre en la pizarra:
En noviembre, quien no tenga abrigo, que tiemble.
Por Todos los Santos, nieve en lo alto; por San Andrés, nieve en los pies.
Por Santa Catalina, la nieve se avecina.
En noviembre tu fuego enciende.
Del 20 de noviembre en adelante el invierno ya es constante.
Si en noviembre oyes que truena, la cosecha será buena.
Les mando unos ejercicios de ortografía. Alguno se fija en mi pañuelo, unas niñas dicen que huelo muy bien. No se les escapa una. Luego toca Estudio, ahora con el pomposo nombre de Alternativa a la Religión. Dieciocho criaturas con el libro de lectura, única actividad oficialmente permitida en esas preciosas dos horas completas semanales. Una compañera me sustituye para que podamos hablar mi compañero y yo con la psicóloga del SOEV sobre un alumno problemático. Llegó el año pasado, rebotado de un privado, y dio bastantes problemas. Se mostraba agresivo, decía muchos tacos, llegó a insultar gravemente a la profesora. No tenía amigos. Decidimos cambiarle de clase de modo provisional y parece que en la mía se encuentra más a gusto, se lleva mejor con los compañeros y trabaja más, así que vamos a seguir con esta medida hasta ver qué nuevos pasos da la psicóloga.
Mates, división por tres cifras, cálculo. Recreo, horror, el primer día de frío y me toca. Sopla un viento gélido que nos hace pensar que está nevando en la cercana sierra, ya nevada, preciosa. Ofrezco a los que pasan unos huesillos que hice el sábado, gustan a todos. "¡Qué ricos!" "¿Cómo los haces?" "Dame la receta". Una niña me ha dado también una caja de galletas Cuétara para los profes porque hoy es su cumpleaños. La empresa de comedor, además, nos ha hecho un bizcocho que les sale delicioso y unos pequeños emparedados fritos que desaparecen en cuestión de minutos. Se agradece el café calentito.
Ha vuelto María, de baja desde antes de la muerte de su padre. Está triste y más delgada. Blanca se encuentra mal pero no conseguimos que deje de vigilar el recreo. Son minutos siempre escasos para recados, saludos, intercambios... Reina el buen ambiente y la armonía, somos quizá una rara avis en la profesión, a tenor de lo que cuentan muchos.
Vuelta a clase, dos horas más. A las dos y media los alumnos han acabado, nosotros no. Algunos comemos en el colegio: judías verdes, pollo a la plancha, una especie de pastel de patata y champiñones, ensalada, fruta... A las tres y media, continuación del claustro de hace dos semanas, maldita sea, vuelta a hablar de la jornada única, que a todos nos tiene estresados y agotados. "Gracias" a la tabarra que están dando algunos padres nos la van a quitar quizá antes del final del trimestre, en cuanto acaben las obras de la ampliación del comedor. Consiguieron que hablaran de nosotros en la mismísima Asamblea de Madrid. Con la que está cayendo y se ocupan de un asunto tan particular, y además sin ningún rigor, con argumentos manidos e inexactos. Opiniones, informaciones, comunicados... Más de una hora para certificar que la enseñanza sólo preocupa realmente a los maestros: los políticos van a lo suyo (captar votos, ganar elecciones y justificarse), los padres se desentienden cada vez más (aumenta el número de padres y madres de niños de Infantil que reconocen que no pueden con sus hijos, manda narices, lo que hay que oír) y la sociedad nos sigue culpando de todos los males que nos acechan: vandalismo, botellón, falta de valores...
Tras el claustro, reunión Interciclo. Los profesores de 3º a 6º, más la PT y la Jefa de Estudios, debatimos sobre la conveniencia o no de entregar los exámenes a los alumnos para que se los lleven a casa. Finalmente decidimos dárselos corregidos para que los vean y comprueben los fallos, pero los guardaremos en el colegio. Si algún padre quiere verlos deberá pedir una tutoría.
También comenzamos a elaborar unos criterios básicos de evaluación para entregar a los padres, nada nuevo, pero conviene hacerlo constar por escrito.






La tarde es aún más fría y ventosa. Llego a casa casi a las seis, con ganas de descansar un poco, pero apenas me siento suena el teléfono. Maldita publicidad no solicitada, qué manía de soltar como una ametralladora ofertas ininteligibles. A veces cuelgo sin más, lo siento, sé que es una grosería pero no tengo tiempo ni ganas de discutir con alguien que sólo sabe recitar a piñón fijo unas consignas absurdas.
Luego me toca ir a comprar, horror, y recoger la cocina, hacer la cena... Mientras escribo veo a medias Syriana, que ya vi en cine, muy compleja y desmoralizadora, terriblemente realista. Qué mundo tan enrevesado, movido por la avaricia, los intereses cruzados, el ansia de poder. Menos mal que anuncian para el miércoles Irma la Dulce, una deliciosa comedia del genial Billy Wilder con una maravillosa Shirley McLaine en todo su esplendor y un magnífico Jack Lemmon. Es una de esas películas que siempre agrada volver a ver.


Así empieza mi semana, que preveo atareada, como todas. Martes y jueves, Pilates; sesión con el fisio también el jueves; el miércoles, presentación en Majadahonda del libro Querida Maestra, de mi entrañable colega Julia Resina. No pienso faltar. El viernes, por fin empieza un poco de respiro. Iré al cine, supongo. Últimamente he visto The Town y Caza a la espía, bastante recomendables ambas, más entretenida la primera. Ben Affleck ya va siendo un buen actor y mejor director además de seguir siendo guapo y Naomi Watts y Sean Penn son grandes figuras reconocidas por todos.
Encontraré algunos momentos para leer, ver alguna película, hablar con seres queridos, ocuparme de los míos, de mí... Seguiré entrando en clase dispuesta a compartir lo que sé con mis alumnos, guiándoles, ayudándoles. Me mantendré alerta, qué remedio, y acabaré cansada, pero feliz, porque sé que mi vida es ordenada a pesar de su aparente caos, satisfactoria, plena. Me siento afortunada por tener lo que tengo: un trabajo que me encanta, una familia maravillosa, amigos estupendos, ausencia de problemas garves de salud o económicos... Sería una ingrata si me quejara de algo. Por eso creo que debo dar a los demás algo de todo ello, aportar mi humilde labor para que algo a mi alrededor sea mejor, más agradable y llevadero. No sé si lo consigo, pero quiero creer que sí, que las buenas intenciones siempre recalan en algún puerto.
Feliz semana a todos.





domingo, 24 de octubre de 2010

LA VIDA SIGUE... PERO NO IGUAL

Después de más de un mes alejada casi por completo de la blogosfera (perdón por haberos hecho tan poco caso) al fin puedo sentarme a escribir. No tengo muy claro qué voy a decir. Tiendo al exceso, quiero contar mucho sin pararme demasiado en casi nada, y ha sido un mes tan intenso que resulta difícil seleccionar algo reseñable que se pueda contar, porque lo íntimo, lo particular, es demasiado doloroso y no es cuestión de pregonarlo en plan plañidero. La vida sigue, sí, pero no igual. El duelo es inevitable y hay que pasarlo, de un modo u otro. A la muerte de mi hermano siguieron unos días intensos y muy emotivos. Acudieron familiares y amigos, muchos, sinceramente apenados, para apoyarnos a todos, sobre todo a mi cuñada y a mis sobrinos. Decidieron llevar sus cenizas algún día a El Aaiún, donde pasamos buena parte de nuestra infancia y adolescencia. Descansa en paz, querido hermano Emilio.
Pasé muchos días bastante floja y desanimada, como era lógico. Sabía que debía darme un tiempo, estar tranquila, aunque apenada. Tomé un reconstituyente y el trabajo y la compañía de mis seres queridos hicieron el resto. Por fortuna, nunca me he sentido sola, que es fundamental para pasar un trance de este tipo.
He ido varias veces al cine. Más abajo os pongo imágenes de las dos mejores películas que he visto, Carancho y Buried (Enterrado). También vi la de Woody Allen, pero me dejó menos huella, aunque no es mala, ni mucho menos.
Pero, sin duda, lo que más me ha gustado de mis periplos culturales ha sido el concierto que ofreció la ONE y su magnífico coro el pasado viernes en el Auditorio Nacional. Estaba dedicado a las bandas sonoras de inmortales películas, ésas que vemos una y otra vez sin cansarnos, musicales o no. El programa era sensacional: Cantando bajo la lluvia, West Side Story, Desayuno con diamantes, El Mago de Oz, My Fair Lady, Un americano en París, Casablanca, Días de vino y rosas... Dramas, comedias, historias de todo tipo unidas por siempre a la música de Gershwin, Steiner, Henry Mancini, Cole Porter... Una maravilla. Estaba en la segunda fila, lo que me impidió disfrutar de una panorámica completa de la orquesta y del baile de claqué en un momento dado, pero en muchos momentos cerré los ojos y sentí cómo la música caía sobre mí, igual que la lluvia sobre Gene Kelly, y me empapaba de nostalgia y de belleza, de recuerdos y de armonía. La música tiene un poder evocador inigualable. Cada melodía me recordaba una escena, un baile, un actor, una actriz en pleno esplendor, como Audrey Hepburn, siempre hermosa y llenando la pantalla con su elegante delgadez y su cuello de cisne. El vestido que lleva en Desayuno con diamantes ha sido elegido como el más bonito de la historia del cine, y con razón. Junto a ella, George Peppard estuvo más guapo que nunca, bordando su papel de gigoló obligado por su frustrada carrera de escritor. Dos personajes dolientes que acaban encontrando el amor bajo la lluvia buscando un gato perdido.
También estaba sensacional en My Fair Lady dando vida a una muchacha humilde e inculta que se transforma en casi una princesa en manos de Henry Higgins, magníficamente interpretado por Rex Harrison. Nunca la historia de Pigmalión fue tan delicada y bellamente contada.
Judy Garland tenía una voz sensacional, pero su vida no fue precisamente un cuento de hadas. Siempre me emociona escuchar Over the rainbow y suelo llorar viendo la película. He leído el libro, pero no es lo mismo. Por una vez he de decir que la película es fantástica y supera al original escrito. Claro que Victor Fleming, el director (aunque hubo cuatro, creo) era un genio y sabía muy bien cómo manejar una cámara y cómo dirigir a los actores, aunque se tratara de un cuento infantil de aparente intrascedencia.

Por cierto, Cantando bajo la lluvia contiene varias anécdotas curiosas: Gene Kelly era bastante déspota, al parecer, y consideraba a Donald O´Connor un simple secundario hasta que le vio bailar en la escena Make them laugh y tuvo que rectificar. No quería a Debbie Reynolds porque la veía inexperta y no le gustaba cómo bailaba, pero Fred Astaire le dio unas lecciones y ya se ve que era un gran maestro. La famosa escena bajo la lluvia no es tal, sino una mezcla de agua salada y leche para hacer visibles las gotas en la pantalla. Gene Kelly la rodó con bastante fiebre y de un tirón, ahí es nada.


Y West Side Story, ah, qué bonita, con ese vigoroso baile juvenil en plena calle, qué gran comienzo para una película intensa y bellísima. Pocas veces estuvo tan guapa Natalie Wood, otra gran actriz marcada por la tragedia. El cine es, en realidad, una gran mentira, pero tan hermosa, tan bien hecha que la trastienda de los rodajes y las historias de sus protagonistas se cuentan como curiosidad y no como explicación.
Hay que reconocer que los americanos (los de EEUU, claro, con permiso de todos los demás) tienen muchos defectos, pero su sentido del espectáculo y su forma de llevarlo a cabo resulta inigualable. Hoy cuesta encontrar películas memorables salidas de sus factorías, pero durante décadas llenaron las pantallas con actores fantásticos, actrices maravillosas, historias intensas, comedias divertidísimas (Con faldas y a lo loco sigue siendo la number one, sin duda), dramas grandiosos... Pérez -Reverte decía en un artículo hace años algo así como que las actrices de ahora son chochitos desnatados comparadas con hembras como Ava Gardner, Rita Hayworth, Katharine Hepburn, Bette Davis, Kim Novak, María Félix, Sofía Loren... Conociendo su estilo no extraña esta afirmación, quizá para algunos demasiado simplista y machista. Siento no saber poner el enlace, pero el artículo, titulado Mujeres en blanco y negro, se encuentra buscando en Google, cómo no. Por cierto, se acerca el 1 de noviembre y habrá que releer su fantástico Sus muertos más frescos. Esperaré con rabia, un año más, que una panda de imbéciles maleducados estrellen huevos contra la fachada de mi casa. Así entienden los angelitos la anglosajona fiesta de Halloween, que Dios confunda. País... que diría Forges.
En fin, que pasé una tarde inolvidable con mis colegas, los que nunca fallan. Música y cine se confabularon una vez más para hacerme vibrar en una época en la que estoy especialmente sensible. Podría hablar de cada melodía que escuché, de las películas que pusieron su imagen a las notas, de los actores cuyo espíritu flotaba sobre el escenario como en la canción de Serrat (Los fantasmas del Roxy, fantástica), de mis recuerdos íntimos y personales, de cómo era yo cuando vi esas películas, de mi padre, que también adoraba el cine (aunque sus preferencias diferían un tanto de las mías: su héroe era John Wayne, y debo reconocer que a veces es genial)... El baúl de los recuerdos es inagotable, pero no conviene dejar la tapa abierta demasiado tiempo si no se quiere padecer un ataque de melancolía, tan inoportuna a veces. Os recomiendo, por supuesto, escuchar buena música en cualquier momento, relacionada o no con el cine, eso no importa.




Todo lo anterior no tiene nada que ver, al menos directamente, con Carancho, el último trabajo del gran Ricardo Darín. Es una historia oscura (transcurre casi totalmente de noche), amarga, intensa. El mundo sórdido que rodea a los accidentes de tráfico, las víctimas y las aseguradoras está perfectamente descrito en unas imágenes poderosas a través de unos personajes al límite de la vida y de la ejemplaridad, honestos a su estilo y abocados a un destino trágico. El amor parece una tabla de salvación momentánea, pero no hay romanticismo ni dulzura. Ricardo Darín, de apariencia tan corriente (quizá por eso resulta tan creíble, tan cercano) borda un papel difícil con unos registros que recuerdan a Bogart incluso, o a Robert Mitchum en esas historias de cine negro con antihéroes capaces de levantarse, orgullosos, tras sufrir una paliza a manos de mafiosos sin escrúpulos. El final es impactante. No os cuento más, pero id a verla, es buenísima.



Buried (Enterrado) está cosechando un merecido éxito. Hay que ser un genio para rodar una historia de hora y media con un solo actor (magnífico Ryan Reynolds, tiene unos registros increíbles) encerrado en un ataúd con la única posibilidad de salvación de un móvil y un mechero. Os aseguro que la tensión no decae ni un momento, al contrario, va in crescendo y sin ningún esfuerzo te metes en la piel del sufrido raptado, intentando con desesperación contactar con alguien que pueda sacarle de allí. Ha sido secuestrado por unos iraquíes que piden un rescate por él, por lo que hay críticas a la guerra y a la actuación de EEUU, pero, sobre todo, hay impotencia y rabia ante una situación injusta. Él es un "daño colateral", alguien que pasaba por allí y se ve envuelto en la peor situación de su vida. Casi nadie de los que consigue encontrar al otro lado del teléfono le cree realmente, responden con incredulidad unos y frialdad otros a su llamada angustiosa. Sus peticiones de auxilio parecen flotar en el vacío, lo que yo interpreto, más allá de la situación descrita, como una seña de identidad de nuestro tiempo: estamos a la vez conectados e incomunicados, aislados con nuestro móvil o similar, con cientos de amigos ficticios pero solos en realidad, pendientes de una pantalla iluminada pero pocas veces amistosa realmente. Paul Conroy, el enterrado en vida (una de las peores pesadillas), sólo dispone de 90 minutos para conseguir salir de allí. Resulta absurdo que en esas condiciones alguien le pida su número de le Seguridad Social, por ejemplo, o que le despidan por un motivo estúpido. Es una metáfora de la vida actual, como lo fue la genial La cabina en su tiempo. El director, un increíblemente joven Rodrigo Cortés, se acerca al Hitchcock de Naúfragos, por ejemplo. De él dijo alguien que era el único director capaz de filmar una película en un ascensor. Cortés lo ha hecho en un espacio aún más limitado y claustrofóbico, lleno de connotaciones macabras. Dice que su intención es que el espectador salga con el cuerpo dolorido por la tensión, y en mi caso lo consiguió en parte. Claro, todo depende de hasta qué punto te impliques en la historia, será que yo soy muy impresionable... Como curiosidad, en YouTube hay un corto español de hace unos años con el mismo tema, pero de resultados mucho más discretos. Se titula El columbario, por si queréis buscarlo.
Feliz semana a todos.






martes, 14 de septiembre de 2010

QUERIDA MAESTRA

Hoy ha salido a la venta el libro Querida maestra (La Esfera de los Libros) de mi entrañable colega Julia Resina, jubilada hace un año. A raíz de su jubilación una antigua alumna envió una preciosa carta de agradecimiento a El País. Yo la leí y me puse en contacto con ella. Por una feliz coincidencia, los últimos años en el "Antonio Machado" de Majadahonda compartió docencia con Silvia y Arancha, que habían estado conmigo en mi actual destino. Así me enteré de los actos de su despedida y de la "encerrona" que le prepararon una calurosa tarde de junio en una plaza: con la complicidad de unos cuantos (su marido entre ellos) se dieron cita antiguos alumnos y padres que la llenaron de besos y abrazos en una auténtica ducha de cariño. Días más tarde Gemma Nierga la entrevistó en La Ventana y poco después llegó la oferta de la editorial para escribir sus recuerdos tras cuarenta años de magisterio ejemplar, entusiasta y entregado. Hoy el libro es una realidad y Julia está feliz. Anteayer el suplemento Magazine de El Mundo publicó un emotivo artículo sobre ella, su obra, sus alumnos, sus recuerdos, su "secreto" para ser una auténtica maestra feliz y maravillosa, su vida... Si tenéis ocasión de leerlo, no os lo perdáis.
Conocí a Julia allá por 1980, si mal no recuerdo. El "Antonio Machado" había empezado su andadura un año antes y yo formaba parte del primer claustro de profesores, todos provisionales, jóvenes, llenos de fuerza y de buenas intenciones. Desde el primer momento gozó de una excelente y merecida fama que hoy continúa. Yo seguí un par de cursos más, luego tuve que abrir otro centro como directora en la misma localidad, pero con menos fortuna. El "Machado" siempre será especial para mí. Gracias a él conocí a mi marido, como ya conté en uno de mis primeros posts.
Recuerdo a Julia con el pelo rubio y rizado y unos ojos azules siempre risueños, muy expresivos. Tenía ya un hijo, Rodrigo, y enseguida se quedó embarazada de Brianda (su marido, José María, es profesor de Literatura, de ahí estos nombres tan especiales). Estaba feliz enfundada en un mono de color morado que lució durante gran parte de su embarazo. Le encantaba montar obras de teatro, organizar la biblioteca, enseñar declamación a sus alumnos (el año pasado, precisamente, ganaron un premio de la Comunidad de Madrid por ese motivo), y, sobre todo, llevaba la enseñanza en la sangre. ¿Sólo la enseñanza? No, era mucho más. Vivía la docencia con una entrega inusual, pero sin sensación de sacrificio, con naturalidad, con amor, con generosidad. Transmitía valores como la solidaridad, la tolerancia, la comprensión, el esfuerzo, sin necesidad de estar incluidos en ninguna asignatura ni tema en concreto. Sabía que trabajaba con personas, y trataba a cada uno con un cariño nada común.
Julia, mi querida Julia, cómo te admiro y te envidio por esos miles de recuerdos, por esa vida llena de trabajo reconocido, por ese libro que nace de lo más profundo. Ojalá yo pueda ser algún día siquiera una sombra de ti porque me siento pequeña e imperfecta, llena de defectos pese a mis buenas intenciones. Eres de los que engrandecen esta maravillosa profesión, tan ingrata tantas veces, tan vilipendiada y menospreciada. Tú eres la prueba de que otra docencia es posible, alejada de la burocracia, las leyes cambiantes y los planes tan volubles como inútiles. Manejados por los políticos según sus intereses no podemos llevar a cabo nuestra labor como nos gustaría. Nos quitan medios y recursos, abarrotan nuestras aulas, eliminan profesores porque el dinero hace más falta en otras partidas, según ellos. Ay, Julia, qué bien has hecho en irte, pero qué tremendo hueco dejas... Ojalá no se cumplan tus temores y sigan llegando generaciones de maestros de verdad, de los que saben sacar lo mejor de cada alumno con ese don especial que es la clave de toda docencia, más allá de las pizarras digitales y de otros adelantos que suponen una ayuda, pero no son ni mucho menos esenciales para transmitir conocimientos y despertar en el alumno las ganas de aprender y ser mejor.
No es el mejor día para escribir esto. Mi hermano Emilio tiene cáncer de hígado y no le queda mucho tiempo. Os ahorro los detalles. En cualquier momento puedo recibir la fatídica llamada. Otra vez la vida y la muerte se cruzan en mi camino. Vuelve el dolor, el llanto, la ausencia, los recuerdos, la tristeza por lo hecho o dicho... La muerte conduce a la reflexión, supone un aldabonazo en las conciencias a veces adormecidas, en nuestras vidas marcadas por la rutina y la superficialidad. Vivir, pensar, sentir, amar, odiar, perdonar, comprender, lastimar... morir...

domingo, 5 de septiembre de 2010

LA MARGARITA Y LA ABEJA

Cada año pensamos en un motivo artístico para recibir a los alumnos. Hemos hecho globos, cometas, mariposas... Esta vez mi estupenda colega Mercedes ha ideado una margarita en cuyo centro escribiremos los nombres de los alumnos de cada clase. Yo me encargo de la parte literaria, dentro de mis modestas posibilidades. Ésta es la composición de este curso. Espero que os guste.

LA MARGARITA Y LA ABEJA

Una abeja despistada

en la tarde calurosa

volaba sin rumbo fijo

buscando una buena sombra.

"¡Esto no hay quien lo aguante!

¿Dónde quedará la playa?

Voy a ver si me doy prisa

y cojo bañador y toalla.

Todo arde, todo quema.

Como todos los bañistas

quiero poder refrescarme

y mojarme las alitas".

Nada rompía el silencio,

el campo se adormecía

y la abeja juguetona

contenta sonreía.

Vio prados verdes,

juncos en las riberas,

la jara y el tomillo,

los pinos y las choperas.

Entre las flores dormidas

una llamó su atención:

redonda, discreta,

limpia, con blanco color.

"¡Hola!"- le dijo la flor.

¿Me haces compañía?

Quédate conmigo,

estoy tan solita..."

La abeja paró en seco,

atraída por su candor,

y la margarita, coqueta,

sus pétalos agitó.

"¿A que soy bonita?

Sin a nadie molestar

adorno cualquier rincón

y muchos me deshojan

buscando un sí o un no."

La abejita, fascinada,

sobre ella se posó.

"Pronto vendrán muchos niños

porque el curso comenzó.

Escucha, tengo una idea:

escribe todos sus nombres

aquí en mi corazón.

Tú puedes hacerlo,

tienes afilado aguijón,

y se pondrán tan contentos

viéndose en mi botón."

Y en el gran centro amarillo

aparecieron las letras:

Adela, Alberto, Lorenzo,

Álvaro, Irene, Cristina,

Carlos, Víctor, Natalia,

Edgar, Rodrigo, Marina...

Cuando llegaron los niños

se acabó toda la calma,

empezaron las tareas,

cobraron vida las aulas.

Abrieron libros y cuadernos,

los ojos bien despiertos,

la curiosidad muy viva,

escucharon a los maestros.

Lleno de gran actividad

un nuevo curso empezó,

con alegría, con fuerza,

con una abejita y una flor.

¡FELIZ CURSO A TODOS!


martes, 31 de agosto de 2010

EL MAR, SIEMPRE EL MAR, Y MUCHO MÁS

Acabó el verano, snif... Adiós a la ausencia de horarios, de prisas, de obligaciones... En vacaciones puedes levantarte cuando se te antoje, desayunar con deleite, vestir con ligereza y despreocupación... Yo suelo pasar el mes de agosto en San Sebastián, como he comentado en alguna ocasión. Voy con mi marido a un piso estupendo cerca de Ondarreta y disfrutamos de largos paseos, baños en la playa si el tiempo lo permite, degustación de los mil placeres culinarios que ofrece esa tierra, contemplamos los fuegos artificiales en la Semana Grande, asistimos a espectáculos (muchos gratuitos y de calidad), a veces quedamos con amigos o familiares... Es un mes relajado y tranquilo. Yo me levanto tarde, desayuno con calma y si hace bueno voy a la playa; si no, doy un paseo de todos modos, compro algo (todo allí es una tentación: qué fruterías, qué mercados, qué panaderías...) y cuando vuelvo mi marido me espera con la comida hecha y la mesa puesta. Cocina de fábula, es muy imaginativo y dice que le relaja hacerlo. Luego me echo la siesta, leo algo, hago crucigramas... Una delicia, vamos.

San Sebastián (Donostia para ellos) es una ciudad preciosa, limpia, cuidada, llena de espacios amplios, abierta al mar, con cantidad de bellos rincones para pasear y descubrir: el palacio de Miramar, el de Aiete, los montes Igueldo, Urgull y Ulía, los paseos (el más famoso es el de La Concha, pero no el único), el Casco Viejo, todo un clásico, con unas barras a rebosar de deliciosos pinchos, el Peine del Viento, el Kursaal, un espacio maravilloso y muy bien aprovechado, cantidad de miradores para quedarte horas viendo las olas, inacabables... Vayas donde vayas encontrarás motivos para alegrarte de haber ido. La gente de allá ama su tierra y sus tradiciones, y, digan lo que digan algunos, son amables, educados y atentos con el visitante.
La tradición manda tomar un delicioso helado antes o después de los fuegos y tomar parte en la verbenas, conciertos o espectáculos que se ofrecen en numerosas plazas y calles, animadísimas durante las fiestas. Todo tiene un aire diferente, señorial, nada chabacano. La gente viste muy bien y disfruta con lo que ve. Abundan los komunak, los servicios públicos, algo muy de agradecer, y, salvo excepciones, están limpios y muy presentables. Me pareció curioso que en una gasolinera lo dijeran tan claro: "Entre, está limpio". ¡Y lo estaba!




Las carreras de traineras, todo un espectáculo, gozan de gran tradición y numeroso público las admira y aplaude. Nacieron de la competitividad entre los pescadores por ver quién llegaba antes a la playa para obtener el mejor precio por las capturas y, según cuentan, una vez, hace años, el pueblo de Orio se arruinó casi en su totalidad porque apostó muchísimo por su trainera (su color es el amarillo) y perdieron. La bandera más codiciada es la de La Concha, que se disputa en los primeros días de septiembre, pero la competición se gana tras varias carreras muy disputadas.



Se pueden hacer cantidad de excursiones por los numerosos parque naturales que salpican todo el País Vasco, como el de Pagoeta, pero nosotros hemos ido un par de veces a La Rhune, en territorio francés, que dispone de un tren de cremallera coqueto y curioso que te lleva a unos 9oo metros para disfrutar de una vista única, sensacional. Allá arriba te sientes en la cima del mundo, si el día está despejado ves desde San Sebastián hasta Las Landas o más y se aprecia perfectamente la curvatura de la Tierra. Muchos suben o bajan andando, tanto por el lado francés como por el navarro, ya que parte de la cumbre pertenece a Vera de Bidasoa. Una línea amarilla marca la frontera entre España y Francia. Lo normal es subir y bajar en el tren, un paseo lento (el tren va a unos 8 km/h), pero los más osados hacen unos de los dos trayectos andando. Nosotros bajamos andando el año pasado, y todavía me parece increíble haberlo hecho. No es excesivamente largo, pero sí algo peligroso porque es una continua bajada con tramos bastante complicados. Se puede hacer por el lado navarro (mi marido lo ha hecho este año) pero es incluso más difícil, pues el sendero es de gravilla suelta y se resbala mucho. En cualquier caso, si hace buen día hay mucha gente y hay que echarle paciencia para sacar los billetes, pero el paseo por la cumbre y las vistas merecen sobradamente la pena. Eso sí, mejor llevarse los bocadillos de casa porque los establecimientos de allá no son nada baratos. Nosotros este año fuimos con unos amigos y entre los bocadillos que había preparado mi marido, queso, lomo, chorizo y ensalada comimos como en el mejor de los restaurantes, sentados en las rocas y viendo el inmenso Cantábrico a lo lejos. Un día inolvidable, sin duda.




Qué más puedo deciros... En Zarautz degustamos un delicioso bonito a la parrilla, muy típico de allí, antes de iniciar el paseo hasta Guetaria junto al mar. Es una buena caminata, pero fácil y preciosa.
Una noche cenamos en Guetaria, en el puerto, donde son tradicionales las parrillas a la vista del público, con unos estupendos amigos. Un rodaballo magnífico, langostinos y un bonito blanco y jugoso sabían a gloria bendita en semejante marco, y qué decir de la compañía. No sé si es la magia de las vacaciones, el entorno, la calidad de los productos, ese txacolí que entra sin ningún esfuerzo, el trato con personas queridas, el ambiente templado, quizá todo ello se confabula para ofrecer momentos inolvidables que te hacen decir lo de la canción: "Gracias a la vida, que me ha dado tanto..."





Pude incluso ir al teatro un par de veces. Por fin vi "Monólogos de la vagina", que me encantó. Aparte de momentos divertidos, gracias a tres actrices fantásticas, hace pensar. Os la recomiendo si se os pone a tiro. Otro día pude ver al gran Paco Valladares en "Trampa mortal", que me decepcionó un poco al final, pero sólo por escuchar la voz de este enorme actor y contemplar su dominio del escenario ya merecía la pena.
Quise asistir a algún concierto en el Kursaal, como el año pasado, en plena Quincena Musical, pero los elevados precios me hicieron desistir. Otra vez será.
El resto, lectura. Acabé La evolución de Calpurnia Tate, viajé a la Sevilla de mil seiscientos y pico con Matilde Asensi y su entretenida Venganza en Sevilla, leí en dos tardes No pidas sardina fuera de temporada, un clásico en los IES, según tengo entendido, releí algo de Mujercitas, tantos años después, y ahora estoy enfrascada en Los ojos amarillos de los cocodrilos, un superventas que ya necesita poca publicidad.
Como veis, un mes perfecto para descansar y cargar las pilas, según expresión mil veces repetida. Sin roces ni problemas, en un marco incomparable, sin grandes lujos pero con buenos productos, es la preparación ideal para un invierno que se supone largo, frío y gris. A todas las parejas, además, les viene bien un poco de intimidad y aislamiento, aunque, según los entendidos, tras las vacaciones aumentan las demandas de divorcio porque la convivencia prolongada a veces supone una dura prueba. Yo hablo según mi experiencia, pero no todo el mundo tiene que opinar lo mismo, evidentemente.
Así que aquí estamos otra vez. Mañana, primer contacto con los colegas, todos morenos y sin arrugas, presumiblemente. Qué buena cara traemos tras las vacaciones... ¿Cuánto nos durará? Yo, de momento, he de quitarme de encima una faringitis que pillé los últimos días, qué fastidio... En fin, un año más en nuestro haber que a todos os deseo lo más agradable posible.
Os dejo con algo que oí en la radio y me hizo gracia: La suerte está echada y hoy tampoco parece que vaya a levantarse.















domingo, 25 de julio de 2010

DE LONDRES A AFGANISTÁN (COSAS DEL CINE)

En verano no es fácil encontrar películas atrayentes. Fui a ver la última de Shrek y me gustó, aunque no llega a la altura de las dos primeras. Sucumbí a la publicidad que rodea a Knight and day, la de Tom Cruise y Cameron Diaz, que como cine palomitero está bien si no eres muy exigente. Estupenda para los cines de verano. Entretenida, con pocas sorpresas pero eficaz. Eso sí, los puristas se tirarán de los pelos al ver unos sanfermines ambientados en Sevilla. Todo sea por el espectáculo, a Hollywood la verosimilitud nunca le ha quitado el sueño.
Totalmente distinta, por fortuna, es London River, un drama sentido pero no sensiblero que toca varios temas entrelazados. Una viuda de guerra inglesa, Elizabeth Sommers, (maravillosa Brenda Blethyn, que ya lo bordó en El jardín de la alegría, muy divertida) que cuida una granja en una isla del Canal de la Mancha debe ir a Londres cuando no puede ponerse en contacto con su hija, estudiante en Londres, tras los terribles atentados del 7 de julio de 2005. No sabe por dónde empezar porque desconoce qué hace su hija en realidad. Sólo sabe su dirección, y le asombra saber que el dueño del piso es un comerciante musulmán. Pasan los días y su hija sigue sin contestar a sus llamadas. Alguien le sugiere que ponga carteles con su foto, pues aún hay víctimas sin identificar tras los atentados. No quería pensarlo, pero debe empezar a hacerlo. Se encuentra perdida y sola en una ciudad convulsa con millones de desconocidos.


Por casualidad entra en contacto con Ousmane, musulmán africano que lleva quince años trabajando como guarda forestal en Francia. También está buscando a su hijo, a quien dejó cuando tenía seis años. Ni siquiera sabe qué aspecto tiene, si le viera no le reconocería. Es su mujer, que sigue en África, quien le ha pedido que le busque. Elizabeth al principio le mira con recelo, le parece un hombre extraño, de otra religión, de otra raza, pero las circunstancias les obligan a encontrarse una y otra vez y a compartir incluso piso porque sus hijos no sólo se conocían sino que, además, estaban enamorados, eran compañeros de clase de árabe en la mezquita, vivían juntos y tenían pasajes para ir en tren a Francia. Así, Elizabeth y Ousmane entienden que tienen mucho en común, sin saberlo. Les une la relación de sus hijos y la incertidumbre sobre lo que les pueda haber ocurrido. Buscan juntos hasta que llegan a conocer la terrible verdad.
Es una hermosa película sobre las relaciones inesperadas, cómo vencer la desconfianza hacia el diferente, el dolor de las víctimas de un atentado terrorista y, lo que más me llamó la atención, lo poco que los padres sabemos sobre nuestros hijos. Ni Elizabeth ni Ousmane saben cómo viven, qué hacen ni con quién se relacionan sus hijos. ¿Lo sabemos los demás? A duras penas y sin mucho detalle, me temo.
La película no indaga en los atentados en sí, ya bastante conocidos y difundidos. Muestra algunos aspectos de la investigación para identificar a las víctimas sin ser morbosa. Es delicada y profunda, sobria y emotiva. Cuenta mucho sin recurrir a grandes aspavientos, el tipo de cine verdadero que no necesita más que un buen guión y unos intérpretes excelentes para transmitir emociones y hacer pensar. Dos desconocidos, hombre y mujer, dos personas muy diferentes, acaban descubriendo todo lo que les une. El dolor es universal, no distingue razas ni religiones, no importa dónde se haya nacido, siempre es lacerante y terrible. Las alegrías y los temores son parecidos en todas las latitudes. La película puede resumirse en la frase: "Nuestras vidas no son tan diferentes".
Brenda Blethyn podría ser el ama de casa que guarda su turno en la frutería a nuestro lado, no tiene nada destacable salvo una gran expresividad y, sobre todo, unos ojos que lo dicen todo. Sotigui Kouyaté es muy alto, muy delgado, camina muy despacio apoyado en un bastón, parece no tener nunca prisa, está resignado a vivir tan lejos de África. Obtuvo el Oso de Plata en Berlín en 2009 y falleció unos meses después.

En televisión vi Buda explotó por vergüenza, que no pude ver en cine hace dos años. Es una historia terrible sobre una niña afgana, Bakhtay, que a sus seis años desea ir a la escuela para conocer cuentos maravillosos que la ayuden a olvidar su dura realidad cotidiana. Para ello necesita un cuaderno y un lápiz, y conseguirlos es toda una odisea para ella. El cuaderno cuesta diez rupias y debe conseguirlas vendiendo huevos. Tozuda, se enfrenta a problemas inesperados para lograr su objetivo.



En la escuela no la aceptan por ser una niña, un problema añadido en Afganistán. Se encuentra con unos niños que le ponen una bolsa en la cabeza a modo de burka y simulan una lapidación porque juegan a ser talibanes, es lo que han visto y aprendido de sus mayores. Tienen a otras niñas en una cueva, retenidas por haber comido un chicle en cuyo envoltorio figuraba la foto de un futbolista o, simplemente, por tener bonitos ojos. La belleza es pecado y debe ser castigada, es la forma de pensar de los talibanes.








Los mismos niños juegan más tarde a ser americanos y ahora persiguen a Bakhtay con palos imitando armas porque la consideran terrorista. Es la historia de Afganistán en los últimos años: rusos, talibanes y americanos lo han convertido en un escenario de guerra donde todo está destruido. Quién y cómo va a ser capaz de imponer orden y cordura aún está por ver. La pequeña Bakhtay, una niña que enamora a la cámara con su mirada limpia y su aspecto frágil pero decidido, encarna la lucha de ese pueblo y especialmente de sus mujeres, condenadas por el mero hecho de serlo a la ignorancia, la invisibilidad e incluso la muerte, por no hablar de las terribles mutilaciones a manos de sus parientes (hombres, por supuesto) si han violado alguna ley, o sin llegar a hacerlo, pues basta la sospecha para lavar el honor de la familia con sangre.

Un pastor le dice: "¿Buscas la escuela? Pues sigue la luz del sol y la encontrarás. No puedes perderte". Hermosa metáfora entre tanta sinrazón. La película es dura pero poética, cargada de símbolos tras su aparente sencillez. Se muestra el machismo, el fundamentalismo, la intransigencia, lo absurdo de una situación que parece no tener salida tras tantos muertos, mutilados y refugiados.
En la escena final, los niños acosan a Bakhtay simulando disparos, pero ella no se da por vencida hasta que su amigo le dice: "¡Tírate al suelo! Si no mueres no te dejarán en paz, no serás libre." Terrible verdad: ha de morir para lograr la libertad.
La escena inicial muestra la voladura de dos enormes estatuas de Buda talladas en la roca, declaradas Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO, destruidas por los talibanes en 2001 en su ciego afán por eliminar todo cuanto fuera en contra del Corán. Una prueba más de la ceguera fundamentalista, de su locura.
El título hace referencia a una frase del padre de la directora: "Hasta las estatuas se avergüenzan al ver tanto horror." Es un día en la vida de una niña, una entre millones, reprimida por ser mujer y por vivir en un país asolado por las sucesivas ocupaciones. Es Afganistán pero podría ser la India, Indonesia, cualquier país africano. Por desgracia, sobran escenarios para situar una historia tan impactante. Qué injusto contraste con nuestro mundo, que sigue nadando en la abundancia. Bakhtay lucha lo indecible para conseguir un cuaderno, que al final resulta deshojado por unos niños crueles, mientras aquí tiramos material escolar sin ningún miramiento. Cómo me duele ver tanta despreocupación en mis alumnos... Todos los días abandonan sin ningún miramiento cuadernos, folios, rotuladores, lápices, gomas, reglas... No les importa, no lo valoran. Les da lo mismo perderlo. En el mejor de los casos, comprarán más. Es nuestra lucha diaria, con escaso éxito. Ni siquiera en vacaciones me siento alejada de estos temas. Descanso, pero de vez en cuando mi conciencia despierta. Así que, a pesar de todo, os deseo unas felices vacaciones. Si son con buen cine, mejor.













jueves, 8 de julio de 2010

MADRES E HIJAS

Llevo días intentando escribir en el blog, pero no hay manera, la conexión va lentísima, como si se contagiara del tremendo calor que nos acosa, y no me deja insertar las imágenes que deseo. Al final he conseguido poner ésta, que no tiene nada que ver con la película que deseo comentar, Madres e hijas. El panorama cinematográfico veraniego es penoso, como sabéis, y este año más, con la enorme competencia del fútbol. El pasado fin de semana fue para llorar, según los distribuidores. Cuando por fin acabe el Mundial quizá mejoren las cosas.
Fiel a mi costumbre, venciendo la pereza que me da el calor, fui a ver esta maravilla de Rodrigo García, hijo de Gabriel García Márquez. Cuenta la historia de tres mujeres cuyas vidas acaban cruzándose teniendo en común la maternidad vista de modos diferentes. Los actores son sensacionales. Annette Bening está increíble dando vida a Karen, que se vio obligada por su madre a dar en adopción a su hija porque la tuvo con catorce años. Es una mujer difícil, amargada por ese recuerdo. Nunca olvidó a su hija, a la que no conoció. Le escribe cartas, imagina cómo es, cómo se llamará, le guarda regalos de cumpleaños... La relación con su madre, ya mayor y casi impedida, no es fácil. Llega a conocerla mejor cuando muere gracias a la asistenta, a quien contó cosas que ella ignora. Encuentra el amor inesperadamente en Paco (Jimmy Smits), un nuevo compañero de trabajo que le ofrece comprensión, estabilidad y cariño.
Su hija se llama Elizabeth (magnífica Naomi Watts), es una abogada de éxito de 36 años que perdió a su padre adoptivo y apenas tiene contacto con su madre de adopción. No sabe o no puede establecer relaciones personales sólidas y duraderas. Aguanta poco tiempo en cada trabajo, no quiere echar raíces. Inicia una aventura con Paul (sobrio y expresivo Samuel L. Jackson, sensacional), su jefe, viudo y con hijos mayores, pero deciden acabarla por miedo al exceso de compromiso, aunque él está dispuesto a hacerse cargo del hijo que ella espera si es suyo, algo que ella no le aclara porque también ha tenido relaciones con un vecino casado por el simple afán de aventura y placer sexual.
Lucy quiere ser madre a toda costa, pero al no poder serlo por vía natural decide embarcarse en el proceso de adopción con su marido. Van a adoptar al hijo de una muchacha de veinte años, hija de una madre soltera. El marido tiene muchas dudas y finalmente se separan porque él desea un hijo propio, no adoptado, pero ella sigue adelante con su idea. Cuando tiene finalmente al bebé no es el esperado (no cuento más por si la veis) pero aprende que ser madre es difícil, que la criatura absorbe todo su tiempo y no deja espacio para casi nada más, es exigente y acaparador. Cualquier madre sabe lo que es eso.
La película está llena de detalles bonitos y otros duros, no es edulcorada pero es realista y tierna. Se entrecruzan varias vidas de hombres y mujeres, sobre todo mujeres, con el tema común de la maternidad vista desde diferentes ángulos. La sensibilidad del director, también autor del guión, es exquisita. Mima las historias, las entrelaza sin forzarlas, las resuelve con naturalidad. Es un excelente tratado sobre la mujer y sobre la maternidad que interesará también a los hombres.
Se ha escrito y dicho tanto sobre la figura de la madre... La relación materno-filial no suele ser fácil. Todos conocemos casos de madres absorbentes, acaparadoras, dominantes, causantes de no pocos problemas en sus hijos, pero también de lo contrario, madres entregadas, cariñosas, abiertas, que enseñan a los hijos a volar y a crecer en libertad. Las consultas de psicólogos y psiquiatras están llenas de hijos que arrastran serios problemas con sus progenitores. Yo fui (o soy) una de ellas y doy fe de lo difícil que es aclarar esa maraña de sentimientos contradictorios y solucionar la relación amor-odio que se establece entre padres e hijos. Hablar de ello me llevaría muchas páginas. Me costó asistir a varios grupos de terapia, en los que aprendí muchísimo, pero finalmente llegué a la raíz del asunto y pude entender muchas cosas. Y es que la familia, esa institución tan sacralizada por algunos, se convierte en demasiadas ocasiones en un nido de víboras, en una lucha de intereses y de poder, incluso en una tumba porque los sucesos más terribles a veces se desarrollan en el hogar. Ese nudo primigenio no siempre es idílico ni acogedor. Los maestros conocemos cantidad de casos de padres ineptos, desentendidos, malos educadores por exceso o por defecto, y también de lo contrario, claro.
Supongo que siempre se ha dicho que la familia está en crisis, no es nada nuevo. Los partidarios a ultranza de la familia tradicional ven el aborto, el divorcio, el matrimonio entre homosexuales, la reproducción asistida, la píldora, el preservativo, la maternidad o paternidad en soledad y otros hechos "modernos" como enemigos peligrosos que van a acabar con ella. Yo no lo veo así. Conozco casos de familias tradicionales desastrosas y de familias "diferentes" felices y estupendas. Hasta hace no muchos años ser madre soltera, por ejemplo, era un terrible deshonor, aparte de un pecado mortal, y hoy es una opción tan válida como otra cualquiera. Ser buena madre no está garantizado por un papel, un sacramento o un apellido. Requiere cariño y paciencia, sobre todo, buenas dosis de entrega y de sentido común, de generosidad y de alegría. Yo sólo tengo un hijo, estupendo, eso sí; me habría encantado tener más, pero la Naturaleza no estaba por la labor, qué le vamos a hacer. Ya tiene 23 años, que se me han pasado en un vuelo. Disfruté muchísimo de él cuando era bebé, cuando le llevaba al parque, cuando montábamos juntos en bici, en las cabalgatas de Reyes, viendo las películas de Disney, asistiendo a sus progresos en los estudios... No me he perdido nada. Odio a esas madres que tienen dos hijos y dicen que les sobra uno y medio, o las que se lamentan continuamente del tiempo que, según ellas, les roban sus hijos porque no pueden ir al cine, salir por la noche o gastar lo que les apetece. ¿Para qué tienen hijos entonces? Un hijo te cambia la vida, debe cambiártela, pero no es un castigo ni una cruz. Es una obligación, sí, pero no una castración. Compaginar hoy trabajo y maternidad es una heroicidad, pero no significa desentenderse ni abandonar a las criaturas.
El tema, como veis, da para mucho. Cada uno tiene su experiencia y su visión. Yo os recomiendo ver la película porque es cine del bueno y porque hace sentir y pensar. Está llena de detalles que no deben pasar desapercibidos. Al fin y al cabo, todos somos hijos y seguramente padres, así que nada de lo que en ella se refleja nos es ajeno.
Id al cine, siempre hay buenas opciones y las salas están fresquitas (a veces demasiado). Felices vacaciones a todos.