domingo, 3 de junio de 2012

¿PETARDA O ENCANTADORA?

Entre los múltiples libros de autoayuda que pueblan los estantes de librerías y grandes almacenes supongo que hay más de uno dedicado a intentar conseguir caer bien a todo el mundo, algo así como Sea encantador en diez pasos o El arte de gustar a todos. Desde pequeños nos dicen que hay que hacer lo posible por agradar a los demás, ser el más simpático, el más elegido en el patio o como delegado de la clase, el más dispuesto para hacer recados, el mejor hijo (implica no causar disgustos a los padres, por supuesto)... Yo crecí con esa idea marcada a fuego, pero no es el momento de profundizar en ello.  Dicen que en el caso de gemelos o mellizos uno siempre es mayor que el otro, se hace un hueco en el vientre materno a costa de su hermano, vamos, que se ve venir a Caín haciendo la puñeta al pobre Abel desde antes de nacer.
 
¿Por qué estamos programados para ser del agrado de todos cuantos nos rodean? ¿Por qué nos sentimos tan mal cuando nos ningunean o nos critican? ¿Es lícito actuar como los otros esperan de nosotros? ¿Son los demás realmente un espejo en el que debemos mirarnos o simplemente una referencia? Hace años leí Hombre mendigo, hombre ladrón, la continuación de la famosa serie (para los de cierta edad, claro está) Hombre rico, hombre pobre. En la segunda novela, el hijo del malogrado Tom Jordache, muerto a manos del malvado Falconetti, decide conocer más sobre su padre a través de las personas que lo trataron. Cada una le aporta una visión diferente. Para unos fue un héroe, para otros un insensato, marido desastroso, encantador, valiente, inconsciente... Seguramente lo fue todo a la vez y nada en definitiva, como cada uno de nosotros. Todos tenemos el Ying y el Yang impreso de serie, nadie cae bien a todo el mundo, vamos, ¡ni al chocolate le faltan detractores ni desagradecidos! Somos contradictorios, cambiantes, diferentes en cada situación, humanos, en definitiva. 
 Si preguntáramos a cuantos conocemos qué piensan de nosotros, ¿qué responderían? Para empezar, ¿serían sinceros? Me temo que no. Algunas personas son crueles hasta lo indecible, otros pueden ser indulgentes, o asépticos... Ahora que hace furor la expresión políticamente correcto para encubrir no pocas mentiras e hipocresías, la sinceridad tiene mala prensa, la pobre. Hemos aprendido eufemismos incomprensibles para evitar decir la verdad pura y simple. ¿Por qué nos importa tanto la opinión de los demás? Yo tengo comprobado un hecho curioso: la mayoría de la gente que me trata una sola vez suele quedarse con una idea bastante penosa sobre mí, no sé si porque soy cortante, o demasiado directa, o simplemente antipática. En cambio, los que me conocen más a fondo suelen opinar justamente lo contrario, con las inevitables excepciones. Es imposible coincidir con todas las personas que conozco, incluso dentro de mi familia o compañeros de trabajo. Y qué decir de los padres de mis alumnos... Cada vez son más exigentes, qué os voy a contar a los colegas, menos colaboradores, se entrometen más en  asuntos que  no son de su competencia, se creen con derecho no sólo  a opinar sino a decidir sobre programaciones, evaluaciones, castigos... mientras, y esto es lo peor, cada vez cumplen menos con sus obligaciones paternas, son más dejados, más permisivos, no ponen límites a sus hijos, les conceden todos los caprichos para quitárselos de encima... Estoy generalizando, lo sé, pero es una marea no sólo imparable sino en aumento, por desgracia. Así que ante un mismo hecho (un castigo sin la mayor importancia) unos padres deciden denunciarme ante la Inspección y otros, por el contrario, me escriben una larga nota de agradecimiento por el interés que demuestro por su hijo y me piden disculpas. ¿Obré mal en uno de los casos? ¿Obré bien en los dos? ¿Por qué unos lo entienden y otros cargan con furia contra mí, que sólo intenté cumplir con mi deber? ¿Tan distinta soy según con quién trato? No lo creo. Si alguien me pide ayuda, se la doy sin pensar en la recompensa. Siempre intento dar soluciones a los padres preocupados o angustiados. Si una madre se echa a llorar trato de ayudarla a buscar una salida, otra cosa es que la acepte si ello supone un gran esfuerzo. ¿Soy yo la responsable del fracaso de algunos alumnos? Es fácil matar al mensajero, lo difícil es aceptar las propias responsabilidades. Así que para unos soy una petarda, exigente, borde, intransigente y antipática y para otros soy encantadora, cumplidora, responsable, rigurosa , amable y generosa. Si reparto caramelos o galletas doy a todos por igual, faltaría más, pero, al igual que en la parábola bíblica, unos lo agradecen y otros lo tiran al suelo. 
Si decido no acudir a un evento que no me apetece, me llaman desagradecida. Si insisto mucho para lo contrario, soy una pesada. Si colaboro en la organización de un festejo, me llaman entrometida. Si no hago nada, soy una pasota. Es como el chiste de la familia que iba con un burro: hagas lo que hagas, a unos les parecerá bien y a otros lo contrario. No se trata de ser hipócrita ni egoísta, sino de ser coherente y responsable con las propias ideas y convicciones. Alguna frase famosa creo que lo resume, pero no la recuerdo. Qué más da... El gran Serrat ya lo ha dicho alguna vez: Me preocuparía gustar a ciertas personas. Pues sí, es cierto. Mejor que algunos no estén de acuerdo conmigo: no quiero ser como ellos. 
¿Os pasa lo mismo? ¿Qué opináis?
Feliz semana a todos.