La realidad es tozuda y con frecuencia poco agradable. Aún estamos bajo los efectos de las elecciones, tan desafortunados y desalentadores para muchos, y seguimos pendientes de los cada vez más numerosos indignados que dan muestras continuas de educación, civismo e inteligencia frente a la brutal represión policial y las voces airadas de quienes les consideran hippies, ociosos y revoltosos porque se han atrevido a poner en solfa un sistema injusto y decadente. No sé cómo acabarán, pero cuanto más sé de ellos más cargados de razón me parecen. Su lucha pacífica es actual, pero no es nueva. Los modelos de barbarie, corrupción y ambiciones han estado presentes en otras épocas, somos, por desgracia, poco originales.
El gran Henry Miller estrenó en 1947 en Broadway, bajo la dirección de Elia Kazan, nada menos, Todos eran mis hijos, un drama genial, intenso y nada complaciente sobre la ambición, la culpa, el remordimiento y los secretos familiares que trascienden las paredes del hogar. Joe Keller (magnífico Carlos Hipólito) es un empresario de éxito que ha hecho fortuna gracias, entre otras cosas, a la fabricación de elementos para aviones de combate en la reciente Guerra Mundial. La prisa, la competencia y la ambición condujeron al terrible error de enviar unas piezas defectuosas que causaron la muerte a veintiún pilotos. Un empleado suyo cargó con la culpa y está en la cárcel mientras él sigue con su vida, encarnación del sueño americano, héroe incluido, pues su hijo mayor murió durante la contienda.
Su mujer, Kate (estremecedora Gloria Muñoz) no ha superado el dolor por la muerte del hijo, se niega a aceptarla, está convencida de que volverá algún día pues se le dio por desaparecido. Intenta mantener la armonía familiar, es la figura sobre cuyos hombros recae la responsabilidad de evitar problemas y guardar el orden establecido. Por eso no consiente que su hijo menor, Chris (muy bueno Fran Perea, contra todo pronóstico, he de confesarlo) se case con Ann ( estupenda Manuela Velasco), novia de Larry, el hermano ausente pero muchas veces mencionado porque su muerte sigue planeando sobre todos los demás.
Aparece George, hermano de Ann, dispuesto a reivindicar la inocencia de su padre, injustamente culpado de un error del que no fue responsable. Bajo la aparente buena relación con los vecinos que incluso juegan a las cartas en casa de Joe late la sospecha, la desconfianza. Todos saben o intuyen la verdad pero prefieren fingir que la ignoran para evitar problemas. Las relaciones humanas tienen mucho de hipócritas, las mentiras parecen necesarias para no tirarnos al cuello de más de uno.
La tensión va en aumento hasta el trágico desenlace. Joe reconoce, finalmente, su culpa en aquel desgraciado accidente, pero se justifica diciendo que lo hizo por su familia, que necesitaba el dinero para darles una vida cómoda y desahogada, que otros muchos hicieron lo mismo para satisfacer la demanda bélica (terrible verdad), que tenía que hacerlo para seguir siendo competitivo... Y estremece e indigna saber que es así, entonces y siempre: los caídos en las guerras son carne de cañón pero en demasiadas ocasiones no interesa saber los detalles de su muerte. Recientemente se ha conmemorado el octavo aniversario del terrible accidente del YAK42 y los vergonzosos hechos posteriores. Los auténticos culpables están libres. ¿Cómo puede alguien seguir viviendo como si nada hubiera pasado tras acciones así? ¿Qué clase de conciencia permite sobrevivir siendo responsable de la muerte de otros? Pienso en los nazis aún ocultos Dios sabe dónde, en los asesinos de tantos africanos, asiáticos, sudamericanos..., en los criminales de guerra que nunca pagan su culpa, en los dictadores que mandan al patíbulo a cuantos se les oponen... La lista puede ser interminable.
Chris admira a su padre, por eso la verdad le resulta doblemente dolorosa: a la muerte del hermano debe sumar la terrible certeza de la culpabilidad de su padre. ¿Qué debe hacer ahora? Toda su vida se desmorona. Él, que también luchó en la guerra, ya no sabe cuál es su lugar. Sólo queda el dolor.
Henry Miller dosifica perfectamente la tensión, utiliza las palabras precisas para ir mostrando los sentimientos que cada cual lleva dentro. El idílico jardín americano se convierte en el escenario en el que se desarrolla la tragedia. Son unos pocos vecinos, unas cuantas familias, pero representan a miles, quizá a millones que han vivido lo mismo, alcanzados por los tentáculos de cualquier guerra, por la ignominia de tantas acciones vergonzosas. Es imposible no estremecerse ante sus palabras, sus gestos,sus imponentes silencios.
Gran parte del teatro (lleno pese a la final futbolística) aplaudió en pie la maravillosa representación . Todos los actores estuvieron sublimes, hacía tiempo que no veía unas interpretaciones tan perfectas y ajustadas. Ojalá lleguen a muchos lugares de España para dar a conocer este clásico imperecedero. Conviene no olvidar para saber reconocer el Mal bajo cualquiera de sus seráficas apariencias.
Sólo un par de recomendaciones más: El Castor, la última película dirigida por la inteligente Jodie Foster, que aquí cede el protagonismo a Mel Gibson, un actor y director más que estimable a pesar de ser un bocazas ultraconservador. Cuenta una historia con varias lecturas, centrada en la depresión de un exitoso hombre de negocios que se desmorona como otros muchos y que encuentra la salvación aparente en una marioneta que se adueña de su vida y de su familia. Es una película interesante, me sorprendió gratamente.
Para terminar con algo optimista, no dejéis de ver Midnight in Paris, la última de Woody Allen, soñadora, inteligente y original. No es la mejor de este neurótico confeso pero desprende alegría de vivir, algo muy necesario hoy día. Nos muestra París con unas imágenes tan bonitas que dan ganas de salir pitando con cualquier excusa, es un documental impagable. La banda sonora es preciosa,como siempre. No soporto habitualmente a Owen Wilson, pero Allen sabe sacarle el mejor partido posible. Todos los demás actores no desentonan en absoluto: Kathy Bates, Adrien Brody, Marion Cotillard, incluso Carla Bruni en un breve papel (menuda prenda para el pequeño Sarkozy). Conviene que no sepáis más para no estropear la magia que encierra. Alguien comentó a la salida que "cómo se nota que a éste la crisis le tiene sin cuidado", pero al fin y al cabo ése es el propósito del cine, hacerte olvidar por un rato la cruda realidad.
Feliz semana a todos.