domingo, 21 de febrero de 2010

SHUTTER ISLAND Y ALGO MÁS

Shutter Island viene precedida de la fama de Martin Scorsesse y Leonardo DiCaprio, director e intérprete, respectivamente, de esta nueva muestra de cine negro con tintes psiquiátricos. Es su cuarta colaboración y parece que van a seguir trabajando juntos. El rodaje fue bastante duro. Scorsesse, urbanita recalcitrante, soportó mal rodar en exteriores bajo terribles tormentas. DiCaprio se sintió muy solo alejado de los suyos, quizá por eso encarna tan bien al policía obsesionado por su pasado y afectado por el entorno en el que debe trabajar.
Shutter Island cuenta la investigación de una misteriosa desaparición en un hospital psiquiátrico para peligrosos delincuentes en una remota isla en la bahía de Boston en 1954. Hasta allí llegan, con la amenaza de un tiempo infernal, un par de policías federales a quienes no van a poner nada fácil su misión ni los guardas ni el personal sanitario, con un sombrío Ben Kingsley a la cabeza como director de la institución, acompañado de un no menos inquietante Max Von Sydow. Quedan al descubierto los métodos empleados en la época para este tipo de enfermos, algo que ya vimos en la inolvidable Alguien voló sobre el nido del cuco con Jack Nicholson ya haciendo de las suyas.

El hospital es tan sombrío e inhóspito como la isla, totalmente aislado de cualquier influencia exterior. Los enfermos no son más temibles que sus guardianes. Hay pabellones secretos y métodos encubiertos para dominar la mente humana. Estamos en plena Guerra Fría y todo vale para ganar la partida tras la Segunda Guerra Mundial. El propio Teddy Daniels (Leonardo DiCaprio) intervino en ella como soldado. Estuvo en la liberación de Dachau y no puede olvidar esa terrible experiencia. Vive atormentado por la muerte de su esposa en un incendio provocado por un pirómano al que ha perseguido durante años.


La investigación se complica. Los policias sólo encuentran trabas y más misterios. En lugar de avanzar se sienten atrapados en una red en la que nada es lo que parece. Una gran tormenta contribuye a crear un clima de intriga y tensión. Los muros del Hospital Ashecliffe esconden experimentos nada legales ni éticos. Los enigmas se suceden y Teddy debe hacer frente a sus fantasmas asaltado por dolorosas migrañas. Sus sueños son recuerdos del pasado, de la guerra y de su esposa.

No puedo ni debo contar más si vais a ir a verla. Es una película extraña, sorprendente y claustrofóbica. La fotografía contribuye a crear un ambiente de inquietud y pesadillas. Los intérpretes son todos excelentes. Algunas escenas recuerdan a Hitchcock y otras a El resplandor. La ambientación, los decorados y el vestuario están cuidados al detalle. Scorsesse sabe proporcionar tensión y grandes historias, aunque de manera irregular. Con esta película no ha logrado buenas críticas, y sin embargo yo creo que es subyugante y diferente. Creo que la clave está en dejarse llevar y seducir por las imágenes, meterse en la pantalla y compartir las dudas y los miedos del protagonista. No escuché elogiosos comentarios a la salida, y lo siento. No es una película para cualquier tipo de público, sobre todo si va buscando un thriller al uso. Está basada en una novela de Dennis Lehane, de quien también son Mystic River y Adiós, pequeña, adiós, dos tremendos dramas llevados con gran acierto a la pantalla.

¿Cuál es el límite entre la locura y la "normalidad"? ¿Puede uno ser consciente de su mal? Una vez se lo pregunté a una psicóloga y me dijo que sí, que uno se da cuenta de estar volviéndose loco. Pero, ¿a qué llamamos locura? Todos conocemos personas a quienes consideramos trastornados y sin embargo ellos no se tienen por tales. ¿Quién puede delimitar el concepto de "normal"? A pesar de tantos años de estudios y experimentos, la mente sigue siendo casi inescrutable. Algunos aparatos miden sus trastornos objetivamente, caso del deterioro del cerebro por Alzheimer, por ejemplo, pero otros son invisibles e indetectables físicamente. La Psicología es una ciencia apasionante pero muy difícil. Los que hemos vivido trastornos de tipo depresivo sabemos lo difícil que resulta contar lo que te pasa, expresar con palabras la angustia, el miedo, la desesperanza, la fragilidad, la inseguridad, todo lo que lleva a caer en un pozo al que no se le ve ni el fin ni la salida.

Dicen que las enfermedades mentales son propias de sociedades avanzadas, las que tienen cubiertas sus necesidades básicas y otras más superficiales. Cuando se lucha por la supervivencia no se puede pensar en otra cosa. Los países nórdicos, tan modélicos ellos en tantos aspectos, tienen no pocos casos de suicidios. Una vez leí que es porque el individuo no tiene que hacer grandes esfuerzos para rodearse de bienestar, se lo dan hecho y esa falta de lucha resulta a la larga frustrante y deprimente. Pero, por otro lado, la ausencia de horizontes esperanzadores también resulta dolorosa. ¿En qué quedamos?

No pocos afirman que vivimos en una sociedad enferma, falta de valores e insolidaria. Por desgracia, no faltan ejemplos para atestiguarlo. Los maestros somos psicólogos a la fuerza. La experiencia y la observación nos ayudan a detectar problemas que a veces tienen fácil solución y otras requieren una intervención especializada. Los divorcios, normalmente traumáticos, causan tremendos problemas en los niños, incapaces de entender ese alejamiento, ese abandono en el que se ven inmersos desde edades muy tempranas, justamente cuando más necesitan estabilidad, cariño y seguridad. Si además presencian peleas y discusiones el daño es casi irreparable. Esta misma semana una pareja protagonizó una escena lamentable a la salida del colegio ante su hijo de cuatro años porque el responsable no había ido a recogerlo a la hora prevista y el otro exigía un certificado al colegio para denunciarlo en el juzgado. Y así, caso tras caso.

¿Cómo van a crecer estas criaturas? ¿Quién puede ayudarles? Se vuelven egoístas y duros, arrastran una gran inestabilidad durante largo tiempo y quizá nunca superen ese dolor. Pero el dolor, ése u otro, está siempre al acecho y no sabes por dónde puede venir ni cómo librarte de él. En cualquier momento podemos perder pie, tambalearnos y caer. Contar en esos momentos con la ayuda adecuada es un valor inestimable. Abrirse paso entre la bruma no es fácil. Hay quien tarda en conseguirlo, para otros se convierte en una misión imposible. No hay respuestas fáciles ni simples.
¿Yqué decir de los trastornos que llevan al crimen, los que arrastran los recluidos en este centro? ¿Han de ser tratados como delincuentes o como enfermos? ¿Qué era Hannibal Lecter en realidad? Estos personajes dan mucho juego en la ficción, pero en la vida real resultan espeluznantes. ¿Realmente el "asesino de la Katana" oía voces que le impulsaron a matar a su familia? Habrá quien lo dude, no sin razón.

No quería irme por estos derroteros. No soy una especialista en dolencias mentales, ni mucho menos. Lo que sé lo he aprendido por propia experiencia y algunos estudios. Contar los muchos casos de inestabilidad psicológica de mis alumnos es casi secreto del sumario. En cualquier caso, es un tema apasionante al que quizá vuelva cuando esté más informada.
Feliz semana a todos.













domingo, 14 de febrero de 2010

PRECIOUS

En la llamada "noche del cine español", los Goya, los necesarios premios del autobombo, de los que hablaré en otro momento (he visto buenas películas nacionales este año, y os las he contado), yo voy a reflexionar sobre Precious, mi película de esta semana. Es conmovedora, dura y esperanzadora, aunque se le podrían adjudicar más adjetivos. Viene precedida por estupendas críticas y no pocos merecidos premios, y es de esperar que en los Oscar no se vaya de vacío.
Precious es la desgarradora historia de Clairecee "Precious", una adolescente que a sus dieciséis años ya tiene una hija subnormal y otro en camino, ambos fruto de las violaciones que viene sufriendo desde los tres años por parte de su padre. Negra, prácticamente analfabeta, despreciada por todos por su gordura, maltratada por su madre, expulsada del instituto, ¿qué puede esperar ya? Precious vive su situación con resignada tristeza, pero no odia. Está decidida a escapar de todo eso, y la llave para ello es la integración en un grupo de adolescentes conflictivas y desahuciadas de las que se hace cargo una animosa e idealista profesora joven (estupenda Paula Patton) empeñada en que sus alumnas escriban en un diario todas sus preocupaciones, ilusiones, deseos, sueños... Les da la oportunidad de expresarse a través de la palabra, de hacerse oír. Y así Precious puede contar lo que le pasa, lo que sufre, lo que anhela.
Su madre (despreciable, pero gran actriz Mo´nique) la trata con una brutalidad inconcebible, sin asomo de cariño hacia su hija ni hacia sus nietos. Odia a Precious porque la ha quitado a "su hombre" y le dado más hijos que a ella, que ha consentido los abusos y violaciones sin hacer nada por evitarlos. La ve como a una rival. La obliga a comer, la insulta, le dice una y otra vez que es una mierda, que no vale para nada, que los estudios son un estorbo, que debe aprender a vivir de los servicios sociales, como ella, que se pasa el día tirada en el sofá viendo la televisión y fumando.


Precious sueña con tener un novio blanco y apuesto con un bonito pelo. Ella misma desea ser blanca, rubia y delgada. En los duros momentos que vive se deja llevar por ensoñaciones en las que se ve como la reina del baile, una actriz famosa o una joven agasajada y feliz. Pero siempre ha sido tratada como un trapo. No ha conocido el cariño y sin embargo sabe sentirlo. Se le dan bien las Matemáticas, pese a su desfase educativo. Por eso su inclusión en el grupo que tiene como lema "Cada uno enseña a otro" supone el descubrimiento de un mundo nuevo y desconocido para ella. Su profesora le dice que "The longest journey begins with a single step" ("El viaje más largo empieza con un solo paso") y se da cuenta de que es verdad, de que otra vida es posible si sigue estudiando. Así pues, la educación, una vez más, es la clave de toda salvación. Ojalá fuera siempre posible.

Conoce a otras personas que son amables y cariñosas con ella: el enfermero que la ayuda a dar a luz (gran Lenny Kravitz), la psicóloga social (una desconocida Mariah Carey, emocionante y emocionada ante el monólogo de Mo´nique), sus compañeras de clase y, desde luego, su profesora, que la acoge en su casa como si fuera su madre o su mejor amiga. Precious desconocía hasta entonces ese mundo, tan alejado del suyo, sórdido y cruel. Sólo sonríe feliz en sus sueños, nunca en la vida real. Quiere a sus hijos, cuyo futuro es tan incierto como el suyo, pero ahora sabe que puede cambiar, que va a cambiar, porque va a escapar de la férrea brutalidad de su madre. En un momento dado esta mujer llega a dar casi lástima, es otra víctima, al fin y al cabo, pero es capaz de alcanzar tales extremos de violencia que no se la puede perdonar. Su hija, que ha sufrido más que ella, puede darle grandes lecciones de superación, cariño y perdón, pero no acepta nada. Vive amargada y metida en un inexorable proceso de autodestrucción.

Hay escenas terribles, otras de una ternura inaudita. Con un argumento tan dramático no es un dramón de lágrima fácil ni sensiblero, es una historia realista y dura muy bien contada y mejor interpretada. Es la crónica de una superación, de una huida con final incierto, de una joven decidida a cambiar su vida cuando ve la oportunidad que hasta entonces se le había negado. Precious es una luchadora doliente y sufrida, una joven vapuleada en uno de los barrios más pobres de Nueva York, mostrada aquí en su faceta más oscura y nada turística. Supongo que en Estados Unidos hay miles de casos como éste, jóvenes obesas (una enfermedad en alarmante aumento), negras (el racismo que no cesa, a pesar del triunfo de Obama), medio analfabetas, víctimas de abusos en la propia familia, desesperanzadas...


Precious recupera su dignidad gracias a la imprevista ayuda de una profesora diferente e idealista que la enseña a expresarse. Sus clases no son nada convencionales, tiene una paciencia infinita con esas seis u ocho adolescentes para quienes esas clases suponen su última oportunidad para salir del pozo en el que llevan toda su vida. Les ofrece la llave que les abrirá nuevas puertas, todo aprendizaje comienza con la lectoescritura y a través de la palabra nos sale el alma.


No sé qué hay de cierto en esta historia que atrapa desde la primera secuencia y te deja clavada durante casi dos horas. En unas escenas te revuelve y tienes que contener una exclamación y en otras te emociona hasta lo más hondo. No conozco apenas el sistema educativo de Estados Unidos, no sé cómo funcionan sus servicios sociales ni qué hay de cierto en cuanto nos llega de allí. Sé que tiene un importante porcentaje de pobres, de desarraigados, de casos desesperados, que su sistema sanitario es injustamente penoso, que los negros siguen siendo machacados y marginados, que se creen el ombligo del mundo, que se ufanan de ser el país de las oportunidades y no sé cuántos tópicos más. Quizá todo eso sea cierto, y me quedo corta, seguro. Historias como la de Precious las hay en todos los países, aquí mismo, sin ir más lejos, seguro. Los docentes conocemos casos que llenarían cientos de libros sin diferencia de ubicación concreta porque la miseria y la maldad son universales y no conocen fronteras. Por eso seguimos luchando, para dar voz a quienes no la tienen, para dar instrumentos a los que carecen de ellos, para hacer posible un mundo mejor a través de la educación. Valores como la tolerancia, la comprensión, el esfuerzo, el compañerismo, la solidaridad, el cariño, el placer por lo bien hecho se aprenden (se deben aprender) en las aulas. Si no nos lo pusieran tan difícil (y no voy a enumerar a todos los que nos ponen zancadillas día tras día) cuánto bien haríamos... Y me lo planteo una vez más hoy, mediada la segunda evaluación, decepcionada por los mediocres resultados de mis alumnos, incluso los mejores, a los que veo desanimados, tristes, precozmente adolescentes (cielo santo, si la mayoría no pasan de los once años) y mínimamente preocupados por su rendimiento académico. Urge tomar medidas, y en ello estamos los profesores implicados. Ojalá tanto esfuerzo por nuestra parte se vea recompensado con su triunfo.
Salí del cine pensativa y algo triste por la dureza de las imágenes, pero con el mensaje esperanzado que deja al final, nada edulcorado, por cierto. Id a verla, os gustará.









sábado, 6 de febrero de 2010

DOS MENOS

Ayer tocaba otra vez teatro. Hay varias obras en cartel que me apetece ver y ésta es una de ellas. Dos menos es la historia de dos enfermos terminales, Julio y Pedro, que deciden escapar juntos del hospital en el que se encuentran ingresados para terminar sus días lejos de esas frías paredes y vivir nuevas experiencias aunque el final sea inminente. Recuerda en su estructura a Fugadas, que comenté aquí hace poco. Son dos tiernos perdedores que se resisten a rendirse, afrontando juntos una difícil situación y solucionando esos asuntos pendientes que todos tenemos con mutuo apoyo.
Héctor Alterio y José Sacristán están sencillamente geniales. Tienen muchas tablas a sus espaldas, tanto en cine como en teatro, y se nota, vaya si se nota. Se hacen dueños del escenario con su sola presencia, con pijama y zapatillas, sin más, en un sobrio decorado que estimula la imaginación, como debe ocurrir en toda obra que se precie. Su madurez es un indudable punto a su favor . Nada que ver con los jóvenes titubeantes que a veces se atreven con papeles que les vienen demasiado grandes. Aquí los dos secundarios no están a su altura: bastante lamentable la chica, mejor él, simplemente cumplen. Do monstruos como Alterio y Sacristán tienen mucho que enseñarles.
Julio y Pedro se ponen a hacer autostop en una carretera en medio de la fría noche. Coinciden con una joven embarazada a punto de dar a luz que ha sido abandonada por su marido, incapaz de afrontar su responsabilidad. Intentan ayudarla y en parte lo consiguen. En su búsqueda del marido encuentran a un fracasado suicida que sale empapado del lago porque los pesos que sujetaban sus tobillos se han soltado. Antes han visitado un caduco salón de baile en el que se marcan unos pasos con una joven que despierta, quizá por última vez, sus deseos más masculinos de conquista y placer al estrechar su cuerpo envuelto en un llamativo vestido rojo.
Si fuera una película sería una road movie, una sucesión de encuentros, peripecias y sobre todo reflexiones y confidencias. En unas horas se conocen, se aprecian y se ayudan. Sus vidas han sido muy diferentes. Uno ha sido vendedor de electrodomésticos y ha criado como propios dos hijos sin saber hasta muy tarde que era estéril. Lo afronta sin amargura, como un sino inevitable. El otro también abandonó a su mujer y a su hijo aún no nacido por pánico y siente que le falta algo. Los dos llegan al final sin darse cuenta, como todos. Cada uno piensa en la muerte del otro para no pensar en la propia, pero no hay humor negro, sino lúcidas reflexiones que invitan a pensar en la situación de cada espectador, al menos en mi caso.
El texto no es redondo, pero Alterio y Sacristán están tan soberbios que no se nota. No hay ternurismo ni mojigatería, son dos adultos enfrentados a su inminente final con serenidad y realismo. Sufren sendas enfermedades que suponen una seria llamada de atención: somos mortales y alguna vez se acabará nuestro tiempo, aunque no queramos pensarlo. Ellos quieren vivir nuevas experiencias hasta el final, y por eso se mueven, salen en mitad de la noche sabiendo que nadie va a echarles en falta. Su breve viaje es una metáfora de la existencia: parar es morir. no quieren quedarse quietos, no hay que rendirse antes de tiempo, nunca.


Julio y Pedro son dos perdedores muy tiernos que no sienten rencor a pesar de los dramas y abandonos que han sufrido. ¿Qué haríamos si supiéramos que nos quedan sólo unos días de vida? La mayoría, vivir a toda prisa lo no vivido hasta entonces y tratar de saldar todas las deudas pendientes. Quizá hemos esperado años sin afrontar ciertos problemas. Nos parece que la vida es una fuente inagotable hasta que, de repente, el chorro se vuelve fino y débil, anunciando el final. Las últimas gotas nos pillan desprevenidos. Tantos años, y han pasado tan rápido, se nos han hecho tan cortos... Siempre hemos dejado algo para mañana, o no hemos estrenado una prenda especial esperando la ocasión apropiada , o hemos pospuesto la resolución de un conflicto familiar, o no hemos dado todo el cariño necesario a los demás. Se ha escrito tanto sobre la muerte, desde tantos puntos de vista... Siempre nos causa temor hablar de ella, acudimos a los tanatorios, tan asépticos y bastante lujosos algunos, con prevención y respeto, preguntándonos acaso si seremos el siguiente. Pocos dejan preparado lo que quieren para su despedida de este mundo. Yo siempre siento un nudo en la garganta cuando leo ese poema de Juan Ramón Jiménez que empieza diciendo: "Y yo me iré...", o cuando escucho la canción de Serrat en la que se pregunta quién regará su huerto cuando él ya no esté. Todos aspiramos a la inmortalidad siendo irremediablemente mortales. Queremos, como Manrique, seguir vivos en la memoria de quienes se quedan aquí, y en cierto modo así es. Quienes ya hemos sufrido dolorosas pérdidas sabemos lo que es hablar de los muertos, mejor dicho, comprobamos cuán diferente es su recuerdo en unos y en otros, como si habláramos de personas diferentes. Acaso seamos así, variados y poliédricos, con múltiples facetas que nadie conoce en su totalidad.
Recuerdo este planteamiento en una novela que fue antes una exitosa serie de televisión, Hombre rico, hombre pobre. Tras la muerte de Tom a manos del sanguinario y cruel Falconetti (qué joven era yo entonces, santo cielo, pero cómo lo recuerdo) su hijo busca a cuantas personas le conocieron y trataron para saber cómo era ese hombre al que apenas conoció. Algunas le amaron, otras lo contrario. Si repetimos la experiencia nos ocurrirá lo mismo.
Luis Carandell recogió cientos de epitafios a cuál mas curioso. Ahora en la Red navegan muchos correos con el mismo motivo. Los hay curiosos, divertidos, ocurrentes, tristes... Uno muy realista dice: Como te veo me vi, como me ves te verás. Y es famoso eso de: "Yace en esta losa dura/ una mujer tan delgada/ que en la vaina de una espada/ se trajo a la sepultura". La muerte, tema inagotable...


Sacristán y Alterio son dos actores excepcionales, cómplices maravillosos en la escena, sobrados de recursos y dueños de unas voces trabajadas y profundas que son gran parte de su encanto. Grandes profesionales, no necesitan más que un buen texto (y si es mediocre lo engrandecen) para mantener atentos a cientos de espectadores (el teatro estaba lleno) y arrancarles risas y reflexiones por igual. Es la magia del teatro, que sigue vivo, pese a todo lo que le amenaza. No me cansaré de acudir a él cuanto me sea posible y de animar a los demás a que hagan lo propio. En España tenemos grandes actores que debemos aprovechar. Casi todas las obras de éxito realizan giras que acercan a muchas ciudades este lujo ya no exclusivo de las grandes capitales.
Tras el teatro, después de esperar infructuosamente la salida de los actores para felicitarles, mi amiga y yo convencimos a mi marido para que nos acompañara a cenar. Nos conformamos con unos deliciosos bocatas de calamares en El Brillante, mundialmente famoso, y unas copas sin alcohol (volante obliga) en un sitio encantador, tranquilo y elegante sin resultar excesivo. Fue una velada estupenda, un perfecto remate de la semana. Adoro la conversación reposada, la compañía de personas amadas, esa sensación de plenitud y felicidad que provoca sentirse querido, poder hablar de cualquier tema con libertad . Eso no tiene precio.
Ahora mismo vuelvo a ver a Sacristán en "El viaje a ninguna parte", amarga y lúcida crónica de aquellos cómicos de la legua que sorevivían a duras penas yendo de pueblo en pueblo desgranando versos y obras de todo tipo a cambio de unas míseras pesetas. Dios, este hombre siempre ha sido genial...





Os dejo con unos versos de Borges incluidos en el programa de mano:
El porvenir es tan irrevocable
como el rígido ayer. No hay una cosa
que no sea una letra silenciosa
de la eterna escritura indescifrable
cuyo libro es el tiempo. Quien se aleja
de su casa ya ha vuelto. Nuestra vida
es la senda futura y recorrida.
El rigor ha tejido la madeja.
(...)
La firme trama es de incesante hierro,
pero en algún recodo de tu encierro
puede haber
una luz, una hendidura.

Feliz semana a todos, si es posible, con teatro.