Un sobrio escritorio. Unas sillas. Un ataúd. Una iluminación discreta. Una mujer enlutada que estruja un pañuelo entre las manos, suspira y empieza un largo monólogo en el que da rienda suelta a sus sentimientos y recuerdos porque el difunto es su marido, Mario, fallecido durante la noche por un fulminante infarto. Con estos escasos mimbres Miguel Delibes escribió hace más de cuarenta años una obra estremecedora, novedosa, única. Aprovecha el personaje de Menchu, Carmen Sotillo, la viuda, para dar su visión de la España de aquellos años y los anteriores, los de la guerra y sus consecuencias.
La gran Lola Herrera se empeñó en convertir este texto denso y vigoroso en un monólogo teatral allá por 1979. La representó durante once años, que se dice pronto. En 1981 rodó Función de Noche con Josefina Molina. Alguien dijo de esta película que era el mejor desnudo del cine español. En ella Lola y su exmarido, Daniel Dicenta, conversan sobre su matrimonio, su ruptura, sus mutuos reproches. La vi entonces y me asombra recordar tantos detalles: cómo confiesa que fingía los orgasmos (algo que ofende muchísimo a su marido), su intención de operarse los pechos hasta que su amiga Juana Ginzo (grandísima actriz radiofónica) la disuade, la ilusión por adecentar una casa en un pueblo... Se intercalan algunas escenas de Cinco horas con Mario, obra que entonces interpretaba y que le provocó una profunda crisis personal porque se resistía a aceptar que había en ella más de Carmen Sotillo de lo que estaba dispuesta a admitir.
El libro está entre los más importantes de Delibes, pero la versión teatral quedó dormida durante años hasta que la misma Josefina Molina ha vuelto a ponerla en pie con una nueva intérprete, Natalia Millán, más conocida por sus papeles musicales que por los dramáticos. Su interpretación es maravillosa, perfecta. Presta al personaje una dicción más rápida, mayor inflexión en los pasajes con cierta jocosidad y una soltura envidiable, de todo punto necesaria para sostener en solitario un monólogo que va de lo dramático a lo anecdótico, del dolor al reproche, del conformismo a la confesión. Para el público más joven resultará difícil entender el tipo de mujer que representa Menchu: clasista, tradicional, machista, escandalizada por las ideas más progresistas de su marido, que comprendía a las prostitutas y cuestionaba la autoridad de un guardia civil, por ejemplo, iba al trabajo en bicicleta y renunciaba a prebendas por defender su integridad. Ella no entendía su falta de ambición, le echa en cara haber renunciado a ciertos trabajos por defender sus ideas y no haber cedido a su capricho de tener al menos un seiscientos, que en aquella época lo tenían hasta las porteras. Carmen pertenece a una familia algo venida a menos pero con ciertos delirios de grandeza, como los antiguos hidalgos. Dice en varias ocasiones que dejó pasar la oportunidad de casarse con un hombre de futuro más prometedor al que vuelve a ver casualmente veinticinco años más tarde al volante de un flamante Tiburón rojo. Está a punto d etener un desliz pero asegura que no pasó nada, nada.
Carmen se desahoga en esa noche ante su marido de cuerpo presente. Su matrimonio no ha sido feliz, como tantos otros, sostenido por el inviolable sacramento y la presión social, que en aquella época tenía una fuerza hoy incomprensible. Es una mujer que no ve con buenos ojos que otras estudien, a ver para qué lo necesitan. Con saber andar erguida, mantener un buen aspecto y desenvolverse con soltura en público cumplen de sobra. Se refiere en varias ocasiones a su madre, todavía más tradicional, que la educa en ese modelo de mujer sumisa, descanso del guerrero y ama y señora en ciertas cuestiones, siempre a la sombra del varón. El papel duro es para ellas, ellos descansan cuando les echan las bendiciones: se aseguran tranquilidad en el hogar y fidelidad de por vida. Se queja, sin embargo, de la falta de pasión de Mario, que en la noche de bodas ni siquiera mostró interés carnal por ella. Sabe que otros aún la admiran y piropean, pese a haber tenido cinco hijos.
Justifica la existencia de los pobres porque gracias a ellos existe la caridad. Argumentos como éste resultan hoy realmente chocantes, como otras de sus ideas. No entiende que su hijo mayor no quiera ponerse de luto, una tradición de fuerte arraigo durante siglos. Bien que lo contó Lorca en La casa de Bernarda Alba.
Los largos aplausos premiaron el esfuerzo de Natalia Millán. Es de suponer que se mantenga largo tiempo en cartel para que muchos puedan disfrutar de esta gran obra y comprender o recordar cómo éramos no hace tantos años. Es una buena ocasión para revisar un clásico moderno. Delibes murió sin recibir el Nobel, algo que muchos nunca entenderemos.
Una cena tranquila remató deliciosamente nuestra salida. Éramos cuatro mujeres unidas por nuestra pasión por la enseñanza, preocupadas por los vaivenes del mundo actual y buenos ejemplos de mujeres preparadas y trabajadoras, nada que ver con ese arquetipo que acabábamos de ver. Las mujeres podemos ser las mayores aliadas o las peores enemigas con respecto a otras. Nadie comprende a una mujer mejor que otra mujer, pero por lo mismo llegamos a veces a hacer un daño considerable. No es nuestro caso, afortunadamente. Se siente una tan bien pudiendo ser sincera, hablando de los temas más diversos, desgranando confidencias y recuerdos, proyectos, sin caer en los tópicos que se siguen empeñando en adjudicarnos cortedad de ideas y pobreza de miras. Qué poco nos conocen... Gracias por tan estupenda noche, Blanca, Concha y Charo.