
Pasé muchos días bastante floja y desanimada, como era lógico. Sabía que debía darme un tiempo, estar tranquila, aunque apenada. Tomé un reconstituyente y el trabajo y la compañía de mis seres queridos hicieron el resto. Por fortuna, nunca me he sentido sola, que es fundamental para pasar un trance de este tipo.
He ido varias veces al cine. Más abajo os pongo imágenes de las dos mejores películas que he visto, Carancho y Buried (Enterrado). También vi la de Woody Allen, pero me dejó menos huella, aunque no es mala, ni mucho menos.
Pero, sin duda, lo que más me ha gustado de mis periplos culturales ha sido el concierto que ofreció la ONE y su magnífico coro el pasado viernes en el Auditorio Nacional. Estaba dedicado a las bandas sonoras de inmortales películas, ésas que vemos una y otra vez sin cansarnos, musicales o no. El programa era sensacional: Cantando bajo la lluvia, West Side Story, Desayuno con diamantes, El Mago de Oz, My Fair Lady, Un americano en París, Casablanca, Días de vino y rosas... Dramas, comedias, historias de todo tipo unidas por siempre a la música de Gershwin, Steiner, Henry Mancini, Cole Porter... Una maravilla. Estaba en la segunda fila, lo que me impidió disfrutar de una panorámica completa de la orquesta y del baile de claqué en un momento dado, pero en muchos momentos cerré los ojos y sentí cómo la música caía sobre mí, igual que la lluvia sobre Gene Kelly, y me empapaba de nostalgia y de belleza, de recuerdos y de armonía. La música tiene un poder evocador inigualable. Cada melodía me recordaba una escena, un baile, un actor, una actriz en pleno esplendor, como Audrey Hepburn, siempre hermosa y llenando la pantalla con su elegante delgadez y su cuello de cisne. El vestido que lleva en Desayuno con diamantes ha sido elegido como el más bonito de la historia del cine, y con razón. Junto a ella, George Peppard estuvo más guapo que nunca, bordando su papel de gigoló obligado por su frustrada carrera de escritor. Dos personajes dolientes que acaban encontrando el amor bajo la lluvia buscando un gato perdido.
También estaba sensacional en My Fair Lady dando vida a una muchacha humilde e inculta que se transforma en casi una princesa en manos de Henry Higgins, magníficamente interpretado por Rex Harrison. Nunca la historia de Pigmalión fue tan delicada y bellamente contada.



Hay que reconocer que los americanos (los de EEUU, claro, con permiso de todos los demás) tienen muchos defectos, pero su sentido del espectáculo y su forma de llevarlo a cabo resulta inigualable. Hoy cuesta encontrar películas memorables salidas de sus factorías, pero durante décadas llenaron las pantallas con actores fantásticos, actrices maravillosas, historias intensas, comedias divertidísimas (Con faldas y a lo loco sigue siendo la number one, sin duda), dramas grandiosos... Pérez -Reverte decía en un artículo hace años algo así como que las actrices de ahora son chochitos desnatados comparadas con hembras como Ava Gardner, Rita Hayworth, Katharine Hepburn, Bette Davis, Kim Novak, María Félix, Sofía Loren... Conociendo su estilo no extraña esta afirmación, quizá para algunos demasiado simplista y machista. Siento no saber poner el enlace, pero el artículo, titulado Mujeres en blanco y negro, se encuentra buscando en Google, cómo no. Por cierto, se acerca el 1 de noviembre y habrá que releer su fantástico Sus muertos más frescos. Esperaré con rabia, un año más, que una panda de imbéciles maleducados estrellen huevos contra la fachada de mi casa. Así entienden los angelitos la anglosajona fiesta de Halloween, que Dios confunda. País... que diría Forges.
En fin, que pasé una tarde inolvidable con mis colegas, los que nunca fallan. Música y cine se confabularon una vez más para hacerme vibrar en una época en la que estoy especialmente sensible. Podría hablar de cada melodía que escuché, de las películas que pusieron su imagen a las notas, de los actores cuyo espíritu flotaba sobre el escenario como en la canción de Serrat (Los fantasmas del Roxy, fantástica), de mis recuerdos íntimos y personales, de cómo era yo cuando vi esas películas, de mi padre, que también adoraba el cine (aunque sus preferencias diferían un tanto de las mías: su héroe era John Wayne, y debo reconocer que a veces es genial)... El baúl de los recuerdos es inagotable, pero no conviene dejar la tapa abierta demasiado tiempo si no se quiere padecer un ataque de melancolía, tan inoportuna a veces. Os recomiendo, por supuesto, escuchar buena música en cualquier momento, relacionada o no con el cine, eso no importa.

Todo lo anterior no tiene nada que ver, al menos directamente, con Carancho, el último trabajo del gran Ricardo Darín. Es una historia oscura (transcurre casi totalmente de noche), amarga, intensa. El mundo sórdido que rodea a los accidentes de tráfico, las víctimas y las aseguradoras está perfectamente descrito en unas imágenes poderosas a través de unos personajes al límite de la vida y de la ejemplaridad, honestos a su estilo y abocados a un destino trágico. El amor parece una tabla de salvación momentánea, pero no hay romanticismo ni dulzura. Ricardo Darín, de apariencia tan corriente (quizá por eso resulta tan creíble, tan cercano) borda un papel difícil con unos registros que recuerdan a Bogart incluso, o a Robert Mitchum en esas historias de cine negro con antihéroes capaces de levantarse, orgullosos, tras sufrir una paliza a manos de mafiosos sin escrúpulos. El final es impactante. No os cuento más, pero id a verla, es buenísima.

Feliz semana a todos.