En la llamada "noche del cine español", los Goya, los necesarios premios del autobombo, de los que hablaré en otro momento (he visto buenas películas nacionales este año, y os las he contado), yo voy a reflexionar sobre Precious, mi película de esta semana. Es conmovedora, dura y esperanzadora, aunque se le podrían adjudicar más adjetivos. Viene precedida por estupendas críticas y no pocos merecidos premios, y es de esperar que en los Oscar no se vaya de vacío. Precious es la desgarradora historia de Clairecee "Precious", una adolescente que a sus dieciséis años ya tiene una hija subnormal y otro en camino, ambos fruto de las violaciones que viene sufriendo desde los tres años por parte de su padre. Negra, prácticamente analfabeta, despreciada por todos por su gordura, maltratada por su madre, expulsada del instituto, ¿qué puede esperar ya? Precious vive su situación con resignada tristeza, pero no odia. Está decidida a escapar de todo eso, y la llave para ello es la integración en un grupo de adolescentes conflictivas y desahuciadas de las que se hace cargo una animosa e idealista profesora joven (estupenda Paula Patton) empeñada en que sus alumnas escriban en un diario todas sus preocupaciones, ilusiones, deseos, sueños... Les da la oportunidad de expresarse a través de la palabra, de hacerse oír. Y así Precious puede contar lo que le pasa, lo que sufre, lo que anhela.
Su madre (despreciable, pero gran actriz Mo´nique) la trata con una brutalidad inconcebible, sin asomo de cariño hacia su hija ni hacia sus nietos. Odia a Precious porque la ha quitado a "su hombre" y le dado más hijos que a ella, que ha consentido los abusos y violaciones sin hacer nada por evitarlos. La ve como a una rival. La obliga a comer, la insulta, le dice una y otra vez que es una mierda, que no vale para nada, que los estudios son un estorbo, que debe aprender a vivir de los servicios sociales, como ella, que se pasa el día tirada en el sofá viendo la televisión y fumando.
Precious sueña con tener un novio blanco y apuesto con un bonito pelo. Ella misma desea ser blanca, rubia y delgada. En los duros momentos que vive se deja llevar por ensoñaciones en las que se ve como la reina del baile, una actriz famosa o una joven agasajada y feliz. Pero siempre ha sido tratada como un trapo. No ha conocido el cariño y sin embargo sabe sentirlo. Se le dan bien las Matemáticas, pese a su desfase educativo. Por eso su inclusión en el grupo que tiene como lema "Cada uno enseña a otro" supone el descubrimiento de un mundo nuevo y desconocido para ella. Su profesora le dice que "The longest journey begins with a single step" ("El viaje más largo empieza con un solo paso") y se da cuenta de que es verdad, de que otra vida es posible si sigue estudiando. Así pues, la educación, una vez más, es la clave de toda salvación. Ojalá fuera siempre posible.
Conoce a otras personas que son amables y cariñosas con ella: el enfermero que la ayuda a dar a luz (gran Lenny Kravitz), la psicóloga social (una desconocida Mariah Carey, emocionante y emocionada ante el monólogo de Mo´nique), sus compañeras de clase y, desde luego, su profesora, que la acoge en su casa como si fuera su madre o su mejor amiga. Precious desconocía hasta entonces ese mundo, tan alejado del suyo, sórdido y cruel. Sólo sonríe feliz en sus sueños, nunca en la vida real. Quiere a sus hijos, cuyo futuro es tan incierto como el suyo, pero ahora sabe que puede cambiar, que va a cambiar, porque va a escapar de la férrea brutalidad de su madre. En un momento dado esta mujer llega a dar casi lástima, es otra víctima, al fin y al cabo, pero es capaz de alcanzar tales extremos de violencia que no se la puede perdonar. Su hija, que ha sufrido más que ella, puede darle grandes lecciones de superación, cariño y perdón, pero no acepta nada. Vive amargada y metida en un inexorable proceso de autodestrucción.
Hay escenas terribles, otras de una ternura inaudita. Con un argumento tan dramático no es un dramón de lágrima fácil ni sensiblero, es una historia realista y dura muy bien contada y mejor interpretada. Es la crónica de una superación, de una huida con final incierto, de una joven decidida a cambiar su vida cuando ve la oportunidad que hasta entonces se le había negado. Precious es una luchadora doliente y sufrida, una joven vapuleada en uno de los barrios más pobres de Nueva York, mostrada aquí en su faceta más oscura y nada turística. Supongo que en Estados Unidos hay miles de casos como éste, jóvenes obesas (una enfermedad en alarmante aumento), negras (el racismo que no cesa, a pesar del triunfo de Obama), medio analfabetas, víctimas de abusos en la propia familia, desesperanzadas...
Precious recupera su dignidad gracias a la imprevista ayuda de una profesora diferente e idealista que la enseña a expresarse. Sus clases no son nada convencionales, tiene una paciencia infinita con esas seis u ocho adolescentes para quienes esas clases suponen su última oportunidad para salir del pozo en el que llevan toda su vida. Les ofrece la llave que les abrirá nuevas puertas, todo aprendizaje comienza con la lectoescritura y a través de la palabra nos sale el alma.
No sé qué hay de cierto en esta historia que atrapa desde la primera secuencia y te deja clavada durante casi dos horas. En unas escenas te revuelve y tienes que contener una exclamación y en otras te emociona hasta lo más hondo. No conozco apenas el sistema educativo de Estados Unidos, no sé cómo funcionan sus servicios sociales ni qué hay de cierto en cuanto nos llega de allí. Sé que tiene un importante porcentaje de pobres, de desarraigados, de casos desesperados, que su sistema sanitario es injustamente penoso, que los negros siguen siendo machacados y marginados, que se creen el ombligo del mundo, que se ufanan de ser el país de las oportunidades y no sé cuántos tópicos más. Quizá todo eso sea cierto, y me quedo corta, seguro. Historias como la de Precious las hay en todos los países, aquí mismo, sin ir más lejos, seguro. Los docentes conocemos casos que llenarían cientos de libros sin diferencia de ubicación concreta porque la miseria y la maldad son universales y no conocen fronteras. Por eso seguimos luchando, para dar voz a quienes no la tienen, para dar instrumentos a los que carecen de ellos, para hacer posible un mundo mejor a través de la educación. Valores como la tolerancia, la comprensión, el esfuerzo, el compañerismo, la solidaridad, el cariño, el placer por lo bien hecho se aprenden (se deben aprender) en las aulas. Si no nos lo pusieran tan difícil (y no voy a enumerar a todos los que nos ponen zancadillas día tras día) cuánto bien haríamos... Y me lo planteo una vez más hoy, mediada la segunda evaluación, decepcionada por los mediocres resultados de mis alumnos, incluso los mejores, a los que veo desanimados, tristes, precozmente adolescentes (cielo santo, si la mayoría no pasan de los once años) y mínimamente preocupados por su rendimiento académico. Urge tomar medidas, y en ello estamos los profesores implicados. Ojalá tanto esfuerzo por nuestra parte se vea recompensado con su triunfo. Salí del cine pensativa y algo triste por la dureza de las imágenes, pero con el mensaje esperanzado que deja al final, nada edulcorado, por cierto. Id a verla, os gustará.