Hoy ha salido a la venta el libro Querida maestra (La Esfera de los Libros) de mi entrañable colega Julia Resina, jubilada hace un año. A raíz de su jubilación una antigua alumna envió una preciosa carta de agradecimiento a El País. Yo la leí y me puse en contacto con ella. Por una feliz coincidencia, los últimos años en el "Antonio Machado" de Majadahonda compartió docencia con Silvia y Arancha, que habían estado conmigo en mi actual destino. Así me enteré de los actos de su despedida y de la "encerrona" que le prepararon una calurosa tarde de junio en una plaza: con la complicidad de unos cuantos (su marido entre ellos) se dieron cita antiguos alumnos y padres que la llenaron de besos y abrazos en una auténtica ducha de cariño. Días más tarde Gemma Nierga la entrevistó en La Ventana y poco después llegó la oferta de la editorial para escribir sus recuerdos tras cuarenta años de magisterio ejemplar, entusiasta y entregado. Hoy el libro es una realidad y Julia está feliz. Anteayer el suplemento Magazine de El Mundo publicó un emotivo artículo sobre ella, su obra, sus alumnos, sus recuerdos, su "secreto" para ser una auténtica maestra feliz y maravillosa, su vida... Si tenéis ocasión de leerlo, no os lo perdáis.Conocí a Julia allá por 1980, si mal no recuerdo. El "Antonio Machado" había empezado su andadura un año antes y yo formaba parte del primer claustro de profesores, todos provisionales, jóvenes, llenos de fuerza y de buenas intenciones. Desde el primer momento gozó de una excelente y merecida fama que hoy continúa. Yo seguí un par de cursos más, luego tuve que abrir otro centro como directora en la misma localidad, pero con menos fortuna. El "Machado" siempre será especial para mí. Gracias a él conocí a mi marido, como ya conté en uno de mis primeros posts.
Recuerdo a Julia con el pelo rubio y rizado y unos ojos azules siempre risueños, muy expresivos. Tenía ya un hijo, Rodrigo, y enseguida se quedó embarazada de Brianda (su marido, José María, es profesor de Literatura, de ahí estos nombres tan especiales). Estaba feliz enfundada en un mono de color morado que lució durante gran parte de su embarazo. Le encantaba montar obras de teatro, organizar la biblioteca, enseñar declamación a sus alumnos (el año pasado, precisamente, ganaron un premio de la Comunidad de Madrid por ese motivo), y, sobre todo, llevaba la enseñanza en la sangre. ¿Sólo la enseñanza? No, era mucho más. Vivía la docencia con una entrega inusual, pero sin sensación de sacrificio, con naturalidad, con amor, con generosidad. Transmitía valores como la solidaridad, la tolerancia, la comprensión, el esfuerzo, sin necesidad de estar incluidos en ninguna asignatura ni tema en concreto. Sabía que trabajaba con personas, y trataba a cada uno con un cariño nada común.
Julia, mi querida Julia, cómo te admiro y te envidio por esos miles de recuerdos, por esa vida llena de trabajo reconocido, por ese libro que nace de lo más profundo. Ojalá yo pueda ser algún día siquiera una sombra de ti porque me siento pequeña e imperfecta, llena de defectos pese a mis buenas intenciones. Eres de los que engrandecen esta maravillosa profesión, tan ingrata tantas veces, tan vilipendiada y menospreciada. Tú eres la prueba de que otra docencia es posible, alejada de la burocracia, las leyes cambiantes y los planes tan volubles como inútiles. Manejados por los políticos según sus intereses no podemos llevar a cabo nuestra labor como nos gustaría. Nos quitan medios y recursos, abarrotan nuestras aulas, eliminan profesores porque el dinero hace más falta en otras partidas, según ellos. Ay, Julia, qué bien has hecho en irte, pero qué tremendo hueco dejas... Ojalá no se cumplan tus temores y sigan llegando generaciones de maestros de verdad, de los que saben sacar lo mejor de cada alumno con ese don especial que es la clave de toda docencia, más allá de las pizarras digitales y de otros adelantos que suponen una ayuda, pero no son ni mucho menos esenciales para transmitir conocimientos y despertar en el alumno las ganas de aprender y ser mejor.
No es el mejor día para escribir esto. Mi hermano Emilio tiene cáncer de hígado y no le queda mucho tiempo. Os ahorro los detalles. En cualquier momento puedo recibir la fatídica llamada. Otra vez la vida y la muerte se cruzan en mi camino. Vuelve el dolor, el llanto, la ausencia, los recuerdos, la tristeza por lo hecho o dicho... La muerte conduce a la reflexión, supone un aldabonazo en las conciencias a veces adormecidas, en nuestras vidas marcadas por la rutina y la superficialidad. Vivir, pensar, sentir, amar, odiar, perdonar, comprender, lastimar... morir...