domingo, 8 de noviembre de 2009

TRAMPA PARA PÁJAROS

Hay que reconocer que asistir con regularidad a conciertos, teatro, cine, exposiciones y museos se ha puesto en un pico. Estar al día en lo referente a la cultura supone no sólo interés sino también cierto poder adquisitivo. No hace mucho hablábamos por estos lares cibernéticos de los derechos de autor y las descargas en internet, sin llegar a ninguna conclusión válida para todos, claro está. Yo defendía que la cultura deber ser asequible, pero no gratis. Me encantaría ver a Les Luthiers, por ejemplo, pero las entradas buenas cuestan nada menos que setenta euros, y me parece un abuso, la verdad. Serán muy buenos, pero a qué precio... Los teatros "normales" tienen precios más baratos, dentro de un orden, claro. Una salida a Madrid para asistir a una obra supone no poco desembolso entre el precio de la entrada, el transporte (no digamos si vas en coche y además debes pagar el aparcamiento), el café o la caña que te tomas, la cena o piscolabis... Lo hago de vez en cuando, a pesar de todo, aun reconociendo que algunos precios son abusivos. Por eso aprovecho las giras teatrales que recorren los municipios cercanos, obras nada desdeñables que recalan en Casas de Cultura y Auditorios para acercar a un público más modesto las representaciones que han tenido éxito en la capital. No hace mucho os hablé de La tortuga de Darwin, con una genial Carmen Machi. Ayer le tocó el turno a Trampa para pájaros, del varias veces denostado José Luis Alonso de Santos, muy bien interpretada por Manuel Bandera y un casi desconocido Juan Alberto López, que encarnan perfectamente a dos hermanos muy diferentes enfrentados desde niños y que deben encarar juntos una situación límite provocada por uno de ellos, Mauro, policía en un serio aprieto por no saber afrontar las consecuencias de un grave error.
Trampa para pájaros fue escrita hace ya algunos años. Cuenta en tiempo real el encuentro entre Mauro, el hermano mayor, policía rudo, amargado y dolido con quienes fueron sus colegas, dispuestos ahora a liquidarle, y Abel, el pequeño, pianista, homosexual y defensor de los valores humanos y democráticos por los que su hermano sólo siente desprecio. Mauro es machista, torturador confeso, rudo, áspero y resentido, y sin embargo no se hace odioso, más bien despierta cierta compasión porque es un ser atormentado y enfermo, descreído, que se siente traicionado por ese sistema que le amparó y adiestró durante años para cometer actos atroces. Todo sale a relucir en la conversación que mantienen en el desván de la casa familiar, lleno de recuerdos: las peleas infantiles, los abusos del mayor, la preferencia de la madre por el pequeño, más guapo, obediente y educado, los caminos tan diferentes que tomaron, la sombra autoritaria del padre militar... Mauro siguió sus órdenes y se hizo policía; Abel (ya marcado por el nombre) dejó ese ambiente tan opresivo para estudiar música. Su vida tampoco ha sido un camino de rosas, pero al menos la ha elegido él y no se avergüenza de nada. Mauro cuenta historias terribles de lo que ha visto durante tantos años en el mundo de los terroristas, los delincuentes, las prostitutas, los políticos sin escrúpulos, los policías corruptos... Justifica la tortura: "A ver si te crees que un terrorista se sienta contigo tomando un café y te cuenta por las buenas dónde están los zulos, las armas, la información..." Vivió formado y amparado por un régimen político que ya no existe y ahora el actual se vuelve contra él, y no lo asimila, no puede entenderlo. Él sólo cumplió con su obligación, hacía lo que le mandaban, era lo que había que hacer. Abel se escandaliza, él piensa de otra manera, cree en los valores democráticos, en la legalidad, en la honradez. "Pero en qué mundo vives", viene a decirle Mauro. Él ha conocido lo peor de la sociedad, esas cloacas que todos sabemos que existen pero que no queremos ver. Me recordaba en cierta manera a Jack Nicholson en Algunos hombres buenos cuando dice (más bien grita) a Tom Cruise que a ver qué se ha creído un niñato como él que quiere dormir tarnquilo a costa de que él vigile el muro, pero sin querer saber cómo y encima le pide cuentas sobre el modo de hacerlo.
Así que he aquí la cuestión: ¿se pueden garantizar la paz, el bienestar y el orden sin violar las leyes democráticas? ¿Nos importan de verdad los métodos empleados para combatir el delito? ¿Justificamos la tortura en algunos momentos? ¿Y la pena de muerte? No faltan casos y ejemplos en uno y otro sentido. Un colega decía, por ejemplo, que "se podía hacer hablar" al presunto asesino de la chica andaluza cuyo cadáver aún no ha aparecido. Supongo que a más de uno se le habrá ocurrido lo mismo. Ídem con el secuestro del Alakrana: cuatro tiros bien dados y se acabó el problema. Pero no es tan fácil, no cuando se ha alcanzado cierto nivel de civilización y justicia. El camino hacia la paz y el orden (menuda frase hecha) no es sencillo, nunca lo ha sido. Antes se recurría a métodos más expeditivos, y huelga recordar casos y casos de terribles errores no tan lejanos. Siempre se puede encontrar una justificación: no había otro camino, era inevitable, corrían peligro vidas inocentes... Y algunas veces casi lo entiendes y otras se te revuelven las tripas. Tras cada brote violento puedes encontrar un abuso, históricamente hablando. Un país invade a otro buscando agua, comida, poder, riqueza, venganza... y éste se defiende, lógicamente. ¿Se puede evitar la guerra? En muchos casos, sí, en otros no está tan claro. Por eso siempre ha habido (y habrá, es de suponer) muchos hombres como Mauro que obedecen ciegamente al poder, al que les ordena dejar a un lado los escrúpulos y llevar a cabo actos sucios, rastreros y crueles porque la sociedad necesita verse libre de todos los que amenazan su bienestar, sus vacaciones, su caña de los domingos, el colegio de sus hijos... ¿Cuál es el precio de nuestra forma de vida? ¿Quién limpia esas cloacas para que no nos llegue siquiera su olor?
Mauro, ahora casi desequilibrado, se siente traicionado por quienes antes aplaudían sus actos. Pistola en mano se justifica diciendo que "si me han entrenado como a un perro, es lógico que muerda". Su mujer ya no puede más, no soporta tanta tensión. Él tampoco. Abel intenta hacerle entrar en razón, es decir, entregarse. Mauro sabe lo que le espera si lo hace. Ahora está al otro lado de la línea, esa delgada línea que separa lo que llamamos el bien y el mal, la justicia y el delito, la legalidad y el abuso. En algo de lo que dice sí estamos todos de acuerdo: los políticos nos utilizan para colocarse en posición de ejercer el poder, en cuanto pueden se llenan los bolsillos con nuestro dinero y pueden ser tan delincuentes como el más miserable chorizo de poca monta. No hay más que echar un vistazo al panorama actual para constatarlo. ¿Qué podemos hacer? ¿No votar? Puede, pero si siguen votando unos cuantos su elección será legítima. No podemos dejar de pagar impuestos, ni de acudir al trabajo, ni apearnos del mundo, en suma, si no nos gusta. Todos nos sentimos en algún momento desencantados por los políticos que hemos elegido, casi nunca estamos de acuerdo con las leyes que promulgan y las decisiones que toman, pero no por ello nos liamos a tiros a las primeras de cambio ni cometemos otras barbaridades. Dice Serrat en una canción algo así como que "Sería fantástico que todo estuviera como está mandado y que no mandara nadie", pero eso es una utopía, una fantasía inalcanzable. Una colega mía de hace años, excelente persona, decía que no podemos vivir pensando que estamos rodeados de sinvergüenzas, desconfiando de todos y creyendo que todo y todos cuantos nos rodean son sucios y malos. Tenía razón. Una cosa es vivir con los ojos cerrados y otra ver sólo el lado oscuro de la vida.
Trampa para pájaros me revolvió por dentro, lo reconozco. Es una obra dura, amarga, nada complaciente con el poder, de las que hacen pensar. Cada uno puede sacar sus propias conclusiones. Cada vez que veo algo así me reafirmo en mis convicciones, en las que me hacen creer en muchas personas, en la utilidad de mi trabajo a pesar de todos los sinsabores, en todo lo bueno que me rodea. Quizá sólo podamos hacer eso, encender una cerilla en vez de maldecir las tinieblas, mantener nuestro trozo de acera limpia para que lo esté la calle, derrochar sonrisas y buen hacer sin dejar de ser realistas. En suma, vivir y tratar de hacer la vida más agradable a nuestro alrededor. Seguirá existiendo la figura de Mauro, y la de Abel, y la de cada uno de nosotros, con su historia personal y familiar a cuestas, con sus dudas, sus errores y sus grandezas. Somos humanos, quizá en eso se resume todo.
Feliz semana.

8 comentarios:

Sarashina dijo...

Yolanda, me ha dado gana de salir corriendo para Madrid a ver esa función. Lástima que hace bien poco que estuve, y, como tú dices, es un pico lo que cuesta ver teatro y otras cosas, más aún para mí que me tengo que desplazar por lo menos a Valencia, cuando no a Madrid. En fin, en enero a ver si sigue en cartel. Abaratar la cultura es una prioridad social, me parece a mí. Actualmente, lo de internet se debe en parte a la desmedida codicia de los empresarios, que harta a la gente.
Buen resumen has hecho de las motivciones de los personajes. Gracias.
Por cierto, no sé yo por qué esos rechazos a José Luis Alonso de Santos. Es un buen dramaturgo, de lo poco que hay en condiciones.

Lola dijo...

Menudo tema Franziska, me ha hecho pensar mucho y en realidad es así. Queremos vivir una vida tranquila y no nos ponemos a pensar a precio de que. Comprendo a "Mauro" aunque no lo comparto. Le han enseñado a hacer algo, en su momento elogiable por sus mandos, y ahora todas sus creencias se le vienen abajo. Pero es que él podía haber elegido en su momento, como hizo Abel,y no haber caído en la podredumbre de "yo solo cumplía órdenes". Quien es el fuerte aquí? El que parecía más débil.
De todas maneras, dificil tema que tu explicas con mucho fundamento y difícil sacar una sóla conclusión.
Me ha encantado tu crítica, de verdad Franzisca, me ha encantado.
Un abrazo de Lola

Yolanda dijo...

Clares, no sé si la obra volverá a Madrid. Yo la vi en Boadilla, donde vivo. A veces las reponen en la capital tras la gira, si me entero te lo digo.
J.L. Alonso escribió algunas obras consideradas "menores" y "facilonas" por algunos, pero ya sabes cómo son los críticos, no hay que hacerles mucho caso. Ésta es buena, tiene mucha miga. Da para largos coloquios a la salida. En este caso es un dinero bien empleado, aunque a mí me costó sólo cinco euros, pero cualquiera en Madrid cuesta mucho más, y no digamos los musicales, son una pasada. Además no me agradan demasiado, así que no lo lamento.
Un saludo.

Yolanda dijo...

Lola, no soy Franziska, soy Yolanda. De todos modos te agradezco la visita.
La obra es en verdad interesante, aunque ahora no sé por dónde irá. Sirve para pensar, no para tomar posiciones en favor de uno u otro. Siempre se puede elegir, es cierto. Yo también me vi obligada a enfrentarme a mi familia por custiones ideológicas, y no fue nada fácil, créeme. Cuando tienes muy claro qué es lo que está bien y lo que no no entiendes cómo los demás tienen dudas. ¿Cómo se puede ser racista, clasista, ultraconservador, admirador de Hitler y varias cosas más? Pues ése era mi padre. Crecí en ese ambiente, y sin embargo no pienso así. Paradojas de la vida.
Un saludo.

Lola dijo...

Yolanda, soy Lola. Perdona por el lapsus involuntario y tonto pues sabía muy bien a quien estaba escribiendo.
Enfrentarte a tu familia, tu familia mas cercana, debe ser un duro palo, pero no cabe duda que cuando se tienen las cosas claras a quien no puedes traicionar es a ti misma. Besitos Lola

Joselu dijo...

Hace años que no voy al teatro. En otro tiempo, además de actor aficionado, era un espectador habitual. Al dejar el teatro, abandoné también, por el dolor que me produce dicha deserción (inevitable, por otra parte)el asistir a obras teatrales. Tu crónica y tus reflexiones sobre Trampa para pájaros me han parecido llenas de densidad y sustancia. Me han hecho reflexionar y me han producido ganas de ver teatro. Pero aquí a Cataluña llega apenas teatro en castellano. Es una pena que obras como esta no estén en el circuito. El tema es apasionante, algo forzado (aunque necesariamente teatral)por el contraste entre los dos hermanos, cada uno de los cuales tiene sus razones que podemos considerar. En cuanto a nuestra participación en política, me evocas un tema que me enardece, pues no sé qué hacer. Me tienta la abstención, pero como dices, si no votas, da igual porque otros van a votar y tendrá validez igualmente. en Cataluña, hubo un referéndum sobre el Estatut y sólo voto un 47 por ciento del censo. Da igual, se aprueba del mismo modo. En Galicia, el Estatuto se votó inicialmente por un 28 por ciento del electorado. Es lo mismo. Pienso que es indiferente que votes o no. De igual manera te vas a sentir defraudado, aunque si no votas, al menos no podrán decir que lo han hecho con tu voto. En fin, no sé qué hacer. Interesantísima, como siempre tu crónica. Es un placer leerte.

Miguel dijo...

Te superas, Yolanda, con tus crónicas y tus posteriores razonamientos. Planteas varios temas, y todos profundos y extensos. Trataré de resumir lo más posible lo que me ha suscitado la lectura de tu estupendo post. Yo creo que en el fondo en la sociedad hay dos clases de personas. Las que creen que es posible que las personas se gobiernen a ellas mismas, y las que no; es decir las que piensan que son ingobernables y por eso necesitan de una mano dura que no atienda a razones y que imponga la ley. El debate está servido, pero no resuelto. A estas alturas, después de las revoluciones liberales decimonónicas, sólo tenemos una fachada, pero existe un poso de autoritarismo en una cierta franja de la sociedad que no ha asimilidado este proceso democratizador. La verdad es que yo no le veo solución. Parece ser que seguiremos como siempre. El más listo (que no el más inteligente) seguirá aprovechándose del más bueno.

Un abrazo.

Javier S. Sánchez dijo...

Después de leer tu formidable narración y los comentarios, tomo nota para no perdérmela. Siendo solamente un aficionado, me gustan las películas históricas y estas de cárceles donde, por qué será, siempre nos ponemos del lado de los reos porque, al final, se demuestra alguna injusticia. He visitado (de visita) la cárcel en dos ocasiones. La primera fue para hacer un examen de oposición en la desaparecida de Carabanchel; la segunda, una carcel de mujeres. Entrar en ese mundo paralelo, como alguien dice, es sobrecogedor. No perdáis la ocasión, en todas hay compañeros que dan clase a los reclusos. Ellos os mostrarán su trabajo y el dia a día del centro.
Saludos.