
Sigue el frío, y la lluvia, y mi catarro, tan bien cuidado que no quiere abandonarme. Hoy es el primer día que no he salido a la calle, a ver si estando quieta, calentita y callada me quito de encima este incordio, porque no pienso pasarme todas las vacaciones tosiendo y sin separarme del pañuelo.Ya han pasado las dos primeras fiestas señaladas, Nochebuena y Navidad. Han sido tranquilas, en familia, como debe ser, aunque ya sabéis lo que dicen algunos: "¿Qué tal lo has pasado? ¿Bien... o en familia?" Si la familia es un nido acogedor te sientes acompañado y querido, pero no faltan todos los años por estas fechas algunas que acaban en urgencias o en la comisaría. La obligación de juntarse no siempre acaba bien, pero nos sentimos comprometidos y luego pasa lo que pasa.
Desde que murió mi madre, hace ya cuatro años, mis cinco hermanos y yo no nos vemos con demasiada frecuencia, aunque estamos en contacto. Las distancias marcan los encuentros. Mis suegros viven cerca y sí nos juntamos estos días, en su casa o en la mía. La Nochebuena fue aquí. Entre mi marido y yo preparamos la cena: buenos entrantes, crema senegalesa (nunca he sabido por qué se llama así, pero está buenísima, a base de manzana, puerro, apio, manzana y caldo de pollo, bien calentita), volovanes rellenos de besamel de marisco, perdices escabechadas y mango natural de postre, para desengrasar. Muchas veces pienso que nos complicamos demasiado estos días en la cocina cuando un buen cocido sería recibido con gran alborozo. Pero no, nos armamos de paciencia (y de dinero) y vamos al mercado a estudiar precios y calidades en los puestos, que ofrecen primorosos productos especialmente preparados para estas fechas. Aparecen embutidos insólitos, patés exquisitos, mariscos enormes, lubinas salvajes (yo le digo al pescadero que me las dé ya domadas, que de salvajes ya estoy un poco cansada), cochinillos blanquísimos, corderos recién sacrificados, almendras, cardos enormes, piñas prietas cargadas de vitaminas... Me encantan los mercados, pero no soporto los grandes centros comerciales con todos los productos ya envasados y envueltos en plástico, no me fío de ellos. Me gustan los tenderos de toda la vida, los que atienden incluso a última hora con la misma sonrisa y la misma amabilidad, los que comentan cualquier detalle de la actualidad y ofrecen alternativas y recetas para cada ocasión. Cada vez tienen más difícil la supervivencia, pero si dejamos que se pierdan perderemos también una parte importante de nuestras vidas. Hace poco estuve en el recientemente remodelado mercado de San Miguel, en Madrid, y qué desilusión... Lo han convertido en un centro pijo y caro, sin ningún encanto.
Como me gusta cocinar, me gusta también comprar comida, y he de reconocer que soy una exagerada. Siempre tengo provisiones como para soportar un asedio. Cuando tengo tiempo no me importa dedicar un buen rato a la elaboración de un plato, aunque prefiero los más rápidos y menos complicados. Creo que una comida preparada y ofrecida con amor es el mejor de los regalos. Cómo echo de menos (y mis colegas y alumnos) mi taller de cocina, perdido ya en el limbo del bilingüismo...
Mi hijo come que da gusto verle, así que nunca he tenido problemas a la hora de preparar algo nuevo. Ayer llevé natillas para la comida de Navidad en casa de mi hermano. A mi padre le encantaban. Y cuando llegan estas fechas suelo preparar cardo con almendras, como lo hacía mi madre, aunque es un engorro limpiarlo (el congelado no es lo mismo, digan lo que digan), así como borraja o lombarda. Esos sabores que recuerdo de la casa de mis padres son imperecederos. Por eso estos días son tan traicioneros, en cualquier momento puede asomar la lágrima ante un olor, un sabor, un recuerdo... Cuando ya vamos teniendo huecos en el corazón los villancicos y los turrones tienen otro significado. Las Navidades de cuando éramos niños no se olvidan nunca. Ya no repito algunos de esos ritos, los regalos, el árbol, el belén... Cuando mi hijo era pequeño lo montaba sobre una mesa con arena y piedrecitas, y él enseguida hacía caminitos para hacer rodar los cochecitos, que le encantaban, así que era un belén motorizado. Esos recuerdos son los que quedan, los que perduran.
Ahora van llegando los resúmenes de las noticias del año, los hechos más reseñables según los encargados de prepararlos en los distintos medios. Otro día pensaré en mi propio resumen. Hoy quiero recordar a Mario Benedetti, una de esas personas que nunca deberían morir. Mueren, pero no desaparecen porque sus palabras permanecen. Con él os dejo.
ESTADOS DE ÁNIMO
Unas veces me siento
como pobre colina,
y otras como montaña
de cumbres repetidas,
unas veces me siento
como un acantilado,
y en otras como un cielo
azul pero lejano,
a veces uno es
manantial entre rocas,
y otras veces un árbol
con las últimas hojas,
pero hoy me siento apenas
como laguna insomne,
con un embarcadero
ya sin embarcaciones,
una laguna verde
inmóvil y paciente
conforme con sus algas
sus musgos y sus peces,
sereno en mi confianza
confiando en que una tarde,
te acerques y te mires,
te mires al mirarme.