miércoles, 9 de febrero de 2011

AMADO/ODIADO CUERPO

Las mujeres tenemos una relación ambigua con nuestro cuerpo. Lo cuidamos y mimamos hasta el exceso y, sin embargo, nunca nos sentimos satisfechas con él. Muy pocas se quejan de la falta de peso, lo normal es sufrir por su exceso, sea real o no. Siempre he dicho que en la maldición bíblica que condena al hombre a trabajar y a la mujer a parir con dolor tras la expulsión del paraíso falta añadir: "Y te pasarás toda tu vida a régimen". ¿O no es una cruz sufrir desde la infancia la tiranía de los kilos, el vello, las arrugas, la falta de agilidad y elasticidad, la pérdida de atractivo y demás atributos "femeninos"? Nos enseñan desde la cuna a ser atractivas, a pasar horas delante del espejo, a sacrificarnos para mantener un aspecto lozano aun en las situaciones más adversas. Si hay que pasar frío, se pasa, pero lucimos a toda costa ese vestido de tirantes que pensamos nos hará ser el blanco de todas las miradas. No importa el sacrificio de renunciar a nuestros manjares preferidos, somos esclavas de la lechuga y el queso desnatado con tal de seguir poniéndonos esos vaqueros ajustados que significan nuestro poderío físico.

Pasados los cincuenta, incluso antes, es prácticamente imposible estar "divina de la muerte", salvo excepciones que jamás confesarán cómo consiguen ese aspecto envidiable, pero el resto de las mortales sabemos que los músculos pierden elasticidad y fuerza con cada cumpleaños, que la piel se apaga y arruga, que los huesos se vuelven más frágiles y que nuestro amado/odiado cuerpo cambia irremediablemente. Cuesta aceptarlo, y hay quien no lo hace, por eso resulta patético ver mujeres maduras empeñadas en aparentar tener veinte o treinta años menos.

Por si no fuera poca desgracia asumir la caída de la carne, hace falta mucho más dinero para encontrar ropa que nos siente bien. Con veinte años y cincuenta kilos lucimos estupendamente las camisetas baratas de Carrefour y los bikinis tres por dos de las rebajas; dos décadas y varios kilos más tarde hemos de recurrir a buenas hechuras que cuestan bastantes euros para estar guapas. Es cierto que a más edad suele corresponder mayor poder adquisitivo, pero muchas tiendas no se han enterado y siguen poniendo a veinteañeras inexpertas (escuálidas, por supuesto) a despacharnos, por lo que sus miradas despectivas y sus comentarios ("No tenemos tallas mayores") nos sientan como un tiro. Carentes de sensibilidad y no digamos de empatía, nos hacen sentirnos gordas y viejas por no poder embutirnos en una 38. Hay marcas de alta costura y lencería que no fabrican tallas grandes (omito los nombres para no hacerles propaganda), así que, por mí, les pueden ir dando. Ellos se lo pierden. Por eso me alegro de haber encontrado a Isabel, una dependienta encantadora que sabe lo que queremos y necesitamos las mujeres entradas en años y en kilos. Paradójicamente, me ha contado en alguna ocasión que las poseedoras de un cuerpo delgado son más impertinentes y exigentes. La creo, desde luego. Dice que nosotras somos más alegres, estamos más satisfechas, somos más agradecidas. La mayoría trabajamos, lo que significa que no tenemos mucho tiempo para arreglarnos y por eso buscamos ropa práctica y cómoda, amén de bonita, que la hay, por suerte. Hace no muchos años las mujeres de "cierta edad" estaban condenadas a lucir tejidos oscuros y cortes austeros nada favorecedores; hoy la variedad es infinita y podemos llegar al trabajo arregladas y espléndidas sin tener que pasar horas ante el espejo y habiendo empleado un presupuesto moderado.

Hoy nadie duda de la importancia del ejercicio físico para estar bien a cualquier edad. Cuando yo estudiaba Bachillerato la asignatura en cuestión se llamaba Gimnasia y era impartida por profesoras de la Sección Femenina que jamás se pusieron chándal y zapatillas. Daban órdenes sin apenas mover un músculo. Nosotras debíamos llevar unos odiosos pololos bajo la falda, qué ridiculez, por Dios, y qué incomodidad. Nos desplegábamos estilo militar y hacíamos unos ejercicios tontorrones que en nada se parecían a lo que hoy se practica en cualquier clase de Educación Física y no digamos en un gimnasio. Yo pisé uno por primera vez a los treinta y siete años, y sigo acudiendo a él regularmente, aunque tengo épocas de alejamiento y dejadez por diversas circunstancias. Así descubrí que tengo cantidad de músculos cuya existencia desconocía hasta que empezaron a dolerme, y aprendí que se llaman cuádriceps, gemelos, tríceps, abdominales inferiores, y una larga lista que ríete tú de la asignatura de Anatomía. Hay que trabajarlos y estirarlos, moldearlos y sentir cómo se van volviendo más flexibles con el ejercicio continuado. Tras una buena clase (no todas lo son, al menos no para mí) y, si puedes, una ducha, te sientes como nueva, más ágil, más fresca, más joven.
A lo que no consigo acostumbrarme es a la música machacona que muchos monitores adoran, nunca he entendido por qué. La ponen a todo trapo, además, se supone que para animar a la gente, porque su mayor felicidad es sudar como cochinos. Si no, no tienen sensación de estar machacándose. Y claro, venga a dar saltitos, giros, subidas al step, levantamiento de pesas, abdominales inhumanos... A muchos les encanta el spinning, qué suplicio... Yo lo odio. Ahora me gusta el Pilates, que de suave no tiene nada, pero al menos lleva otro ritmo, nada de saltos, y la música es muy agradable. He aprendido a manejar con cierta soltura el fitball, esa pelota enorme que sirve para hacer cantidad de ejercicios como quien no quiere la cosa, pero de inocente no tiene nada. Al final Virginia, la monitora, nos deja unos minutos para relajarnos, una delicia. Me admira su cuerpo, trabajado y flexible, una meta inalcanzable para mí. Claro, nuestros respectivos resultados van en relación directamente proporcional al tiempo que dedicamos al ejercicio, y eso tiene poco remedio, pero bueno, mi meta no es ésa, sino encontrarme razonablemente bien y tratar de paliar mis dolencias. Miro de reojo a mis compañeros de sudores y pienso cómo demonios llegan a doblarse de esa manera, yo cada vez tengo más lejos los pies, y no porque haya crecido precisamente.
Me gusta pasear al aire libre siempre que puedo, correr un poco, hacer algún ejercicio... Según los médicos, eso es suficiente para estar en forma y mantener la tensión en su sitio, que es lo que yo necesito. Pero debo confesar que lo practico poco, sobre todo en invierno, con los días tan cortos. Ahora que van alargándose es más fácil encontrar un rato para salir y disfrutar.
Lo que tengo pendiente, y me temo que nunca haré, es emprender el Camino de Santiago, pero a lo señorito, que ya estoy muy mayor para andar treinta kilómetros al día con una mochila a la espalda y dormir en albergues. Sé que debe hacerse así, pero yo quiero tomármelo con más relajo, como dicen los canarios. Iría con un coche de apoyo para no cargar con toda la impedimenta y poder descansar cada tres o cuatro días, en un hotel, por supuesto, para echar un sueñecito después de comer. No quiero hacer un viaje iniciático, quiero disfrutar sin machacarme más de lo necesario. Algún día... El otro día escuché por la radio la aventura de dos españoles que tras hacer el Camino al estilo clásico se lanzaron a irse nada menos que hasta Jerusalén, hala, a la vuelta de la esquina, como quien dice... Han recogido su aventura de diez meses en un libro, pero no recuerdo el título.
Por cierto, hoy en el suplemento de El País publican un reportaje sobre Sofía Loren en el que aparece espléndida, maravillosa a sus 76 años, lo que me hace sospechar que las fotos han sido muy retocadas y que ha costado horas y horas conseguir ese peinado, el maquillaje, los modelos que luce... Todos sabemos que vistas al natural ninguna de esas diosas supera la prueba del algodón. El mérito está en madrugar, trabajar, llevar a los niños al colegio, ir a la compra, cocinar, limpiar, poner la lavadora, fregar... y estar hecha un pincel, encima. ¡Anda ya! Eso sí, no renuncio a mi hora semanal con Rubén, mi maravilloso fisioterapeuta desde hace años. Moviliza mis maltrechos hombros y brazos, relaja mi contracturada espalda, aplica técnicas cuasi milagrosas allí donde lo necesito sin necesidad de preguntarme porque lo sabe mucho mejor que yo. En su caso juventud y experiencia forman un equipo insuperable.
Querido y odiado cuerpo, el que sostiene nuestros pensamientos tanto como nuestros pasos, el que nos pone en contacto con los demás y nos proporciona deleites relacionados con la comida, la bebida, la música, la pintura, la naturaleza... Intentaré hacerte más caso sin esperar a que protestes y tratarte (tratarme) mejor cada día.
Feliz semana a todos.

7 comentarios:

Joselu dijo...

No he entendido bien lo que te ha pasado. Yo hice la prueba en mi blog cambiando la fecha de publicación de un post ya publicado e inmediatamente cambió su momento de publicación. Espero que no te vuelva a pasar.

En cuanto al cuerpo, el culto al cuerpo que tanto os preocupa a las mujeres, es realmente agotador. Hay pocos cuerpos realmente hermosos. Suelo ir por la calle y por el metro mirando a las personas (generalmente me fijo más en las mujeres, lo confieso) y me doy cuenta de que no existe el cuerpo perfecto. Todos somos defectuosos en algún o muchos sentidos. Y pobre de la persona, de la mujer que tenga un físico diez porque penderá toda su vida sobre ella. Había un refrán castellano que decía: la suerte de la fea, la guapa la desea. Y creo que es verdad. Ser guapo no garantiza la felicidad, la obsesión que puede generar un cuerpo hermoso puede ser muy cargante para conservarlo (y además sabemos que más pronto que tarde esto se acaba). En los treinta años ya se produce un cansancio del físico al que nadie puede ya sustraerse. Eso no quiere decir que no tenga alguna belleza. Todos tenemos alguna belleza, aunque sea sólo el de una buena conversación. Un físico envidiable puede traer más problemas que oportunidades. Quizás en mi adolescencia no fui muy deseado. Las chicas no estaban por mí. Hube de trabajar a fondo para que alguien se fijara en mí. Hoy lo veo como una suerte, porque nada hay más hastiante que un tío bueno por el que van todas las mujeres. ¡Qué cansancio! ¡Y qué tonto se puede volver uno! O sea, Yolanda, que con nuestros imperfectos cuerpos que nos quiten lo bailado, que nos echen un galgo. El mundo es de los imperfectos. Un abrazo, colega.

Yolanda dijo...

Mil gracias, querido Joselu. Está visto que sabes de esto muchísimo más que yo, como de otras muchas cosas. Creí haber seguido tus instrucciones, pero ya ves, en algo me equivoqué. Para colmo, escribí hace un rato una respuesta a tu comentario y también ha volado. ¿Señales del destino? Quién sabe...
Hermosura, belleza, delgadez, atractivo, juventud... Tenemos un cuerpo que cuidar, pero no ser esclavos de él. Cuando traspasamos la fina línea que separa lo razonable de lo obsesivo y enfermizo perdemos de vista nuestros objetivos primordiales: estar bien, sin más, con nuestras características individuales, sin pretender ser supermodelos o bellezas inalcanzables. La felicidad no reside en cierta talla ni en determinados cánones (muy cambiantes, por cierto). Véase el caso de Marilyn Monroe, la mujer más deseada de todos los tiempos que sigue llenando páginas con sus fotos pese a llevar décadas muerta, claro ejemplo de existencia desgraciada a pesar de contar con un cuerpo envidiable y una fama a prueba de bombas. Nunca fue feliz. Qué no habría dado ella por ser un ama de casa anónima y feliz en vez de servir de carnaza a lenguas viperinas y poderosos sin escrúpulos...
La inmensa mayoría de los mortales usamos nuestro cuerpo con cordura y sin obsesiones. El culto desmesurado que algunos le dedican es un aspecto más de nuestro mundo carente de valores sólidos, basado en la apariencia y la banalidad. Se quejaba Olga Viza en el programa "Salvados" de haber sido condenada al olvido profesional, como otras compañeras, por el mero hecho de haber cumplido "una cierta edad" y no lucir un aspecto de supermodelo. A nadie le gusta envejecer, que yo sepa, pero hay que aceptarlo con dignidad. Puede y debe hacerse. Ojalá hubiera sabido yo a los veintidós años, cuando empecé a trabajar, lo que sé ahora. Se fue la lozanía, queda la experiencia y, lo más importante, las ganas de hacerlo mejor cada día, independientemente de mi aspecto físico.
Repito mi agradecimiento. Un fuerte abrazo, colega.

Miguel dijo...

El cuerpo es importante para vivir, pero nada más que para vivir. Si tenemos que vivir de nuestro cuerpo, andamos listos. Ojo, que hay gente que lo hace, que vive de su cuerpo. Y algún día te enteras del suplicio que pasa la pobre, o el pobre. Por lo demás, al cuerpo hay que darle la importancia justa. No más. Yo, por ejemplo, pasados los cincuenta (qué bella edad) no me siento en absoluto tan ágil como cuando tenía veinte. Ni tan bello (si es que algún día lo fui...) pero tengo en las arrugas escrita mi experiencia, que ésta no la cambio por nada. Eso sí, mi médico me dijo que debía hacer ejercicio para bajar el maldito colesterol, y lo he conseguido andando, simplemente andando. Y mientras ando, pienso y sueño. Un placer.

Un beso.

Lola dijo...

Me he reido mucho con tu estupendo post. Me he sentido retratada y como si saliera de mis dedos en el teclado. No hay derecho que a nosotras nos importe poco que el tío esté calvo o lo que sea y sin embargo nosotras no podemos tener defectos. Que asco! Yo, me he liado la manta a la cabeza porque ya, en mi vida, lo único que me queda es el "Jale". Un besazo Lola

Yolanda dijo...

Conciso y claro, querido Miguel, como siempre. Somos a un tiempo dueños y esclavos de este barro mortal que envuelve el alma, como diría Rosalía de Castro. Hay que cuidarlo sin obsesionarse, intentando mantener sobre todo la salud. El resto, bueno, allá cada uno. Por cierto, me recomendaron alpiste para bajar el colesterol en lugar de las pastillas que me mandó el médico, mucho más caras y con varios efectos secundarios, ya sabes, pero no en grano, como el de los pájaros, sino en grageas que venden en herbolarios. Yo lo probé y me fue bien.
Un abrazo, colega.

Yolanda dijo...

Lola, nada como un mujer para entender a otra, aunque no faltan las "disidentes" que no comprenden las razones de otras para no esclavizarse con el aspecto externo. Las modas y la sociedad siempre han sido más duras con nosotras, como bien dices, y seguimos pasando por el aro sin protestar. Es difícil encontrar una mujer totalmente despreocupada de su aspecto, lo normal es cuidarnos con agrado. Eso sí, encima nos sale mucho más caro que a los hombres, aunque la cosmética masculina esté en auge imparable, según dicen. Anda que cuando hemos de prepararnos para un compromiso... Los hombres usan un traje que les dura años, o ni eso, y en cambio nosotras nos volvemos locas buscando vestido, zapatos, complementos, el bolso a juego, la peluquería, el maquillaje, las uñas... ¡una ruina! Además, estoy convencida de que nos arreglamos para las otras mujeres, que son quienes entienden, no para los hombres, que apenas aprecian el esfuerzo que hacemos para estar estupendas. Lo que yo digo, una cruz...
Un besote.

Rosa Cáceres dijo...

Cuánta verdad hay en lo que dices, pero hay que tomarlo con humor.
El "exceso" de belleza tampoco es una suerte, porque cuando se acaba..."más dura será la caida", dice el axioma.
Y lo de las dependientas escuálidas...jajajaja, graciosísimo.