
Llevo casi una semana yendo diariamente a la UCI a ver a mi hermana. Se recupera bien, mejora día a día. Ya está sentada a ratos en el sillón y ha tomado cuatro vasos de ese asqueroso preparado necesario para hacer un TAC con contraste. Es una buena paciente, no se queja y colabora todo lo que puede. Quizá mañana la lleven a la habitación, con lo que se acabarán las engorrosas visitas a determinadas horas y evitaremos molestar a otros enfermos. En la UCI sólo hay enfermos graves, evidentemente. En los mejores casos, se recuperan tras una intervención; en otros muchos, es la antesala del final.
Junto a mi hermana hay otros pacientes que parecen estar mucho peor. Quién más, quién menos, todos hemos estado cerca de enfermedades nada benignas, así que os ahorraré los detalles. Por un lado nos atrae el morbo de accidentes y casos clínicos, somos muy mirones, de ahí el éxito de las series o películas de médicos. Ahora, por ejemplo, estoy viendo House, que reúne varios elementos interesantes, a mi juicio y al de otros muchos, según los índices de audiencia. También hay quien no soporta estas historias, con razón.
Nadie va al hospital por placer, salvo excepciones. Un mínimo cuidado de la propia salud exige visitas periódicas al médico, pruebas, análisis... Nunca son agradables, aunque, afortunadamente, la medicina ha avanzado bastante y muchas pruebas resultan hoy mucho más llevaderas e indoloras que antaño. La lucha contra la enfermedad y la muerte es incesante gracias a grandes inversiones (la madre del cordero) y a la dedicación de muchos profesionales que tratan a los pacientes con interés y eficacia, como si cada caso fuera único. Cuentan con un gran inconveniente: los pacientes no suelen ser fáciles de tratar porque la enfermedad conlleva incomodidad, malestar y malhumor. A nadie le agrada estar malo y los demás han de soportar su dolor físico y su rebeldía ante él. Me pregunto si el término "paciente" está siempre bien empleado o es un sarcasmo. En mis muchas visitas ya a hospitales he visto y oído casos variados: resignación, protestas, gritos, quejas, altercados... Los médicos y enfermeras no son infalibles, no son dioses, son seres humanos que a veces se equivocan , pero toleramos muy mal sus errores porque a veces resultan mortales.
Yo he pasado por dos intervenciones y cada cierto tiempo he de ir al médico, como todo el mundo, y debo decir que, salvo excepciones, he recibido un trato excelente. Decidí ser atendida en la Seguridad Social, aunque puedo elegir entre varias privadas, a pesar de la incomprensión de muchos de mis colegas, y nunca me he arrepentido. Hay que conocer las reglas del juego, contar con las listas de espera, reclamar cuando es necesario y asumir que una consulta no tiene por qué estar en un despacho de muchos metros cuadrados con alfombras y cuadros caros para ser atendido con garantías. Os contaré un caso que parece increíble: un tío mío murió diez días antes que mi madre por un extraño cáncer de hígado. Se pasó meses de consulta en consulta (todas privadas, por su seguro tras haber trabajado decenas de años en la Coca-Cola) y estuvo internado en una clínica del barrio de Salamanca hasta que le dijeron que lo sentían mucho pero que su póliza no daba para más y le mandaron a casa. Pocas horas después mi tía lo llevó al Hospital Clínico San Carlos, público, claro, donde poco pudieron hacer ya por él, pero fue dignamente atendido al menos. Así funcionan las cosas, para quien no lo sepa. Por eso me indigno tanto cuando critican el sistema público de salud o de educación en España, porque los partidarios de la privatización a toda costa no saben a lo que conduce ver cualquier servicio como un negocio, lucrativo, claro. Espero que no lleguemos a ello, pero en Madrid estamos a un paso gracias a la ... ésa, sí, ésa misma. Es que sólo nombrarla o verla me pongo enferma.
La profesión de enfermería me parece digna de todo elogio. Los cirujanos se llevan la parte del león del éxito contra la enfermedad, pero son las enfermeras quienes hacen el trabajo más engorroso: curas, pinchazos, limpieza, administración de medicamentos... Retiran las bolsas y sondas llenas de líquidos asquerosos, todo eso que tenemos dentro pero no vemos ni sentimos en condiciones normales. Limpian heridas y llagas sin rechistar. Manejan con soltura jeringuillas y aparatos de todo tipo, ésos que al resto de los mortales nos producen un respeto casi reverencial. Cuesta verles un mal gesto o una palabra de protesta, aunque es de suponer que no es fácil mantener la compostura tras largas horas de duro trabajo. Soportan las quejas de pacientes y allegados porque son el primer contacto entre el hospital y el enfermo. La línea que separa la vida de la muerte a veces es muy delgada y puede depender de una dosis inadecuada o de un medicamento mal administrado. Por eso admiro tanto a estos profesionales eficientes y prudentes, siempre en su sitio y atentos a su trabajo. Quizá sus manos sean las últimas que toquen a muchos enfermos y su rostro sea la imagen postrera que recuerden. Son especiales. Cada uno elige su profesión según sus gustos y aptitudes. De los maestros suele decirse que lo nuestro es sobre todo vocacional, y lo mismo opino yo de los enfermeros. Vaya desde aquí mi agradecimiento hacia todas esas personas que hacen las dolencias más soportables y la estancia en los hospitales llevadera e incluso agradable. Gracias, gracias, gracias.