Ayer murió mi amiga Pilar. Varios tumores inoperables hacían imposible su recuperación, pero nadie esperaba un desenlace tan rápido, justo un mes después de su hospitalización. El viernes pasé a verla, pero se la habían llevado a radioterapia y era imprevisible la hora de regreso. La vi unos días antes, estaba aparentemente normal, dicharachera y animada. Se empeñó en que probara una croqueta y una torrija hechas por su tía y un canellet, postre típico de Cataluña, creo. Junto a su cama tenía varias fotos de su perra, Maga, llamada así porque se la regalaron unas compañeras del colegio Rayuela, en el que estuvo durante un curso al menos, que yo recuerde.Intentó aprobar las oposiciones, pero no lo consiguió. Trabajó muchos años en la privada y como interina pasó por multitud de destinos. Me contaba que en un solo año llegó a estar en trece centros distintos. A veces llegaba cuando la titular ya se había incorporado, cosas de la Administración. En mi colegio estuvo sólo un curso, como Tutora de 5º, aunque era de Infantil. Después mantuvimos el contacto, aunque nos veíamos muy poco porque vivía con dos tías muy mayores que la tenían muy atada. No se casó ni tuvo hijos.
Era muy trabajadora y eficaz. Su mala suerte no consiguió agriar su carácter. A veces cuando hablaba con ella no sabía cómo animarla. Me consideraba una privilegiada a su lado y no quería que se sintiera mal. Creo que tuvo novio en su juventud, pero por circunstancias familiares no llegaron a casarse. Me lo contó una vez y se le saltaban las lágrimas al recordarlo, aun después de tanto tiempo. Yo tengo un marido estupendo y un hijo que es un sol, ella no llegó a saber lo que es la compañía de un hombre ni el calor de un bebé en el regazo.
Tantos destinos diferentes le proporcionaron una amplia visión de este trabajo nuestro. La mía es más limitada en ese aspecto. A través de ella he conocido casos increíbles. La realidad docente es poliédrica y no siempre idílica. Es aconsejable conocer otros casos para no creerse el ombligo del mundo y para saber qué ocurre de verdad en nuestros colegios.
Pilar era una compañera estupenda y una gran amiga. Hace años conseguimos ir varias veces al cine. Le encantó Toy Story, por ejemplo, y se emocionó como yo con Hoy empieza todo.Le gustaba reunirse con nosotros, sus compañeros y amigos de tiempo atrás, pero cada vez le resultaba más difícil. En una ocasión una inoportuna avería en la puerta de su garaje le impidió asistir a mi cumpleaños. Pero no se quejaba. Y no le faltaban motivos, pero lo suyo no era el lamento.
¿Conocía el alcance de su enfermedad? Su hermano no lo sabía. Puede que sí, o quizá no, a pesar de las explicaciones del médico. En todo caso, sus palabras no dejaban traslucir su procupación, ni siquiera en los últimos días, ya con morfina. ¿Qué pensaba en realidad? ¿Cómo se sentía? Cada vez que me siento cerca de la muerte pienso en la actitud de cada uno ante el final. Hay quien no llega a enterarse, como mi padre: un hondo suspiro y adiós, sin un ay, sin darse cuenta. Mi madre tampoco sufrió. Pero luego queda el dolor, las horas de tanatorio, el camino hasta el cementerio, el entierro, y, sobre todo, hurgar en sus cosas, en sus cajones, ordenar y repartir su ropa, sus posesiones, ver el crucigrama que dejó a medias, la labor sin acabar... Cuando tuve que hacerlo tenía la sensación de estar profanando una tumba. ¿Qué será de las cosas de Pilar ahora, de su Mondeo, de su perrita Maga, de su casa en Los Narejos, que tanto le gustaba? Qué cruel destino ingresar en el hospital y no salir ya, sin poder arreglar asuntos, sin mediar una despedida, sin conciencia apenas.
Varios compañeros fuimos al hospital anoche, al conocer la noticia. Ya no pudimos verla, el ataúd estaba cerrado y tras unas cortinas echadas en una impersonal sala de duelo en el hospital, de donde nos echaron antes de las diez. Hacía una noche muy desapacible, fría y ventosa, con amenaza de lluvia. La cremación estaba prevista para hoy a las once y media de la noche, santo cielo, qué hora para semejante trance... Guardaré su recuerdo con cariño y con dolor. Pensaré en ella mucho, mucho, intentando aprender algo de su memoria, de lo que ella era y significaba. Decía, por ejemplo, que las gafas le servían de defensa y escudo frente al mundo, que se sentía mal sin ellas; en cambio, para mí son todo lo contrario: necesarias (soy miope, pero llevo lentillas), aunque incómodas, un obstáculo para relacionarme con los demás. Es curioso, qué detalles me vienen a la memoria...
Tengo que pasar este duelo, soportar la tristeza durante un tiempo indefinido sin dejar de cumplir con mi trabajo y mis obligaciones con mi familia. Mi hermana ya está en casa y se recupera bien. Ella salió por su propio pie del mismo hospital en el que Pilar murió. La vida y la muerte se cruzaban una vez más. Y yo estoy relacionada con las dos, con la cara y la cruz, con el final y con la continuación feliz . Y en ello tengo que pensar, en seguir viviendo sin olvidar. Conozco personas que piensan que cuanto más se sufre el duelo, más se demuestra el amor que se tenía al difunto. Yo no opino así. Creo necesario y natural el duelo, pero no hasta el punto de sacrificar lo que queda de la propia vida. Claro que no es lo mismo perder a una amiga que a un hijo, Dios mío, qué dolor tan inimaginable... Necesito esta reflexión. Pilar se ha ido pero su recuerdo permanece, y sé que me va a ayudar esté donde esté. No soy creyente, pero pienso que la fuerza de las personas perdura tras su muerte y nos acompaña cuanto tiempo queramos. Todas las vidas son importantes, todas significan algo, todas trascienden de uno u otro modo. Sea su tiempo a nuestro lado largo o breve, todas dejan huella.
Descansa en paz, amiga.