
sábado, 28 de febrero de 2009
THE READER

domingo, 22 de febrero de 2009
ARTE

domingo, 15 de febrero de 2009
EL CURIOSO CASO DE BENJAMIN BUTTON

domingo, 8 de febrero de 2009
UN DIOS SALVAJE

El viernes por la tarde cayó una buena nevada en Madrid, más en la Comunidad que en la capital. Por un rato temí no poder ir al teatro a ver Un dios salvaje, después de varias semanas de espera. Los pronósticos no se cumplieron y llegamos sin problemas. Mereció la pena, aunque las entradas eran de lo peor. Menos mal que la acústica era buena, porque no veía la mitad del escenario. Una lástima.
La obra muestra las relaciones que se establecen entre dos parejas que deben solucionar un conflicto: el hijo de una de ellas ha agredido al hijo de la otra con un palo y le ha roto varios dientes. Quieren hablar "civilizadamente" y al principio lo consiguen, con unas considerables dosis de hipocresía según mandan los cánones de la "buena educación", pero poco a poco van aflorando las tensiones entre ellos y las situaciones y diálogos de indudable comicidad dan paso a la verdad de las relaciones de pareja y sociales. Nadie es lo que parece al principio: la aparente fortaleza da paso a la inseguridad que da la insatisfacción y las en apariencia parejas perfectas y moderadas se muestran en toda su realidad prosaica y nada idílica. Así somos todos, somos de una manera, nos ven de otra, nos mostramos como desearíamos ser (sin conseguirlo) y adoptamos papeles en función de nuestras aspiraciones. Mantener una actitud impostada e impostora no es fácil y se sostiene poco tiempo. Todos conocemos casos de hipocresía más o menos manifiesta y al cabo del tiempo acabamos "calando" a los que nos rodean. Las relaciones sociales se basan en buena medida en la falsedad, no necesariamente malintencionada. Una cierta dosis de mentira es necesaria, no se puede ir siempre con la verdad absoluta por delante. Casi nadie está dispuesto a asumir su fracaso y su infelicidad, vivimos en la sociedad de los anuncios y nuestra vida ha de ser perfecta como aparece en ellos: dientes blancos, figura esbelta, desayuno equilibrado en familia, casas impecables, coches que dan la felicidad con sólo mirarlos... Basta una situación cualquiera, una conversación de diez minutos o una información confidencial para que se derrumbe ese castillo de naipes. Al menor soplo de viento se derrumba esa imagen que hemos forjado y que llegamos a creernos. Al vernos descubiertos nos sentimos desnudos, por eso estamos siempre alerta, lo que causa un cansancio considerable.
No nos educan para mostrar debilidad ni para asumir los fallos inevitables. La pareja también ha de ser perfecta, y qué decir de los hijos: han de ser los más altos, los más guapos, los más listos, deben ser estupendos tocando el violín o el piano, los mejores futbolistas o nadadores... Les disculpan todos los fallos porque aceptarlos supondría asumir el suyo. En lugar de enseñarles a encajar los reveses cargan las culpas en los demás: el responsable del suspenso es el profesor, o el sistema educativo, o toda la sociedad. Cuando la verdad nos golpea con toda su crudeza nos damos cuenta de la gran mentira, al estilo de lo que le ocurre a Jim Carrey en El show de Truman. Todos tenemos que vivir momentos trágicos para los que nadie nos prepara. Nos esforzamos en vivir como si no pasara nunca nada, como si las palabras no importaran, porque no soportamos la verdad, la nuestra y la de los que nos rodean.
En la obra, una tarta, un hámster, unos tulipanes y una botella de ron desencadenan situaciones tragicómicas cargadas de simbología. Parece que todos están deseando acabar con la forzada situación de una vez y seguir con sus vidas de celofán, pero las tensiones les mantienen anclados en el salón con un sofá morado. El fondo del decorado está inspirado en una escultura que exhiben en el Guggenheim, La serpiente, creo que se llama, por eso me resultaba familiar. Y no os he hablado de los actores: Maribel Verdú con su reciente Goya bajo el brazo, Aitana Sánchez Gijón, muy delgada también, Antonio Molero, ya felizmente liberado de Los Serrano y Pere Ponce todo el rato pendiente del móvil tars su paso por Cuéntame. Él es quien hace referencia a ese "dios salvaje que nos gobierna desde la noche de los tiempos" que da título a la obra. Los cuatro están estupendos. Nunca les había visto sobre un escenario y me han sorprendido gratamente. Todos acaban mostrando sus frustraciones y sus rencores más ocultos sin pretenderlo, evidentemente. El texto presenta infinidad de matices, pero una obra de teatro ha de disfrutarse "encarnada", no basta con leerla. Os la recomiendo. Supongo que irán por otras ciudades después de acabar su tiempo en Madrid. El teatro es caro, pero merece la pena. Quién dijo crisis, las entradas buenas llevaban semanas agotadas.
Feliz semana a todos.
jueves, 5 de febrero de 2009
PLACERES COTIDIANOS

Esta vez se refieren al calendario escolar. A ver si luego lo leo más despacio. Así por encima dicen, cómo no, que tenemos pocos días lectivos y las vacaciones mal repartidas. Ya sabemos que en el resto de Europa no es así, pero hay que contar con el clima de cada lugar. En Suiza pueden empezar las clases el 15 de agosto, aquí es impensable. Ya veremos en qué queda el debate. Si preguntan a los padres, la respuesta está clara: más días de clase y más horas cada día. Conciliar la vida familiar y laboral es cada vez más difícil, pero no creo que la solución sea tener a los niños doce horas en el colegio, como ocurre en algunos centros privados.
Las clases no son conflictivas, pero sí laboriosas. Hay pocos momentos de relax y cuando puedo les pongo música clásica para trabajar. Tengo alumnos majos y cariñosos en general, aunque su rendimiento académico no siempre es óptimo. Hay que ver lo que cuesta hacerles entender algunos conceptos. Intento trabajar mucho la expresión, la presentación de los trabajos y sobre todo la ortografía, que les cuesta mucho. Les gusta leer, especialmente en voz alta. Les encantan las dramatizaciones.
Durante los recreos juegan una liga de fútbol que a veces ocasiona algún problema por desacuerdo con los árbitros (qué raro, ¿verdad?) o por no aceptar perder. Son muy competitivos y se toman esta actividad poco menos que si fueran los Mundiales. Ya quisieran muchos futbolistas profesionales jugar con tanto interés.
A mediodía, reuniones, entrevistas con padres, claustros... Se nos acumulan los proyectos y los papeles. Tenemos una hora para comer, a veces ni eso. Nuestras cocineras son estupendas. Un café, algo de charla y otra vez a clase. Las tardes cunden muy poco. Son dos clases cortas a la hora de la siesta y se nota.
Los viernes solemos salir a comer a algún restaurante de la zona. Es un pequeño lujo que nos merecemos y aprovechamos para conversar con compañeros con los que a veces apenas coincidimos.
Cuando llego a casa necesito descansar un rato. Salgo agotada del colegio. Me gusta mi trabajo, pero los niños consumen una cantidad considerable de energía. Me quedo dormida sin mucho esfuerzo. Meriendo y me dedico a "mis labores". Cuando no hay que poner la lavadora hay que fregar el baño, o recoger la ropa, o comprar, hacer la cena (los días que libra mi marido se encarga él; ayer, revuelto de champiñones con salmón) y limpiar la cocina. Dos días a la semana me toca gimnasio, si no me vence la pereza. Los jueves tengo sesión de fisioterapia con Rubén, cuyas manos expertas movilizan mi hombro y distienden mis músculos. Es una gozada, un lujo necesario que recomiendo a todo el mundo (quien lo prueba, repite, fijo). Los viernes toca cine, como sabéis los que me seguís con cierta regularidad. Mañana no, esta vez voy al teatro con unos buenos colegas. Ya os contaré.
Me gusta ver alguna serie en televisión, sobre todo las policiacas (me encanta CSI), aunque admito que la calidad no es una constante. Siento perderme Los Soprano, por ejemplo, pero no tengo canales de pago. Me entretienen mucho El Hormiguero y Buenafuente, aunque rara vez me quedo hasta el final. El ordenador me consume mucho tiempo. Me gusta visitar otros blogs y escribir algún comentario. Es un mundo apasionante. Me acuesto demasiado tarde (malas costumbres) pero no lo hago sin practicar mis abluciones nocturnas. Disfruto con la cosmética, todo lo relativo a cremas, leches, tónicos, geles... me parece un placer. Más allá de la mera higiene hay un mundo (a veces demasiado caro y muchas veces excesivo) que invita a cuidarse y mimarse un poco. Hay buenos productos muy asequibles.
El día que consigo resolver un crucigrama es un auténtico extra. Me sirve para relajarme, mantener activas mis neuronas y repasar mi vocabulario. Normalmente empleamos un número bastante limitado de palabras y hay que dar un repaso de vez en cuando al archivo olvidado de la memoria. Antes de apagar la luz, un rato de lectura. Me gustaría que fuera más largo, pero me rinde el sueño y siempre duermo como un cesto. Será que tengo la conciencia tranquila.
Y así, más o menos, transcurre mi semana. Sábado y domingo son para el descanso, salvo excepciones. Creo que soy razonablemente feliz. Mi vida es tranquila, como veis. Procuro aprovechar los momentos de tranquilidad y disfrutar de esos pequeños placeres que suelen pasar inadvertidos. Deberíamos fijarnos más en ese paisaje que nos acompaña al trabajo, o saborear más el café, o deleitarnos con ese rayo de sol que estos días lucha por abrirse camino entre las nubes. Vivimos demasiado deprisa, quizá demasiado preocupados (a veces con razón, desde luego), sin apreciar todo lo bueno que nos rodea. Hay palabras hermosas que no utilizamos, personas a las que no dedicamos el tiempo necesario, libros que no leemos, placeres que nos negamos por falta de decisión... Quizá nos falte (todavía) aprender a vivir.